Samara 11

Cuando llegaron a casa de Samara, los dos grupos de tres estudiantes no dejaron de intercambiar miradas suspicaces, aunque a Samara le bastó ver el rostro de Nancy para darse una idea general de lo que había sucedido entre ella y Dalila y Fernando.

SAMARA 11

Kleizer

1

Mientras que Samara, Astrid y Selvin se hacían un nudo de carne aquélla tórrida tarde, lo narrado en este episodio es lo acontecido a Nancy, Dalila y Fernando, que se autoasignaron salir en busca de recipientes para el agua que sería necesaria para el proyecto del car wash durante la Feria del Comercio que cada año celebra su colegio.

Fernando condujo su pickup de una cabina, donde iba apretujado con las dos bellezas adolescentes, hasta las afueras de la ciudad, donde se hallaba el crematorio o botadero de la ciudad. Casi todo el trabajo pesado recayó en el joven, y Nancy y Dalila también ayudaron en menor medida. Al final de la faena, a eso de las tres de la tarde, los tres estudiantes de secundaria se hallaban bañados en sudor. El cansancio de Fernando se desvaneció casi por ensalmo, contemplando la traslúcida tela de las blusas blancas del colegio, adhiriéndose a los cuerpos curvilíneos y magníficos de sus dos compañeras, que no eran del todo inconscientes del efecto que producían en el muchacho.

-Creo que ya es tiempo de irnos a casa, nos urge una ducha –les dijo Fernando, mientras aseguraba los cierres del pick up.

-Quedan más cerca unos chorros de agua a unos minutos de aquí –propuso Dalila entonces, con una sonrisa pícara adornando su rostro sugerente y sus ojos negros resplandeciendo juguetones.

Nancy se sonrojó al escuchar tales palabras, pero de inmediato sonrió, siguiéndole el juego a su rival. Fernando, ni corto ni perezoso, las invitó a subirse al vehículo y se dirigió a las famosas caídas de agua, a las mismas adonde Bruce, el padre de Nancy, había llevado a Samara en el episodio sexto. Claro que la muñequita rubia Nancy desconocía totalmente –aún- lo sucedido en dicho paraje.

Pronto llegaron al sitio, a casi medio kilómetro de la carretera, desde el cual estaban casi ocultos de toda mirada indiscreta gracias a los altos pinos. El sol de las 3:30 pm bañaba todo con su luz cálida y amarillenta, y el calor se veía atenuado por las corrientes de viento que soplaban suavemente y hacían bailotear los cabellos sedosos de Nancy y Dalila.

Aún así, Fernando estaba convencido que simplemente iba a relajarse la vista con un par de nenas convidándole un espectáculo gratuito de camisetas mojadas, pero tanto él como Nancy quedaron con sus quijadas colgando al ver primero la camisa embadurnada de sudor de Dalila cayendo sobre un arbusto, la falda de diseño cuadriculado sobre unas piedras y finalmente el sostén, cachetero y zapatos a orilla del río. Nancy ahogó un gemido y tuvo que reconocer los maravillosos resultados que Dalila había obtenido en sus arduas sesiones en el gimnasio, y ya se encontraba con el agua hasta las rodillas.

Fernando era incapaz de despegar sus ojos desorbitados del círculo casi perfecto conformado por los divinos glúteos sonrosados de Dalila, que limitaba al norte por la cinturita de la muchacha, menos fina que la de Nancy o la de Samara, pero no por eso, menos invitadora a ser aferrada para empujar furiosamente una y otra vez una verga bien tiesa en cualquiera de los dos orificios de la promiscua lolita. Al sur, ese glorioso trasero, solamente eclipsado en su magnificencia por el de la voluptuosa Samara, colindaba con dos rollizas piernas, merecedoras de ardientes caricias y de ser cubiertas de besos, sea de hombres o mujeres.

Dalila se dio vuelta, sonriendo como toda una diablesa, presumiendo sus pechos redondos y firmes, constatando el bulto en los pantalones de Fernando y la mirada celosa de Nancy. Dalila creyó haber ganado en valor a la angelical rubia, pero se equivocaba. Pronto, Nancy empezó a andar hacia el agua. Del mismo modo, sus prendas salían volando y paulatinamente, su cuerpo de diosa iba quedando al descubierto, de piel algo más blanca que el de Dalila, menos voluptuosa pero más alta. De hecho, Dalila era la más bajita del cuarteto compuesto por ella, Nancy, Astrid y Samara.

Fernando contempló el rutilante y lacio cabello de Nancy, cuyas puntas rozaban el extremo norte de la preciosa pera que componían sus nalgas de querubín infernal.  Nancy entro al agua y sus ojos azul claro se encontraron con los de Dalila. La mirada de rivalidad desapareció cuando Fernando también entró al agua, tal y como Dios lo trajo al mundo.

2

Fernando no quiso exacerbar aquella rivalidad que era capaz de percibir entre las dos divas que tenía ante él, aunque fue más el morbo que el altruismo por mediar entre una enemistad germinal, el que lo llevó a rodear con sus brazos esbeltos las cabezas de Nancy y Dalila, palpando sus sedosas cabelleras, atrayendo sus bocas hacia la suya. Las dos muchachas titubearon un momento, pero al mismo tiempo, estaban ansiosas por probar los labios de su galán, y finalmente cedieron.

Por primera vez, Fernando experimentó la gloria, el samadhi , de sentir dos pares de apetitosos labios besando los suyos, y lo que era inevitable sucedió y las bocas de Nancy y Dalila se encontraron. El beso triple inició gentil, los labios tocándose entre sí. Después las lenguas empezaron a asomar, y Nancy, que ya había besado a dos mujeres antes que Dalila: a Samara y a Astrid, pronto perdió miedo e instantes después, las lenguas de los tres jóvenes resonaban, enredándose como serpientes, paladeando los tres la saliva y labios de todos.

A veces Fernando las dejaba solas, para observar cómo se devoraban las dos mujeres, y la unión que dio inicio en sus boquitas, pronto ellas dos comenzaban a explorar y palpar sus cuerpos, primero como tenues caricias, luego oprimiendo pechos y nalgas, resoplando mientras abrían sus bocas más y más, casi olvidándose de Fernando, pareciendo que ellas dos fueran las únicas amantes en ese riachuelo y bajo ese sol vespertino.

Fernando tomó sus manos y las guió hasta su miembro tieso. Pronto, la diestra de Dalila y la izquierda de Nancy se aferraron alrededor de la torre de carne palpitante, acariciándola y sobándola. Fernando les acariciaba los glúteos y pechos, renovando el candente beso triple.

Los tres emocionados estudiantes, se guarnecieron bajo la misma roca donde hace casi un año antes estuvo Bruce escudriñando el entonces socado recto de Samara, y a través de cuyas fisuras caían los chorros de agua, que pronto se deslizó sobre los fantásticos cuerpos de Nancy y Dalila, refrescándolas.

Dalila se arrodilló ante Fernando, sumergiendo sus piernas en el agua, y se metió el pétreo instrumento del joven en la boca. Dalila empezó a darle una chupada de orden. Fernando jadeaba jubiloso, besando a Nancy y recorriendo todo su cuerpo de muñequita, sobándole su sexo tembloroso. Pronto, Fernando instó a Nancy para hincarse ante él, y así, nuevamente, tuvo a dos preciosuras de su colegio comiéndole el pene. Las adolescentes se turnaban para mamar la polla del afortunado Fernando, lamiendo una lo que no podía tragarse la otra, mugiendo de placer las dos rameritas, succionándole los huevos a su galán, gozando del tremendo placer que ellas dos sabían que un hombre disfruta al saborear a dos lindas chicas.

Fue Dalila la primera en apoyarse en la misma roca donde alguna vez se posó Samara para recibir en su culo los primeros embates de la verga del padre de Nancy. Nancy le chupó la pija hasta el último instante, antes que Fernando penetrara la vagina de Dalila, y los dos jóvenes gimieron contentos, sintiéndose uno. Fernando aferró y exprimió esas nalgas que lo tenían fascinado, y comenzó un inmisericorde bombeo, su vientre chocando contra las nalgas de Dalila, quien gimoteaba en un mar de felicidad, el agua dulce deslizándose por toda su exquisita curvatura, sus carnes resonando como aplausos. Nancy acariciaba a Dalila y besaba a Fernando apasionadamente, por eso casi sólo se escuchaban los chillidos de aquélla. Después Nancy besuqueaba a Dalila, ahogando sus quejidos y bajo los chorros naturales, se escuchaba únicamente los jadeos de Fernando y el chocar de su carne contra la de Dalila.

-¡Ah, puta, dame un hijo! –exclamó Fernando, al tiempo que reventaba muy adentro de Dalila, que recibió su semen con un grito placentero, deleitándose con la leche ardiente de su hombre entibiando sus interioridades. Nancy no tuvo empacho alguno en tragarse de nuevo la verga de Fernando untada con la mezcla de su semen y el elixir de Dalila, quien resoplaba como toda una hembra satisfecha.

3

Mientras Dalila se recuperaba de su explosivo orgasmo, saboreando aún la sensación cálida de la leche de su Fernando en su vientre, nadando en una posa natural, éste último pudo dedicarle más tiempo a la no menos maravillosa Nancy, abrazándola debajo de un chorro de agua, besándola apasionadamente, acariciando todo su cuerpazo de ensueño, apretujando sus pechos y nalgas angelicales, arrancando mugidos en Nancy más propios de un puta que de una colegiala pundonorosa.

-De aquí no te vas virgen –le susurró Fernando al oído. Nancy clavó en él, sus ojos azules, expresando temor, dudas, pero al mismo tiempo deseo.

Antes que la muñeca rubia pudiera decir algo, se unió a ellos la voluptuosa Dalila, rezumando agua de su espléndido cuerpo, que parecía resplandecer debido al agua que humedecía su piel.

-Si ella no quiere, puedes darme a mí otra vez, por donde quieras –invitó Dalila a Fernando, alzando una de sus cejas. Dalila era consciente de lo que podía provocar, pues ya lo había constatado cuando se desvistió ante Fernando y Nancy momentos atrás, creyendo que esta última no lo haría. Pero desnudarse ante un hombre no es igual que darle placer, pensó Dalila, ansiosa por una parte, de recibir nuevamente otra dosis de pija de Fernando, y por otra parte, curiosa de ver si Nancy tomaría valor suficiente para acostarse con Fernando ahí mismo.

Mientras Nancy se debatía en dudas, fue Fernando quien tomó la iniciativa, arrodillándose ante la diosa adolescente, hundiendo su cabeza en el virginal sexo de Nancy. Ella gimió de súbito, clavando sus dedos en el cabello de Fernando, que la aferraba de sus nalgas perfectas. Nancy estaba a punto de perder el equilibrio, ebria de placer, Dalila la abrazó para acariciarla y besarla, sumamente caliente ella también.

Nancy levantó su divina pierna izquierda para apoyar el pie en una roca, para proporcionar un mejor margen de maniobra a Fernando. Lo que nunca imaginó cuando Dalila dejó de comérsela a besos, sujetando únicamente su manita derecha, es que ella también se hincó junto a Fernando y juntos comenzaron a devorar despiadadamente la trémula concha de Nancy, quien ya aullaba como ánima en pena, atenuados sus sonidos por las caídas de agua y las corrientes del río.

Dalila le introdujo varios dedos en el ano, sin la dificultad que esperaba, para excitar más a Nancy. Ésta ya ha comido carne por el culo, concluyó Dalila, mientras su lengua junto a la de Fernando friccionaban furiosamente el tembloroso clítoris de la joven rubia, embobada con la fabulosa y abrumadora sensación de tener dos bocas en su intimidad, y con el morbo adicional de tratarse de un hombre y una mujer, ambos muy bellos ejemplares de su respectivo género.

“Ya lo he hecho a algunos hombres, así que, ¿qué más da?”, pensó Dalila, despreocupada, cuando decidió acomodarse de manera propicia para paladear el no tan estrecho recto de Nancy, quien chilló, respingando, ante el inesperado e inefable gusto de tener una lengua sedosa y tibia estimulándole el ano. Nancy estaba al borde del llanto, convertida totalmente en un nervio sexual.

Cuando Fernando se tendió sobre el lecho rocoso, Nancy no lo pensó dos veces, y se montó a horcajadas sobre él. La calentura extrema a que aquellos dos amantes suyos la habían elevado, había ayudado favorablemente al ánimo y relajamiento necesarios.

-¡Aaaaahhh! –exclamó Nancy, un poco por dolor, y mucho por el gozo divino que iba apoderándose de ella, a medida que Fernando ingresaba en ella, a medida que sentía su glande pétreo y palpitante adentrándose en su túnel sexual tras vencer la resistencia inicial del himen. Dalila no se perdió el espectáculo del desfloramiento, observándolo todo con sus ojos resplandecientes de lujuria.

Desde las esquinas más oscuras y lóbregas del nicho rocoso natural, los espíritus de la reina Semíramis, Cleopatra y Elizabeth Bathory, junto a su ama Lilith, emperatriz de los súcubos e hija de Lucifer, sonreían y asentían complacidas, absorbiendo los fluidos lujuriosos de aquellos tres cuyos nombres acababan de ser inscritos para toda la eternidad en el Libro Negro.

Nancy aulló como verdadera puta cuando su vientre blanco y delicado se juntó con el vientre velludo de Fernando, por primera vez, tragándose toda una pija con su otra boca, y su túnel apretaba y parecía ansioso de devorar esa carne dura e inflamada. Nancy y Fernando se sujetaron de sus manos, para que aquella, tras haber asimilado la sensación, empezara a moverse instintivamente sobre él, subiendo y bajando su culo hermoso a lo largo de esa pija. Junto a ellos, con sus rodillas hundidas en el agua cristalina, Dalila, se masturbaba violentamente, acariciando de cuando en cuando a la trémula y arrobada Nancy, cuyos gemidos iban ascendiendo a chillidos y luego volvían a descender a gimoteos angustiosos, su sangre virginal disipada por los manantiales.

Pronto, Fernando atrajo contra él a Nancy, para abrazarla y besarla con ardiente salvajismo, sin que ésta detuviera el ascenso y descenso de sus nalgas angelicales, resonando como aplausos el choque de sus carnes rodeado del murmullo del aguar corriendo. Dalila se posó tras ellos, a veces lamiendo el ano de Nancy, arrancándole placenteros sobresaltos, a veces lamiendo la pija y los huevos de Fernando, y finalmente, metiendo sus dedos en el culo de Nancy, algo que pareció volverla loca, quejándose como si estuviera dando a luz.

Ya ambos cercanos al terrible clímax, Nancy empezó a cabalgar frenéticamente a Fernando, y sus gemidos de puta recién estrenada a veces se veían ahogados por los labios aviesos de Dalila, que también le sobaba los senos y oprimía gentilmente los endurecidos como nunca pezones de Nancy, convertida en toda una máquina sexual. Si un regimiento entero hubiera aparecido en ese instante, Nancy estaba en la perfecta disposición de cogérselo todo.

-¡Oh, por Dios! –aulló Nancy, mientras su néctar se derramaba sobre el vientre de su Fernando, lubricando aún más su estilete carnal, experimentando Nancy su primer orgasmo originado por una verga enhiesta en su vagina, inmediatamente seguido de un nuevo y más intenso, que la hizo gritar como loca, causado del inenarrable gusto que le proporcionó el estallido de semen en su interior, la leche de su Fernando quemándola y llenándola por dentro.

4

Más tarde, las chicas se habían bañado y vestido. A Nancy aún le dolían las piernas y empezaba a reflexionar en cuanto a la magnitud de lo que acababa de hacer. Veía a Dalila y se sonrojaba. Veía a Fernando y se ruborizaba aún más.

-¿Qué te pasa, Nancy? ¿Acaso no nos lo hemos pasado de mil maravillas? –le preguntó Dalila, mientras las dos caminaban hacia el vehículo, bajo la rosada luz del incipiente sol crepuscular-. Besas muy rico, ¿sabes? Y eres muy bella –le confesó.

Nancy se puso roja como tomate y finalmente le dijo: Tú también besas rico, Dalila y… tu cuerpo es hermoso…

-¿No te gustó cómo te lamimos la raja Fernando y yo?

Las dos se pusieron calientes de súbito al rememorarlo. Se besaron de nuevo, como si quisieran comprobar que todas las porquerías que venían de hacer no hubieran sido un sueño sino una impactante realidad. Ya se habían fundido en un amasijo de carne, succionándose sus lenguas y apretando sus nalgas, cuando las alcanzó Fernando con su arma sobresaliendo de sus pantalones, haciendo honor a su calidad de atleta, capitán del equipo de fútbol del colegio. Las chicas se arrodillaron sobre la hierba para comerse nuevamente el pincho de carne que tanto gozo les había convidado esa tarde.

Fernando jadeó contento, aferrándose con cada mano de una cabellera distinta, mientras Nancy y Dalila devoraban su instrumento, cual lujuriosas hienas o arpías.

-Apóyense en la trompa del carro, quítense las faldas –ordenó casi, Fernando. Las chicas obedecieron complacidas, apoyando sus brazos sobre el tonó del vehículo, sus faldas en el suelo otra vez y sus dos culitos de ensueño bien posicionados. Fernando les quitó afanosamente sus calzones y penetró a Nancy con la misma ansia que un drogadicto se inyecta su veneno. La bombeó con inusitada furia, sujetándola de su talle de avispa, resonando sus carnes como aplausos, reverberando en la quietud del bosque, acompañado de los gemidos de Nancy, que esta vez reflejaban más felicidad.

Luego, Fernando se trasladó a Dalila, poseyéndola con no menos ímpetu. Dalila lo recibió gozosa, y las chicas se besaban mientras Fernando hacía suya a Dalila, aferrando sus generosas nalgas, apretándolas y empujando su miembro una y otra vez. Volvió a pasar con Nancy, sujetándola de su larga y rutilante cabellera, cogiéndosela como si no hubiera un día siguiente. De nueva cuenta, se trasladó a Dalila, quien se vio obligada a posar su cara sobre el metal, ya más frío a causa de la hora. Fernando la alzó del cabello e hizo que se hincara sobre la hierba para eyacular en su rostro, Dalila atrapó en su boca la mayor cantidad de lefa que pudo para acto seguido, tomar el rostro inflamado de Nancy entre sus manos y darle de beber el néctar del hombre que las dos deseaban.

Mientras Fernando bebía agua, para rehidratarse, las chicas finalizaron con un inolvidable 69 para obsequiarse el orgasmo que ambas necesitaban. Cuando llegaron a casa de Samara, los dos grupos de tres estudiantes no dejaron de intercambiar miradas suspicaces, aunque a Samara le bastó ver el rostro de Nancy para darse una idea general de lo que había sucedido entre ella y Dalila y Fernando. Al menos durante esa velada, ninguno habló de las experiencias que aquella tarde tuvieron cada grupo.

Continuará….