Salvaje penetración
Paolo me penetra de la forma más brutal que había experimentado hasta el momento.
Solamente había descripto a Paolo, porque en realidad me impactó tanto que hizo que me olvidara de mí. Me reconozco atractivo, pero recién en este momento creo que es preciso describirme porque en El Portal, ante esa naturaleza tan espectacular y el sol pleno brillando en el cielo absolutamente azul, nuestros cuerpos tan iguales pero a la vez tan diferentes se fusionaron a la perfección.
Mido 1,88 soy rubio, de cabello casi lacio, ojos azules y poco vello, aunque lo tengo muy bien distribuido. Creo que lo más seductor que tengo es un fino camino dorado, de pelos cortos que comienza en el ombligo y poco a poco se va ensanchando hasta rodearme toda la verga y que luego me baja por las piernas terminando, asi como empezaron, suavemente, a la altura de los tobillos.
Tengo una musculatura marcada, un poco naturalmente y un poco por las horas que paso en el gimnasio o practicando deportes acuáticos, en la piscina de mi casa, en el club o, cuando la altura de las aguas lo permiten, en el mismo Río Iguazú.
Les comenté en el relato anterior que Paolo me había dado un golpe en uno de los brazos y me lo había dejado muy dolorido y casi sin fuerzas, ese golpe me extrañó y cuando volteé a mirarlo noté sus profundos ojos negros taladrándome, totalmente empalmado, dejando traslucir una semisonrisa que acentuaba aún más sus blanquísimos dientes.
Al momento yo supe lo que vendría, algo que en realidad no lo esperaba, había pensado que todo terminaría ese día con la espléndida penetración que le había dado, pero sin dudas las cosas no terminarían así.
Me tomó fuertemente, casi con violencia con ambos brazos por el torso y sentí una electricidad reccorrer toda mi anatomía a la vez que comencé a tomar conciencia de su dura poronga apoyada totalmente sobre mi estómago y su pie derecho apoyarse firmemente sobre el mío izquierdo.
Me introdujo su carnosa lengua hasta el fondo de la garganta, jugueteó con mis dientes recorriéndolos con la punta de esa lengua que por momentos parecía un estilete por la forma y la dureza que adoptaba y por momentos se ablandaba y se metía en cada hueco de la cavidad de mi boca volviéndose amorfa, lasciva, mucho más húmeda, como si en estos instantes su saliva, que bañaba tanto el interior de su boca como la de la mía, fuera mucho pero mucho más abundante y pastosa.
Sus mejillas, cuya barba ya había comenzado a crecer a pesar de que temprano , en la mañana se había rasurado, me raspaba la cara y con su mentón prominente me hacía cosquillas, casi daño, en el cuello,
. Comenzó a besarme, primero las orejas, me mordisqueó los lóbulos, luego introdujo totalmente una de ellas en su boca y con la lengua intentaba llegar a lo más profundo de la misma, yo me sentía desfallecer, la calentura no me dejaba pensar, finalmente había emergido de lo profundo de su ser el macho total que era.
Su pija había alcanzado prácticamente todo su esplendor y se había alojado entre mis piernas mojándome totalmente con el líquido preseminal, me decía palabras duras que me empalmaban todavía más.
Sin miramientos me acostó sobre las rocas, yo sentía un poco de dolor en la espalda por la protuberancia de una de ellas, pero a la vez el placer de su verga sobre mí me hacía olvidar rápidamente esa incomodidad.
En ese momento no pude menos que pensar en esos grandes amores entre los hombres de la angüedad griega y romana, entre Alejandro y Hefestión o entre Antinoo y Adriano y tuve la cabal comprensión de que el amor entre hombres es más fuerte, es más auténtico y es, a la vez, más doloroso.
El amor entre machos puede renunciar a la ternura, puede basar el goce en la fuerza, en la atracción de los iguales, es, a mi juicio, infinitamente más rico y cambiante que el que se puede tener con una mujer, a quién, en la mayoría de los casos hay que proteger, cuidar y mantener cierta delicadeza.
Con el varón es como en una justa medieval, es una competencia donde uno resultará vencedor y nunca se sabe cual será, y el vencido, se siente bien aún vencido, porque su contrincante al vencerlo lo hizo gozar hasta el límite de lo humano.
Me comenzó a morder los pezones, con pasión pero con furia, mis tetillas alcanzaron su máxima dureza, esa dureza que al solo contacto produce dolor, cuanto más con unos perfectos dientes mordisqueando sin piedad, el dolor era fuerte, era real, estaba ahí, pero me daba cuenta que en realidad era eso lo que siempre había buscado, que me doliera todo el cuerpo, la espalda por las rocas, las tetillas por sus mordiscos, el cuello por la aspereza de su barba, pero yo estaba en la gloria, por fin me cogía un macho con todas las letras.
Sentía en las piernas los vellos de las suyas, sus pies estribando en las piedras y todo el peso de su cuerpo sobre el mío; sus suspiros, fuertes como los de un toro, por momentos se convertían en jadeos o gemidos lastimeros que se perdían en el fragor del agua al caer por esas maravillosas cascadas.
Comenzó a bajar con la boca, llegó a mi ombligo, hurgueteó en él hasta hacerme doler, siguió bajando y luego se entretuvo con mi verga, la cual hacía desaparecer dentro de esa cavidad húmeda y caliente que era su boca, me mordiqueaba el glande y a decir verdad yo no podía más, solo deseaba que me penetrara de la manera más salvaje posible y confundirme con él en un solo cuerpo por el resto de la vida.
Abrí las piernas y con ellas rodeé su cintura con toda la fuerza que tenía, yo también quería que algo le doliera, para ese momento tenía el culo solicitando a gritos su tremenda pija, estaba totalmente dilatado, se había dilatado espontáneamente, ya que Paolo no me lo había tocado siquiera y yo tampoco lo había hecho.
Así estaba cuando sentí como en una ráfaga rapidísima, primeramente su glande en la puerta y luego una penetración instantánea, sin miramientos, en una pequeña fracción de tiempo su verga ya era mía, me la introdujo de un solo golpe sin prolegómenos, su boca emitió un sonido indescriptible que se fusionó con el tremendo grito que brotó de mi garganta, en el instante siguiente sus testículos golpeaban insistentemente mis muslos.
Me dolió, me dolió mucho en realidad pero yo lo quería así y él supo que ese era mi deseo, me bombeó incansablemente y yo cada vez pedía más, sentía que el culo me sangraba por la embestida brutal de una poronga tan grande como la suya, pero me gustaba, solo Dios sabe cuánto me gustaba, estaba gozando como no lo había hecho nunca.
Solo quería que nuestros cuerpos se fundieran en uno solo, su piel aceitunada y peluda fondida con la mía dorada y prácticamente sin pelos, esutvimos así largo rato, la violencia del encuentro y lo rápido que se consumó la penetración permitió que la misma durara mucho tiempo, tiempo en que nunca el placer llegó a calmar el dolor, ambas sensaciones estaban presentes por igual, sentía los intestinos llenos de carne caliente y a la vez me daba cuenta que Paolo los sentía como un guante que apretaba la totalidad de su polla.
Su acabada fue interminable y se produjo a la vez que la mía, la violencia se había adueñado de nosotros, éramos un par de animales gozando hasta el infinito. Finalmente rendido, se dejó caer arriba mío y cuando su verga empezó a perder dureza lentamente salió de mi culo y entonces pude ver esa mata de pelos negros pegoteados de semen y sangre, eso me elevó nuevamente a los cielos.
Me avalancé sobre su verga y con la boca limpié todos y cada uno de esos gruesos pelos negros que ensortijadamente rodeaban su pene, lamí sus gursas venas y su brillante y ascura cabeza y esto lo volvió a calentar.
Decidí entonces ocupar la boca, introduje su pene totalmente dentro de ella, sentía el glande más abajo que la garganta, la respiración se me hacía dificultosa, se la exprimí, se la retorcí lo hice gemir de placer hasta que casi desfalleciendo.
Acabó nuevamente, pero esta vez no dejé escapar ni una sola gota de su semen, pastoso, agridulce y delicioso, me lo tragué todo, no lo compartí con él, quería que fuera solamente mío.
Nuestra respiración se fue normalizando lentamente, nos levantamos, nos bañamos nuevamente, nos calzamos los trajes de baño y con serenidad iniciamos el regreso pensando cómo estarían nuestras respectivas esposas y su hijo que tanto tiempo antes habíamos dejado en algun lugar ignoto del parque.
Regresamos en silencio, en el camino nos colocamos las camisetas para disimularr las secuelas de la lucha y caminamos cadenciosamente sabiendo que sus vacaciones recién habían comenzado y en la triple frontera yo tenía muchas cosas para ofrecerle.
Un estupendo servicio doméstico masculino integrado por negros brasileños dispuestos a todo y en Paraguay, muy cerca de mi casa, tanto que desde el parque se podían ver las onduladas colinas separadas de Argentina solamente por el Río Paraná, una cantidad impresionanate de árabes afincados en Ciudad del Este dispuestos a hacer todo tipo de "negocios".