Salto al vacío

Daniel trabaja como profesor de educación física y lleva una vida apacible que incluye una relación estable con una mujer; de pronto, el mundo que ha conocido comienza a tambalearse cuando conoce a Raúl, un seductor joven de caracter enigmático, y que responde a sus avances con ambiguedad calculada.

Los días son largos y las noches eternas para el que espera en silencio una señal de la persona amada, una señal que no termina de producirse nunca. Esto es lo que pensaban al mismo tiempo sin saberlo tres jóvenes que entrenaban en el mismo gimnasio de un céntrico barrio madrileño. Daniel, Mauro y Gonzalo se conocían de vista pero no habían hablado nunca hasta días antes de que España consiguiera ganar el Mundial de fútbol en julio de 2010. Sin duda influyó en la formación de su incipiente amistad la compartida costumbre que se impusieron a sí mismos de entrenar con una camiseta oficial de la selección española coincidiendo con los días en que la ésta se jugaba su paso a la final de Johannesburgo. Aquello fue razón suficiente para que empatizaran de inmediato y, sin llegar a hacerse íntimos, mantuvieran a partir de entonces una superficial amistad que en ningún caso superaba los muros del centro deportivo o como mucho el bar de la esquina en las escasas ocasiones en que quedaban a tomar algo después de entrenar alguna tarde de viernes.

Pero sin saberlo ellos, y jamás lo hubieran podido averiguar de todos modos, puesto que sus triviales conversaciones nunca incluían asuntos personales, los tres compartían una misma situación personal marcada por la incertidumbre laboral, una cierta sensación de haber sido estafados por la vida, el demonio de los celos y la incapacidad de atraer la atención de la persona amada. Cada uno por diferentes razones y en distintos grados, pero los tres sentían en lo mas profundo que este estado de cosas estaba destruyendo su fe en la vida y en sí mismos como seres humanos.

Daniel tenía 23 años y trabajaba como profesor de Educación Física desde hacía unos meses en un colegio público tras haber obtenido el título oficial a través del INEF; complementaba su sueldo con algunas clases particulares como entrenador personal a clientes de postín y señoras de buen ver y mejor pagar adictas al “lifting” y al bótox. El deporte en todas sus variantes constituía el centro de su vida, y era un experto ciclista y nadador, además de practicar de forma esporádica parapente, escalada y kite-surfing. Se consideraba un joven sano y centrado, enemigo de las drogas y del alcohol, aunque se reconocía algo fiestero, sobre todo antes de conocer a Aroa, su novia actual, con quien estaba a punto de trasladarse a vivir a un apartamento de alquiler; sin embargo, el ídilico mundo que se había construido en su imaginación se vino abajo el día que vio por primera vez a Raúl, un chaval que entrenaba en su mismo gimnasio y que consiguió hechizarle a primera vista con su calculada ambigüedad y su frustrante versión del juego del palo y la zanahoria. Y no es que fuera la primera vez que su frágil corazón se dejaba llevar por la atracción natural que sentía desde siempre por otros chicos, de hecho su experiencia sexual con varones era amplia y venía de antiguo, pero siempre había sido clandestina y en cierto modo vergonzante; lo que diferenciaba a este fuerte sentimiento que latía ahora en su pecho de todos los flechazos anteriores es que, por primera vez en su vida, Daniel estaba dispuesto a poner toda la carne en el asador en una relación homosexual, romper el muro de silencio que había construido pacientemente alrededor de su ardiente corazón, y entregarse a la pasión mas intensa de su vida con todas las consecuencias.

  • Si él me aceptara y quisiera mantener una relación estable conmigo, yo, llegado el caso, sería capaz incluso de casarme con él con los ojos cerrados - fantaseaba por las noches tumbado en su habitación mientras escuchaba música con los cascos puestos - y nada ni nadie podría impedirme que viviera mi historia de amor de la forma en que mejor me pareciera.

Pero noche tras noche, mientras se entregaba a estas fantasías, la pantalla de su móvil se iluminaba con un nombre de mujer impreso en ella y la voz dulce y melosa de su novia le devolvía sin contemplaciones al mundo real. Pasado un rato, cuando la conversación decaía o ambos estaban demasiado cansados como para seguir dándose carrete se despedían con un beso virtual y él regresaba a sus ensoñaciones románticas hasta que se quedaba dormido, muchas veces vestido, con el nombre de aquel hermoso desconocido en los labios y el deseo de poseerle flotando en el aire de la habitación. Muchas noches se masturbaba pensando en Raúl, y, en una ocasión en que coincidió que estaban solos en el vestuario, aprovechó para grabarle con el móvil mientras se cambiaba, sin que el afectado se diera cuenta de ello, y si lo hizo desde luego lo disimuló con la técnica de un actor consumado. Daniel miraba y remiraba esas imágenes en sus ratos de intimidad con obsesiva ternura, fijando mentalmente en su cabeza todos los detalles de su gloriosa anatomía y estudiando una y mil veces los gestos y movimientos de aquel que le había robado el corazón y hasta la vida misma: la forma en que caminaba con las chanclas de camino a la ducha, lo bien que le sentaba la toalla de baño, casi como si fuera un pareo, la súbita contracción de sus músculos abdominales mientras se secaba con cuidado las piernas y los dedos de los pies, la sonrisa angelical con la que respondía el móvil para pedirle a su interlocutor que llamara en cinco minutos, el tiempo que necesitaba para terminar de cambiarse. Esta era la parte de la grabación que menos le gustaba, por mucho que le fascinara su sonrisa y su melodiosa voz al responder el móvil. Sin embargo, Daniel no podía evitar sentir una punzada de celos al ser consciente de que el afortunado receptor de sus palabras era con toda seguridad su novio, al que en la grabación llamaba Kike, un joven de su misma hechura y maneras que solía esperarle a veces en la misma puerta del gimnasio, pero que a ojos de Daniel carecía del misterioso encanto que emanaba de la sinuosa personalidad de Raúl.

Daniel no entendía como era posible que Raúl le provocara de esa manera, posando su felina mirada en él de manera aparentemente casual pero manteniéndola quizá más de lo aconsejable, y enviándole señales secretas que sólo ellos eran capaces de descifrar, siempre sin comunicarse de manera directa. Al principio creyó que sería fácil engatusar al joven y hacerle suyo, lo que hubiera satisfecho a su ego pero quizá habría sido un baldón para la proyección en el futuro de una posible relación entre ambos; así, de esta manera, aferrado a un espejismo, esperando un milagro que nunca habría de producirse, Daniel al menos estaba seguro de la firmeza de sus sentimientos y de que aquel misterioso muchacho de semblante serio y músculos definidos era el auténtico amor de su vida.

Y no es que no hubiera intentado entrarle en numerosas ocasiones, pero el chaval siempre se mostraba esquivo y parco en palabras. Del mismo modo que le lanzaba miradas de soslayo y frecuentes signos visuales que le convencían interiormente de que la atracción que sentían era mutua y poderosa, a la hora de la verdad, por alguna razón desconocida, se echaba atrás y se negaba a permitirle la entrada en su universo personal tras ponerle la miel en los labios; sí, sin duda era lo que se dice un “calientapollas”, pero Daniel no le culpaba por ello; a él no le importaba engañar a su novia en cualquier momento del día o de la noche, lo había hecho en numerosas ocasiones sin un especial sentimiento de culpa, pero con toda seguridad Raúl deseaba proteger su relación actual con un chico al que amaba y respetaba. Sí, sin duda Daniel le gustaba y hasta le ponía ojitos de vez en cuando, pero a la hora de la verdad no se atrevía a dar el paso definitivo. Lo que a él le molestaba y le ofendía es que ni siquiera le concediera la oportunidad de ser su amigo, como si fuera a saltar sobre él en cualquier momento y violarle, mientras que con Mauro y Gonzalo sí que hablaba en la sala de entrenamiento con cierta asiduidad y hasta bromeaban y se hacían confidencias, reservando para él la hiel de una calculada indiferencia, que Daniel sabía que era pura pose y fachada. Esta sensación de impotencia, este pensar que la persona por la que tu vida daría un vuelco absoluto te trata como a un perro e incluso quiere hacerte creer que le caes mal o le resultas del todo indiferente, sin ser cierto, era la mayor pesadilla de su vida.

Lo poco que sabía él de la vida de Raúl era a través de estas preciadas fuentes de información: que había estudiado Arquitectura y le quedaba alguna asignatura suelta de quinto de carrera, que trabajaba en un estudio de arquitectura desde hacía un año, pero que temía a cada instante por la continuidad de su puesto de trabajo (como todos, por otra parte, en esta época de crisis brutal), y que vivía en total soledad a cuatro calles de distancia, en un apartamento de alquiler con opción a compra que había decorado siguiendo las últimas tendencias del diseño internacional; si tenía pareja o algún tipo de relación era algo que él nunca sacaba a colación en sus conversaciones, pero no hacía falta que lo hiciera, el infalible radar de Daniel ya había detectado de que pie cojeaba y quien era el afortunado destinatario de sus atenciones amorosas.

A veces Daniel había intentado sondear a sus amigos con discreción sobre el presunto carácter huraño de Raúl, pero las respuestas que recibía no coincidían con su valoración de los hechos:

  • Oye, Mauro…¿no te parece un poco borde ese tío con el que estabas hablando?

  • ¿Quién?… Ah, ése de ahí…¿Raúl? ¡Que va! - le respondió éste con su habitual sonrisa y el deje cantarín tan seductor que reflejaba su origen foráneo - Debe ser porque soy brasileiro y suelo caer bien a todo el mundo, pero conmigo se muestra muy abierto. Yo le veo un tío muy seguro de sí mismo; no sé, a mi me cae bien.

Y si le hacía la misma pregunta a Gonzalo, pensando que al ser español compartiría su punto de vista, éste enarcaba las cejas y le daba la vuelta a sus argumentos:

  • Eso es porque no le conoces, yo le veo un tío muy enrollado. Lo que pasa es que él va a lo suyo, y como entrena solo no suele hablar con nadie; a él lo que le interesa es hacer bien su rutina y cuando termina se va y mañana será otro día…¿no te has dado cuenta de que solemos llegar los cuatro a la vez y él en cambio se marcha mucho antes que nosotros?

Sí se había dado cuenta, como del mas nimio detalle que tuviera relación con él. Al principio le dolía ese comportamiento tan sectario por parte de Raúl, pero, con el paso de los meses, Daniel se fue construyendo una coraza, y se quiso convencer de que nada de lo que hiciera o pensara Raúl podía afectarle. Pero en su fuero interno sabía que no era cierto. Lo probaban las lágrimas que derramaba en la soledad de su cuarto y frente a la pantalla de su ordenador cuando escuchaba, cada vez con mayor asiduidad, una canción que le tenía absolutamente fascinado. Aficionado al brit-pop desde hacía años, un buen día navegando por Internet descubrió el nuevo sencillo del cantante Will Young, “Jelaousy”; desde que lo escuchó por primera vez en verano había visto aquel jodido video miles de veces y nunca se cansaba de hacerlo. Hay que decir que el valiente Young es abiertamente gay en su vida real, y uno de los contadísimos artistas de éxito comercial que se atreve a dedicar sus canciones con sus correspondientes videos a hombres, tal como su propia orientación le pide a gritos, en lugar de a la típica niña mona de turno, como otros cantantes de su misma cuerda y generación.

A Daniel, aquella historia de los dos trapecistas envueltos en un ambiguo triángulo amoroso con una mujer, y que evocaba y en cierto modo parodiaba la relación entre Burt Lancaster, Tony Curtis y Gina Lollobrigida en la magistral “Trapecio”, de Carol Reed, le traía a la mente sus propias cuitas de amor. Sentía su atormentada alma escindida en dos, entre el amor fraternal que sentía por su novia, a la que adoraba pero por la que nunca podría sentir la pasión que le consumía ahora, y el amor verdadero pero prohibido por el joven que se columpiaba en su corazón como si fuera el trapecio del video, y le dejaba vacío y sin fuerzas para seguir adelante con sus reiteradas negativas y ambiguas miradas. Sí, sin duda, la clave estaba en la mirada. Aquella mirada que tanto prometía y que escondía un fuego devorador en su cifrado mensaje para luego variar de intensidad y tornarse de hielo en cuestión de segundos sin explicación aparente. Sí, era la misma mirada intensa que aparecía en el minuto 2:37 del clip en los ojos del guapo trapecista antes de lanzarse al vacío y que dejaba al pobre Will desorientado y confuso, y al borde del precipicio.

Daniel se sabía la letra de memoria de tanto como la había escuchado y solía cantarla para sus adentros, siguiendo las imágenes pero perdido en sus pensamientos, convencido de que reflejaba perfectamente el sentimiento de soledad y abandono que presidía su vida desde el día en que conoció a su amor imposible y un interruptor interno, cuya existencia él desconocía por completo hasta entonces, se encendiera sin previo aviso para no apagarse jamás.

Is it me that you want? ¿Soy yo a quien quieres?

Cos’ it’s me you can have Porque a mí me puedes tener,

Can you give me an answer? ¿Puedes darme una respuesta?

I´m tired of waiting Estoy cansado de esperar

I’m tired of thinking Estoy cansado de pensar

And it feels like jealousy Y es como si sintiera celos

And it feels like I can’t breathe Y es como si no pudiera respirar

Aquellas inspiradas estrofas se grababan en su mente a cada escucha y aumentaban su sensación de impotencia. Como al protagonista del video, la vida se burlaba de él a cada instante y nunca podría hacer suyo a aquel que había conseguido derretir su corazón sin el menor esfuerzo por su parte. Se identificaba totalmente con la simbólica actitud de lanzarse al vacío sin red, como él deseaba hacer con todas sus fuerzas, y con la triste realidad que el video mostraba de que no siempre era posible encontrar un asidero firme en forma de trapecio durante el transcurso de nuestros saltos mortales a lo largo de la vida. No, ya no quedaba esperanza para él. Había pasado demasiado tiempo, las señales habían sufrido un amago de cortocircuito a la vuelta de septiembre, y ya no quedaba sino archivar los lamentos y seguir adelante con su vida. Y quizá todo hubiera seguido esta tendencia natural si no hubiera sido porque una noche de mediados de octubre, cuando regresaba a casa un sábado por la noche tras tomar unas copas con sus amigos (aunque él apenas bebía) y dejar a su novia en su casa, ocurrió lo inesperado. Daniel no podía creerlo mientras caminaba distraído por el barrio a las tres y media de la mañana camino de su apartamento. Era él, no cabía duda; ¿pero que le pasaba exactamente?… ¿qué hacía sentado en las escalerillas de acceso a su elegante portal, tapándose la cara con las manos y con aspecto desabrido?… ¿estaba llorando o riendo mientras miraba la pantalla del móvil con los ojos vidriosos y la mirada perdida?.

Daniel dejó apoyada su mochila en el murete de acceso al parterre de la finca y se acercó con cautela hasta donde se encontraba Raúl.

  • ¿Te puedo ayudar en algo, Raúl?

Este levantó la cabeza desganado, con los ojos arrasados de lágrimas y le miró fijamente, pero parecía no verle ni encontrarse en condiciones de dar una respuesta adecuada. Apestaba a alcohol barato y su moderna cazadora de entretiempo estaba llena de lamparones. Algunos mechones de su vanguardista flequillo caían en cascada sobre sus ojos y él luchaba por apartarlos a manotazos, sin demasiado éxito.

  • ¿Y tú como sabes mi nombre, para empezar? – su voz habitualmente suave y viril se había transformado en un pastiche estropajoso mezcla de borracho de taberna y Paco Rabal en sus mejores tiempos.

Daniel recordó ahora apesadumbrado que nunca habían sido presentados oficialmente. El conocía su nombre de habérselo escuchado pronunciar tantas veces a Mauro y Gonzalo en el gimnasio.

  • Eso no importa ahora…¿que mas da?; mira en que estado te encuentras, chaval – respondió Daniel intentando que se incorporara. Misión imposible, por otra parte.

  • Yo no soy ningún chaval… - replicó con aspereza Raúl – ¡Y quítame las manos de encima, baboso!.

Daniel sintió ganas de desentenderse del asunto y marcharse a su casa a dormir, y con toda seguridad lo hubiera hecho si cualquier otra persona a quien hubiera intentado socorrer en una situación similar le hubiera contestado de ese modo, pero el amor incondicional y la ingenua ternura que le despertaba Raúl le impidió moverse del sitio. Se desplazó por un momento a por su mochila y cuando se dio medio vuelta Raúl ya no estaba allí. ¿Pero como era posible algo así si al muy cabrón ya no le quedaban fuerzas ni para levantar el dedo meñique del pie?…debía estar soñando, pero allí no había nadie. Daniel se adelantó unos metros y miró a la izquierda siguiendo la recta hilera del seto que bordeaba la fachada y conducía a un pequeño patio exterior ajardinado. ¡Voilá! El mamarracho aquel pretendía escaquearse reptando a cuatro patas, pero no iba muy lejos; al llegar a la altura de un arbusto artísticamente podado, se apoyó en el tronco como pudo y enroscado a su alrededor como una serpiente consiguió a duras penas ponerse en pie, pero perdiendo por el camino el móvil y unas llaves. Sin más dilación, y en precario equilibrio, se sacó la chorra y se dispuso a regar el árbol con una abundante meada producto directo de sus excesos etílicos durante la noche en curso. Daniel no pudo por menos que sonreír para sus adentros al observar la simiesca escena, se acercó solícito y recogió el móvil y las llaves del césped, pero cuando levantó la mirada del suelo se encontró ante su cara el miembro descapullado de Raúl en todo su esplendor y en estado de semierección, algo que le costaba creer teniendo en cuenta la tajada que llevaba encima; el muy ladino estaba sacudiéndosela después de mear y su tamaño crecía por momentos. El primer impulso de Daniel fue el de llevársela a la boca, pero él sabía que no era políticamente correcto abusar de la disponibilidad sexual de un pobre borracho. Sin embargo, la impertinente insistencia de Raúl fue mas fuerte que sus buenos deseos iniciales.

  • Venga, comémela, tío, si lo estás deseando…¿crees que no me he dado cuenta de que te gusto?

  • No sabes lo que dices, estás completamente cocido. Mañana verás las cosas de manera distinta- Además te recuerdo que tienes novio…

  • Novio, novio..,¡que mas da!, - susurró Raúl súbitamente concentrado, como intentando recordar si era cierto que tenía una pareja - ¡Ah, sí!…pero ese tío es un gilipollas. Bueno, tú te lo pierdes, campeón. Luego no digas que no te he dado una oportunidad…

Daniel estaba completamente cachondo a esas alturas. Miró a derecha e izquierda y no había nadie a la vista: alzó la vista en dirección a los primeros pisos del inmueble, pero todas las luces estaban apagadas y las ventanas cerradas a cal y canto. Sabía que lo que estaba haciendo era una absoluta locura, pero la vida sin una pequeña dosis de riesgo y aventura sería un absoluto fastidio, pensó, y además nadie le garantizaba que fuera a verse en otra situación similar a ésta que el destino promisorio le brindaba tan altruistamente.

El habitualmente ejercía de activo dominante, y normalmente los otros pibes solían comerle la polla a él, pero por Raúl estaba dispuesto a cambiar de hábitos en caso necesario, aunque confiaba en que llegaran a un entendimiento en ese sentido.

Sin pensárselo dos veces se introdujo la polla de Raúl en la boca y comenzó a lamerla con una inmensa dedicación y poniendo la vida en cada detalle con vistas a ofrecerle el mayor placer posible. De vez en cuando levantaba ligeramente la vista y podía entrever el rostro abotargado de su gran amor, y sus ojos cerrados contraídos en una mueca de concentración expectante. Le encantaba ver como se mordía el labio inferior y pronunciaba palabras inconexas mientras él mamaba el rabo con el que tanto había soñado en los últimos meses. No podía creer en su buena suerte, aunque fuera prestada, puede que hasta robada, pues ambos tenían pareja en ese momento. Todo lo que Daniel había conseguido, perseguido, deseado y conocido a lo largo de su vida empalidecía al lado del precioso momento que estaba viviendo en la clandestinidad de un jardincillo de finca urbana. En ese atisbo de eternidad le daba lo mismo que su equipo ganara o perdiera la Liga o la Champions, que le dijeran que su padre era en realidad otro hombre distinto del que le había criado como tal o que su novia apareciera por allí en esos momentos apuntándoles con una Kalashnikov. Lo único que sabía es que su monótona vida anterior había quedado sepultada en el olvido y lo único de verdad importante y decisivo era estar exactamente allí en ese preciso momento. Se sentía como si le hubieran reseteado el cerebro y reimplantado un disco duro que le impidiera pensar por sí mismo y le obligara a obedecer los no siempre lúcidos dictados del corazón.

Raúl consiguió una llamativa erección gracias a la infalible técnica oral de Daniel, y aumentaba su excitación agarrándole de la cabeza y moviéndosela adelante y atrás como una peonza. Daniel sabía que debía darse prisa si quería tener éxito en la operación, porque no confiaba en que en el estado lamentable en que se encontraba, Raúl fuera capaz de mantener por mucho más tiempo la excitación inicial. Y, por suerte para ambos, a los pocos minutos Raúl comenzó a gemir de forma intensa y a agitar la cabeza de Daniel con mas rapidez aún, como si fuera una coctelera. Este cambió de posición y se situó a su lado esperando el momento de la verdad, mientras Raúl se pajeaba violentamente hasta expulsar un enorme chorro de semen que se desperdigó por el césped en pequeñas porciones como si fuera una ofrenda a la diosa naturaleza.

  • Buahhh…que placer…Kike, te quiero, tío, eres el mejor…siempre lo digo y es verdad. No hay otro como tú, amor.

Daniel no pudo evitar una mueca de decepción al escuchar esto; así que su buena obra del día no había servido para nada. El desgraciado aquel ni siquiera era consciente a ciencia cierta de donde o con quien se encontraba. Al principio parecía haberle reconocido, pero ahora se había instalado otra vez en su propia galaxia ajena al mundo de los vivos. Una vez que se abrochó el cinturón, Daniel le requisó la cartera del bolsillo posterior de los pantalones, no con intención de robarle o de cobrar en euros su desempeño oral, sino para comprobar en el carnet de identidad el piso en el que vivía y acompañarle hasta allí, pues de lo contrario el muchacho pasaría la noche tumbado en el césped de cualquier manera a expensas de que cualquier desaprensivo se aprovechara de su calamitoso estado. Abrió el portal, le hizo entrar casi a rastras, porque no quiso colaborar en ningún momento y se revolvía al menos despiste, y abrió como pudo, tras probar la mayor parte de las llaves, la puerta de su apartamento en la cuarta planta. Se trataba de una opción arriesgada, porque Daniel no sabía a ciencia cierta si el tal Kike se encontraría allí, pero estaba seguro de estar haciendo lo correcto y no había mas que hablar. De hecho, pronto descubrió por pequeños detalles sin importancia que, en efecto, vivía solo, y que su piso de soltero estaba limpio y decorado con gusto y un toque personal muy juvenil, y por la información que obraba en su poder el propio Raúl había sido el inspirador de la seductora atmósfera, con un cierto toque cosmopolita, que impregnaba aquel lugar que siempre había deseado conocer.

A solas los dos en su dormitorio, Daniel le tumbó sobre la cama y procedió a desvestirle, tomándose su tiempo y disfrutando de la inusual experiencia que intuía no volvería a repetirse en mucho tiempo, tal vez nunca. Perdido en estos pensamientos, se dedicó a doblar la ropa de su amado, que depositó después sobre una silla de original diseño, y le introdujo con paternal cuidado entre las sábanas de su tentadora cama de matrimonio. Daniel sintió el lícito deseo de tumbarse a su lado y abrazarle hasta salir el sol, pero sabía que todo romanticismo implícito en esa cautivadora imagen vendría por su lado, mientras que Raúl se dedicaría a roncar y dar vueltas en la cama ajeno a su presencia. Finalmente optó por apagar la luz, quedando como única iluminación la que proporcionaba el brillo telúrico de un fluorescente encastrado tras el cabecero traslúcido del lecho, y que producía una luz difusa y espectral. Daniel se sintió pleno por primera vez en su vida contemplando el hermoso cuerpo desnudo de su amor secreto, y le arropó amorosamente con el edredón mientras le besaba tiernamente en los amoratados labios. Eso es lo que dio de sí su noche de amor; ni siquiera había llegado a correrse, aunque lo hizo de inmediato nada más llegar a su casa, imaginando que follaba con pasión incontenible aquel culo diseñado por el propio Eros para llevar a los hombres como él a la perdición.

En los días siguientes Daniel continuó con su vida normal, consciente de que su galante gesto no iba a tener mayores repercusiones. Se cruzó con Raúl un par de veces en el gimnasio, pero éste parecía ensimismado en sus propio soliloquio, y no le prestaba ya la menor atención. Daniel echaba de menos las miradas intensas de antaño, cuando ambos compartían un lenguaje íntimo y privado al que los demás permanecían ajenos pese a su proximidad. Ahora eso también quedaba atrás, y el único recuerdo que le quedaría de la otra noche sería su expresión de gozo inconmensurable al correrse, con el nombre de otro en los labios; pero aunque resultara patético en su sordidez, peor sería no tener recuerdo alguno que le consolara en sus noches de soledad o tras cubrir el expediente en cualquiera de los desangelados actos de amor con su no precisamente fogosa novia.

El viernes siguiente, cuando se disponía a salir del gimnasio, que a las once de la noche y en vísperas del fin de semana estaba casi vacío, escuchó una voz que le llamaba por su nombre desde los baños anexos al vestuario. Descolocado por la situación, se acercó con cautela hasta la entrada, para descubrir pasmado que la sugerente voz que le reclamaba con insistencia era la de Raúl, que se estaba peinando en su interior con un peine de bolsillo tras salir de la ducha, envuelto en una sugerente toalla anudada alrededor de la cintura.

  • ¡Raúl!... – a Daniel no le salían las palabras y se quedó boquiabierto al contemplar su atlético cuerpo semidesnudo - ¿Qué …bueno, que querías de mí?.

Raúl no pensaba ponérselo fácil. Le dedicó una enigmática sonrisa desde el espejo ante el que se acicalaba y le propuso una sutil adivinanza:

  • ¿No crees que te debo algo?

Daniel comprendió de inmediato; sabía que tarde o temprano algún recuerdo borroso de lo sucedido aquella noche llegaría a su mente consciente, y entonces comenzaría a hacerse preguntas. El momento había llegado incluso antes de lo previsto.

  • Si te refieres a lo del finde pasado, déjalo, no tienes que darme las gracias. Cualquiera hubiera hecho lo mismo…

Raúl soltó una sonora carcajada que hizo sentir a Daniel un poco violento.

  • ¿De verdad crees, tronco, que cualquiera hubiera hecho… - se interrumpió para intentar ahogar la risa floja que le impedía continuar hablando – lo mismo que tú la otra noche? Joder, y yo sin saberlo…

  • Bueno, da igual, lo hice porque sí, no tienes que darme las gracias…

  • No pensaba dártelas de todos modos…- Raúl se giró y le miró de modo desafiante. Daniel ahora estaba completamente desconcertado y no tenía la menor idea de hacia donde se dirigía la fluctuante conversación.

  • Ah…¿no?

  • No…- había un deje de misterio y altivez en su mirada que Daniel encontró de lo mas inquietante.

Daniel estaba tan cortado que hizo ademán de marcharse y escapar de ese despropósito de diálogo que no conducía a ninguna parte y le estaba dejando emocionalmente exhausto. Pero Raúl, con una rapidez de reflejos destacable, le sujetó con firmeza del brazo para impedir su huida, mientras le taladraba con la mirada mas intensa que había visto en toda su vida.

  • Lo que quiero decir es que no te voy a dar las gracias al modo tradicional. Voy a devolverte el favor que me hiciste…

Esta última frase resonó en el cerebro de Daniel como un eco amplificado que se introdujo en su red de conexiones neuronales, bloqueando el flujo normal de información de los sentidos y nublando su mente de forma transitoria. Hablando en plata, podríamos decir que en ese momento Daniel estaba y no estaba allí al mismo tiempo. Incapaz de reaccionar, Raúl lo hizo por él sin dudarlo un segundo. Aparcó la pesada bolsa de deporte de Daniel en un rincón poco iluminado, le agarró del brazo y le introdujo con decisión en el interior de una cabina de baño. Una vez dentro, se aseguró de que nadie les observaba y cerró la puerta con pestillo. Sentado en la tapa del inodoro, Raúl desabrochó con pericia el cinturón del pantalón vaquero de Daniel y le bajó los pantalones; el bulto en el interior de los gayumbos era aún pequeño, pero en cuanto se puso a manipular con sus hábiles dedos primero y con su lengua después, el pequeño miembro inicial se fue transformando en minutos en el apetitoso mástil con el que Raúl podía practicar sus juegos orales favoritos. No hubo centímetro cuadrado de aquel portentoso rabo que quedara sin recibir la solícita atención de la disciplinada lengua de Raúl; esa noche se reveló como un experto mamador, y le proporcionó con su maestría en la materia uno de los orgasmos mas impresionantes de su vida, pero lo que a Daniel mas le emocionó es que durante y después de la felación Raúl no paró de besarle por iniciativa propia, y Daniel aprovechó esta feliz circunstancia para comerle la boca de forma brutal, tal y como había soñado hacer desde que contempló sus sensuales labios por primera vez.

La acción prosiguió en las horas siguientes teniendo como escenario el acogedor dormitorio de Raúl. Daniel cabalgó aquella noche sobre el lubricado culo de Raúl con la misma urgencia con que un condenado a muerte se aferra a la vida con uñas y dientes instantes antes de ser conducido a la horca o a la silla eléctrica. Al final, exhaustos tras horas de intensa interacción, empapados en sudor y en sus propios fluidos corporales, cayeron rendidos en brazos de Morfeo, abrazados tiernamente y con una expresión de plenitud compartida en sus rostros. Raúl sabía que las lágrimas que había vertido Daniel cuando le confesó que le amaba desde el principio, pero que se había negado tercamente a aceptar ese sentimiento desgarrador, eran dolorosamente ciertas. Y Daniel comprendió de pronto que las apariencias engañan en demasiadas ocasiones, y que en nuestras sociedades los sentimientos suelen estar tan acorazados ante lo imprevisto que muchas grandes historias de amor se echan a perder antes de concederles la oportunidad de manifestarse en toda su magnificencia.

Aquella noche, los móviles de ambos durmientes no cesaron de sonar y de recibir apremiantes y desesperados mensajes por parte de sus respectivas parejas, los grandes perdedores de esta historia. Estos, con total seguridad, nunca podrían entender lo que estaba sucediendo en la habitación débilmente iluminada de aquel apartamento de soltero. Y es que para la feliz pareja se había iniciado un tiempo nuevo marcado por el egoísmo inevitable de las verdaderas historias de amor, esas mismas que arrasan a su paso con matrimonios felizmente constituidos, hijos, familia, títulos y convenciones sociales, convencidos sus protagonistas de haber hallado la piedra filosofal sobre la que construir los cimientos de una vida mas plena y auténtica que la que habían conocido hasta entonces.

Daniel y Raúl pertenecían sin duda a esta última categoría de amantes, aunque ellos lo ignoraran conscientemente, y su amor estaba marcado en las estrellas y escrito con tinta indeleble en el libro de la vida. No se les debe culpar por su inconsciencia, sino envidiarles en su condición de favoritos de la diosa Fortuna y abanderados de Venus-Afrodita en este mundo de sueños rotos y amores contrariados.

FIN