Samantha

Como una tarde de lluvia me llevó a disfrutar de la noche más caliente de mi vida.

Su caminar altivo y desafiante me impresionó desde el primer día. Su cabellera negra ondeaba al viento frío del invierno quiteño. Su esbelto cuerpo parecía detener el tiempo con su armónico movimiento. Sus ojos protegidos por unos breves espejuelos, inmutables siempre veían hacia el frente.

Era mi deleite cada día, salir a una de las muchas plazas de la ciudad por donde cada tarde puntualmente aquella diosa iluminaba con su presencia el gris crepúsculo serrano.

No sabía cómo acercármele, mi deseo crecía cada día más, pero me frenaba su rígida expresión, imperturbable y seria.

Pero un día el clima actuó en mi favor. La tarde había empezado cálida pero de pronto se tornó nublada y se preveía una fuerte tempestad. Justamente en el momento que ella aparecía por su habitual calle lateral, unas gruesas gotas empezaron a caer. Para el instante en que ella, corriendo, llegó a la plaza, ya la llovizna se convirtió en una fuerte lluvia. Se guareció bajo el pequeño tolde de una tienda, justo donde yo, estratégicamente, me había colocado.

Allí pude observar con total claridad y detenimiento a aquella espectacular mujer. Calzaba botas negras altas hasta la rodilla desde donde sobresalía un pantalón jean ajustado que dejaba adivinar un culito redondo de nalgas generosas y firmes. Llevaba además una blusa rosada sin mangas que dejaba entrever unos pechos firmes, no demasiado grandes pero sí bien formados. Sobre la blusa llevaba un jersey blanco que llegaba hasta su breve cintura.

Maniobrando hábilmente entre la gente que se apretujaba bajo aquel improvisado refugio, logré posicionarme justo al lado de ella y sin más preámbulos entablé conversación. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que tras la máscara de frialdad y seriedad se escondía una joven risueña y sociable. Allí descubrí que se llamaba Samantha, tenía 23 años y trabajaba como secretaria de un abogado de segunda que tenía un estudio por allí cerca.

Luego de conversar una media hora aproximadamente, la lluvia había cedido paso a una garúa persistente, entonces me aventuré a invitarle un café que ella aceptó gustosa.

Conversamos hasta bien entrada la noche y la acompañé luego a su casa. Ella me invitó a pasar y nos instalamos con unas bebidas en la sala. Poco a poco la confianza fue dando paso a la cercanía. Hablábamos como si nos hubiésemos conocido desde siempre. De pronto ella se quedó callada, con los ojos fijos en el vaso que tenía entre las manos. Lentamente lo depositó en la mesa, clavó sus hermosos ojos negros en los míos y sin más preámbulos me estampó el más cálido y dulce beso que jamás haya sentido.

Sentí su mano tomar mi pene por encima de la ropa y empezó a masajearlo. Mientras tanto ya mis manos habían invadido su blusa y acariciaba sus blancos y cálidos senos. Rápidamente la despoje de su blusa y su brassiere mientras ella me quitaba la camisa. Por fin tenía ante mi unos senos hermosos, redondos y firmes coronados por unos pezones cafés tan deliciosos que me dediqué a chuparlos, lamerlos y mordisquearlos ávidamente.

Mientras tanto ya estábamos completamente desnudos y mientras una de mis manos acariciaba la teta que mi boca dejaba libre, con la otra masajeaba su depilada y blanca vagina que cada vez se humedecía más y más. Ella gemía lentamente con los ojos cerrados. De pronto se incorporó, cogió mi pene que ya estaba duro como metal y se lo introduce en la boca de un solo golpe y comienza la mamada más espectacular.

Pasaba su delicada lengua por todo el tallo hasta llegar a la cabeza donde dibujaba pequeños círculos con la punta de su lengua mientras me estampaba rápidos besitos para luego introducir totalmente mi verga en su boca hasta la garganta. Disfrutaba tanto de aquella felación que quise retribuirla de alguna forma y giré mi cuerpo hasta quedar directamente bajo su vagina. Estaba empapada. Su olor a hembra en celo me exitó aún más. Empecé lamiendo sus labios vaginales y sintiendo en mi boca su sabor hasta llegar a su clítoris donde un estremecimiento y suaves jadeos me dieron la certeza. Lo lamía y chupaba con avidez mientras sus gemidos se convertían en gritos hasta que su cuerpo se arqueó violentamente al tiempo que una catarata de fluidos bañaba mi rostro. Fue tanta la exitación que eyaculé en su boca.

Me desplomé sobre la alfombra pero Samantha seguía queriendo acción y se dedicó a limpiar con su boca concienzudamente mi pene hasta dejarlo completamente limpio y nuevamente erecto. Se sentó sobre mis piernas tomó mi verga con su mano y apuntando a su vagina se dejó caer clavándosela completamente.

Era delicioso sentir sus orgasmos uno tras otro, su vagina se estremecía y apretaba mi pene mientras sus jugos bañaban mis piernas y abdomen. La levanté y le pedí que se ponga en cuatro. ¡Qué espectáculo! Ese culito redondo y firme, la penetré por atrás. Mi verga entraba y salía mientras que con mi mano recogía parte de sus fluidos y los untaba en su ano. Introduje uno de mis dedos sintiendo como su esfínter me apretaba. Cuando ya mi dedo corría libremente introduje un segundo.

Saqué mi verga de su coñito y apunté a su culo. Me dijo que tuviera cuidado que nadie antes le había dado por allí. Le aseguré que no tenía porque preocuparse, que tendría cuidado. Empujé un poco y entró la cabeza, ella pegó un grito. Me decía que se la sacara, que le estaba doliendo. Me quedé quieto y acariciaba su clítoris, cuando su esfínter se acomodó a mi tamaño empuje lenta y continuamente hasta que entró todo mi pene. Era increíble, ese culito cálido y apretado recibía mi verga. Empecé un movimiento de mete y saca mientras ella gemía despacio. Le dije que si le dolía mucho se la sacaba. Me dijo que no, que siguiera y entonces aceleré el ritmo. Pronto sus gemidos se convirtieron en gritos. Tuvo un nuevo orgasmo que inundó la alfombra.

Su ano se contraccionaba apretando mi verga y no pude aguantar más. Inundé sus entrañas con una corrida que creí que nunca acabaría. Salían chorros y chorros de semen, inundándola completamente. Me desplomé sobre ella y dormimos abrazados.

Desde aquella vez somos amantes. Hemos practicado muchas posturas y aventuras. Incluso hemos incorporado a un nuevo miembro, mi pero Rocky, pero eso será parte de otro relato

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