Sam y Chelo (2)

El morbo, el placer perverso del sexo por el sexo. Sam y Chelo se vuelven a encontrar... ¡Y no estan solas!.

En primer lugar quiero agradecer los correos de todos los amigos y amigas a los que les ha gustado mi relato "Sam y Chelo". Hoy os envío la segunda parte. Como la primera está basada en hechos reales –muy reales- con la correspondiente licencia artística. Eso si, la licencia es muy pequeña… Espero que también os guste. Y os agredeceré que me lo hagais saber via e-mail. Un beso donde más os guste.

LA ESPERA

Tras la "aventurilla" con Chelo en aquel w.c., algo había cambiado en la vida de Sam. Para ser más exactos, algo muy concreto: su comportamiento sexual. Durante los 32 años de su vida, Sam había sido una "niña bien", políticamente muy correcta. Había tenido muchos novios –creo que ya expliqué que les gustaba a los hombres con su melena rizada, su culito alto y duro y sus ojos de soñadora impenitente- aunque ninguno la había… ¿cómo lo explicaría …?…Llenado, esa es la palabra correcta.

Sus relaciones sexuales siempre habían sido "normales". Y estaba satisfecha. ¡Bueno, todo lo satisfecha que cabía esperar!. Llegaba con facilidad al orgasmo –unas veces antes que otras, que hay mucho manazas suelto- y en su curriculum no había lugar a la duda. Era heterosexual. De pequeña sólo miraba a los chicos, le gustaban los juegos de niñas y estaba secretamente enamorada del profesor de gimnasia, como casi todas sus compañeras de clase. Salía frecuentemente a ligar… y ligaba siempre que quería. Nunca, ni en sus noches solitarias más acaloradas, hubiera sopesado ni tan siquiera minimamente la posibilidad de que le gustara una mujer.

Por eso, y sólo por eso, estaba tan confundida. Despues de muchos años de compartir espacio laboral con Chelo, su reacción sexual no había sido normal. ¡Dios mio, cómo la había deseado…! ¡Qué fenomenal orgasmo había sentido allí, en el sucio lavabo, con las piernas abiertas como una ramera, frotándose el clítoris, la vulva, el ano con semejante ardor…!

Una de las cosas que más la descolocaban era su propio estado de excitación. Era una sensación morbosa, ácida… pero plena de vida y adrenalina. Le sucedía algo similar a lo que sintió aquel día en el que hizo puenting… La dulce y ávida excitación previa al salto al vacío.

Los dos días siguientes al episodio del lavabo, Sam y Chelo apenas hablaron. Tampoco era necesario. Se miraban y se sonreían, con una mezcla de picardía y complicidad. Fueron dos jornadas laborales intensas, con muchos papeles que cursar y mucho ajetreo de teléfonos y recados. Quedó poco margen para otra aventura. Llegó el viernes y con él, lo esperado, lo ansiado por Sam

Sucedió por la tarde. A eso de las cuatro. Sam, al volver del almuerzo, encontró un papel doblado debajo del teclado de su ordenador. Antes de leerlo, intuía de que se trataba. Era escueto. Decía así:

"Querida, esta noche te quiero dar una pequeña sorpresa. Vístete con algo muy sexy, con clase. Te invitaré a cenar. Luego vendrán los postres. Te encantará."

No estaba firmado, ni falta que hacía. Lo guardó en el bolso mientras miraba hacia la mesa de Chelo. Allí estaba la dulce pelirroja. La miraba a los ojos, como sólo ella había descubierto que sabía hacerlo, mientras abría lentamente los muslos y le obsequiaba con una maravillosa visión de su piel suave y de su ropa interior de encaje negro. Su dedo índice recorrió, lentamente, la imaginaria línea de sus labios sobre la pequeña braguita. En ese momento apareció un compañero y hubo que terminar la exhibición.

Con todo, era suficiente. Sam sentía como el corazón le galopaba en el pecho. ¿Qué tendría preparado su amiga? ¿Postre? ¿Cena? ¿Ropa sexy…? La tarde pasó lentamente, agobiadora. Los minutos se le hicieron horas, y las horas días. Por fin llegó la hora de salida.

Te recogeré a las nueve y media en tu casa. Se puntual, por favor.- le indicó Chelo con un guiño.

Allí estaré.

Al llegar a casa, Sam se duchó, se perfumó, se recortó un poco los pelitos del sexo y se puso una braguita nueva, recien comprada, de encaje blanco, muy cortita en las caderas, alta, que le remarcaba el vientre plano y la suave piel de los muslos. Se dio la vuelta y se contempló en el espejo. Asintió complacida por el resultado. A continuación, se colocó el corpiño que hacía juego con las braguitas. Era de tamaño medio, como de veinte centímetros y estaba sujeto con una colección de una docena de interminables corchetes delanteros. Le levantaba el pecho. Se veía muy guapa. Acto seguido se puso unas medias tambien blancas, de seda, muy suaves, sujetándolas con un minúsculo liguero gris.

Para la ocasión escogió una faldita negra, corta, con un poco de vuelo, una camisa sin mangas, con un poquillo de escote y una cazadora de cuero negra.

Cinco minutos antes de la hora fijada, Chelo ya estaba frente a su puerta. Sam se subió al vehículo y, sin mediar palabra, besó suavemente en los labios a Chelo. Poco después, la autopista pasaba y pasaba con inusitada velocidad bajo los neumáticos. Sam espió, en la penunbra, a su compañera de juegos.

Estaba deslumbrante. Se había recogido el pelo en un elegante moño y vestía uno de esos vestidos de semi-fiesta aptos para cualquier velada formal, tambien negro, con unos adornitos en forma de flor en un costado. Llevaba medias y se preguntó si usaría liguero.

La cena resultó sorprendente por muchos motivos. Primero, por el sitio elegido. Un precioso restaurante con unas vistas maravillosas y un servicio perfecto. Segundo, porque era una cena exclusivamente para dos… No sabía la razón, pero Sam había supuesto que, seguramente, por la actitud de Chelo, habría algunos otros invitados, pero no fue así.

El misterio se desveló en los postres. Chelo, bajando la voz, le dijo misteriosamente:

Mira a tu alrededor. ¿Hay alguien en el restaurante que te guste…? ¿Alguien con el que harías el amor…?

Sam miró. Había tres parejas a su izquierda compartiendo mesa. Eran algo mayores y pasó de largo. En un rincón, junto a los ventanales, dos chicas apuraban su café. Una era delgada y rubia. Estaba de espaldas mostrando una abertura muy pronunciada en el vestido. Su compañera era tambien esbelta, pero tenía la mirada triste. Siguió observando. Más allá, dos chicos jóvenes. Parecían divertidos. Uno era guapo, el otro, muy normalito. Junto a la puerta, un madura pareja discutía con su hija, una adolescente impertinente y huraña. Volvió a posar sus ojos sobre los de Chelo:

No veo a nadie especial. Sé con quien quiero hacer el amor… Contigo.

Chelo movió la cabeza.

A veces, querida, las apariencias engañan. De todos modos, no te preocupes. La sorpresa llegará más tarde. ¿Has terminado? Pues vamos de visita.

Chelo pagó con su Visa y ambas salimos al exterior. Ya era noche cerrada y corría una suave brisa. Me estremecí un poco. Una vez en el coche, mi pelirroja amiga dirigió nuestros pasos hacia una urbanización. Apenas fueron cinco minutos. Paró el motor y encendió un cigarro. La miré interrogadoramente:

¿ Y bien? ¿Qué hacemos aquí?

Tranquila. Tranquila. Debemos esperar un poco. Serán diez minutos. ¿De qué color llevas la ropa interior…?

Blanca.

Me gusta tu faldita. Va a dar mucho juego.

¡Oye, Sam! Acerca de la "sorpresa"… yo no se si me apetece contar con un compañero de juegos

Esta persona sí te apetecerá. Es única. Y le has gustado mucho.

¡Si no has hablado con nadie! No me he separado de ti ni un momento y tu móvil no ha sonado. ¡Tú me engañas!

Esa persona y yo tenemos una clave secreta. No es la primera vez que hacemos ésto, ¿sabes?.

¿Es hombre… o acaso mujer?

¿Tú que prefieres, querida…?

Sam no contestó. En ese momento, el móvil de Chelo zumbó. Dos veces. Un mensaje. Ni tan siquiera lo miró.

Ha llegado el momento. Déjame ponerte esto. No te lo quites, o se acabará el juego.

Chelo colocó, en forma de venda, un pañuelo de seda negra sobre los ojos de Sam. Lo anudó con cuidado. Era ancho y no permitía ver nada.

Sam la sacó del cohe y la hizo andar. Primero por un camino de grava. Oía el ruido bajo sus tacones. Luego, sobre hierba y finalmente, sobre losas. Le hizo subir tres peldaños y notó como penetraban en una vivienda. Sonaba una música suave. Sam sintió como era conducida a una dependencia. Escuchó unos cuchicheos. Una mano, cálida, la empujó suavemente. Dió dos pasos. Esa mano le hizo levantar casi totalmente los brazos. Con un cordón grueso, observó como le ataban las muñecas a una pieza de madera –Sam no lo sabía pero era el barrote de la escalera que conducía al piso superior- y quedó así. De pié, de espaldas a una pared rugosa, con las manos atadas sobre su cabeza. Totalmente expuesta a los caprichos de Chelo y… ¿de quién más…?

Sam revisó mentalmente las imágenes del resto de comensales. Seguramente sería alguno de los más jóvenes. Veamos… Los dos chicos -¡ojalá fuera el más guapo!-, la rubia o su compañera, la pareja madura… ¿Quién sería la persona que escuchaba caminar quedamente por la habitación?.

En ese momento, todo comenzó.

Con suavidad, notó como unas manos acariciaban su rostro, oculto por la venda. Unos dedos habilísimos encontraron sus orejas y jugaron con sus lóbulos. Un dedo meñique se introdujo en su oreja derecha. Sam dió el primer suspiro de la noche. A estas alturas, estaba excitadísima.

Chelo… no me haréis daño, ¿ verdad?

¡Claro que no, cielo! Disfuta… - la voz de su amiga llegaba de su izquierda, evidentemente no eran las manos de Chelo las que la acariciaban.

Esas traviesas manos se ensortijaban ahora en su cabello. Una arañaba suavemente, lentamente, su nuca… mientras la otra se posaba en su pecho, sobre la camisa. Sam resopló bajito. ¡Qué maravilla de sensación!. Se sentía a merced de aquellos sátiros… y no podía dar marcha atrás. Ni quería darla.

Aquel personaje le estaba desabrochando la camisa. Lo hacía todo con una lentitud estudiada… observando la reacción de su piel, el compás de su respiración… Demorándose allí donde notaba que más le agradaba. Con la camisa abierta, mostrando su corpiño a los ojos de sus "violadores", Sam sintió una cálida y rítmica respiración… en su cuello.

¡Aquella persona la estaba oliendo…! La olfateaba. Bajó por su pecho, llegó al ombligo, y siempre con exquisita suavidad, le levantó la falda. Sam tuvo consciencia de que varios pares de ojos estudiaban su braguita, y se sintió morir. Estaba mojada, muy mojada y, de un modo automático frotó sus muslos uno contra otro. Aquella persona, en ese momento, la estaba oliendo justo allí. En su entrepierna. Escuchó la voz de Chelo, más cercana que antes

¡Abre las piernas, cariño…! ¡Abrelas todo lo que puedas!

Sam lo hizo. Notaba el calor que emanaba de su propio sexo. Y notaba la respiración del personaje que husmeaba en su braguita. Sintió un leve roce… Supo que era la nariz. Una nariz que le rozó el clítoris. Sam abrió la boca.

LA TERCERA PERSONA

Cuando Sam y Chelo llegaron a la casa –la primera ya saben que con los ojos vendados- encontraron a su anfitrión. Allí en un sofá, vestida únicamente con una camiseta larga, estaba… la adolescente gruñona que compartía mesa con sus padres en el restaurante. Era morena, de pelito corto pero muy cuidado. Tenía un rostro muy bonito, adornado con un pequeño lunar en su mejilla derecha.. No era muy alta, pero sí muy sensual. Sus pechos eran, simplemente, perfectos. De esa perfección insultante que tan sólo dan los dieciseis años. Sus piernas, esbeltas, solían estar ocultas por pantalones… Se llamaba Celia. Ojos verdes, piel muy blanca… y una mente perversa, llena de vicio.

Hacía muchos meses que conocía a Chelo. Las había presentado una amiga común, pero eso es otra historia… que algún día conocerán.

Era Celia la que había atado a Sam, la que había jugado con su cabello, la que, en estos momentos, de rodillas sobre un cojín, olfateaba el sexo de su indefensa prisionera, con la nariz apenas rozando la tela de las braguitas blancas. Celia miró desde abajo el volupuoso cuerpo que se le ofrecía. Veía como subían y bajaban los pechos, como la boca estaba abierta, como Sam estaba a punto de gritar… Se fijó en la humedad que comenzaba a empapar la ropa interior. Se la indicó a Chelo. Esta habló con voz entrecortada

¡Oh, Sam, querida…! ¡Estás mojadísima!… Has humedeciendo tus braguitas… ¡Cómo me gusta! ¡Cómo nos gusta…!

Sam no podía más. Su voz resultó extraña hasta para sus propios oidos cuando habló:

¡Folladme! ¡Tened piedad de mi! ¡No aguanto más!

EL PRIMER ORGASMO DE SAM

Celia comenzó a desabotonar el corpiño.

¡Eso es…! ¡Quítamelo! ¡Chúpame los pechos!

Cuando quedaron al descubierto, Celia sopló sobre los pezones, con el resultado lógico. Se pusieron duros como una piedra

¡Por favor…!.- gemía Sam.- ¡Hazme algo…! ¡O desátame y así lo haré yo…!

Para evitar que siguiera frotándose los muslos, Celia y Chelo procedieron a atar los tobillos de su prisionera a otros dos barrotes de madera de la escalera… De nada sirvieron las protestas airadas de Sam.

¡Dejádme! ¡No, por favor…!

Su particular torturadora se comportaba de un modo muy dulce.. y Sam –ignorante de quien se trataba- le rogaba una y otra vez.

¡Méteme tu polla hasta el fondo…!¡ Destrózame!… ¡Chelo, dile que lo haga… no seas cabrona…!

Allí estaba, atada, con las piernas abiertas, sus bragas llenas de humedad y los pechos al aire, tiesos los pezones… ¡En qué acabaría todo ésto…?

Celia tomó unas tijeras y, de una cajita de plástico, sacó un pequeño consolador color carne. Se volvió a agachar delante del sexo de Sam y lo rozó con la yema de sus dedos. La prisionera gritó:

¡Eso es!. ¡Vamos, no pares, por favor!

Con cuidado, Celia hizo penetrar la punta de las tijeras por el tejido, a la altura de la vagina y recortó un pedacito de tela, justo lo necesario para dejar al descubierto el sexo de Sam.

¿Qué haces…? ¡ maldito cabrón…! Dame tu lengua

A un lado, Chelo se había recostado en un sillón. Se subió el vestido hasta la cintura y con su mano izquierda se apartó el elástico de su negra braguita. Comenzó a acariciarse con suavidad sin perderse ni una escena.

Celia no se hizo rogar en esta ocasión. La puntita viciosa de su lengüecita comenzó a chupar los restos de tela, a ambos lados de los labios entreabiertos. Luego, jugueteó con las ingles. Y, coincidiendo con un grito grave de la cautiva, se apoderó del clítoris empapado.

El sexo de Sam estaba, simplemente, encharcado. Celia notó el profundo sabor, la exquisita suavidad de los lubricados labios mayores. Se ayudó con las manos para acceder a lo más profundo del coño. Notaba como las humedades de Sam le mojaban la barbilla, la nariz, los pómulos… La pobre prisionera no estaba para muchos trotes. En apenas unos segundos se corrió salvajemente, aullando, temblando, derrumbándose sobre el rostro que la chupaba. No cayó al suelo porque estaba atada.

EL SEGUNDO ASALTO

Apenas dejaron reposar a Sam unos minutos. Esta vez, fue Chelo la que se acercó a ella. Se desnudó completamente y se arrodilló sobre el cojín ante el desmadejado cuerpo de la prisionera. Con manos firmes, atrapó los pechos de Sam, pellizcando con suavidad sus pezones. La cautiva gimió…pero no protestó.

Con dulzura, tomó el consolador y, acercándolo a la vulva de su compañera de trabajo, comenzó a acariciarle con él. Sam reaccionó con prestitud. Desde su oscuridad, pensó que bien podía ser un pene. Lo deseaba. Abrió todo lo que pudo las piernas. Le dolían los brazos pero estaba dispuesta a llegar hasta el final.

Celia, por su parte, se tumbó boca arriba, apoyando la cabeza en el cojín, justo entre las rodillas de Chelo. Disfrutaba, así, de una visión maravillosa del depilado coño de su amante. Esta se sentó sobre la perversa boquita y la lengua, la misma lengua que había hecho enloquecer a Sam, perforó sin dudas el nuevo objetivo. Chupaba y chupaba… de la vulva al ano, de la ingle al clítoris… Chelo comenzó a gemir. Con decisión, hizo penetrar el consolador en el abierto coño de Sam. Mientras tanto, Celia acariciaba, dentro de sus braguitas, sin perder a su presa, su erecto clítoris. Cierto es que nuestras amigas no aguantaron demasiado. Una tras otra se corrieron… Primero, Celia. La adolescente curvó la espalda, estiró las piernas y se dejó ir en silencio, sin un gemido, mientras apretaba firmemente los muslos contra su mano. Después, Chelo. La lengua de la pequeña víbora hizo su trabajo. Apoyando el rostro en el vientre de Sam, firmemente atrapada una nalga de la cautiva, se corrió salvajemente. Por último, llegó el segundo orgasmo de Samanta. Mucho más largo que el anterior… Lo sintió venir… de "lejos"… notó como le crecía en los riñones, como subía y bajaba por su columna vertebral, como tensaba todos sus músculos, y como estallaba en mil sitios a la vez, como un relámpago cautivo en su piel.

LA PERVERSA CELIA

Sam creía que todo había acabado. No escuchaba nada que no fueran los gemidos de Chelo. Tras el orgasmo de la cautiva, Chelo se había tumbado en el suelo de madera. Con delicadeza acariciaba su abierto sexo, desde al ano hasta el ombligo. Celia, siempre con las braguitas y la camiseta puestas, descansaba con la cabeza apoyada todavía en el cojín.

¡Soltadme, por favor! Me duelen las muñecas.- rogó Sam.

De un salto, la morbosa jovencita se incorporó y se acercó a la atada. A pesar de sus pocos años y de su poca envergadura era fuerte, y lo demostró. Soltó las muñecas de Sam y antes de que ésta pudiera desprenderse la venda de los ojos, la zancadilleó y la hizo caer al parquet. Con una llave la inmovilizó mientras procedía a atar las manos de nuevo, en esta ocasión, a la espalda. Sam quedó tumbada boca a bajo, con las faldas alzadas, mostrando el culo respingón y las perforadas braguitas. Chelo se levantó y se unió a la nueva fiesta. Mientras la anfitriona desaparecía en otra habitación, procedió a quitar la arrugada falda de Sam, dejándola tan sólo con la inútil prenda interior.

¡No puedo más…! ¡Chelo, me voy a enfadar… suéltame y vámonos a casa, por favor…!.- rogó Samanta.

No encontró respuesta. En ese momento regresó Celia. Llevaba en la mano dos arneses de esos que se ven en las películas porno. Dos enormes penes de látex con correas. Dejó uno en el suelo y arrojó otro, el más grande, a Chelo. Esta se lo colocó sin mediar palabra. Era impresionante. Frente a ella, Celia comenzó a quitarse la camiseta. A un lado, Sam seguía atada y vendada, ajena a estos hechos. Chelo admiró, como había hecho tantas vecess, el cuerpo de su joven amante. Y ésta, a pesar de sus pocos años, sabía lo que se hacía. Sabía exactamente qué hacer para volverla loca. Primero dejó al descubierto los muslos, firmes, sin un gramo de celulitis, después aparecieron las braguitas. Blancas, inusualmente grandes –estaba claro que las había comprado su madre- y poco atractivas… Al menos en teoría. Algo tenía el culito de Celia que hacía que todo le sentara bien. Con estudiados movimientos, se colocó de perfil y siguió tirando de la camiseta hacia arriba. Apareció su ombligo, la suave curva inferior de sus pechos. Ahí se demoró un ratito, justo lo necesario para que Chelo la animara con un gesto. Después, los pezones, no muy grandes, pero jugosos… Caminando lentamente se acercó a un gran sillón junto a la chimenea, tomó a su paso una botellita de una mesa y la arrojó a Chelo. Era aceite corporal. Chelo sabía lo que ella quería y se lo iba a dar. Abriendo la botellita, lubricó el gran pene de plástico y se puso en pié.

Mientras tanto, Celia había llegado al sofá. Sin volverse ni una sola vez, se bajó lentamente las braguitas blancas. Chelo miró ávidamente el trasero de aquella pequeña golfa. Era de revista. En su fuero interno, Chelo envidiaba ferozmente las nalgas de aquella lagarta.

Celia se tumbó boca abajo en el apoyabrazos del sofá, de modo que su culo quedaba en pompa, a la libre disposición de Chelo quien se acercaba con la peor de las intenciones. Se acercó a aquel ano rosado y apretado y le arrojó un chorrito de aceite. La vagina de Celia sonreía un poco más abajo, y una parte de la loción cayó sobre ella. La niña relajó el cuerpo y su coño se entreabrió un poco, como si observara lo que se le venía encima.

Chelo masajeó el ano. Introdujo un dedo, luego dos… luego tres… mientras, boca a bajo, Celia se retorcía de placer. Finalmente, apoyó la punta del monstruoso miembro artificial en aquel relajado orificio y empujó.

EL TERCER ORGASMO DE SAM

Desde el suelo, Sam escuchó el gruñido de Celia al ser penetrada. Casi no había cambiado su posición desde que fue inmovilizada. Oyó los gemidos de Chelo y, al poco rato, una especie de rugido ahogado por una almohada o algo similar. Luego, el silencio de nuevo. No quería hablar. Le dolía todo el cuerpo… y, lo que son las cosas, todavía estaba excitada. Notaba que le faltaba algo… Como un buen postre al final de un banquete.

Pronto oyo pasos sobre el parquet. Notó unas manos que la levantaban de los sobacos, otras que le abrían los muslos y algo que la penetraba sin miramientos. Su vagina no opuso resistencia. Todo lo contrario. En unos instantes estaba en el séptimo cielo. Con los ojos vendados, con las manos atadas en la espalda, se autoensartaba aquella cosa enorme. El sudor pronto le caía por la espalda.

Era Chelo la que, tras dar por el culo a Celia, había penetrado a Sam. Tumbada boca arriba, con el arnés mirando al techo, veía como los pechos de su compañera de trabajo asomaban de entre sus prendas entreabiertas. El pene de látex aparecía y desaparecía, húmedo y brillante, por el agujero practicado en las braguitas de la cautiva. Notaba que estaba a punto de correrse. En ese momento, una mano empujó la espalda de Sam contra el cuerpo de Chelo. Sam notó como el cabello de su compañera de trabajo penetraba en su boca, y sintió sus pechos desnudos contra los suyos. Notó como unas tijeras cortaban lo que quedaba de sus bragas de encaje, dejando su culo al aire; sintió como el pene de plástico seguía entrando y saliendo rítmicamente de su vagina; se estremeció al notar un chorrito de aceite en su desprotegido ano; gritó cuando un dedo dilató su esfinter y aulló cuando el arnés de Celia comenzó su galopada dentro de sus nalgas.

El dolor inicial se convirtió casi instantáneamente en placer sublime. Sam se vió a si misma, atada y vendada, siendo sodomizada por una persona desconocida, mientras la boca de Chelo atrapaba, uno tras otro, sus durísimos pezones. Se vió penetrada doblemente, salvajemente. El placer le llegaba en oleadas… ¡Y si había más espectadores de aquellos juegos…! Este pensamiento fue demasiado. El orgasmo llegó aturdiendo todo el organismo de Sam… Esta vez no tuvo ni voz para gritar… Se relajó, explotó… y se orinó sobre sus violadoras.

Lo siguiente de lo que realmente tuvo consciencia Sam fue de la brisa de la noche que penetraba por la abierta ventanilla del auto de Chelo. Se retiró la venda de los ojos. Estaba semidesnuda, con los pechos al aire. Su trasero, al descubierto, se sentaba sobre una toalla. Olía a orines, olía a sexo. Miró a Chelo. Conducía mientras fumaba un cigarro. Se miraron.

¿Te ha gustado, cariño? ¿Has disfrutado?

Ha sido, sencillamente, único.

Pues ésto es sólo el príncipio… vamos, si tu quieres

Naturalmente que quiero. Yo deseo lo que tu desees.

No volvieron a hablar. Sam pensó en la tercera persona. ¿Era hombre o mujer? En su fuero interno pensaba que era una chica. Ahora bien ¿era la rubia o su aburrida compañera? ¿ Acaso la señora de mediana edad? Ni por un momento pensó en la jovencita que protestaba por la ausencia de patatas con el bistec. La brisa hizo que sus pezones, otra vez, se pusieran duros

(Continuará)