Salvando a mi madre (2)
El imagina lo que su primo y su madre hubieran hecho.
En mi imaginación comenzaron a tomar forma las imágenes de lo que hubiera podido ocurrir entre mi madre y mi primo Néstor, esa noche, luego de haberme yo dormido.
Tía termina de lavar los platos que yo empezaré a asegurar las puertas y las ventanas. Bueno sobrino, por favor revisa que estén bien seguras -Habiendo terminado de lavar, mi madre se asomó a la sala y encontró a Néstor echado en el sofá mirando televisión-. Perdona tía pero estaba más cómodo echado. No te preocupes, sigue no más, me sentaré en la silla. No tía ven siéntate a mi lado que yo encogeré las piernas, ¿quieres que cambie de estación? No sobrino, sólo te acompañaré hasta que me de sueño, mientras seguiré tejiendo una manta. Durante unos diez minutos nada ocurrió, pero de pronto, aparentando haberse dormido, mi primo estiro un poco sus piernas, con lo que prácticamente presionó las piernas de mi madre contra el brazo del sofá.
Ella se sorprendió, indecisa, al fin decidió continuar tejiendo, mi primo dejó transcurrir otros minutos y nuevamente se movió, esta vez sus pies recogieron un poco la amplia falda de mi madre dejando al descubierto el inicio de sus muslos. Mi madre se mostraba inquieta, quizás recordando lo que había sucedido aquella mañana.
"Tía cada vez estás más joven. Anda no digas mentiras, no me dirás que durante tu servicio en el ejército no has visto mujeres más bonitas y jóvenes. Bueno tía con las ganas que le dan a uno, cuando salía del cuartel todas parecían bonitas, pero ninguna era como tú. Pero que dices niño, si soy tu tía. Pero tú me has preguntado. Cierto pero mejor cambiemos de tema. ¿Por qué? No sé, me da vergüenza, se nota que has aprendido muchas cosas y que ya no eres él mismo. Pero sigo siendo tu sobrino. Sí sólo que ahora eres más alto y fuerte, y me hablas como si no lo fueras. Será porque eres muy bella y en cuanto a lo fuerte ahora verás tiíta -Entonces y antes de que ella pudiera darse cuenta la había levantado del suelo. Sosteniendo sus espaldas con un brazo y sus piernas con la otra, riendo Néstor la hacía girar con fuerza, sin saber por qué ella también río, pero las vueltas empezaron a marearla y sosteniéndose a su vez, con los brazos, al cuello de mi primo, cerró los ojos.
Al hacerlo sus otros sentidos quedaron más alertas, pudo sentir el brazo poderoso que sostenía su espalda y sobre todo las manos, que colocadas en la corcova que formaban sus muslos y sus piernas, tocaban su piel desnuda. También sintió el olor creciente de macho que emanaba del fuerte pecho, contra el que se había apretado, al sostenerse con los brazos. Fue como si descubriera que era otra mujer. Nunca se había sentido como ahora, agradablemente frágil. Sintió que un cosquilleó empezaba a crecer entre sus piernas e instintivamente las apretó, solamente para sentir que el cosquilleo aumentaba agradablemente, y sin saber bien que hacía empezó a cruzarlas con creciente anhelo, a la vez que se unía más fuertemente al cuerpo que la sostenía.
Sintió, como en un sueño, que Néstor haciendo un esfuerzo y sin detenerse la reacomodaba entre sus brazos, de una manera distinta a como lo había hecho hasta entonces, con ansiedad creciente, sin respeto alguno, como si fuera simplemente suya. ¡Suya! es así como se sentía, tomó conciencia de que la mano, del brazo que sostenía su espalda, rozaba ahora su pecho izquierdo y que la otra abandonado la corcova detrás de sus rodillas, había subido un poco hacia sus muslos, sin fuerzas para reaccionar, sin siquiera intentar soltarse de su cuello, alcanzó a murmura, Néstor por favor.
De lejos le llegó la respuesta. ¿Por favor qué, Rita? La había llamado por su nombre, no le había dicho tía, sino Rita como si fuera simplemente una mujer cualquiera, confundida no respondió, simplemente se dejó llevar y entonces sin siquiera pensarlo, su rostro empezó a moverse sobre el musculoso pecho y sus labios encontraron lo que instintivamente buscaban, un duro pezón sobre el que tímidamente se detuvieron.
Néstor sorprendido por la reacción de la mujer que se le abandonaba, empezó a su vez a sentirse más confiado, pero a la vez más cauto, después de todo alguien podría llegar y todo se complicaría. Pensó que lo mejor sería dejarlo para después, ya que su tío estaba de viaje podría intentarlo esa noche en su propia casa; sin embargo la impensada situación a la que estaban llegando lo había arrechado demasiado y sólo anhelaba tirarla sobre el montón de ropa sucia que estaba en el suelo, ponerse encima de ella arrancarle el calzón y bombearla fuertemente.
Su tía, tenía entre sus brazos a su tía, tan seria y distante siempre, había resultado más fácil de lo que había pensado. Recordó que en sus primeras semanas en el ejercito, una noche mientras se pajeaba, el recuerdo de su tía afloró libremente: Una mañana cuando tenía quince años ella le pidió ayuda para subir a tender ropa en la azotea y el refunfuñando la acompañó, sin saber lo que ocurriría. Como siempre le alcanzaba la ropa, que ella, antes de tenderla volvía a presionar, para eliminar la mayor parte del agua. Notó entonces que el constante salpicar del agua, al humedecer la blusa de su tía, iba permitiéndole apreciar los bordes delanteros del sostén, tomando conciencia del voluminoso tamaño de las tetas que luchaban por escaparse de su encierro y del sublime bamboleo que sufrían cuando ella levantaba la ropa.
Así fue que su tía comenzó a ser la imagen preferida que acompañaba sus desahogos solitarios y el nombre que susurraba, al vaciarse en las mujeres que le alquilaban sus favores. Una idea se fue entonces formando, algún día la haría suya, algún día esos melones bamboleantes serían estrujados y chupados por él. Y ahora después de tanta espera y de un cuidadoso acoso, la tenía entre sus brazos, rendida y anhelante. Se repitió sin embargo que no debería ser así, que para que consiguiera todo lo que se había imaginado, tendría que cacharla en un lugar en que no los interrumpieran, donde ella presa de su propia arrechura, le pidiera, le llorara, le bramará que la hiciera suya.
Sin embargo quiso darse un último gusto, así que sosteniéndole la espalda empezó a dejar que sus piernas se deslizaran, aparentando que se le resbalaba, ella reaccionó aferrándose más y entonces agachándose de dejo caer.
La caída de Néstor no había provocado su separación, antes más bien seguían unidos. Recostado contra la pared él se encontraba sentado, con ella sobre sus ingles. Rita sintió que algo tremendo y palpitante se había posado entre sus generosas nalgas, el cosquilleo entre sus piernas empezó de nuevo, aunque de una manera más acuciante y poderosa, no quiso pensar, no quiso abrir los ojos. El brazo que rodeaba su espalda, ahora la abrazaba y la fuerte mano reposaba claramente sobre el encuentro de sus senos, sentía que su falda se había levantado en la caída y que sus rodillas elevadas deberían estar dejando ver el nacimiento de su trusa, tuvo entonces un atisbo de vergüenza, si fuera así, el debería estar notando su creciente humedad.
Néstor luchaba por no continuar, si sólo ella se lo pidiera, pero parecía que no sería así, se descubrió entonces mirando las gruesas y turgentes rodillas que quedaban plenamente a su vista, las pantorrillas gruesas y brillantes, pero sobre todo los inmaculados muslos, que acordes a la proporción de las pantorrillas y las rodillas, se mostraban plenos y fuertes, imaginó entonces el esplendor que debería mostrar el soberbio culo que tantas veces se había imaginado y que su morcillona pinga sentía ahora.
Empezó a dejarse llevar y su mano se poso sobre una de las rodillas que tan generosamente se le ofrecían, suavemente casi rozando la superficie de la piel, fue bajando hacia las pantorrillas, ella simplemente se acurrucó más. La miró, el rostro escondido entre su pecho, sus labios aún apretados sobre su pezón, acurrucada como una niñita contra él. Eso lo hizo reaccionar, sí se contenía, pronto la tendría así nuevamente, indefensa y anhelante como una novia inmaculada que tiene miedo y deseo, la tendría acurrucada otra vez entre sus piernas, pero desnuda, calata, entregándole sus deseos y rogando por ser atravesada.
Así que levantó su mano y apartando el cabello de su tía, rozó su rostro con un dedo. Rita abrió al fin los ojos y escuchó que Néstor riendo inocentemente, le decía: Después de todo no soy tan fuerte. Ella quedo azorada, estaba sentada sobre sus piernas con la falda levantada y sintiendo la hombría de su sobrino, y sin embargo el parecía no darse cuenta, eso significaba entonces que todo había sido un juego, se sintió mortificada y sobre todo dejada a medias.
Percibiendo su desazón, él la miró extrañado y le preguntó si acaso se había golpeado, a lo que ella respondió simplemente con un movimiento negativo de su cabeza. Pidiéndole perdón, Néstor le dijo que no volvería a comportarse así, al tiempo que suavemente le ayudaba a incorporarse. Rita no sabía que decir, aquel adolescente, la había hecho sentirse como nadie nunca antes, despertando un deseo tan fuerte que aún bramaba entre sus piernas, un deseo tan fuerte que le dio miedo, al sentir que podría entregarse como nunca antes, ahora de repente todo había acabado y él parecía no darse cuenta, estaba confundida.
Néstor estuvo tentado a continuar, al ayudarla a levantarse, pudo apreciar claramente el fuerte olor de mujer arrecha que escapaba de entre sus piernas y pudo asimismo observar la blancura de sus muslos, casi hasta donde empezaba el borde del conservador calzón de algodón blanco, se contuvo, sin embargo pero quiso alargar el momento y así arrodillado como estaba, diciendo tía te has raspado, le levantó levemente la falda y se llevó un dedo a la boca humedeciéndolo, para pasarlo luego suavemente sobre la supuesta herida tras la rodilla derecha. Al mismo tiempo su otra mano se posaba justo por debajo de la cadera de Rita y la empujaba, indicándole que se volteara. Ella se sorprendió, al sentir el dedo húmedo acariciando su sensible piel y sintió que nuevamente caía en el hechizo, obedeciendo a la mano que se posaba, casi encima de su glúteo, simplemente giró ofreciéndole a su sobrino la plenitud de su trasero.
Fue más de lo que Néstor había esperado, la hembra entregada y arrecha, en la que se había convertido su tía, simplemente le obedecía en todo. De usar un dedo había pasado ahora a emplear toda su mano, sintió que sus caricias iban haciendo que los vellos de las piernas de su tía se erizaran, mientras sus ojos se solazaban ante la rotundidad de las caderas que se le ofrecían, estuvo por un momento tentado a abrazarse a ellas, a perderse entre aquellas piernas, ya sin control alguno espero que ella diera alguna seña que le impulsara a detenerse, preguntó entonces, ¿avísame si ya es suficiente?, pero ella simplemente no respondió (Continuará)
Por favor háganme llegar sus comentarios.