Salón de belleza

De cómo un chico llegó a triunfar profesionalmente en un salón de belleza para mujeres....

Todo comenzó con un e-mail que decía: "Respuesta a su anuncio".

Firmado: Morgana.

Es así como, buscando una amiga, encontré un empleo.  La respuesta de Morgana era a la vez clara y eficaz, y solicitaba que le ampliase información sobre la naturaleza de mi fetichismo, sobre mis gustos y mis deseos, y sobre la idea que yo tenía de lo que significaba estar al servicio de los pies de una mujer.

Estuvimos intercambiándonos algunas cartas en un tono cortés, casi amistoso, antes de que Morgana, -que en realidad se llamaba Silvia, me invitase a una cita.  Ella me había dicho que era "empresaria", y parecía estar interesada por motivos profesionales.  Por eso había querido saber concretamente qué era lo que yo podía aportar.

Silvia era estethiciene.  Me recibió muy amablemente en su instituto de belleza el dia de nuestra cita.  Era una mujer muy bella, franca y dinámica.  Noté que me dirigía una primera mirada escrutadora al tiempo que me hacía ver un pequeño retraso con el que yo había acudido.  En seguida, comenzó a explicarme las razones que la habían llevado a contactar conmigo.

-Como puede usted ver, este salón no es muy grande.  Sin embargo, intento paliar eso ofreciendo una calidad en el servicio esmerada, y de este modo consigo hacerme con clientes exigentes.  Ya sabe que este barrio está lleno de mujeres influyentes y ricas, y ya sabe que este tipo de gente está acostumbrada a ser servida perfectamente, justo como ellas desean.  Es una clientela particularmente difícil, pero tambien muy rentable

Se hace una idea de la situación, no? Bueno, pues le explico de forma más matizada….

Pretendo distinguirme, como le comentaba, por prestar servicios específicos de alta gama, servicios que no son fáciles de conseguir ni siquiera en los salones de belleza de más renombre.  Servicios para mujeres especialmente exigentes . Y es por eso que yo pensé que necesitaría un hombre muy particular, un hombre capaz de ocuparse, sin ningún tipo de complejos ni reparos, de los pies de una mujer….

Llegados a este punto, me dirigió una sonrisa y calló un instante.

Entendí, o creí entender más o menos, lo que ella quería.  Mi bonita estethicien necesitaba urgentemente un pedicuro, y pensó en que, si además el pedicuro era fetichista del pie, haría su trabajo con más gusto, y eso lo notarían sus clientas…La idea me atraía fuertemente (¿a qué fetichista no?). Sin embargo, por dar una imagen de mantener mi dignidad, me puse en guardia.  Le expliqué que no me sentía capaz de realizar adecuadamente esa tarea, porque, por muy fetichista que fuese, carecía de la formación adecuada para desempeñarla.  Claro que me gustaba ocuparme de los pies de las mujeres, pero una clienta exigente podría notar mi inexperiencia y la imagen de su flamante salón de belleza podría verse deteriorada a causa de mi poca profesionalidad….Sin embargo, ella interrumpió mi argumentación de repente.

No, no, está usted equivocado, no se trata de eso.  Yo ya tengo una pedicura profesional y una asistente que hacen maravillosamente su trabajo.  A usted sólo lo quiero como complemento….A ver si me explico, tengo pensado para usted algo más….especial.

¿Usted es servicial, no?

Esa palabra me chocó. Servicial ?

Lo que yo ando buscando es un muchacho muy dulce, muy cortés.  Y, sobre todo, muy obediente.  Y, por los e-mails que hemos intercambiado, a usted le gustaría estar a los pies de una mujer y servirla en todo lo que ordene, o, ¿estoy en un error ?

Definitivamente, la primea vez no había entendido a dónde quería ella llegar.  Quería un sirviente de pies, con todas las letras.  No obstante, todavía le pregunté si esos servicios especiales debían contener algún tipo de servicio sexual.

Ella rió y en seguida me dijo: No, no no se preocupe, aquí no va a follarle nadie.  Le prometo que los servicios serán exclusivamente dirigidos a los pies de las clientas.  Venga, deje ya las preguntas y acompáñeme, que le muestro el salón.

Me condujo por la parte trasera de la tienda.  Atravesamos un estrecho pasillo y ella abrio una puerta y me hizo pasar a una estancia pequeña, una especie de tocador extraordinariamente bien decorado.  El suelo estaba cubierto por un magnífico tapiz, y el mobiliario era de calidad.  Todo respiraba buen gusto y el cálido confort de un salón de club inglés.  Silvia se sentó en un enorme y mullido sillón de terciopelo negro, cruzo sus piernas y me miró sonriendo.  Yo estaba de pie frente a ella, sorprendido y desconcertado.  Estaba claro que no me iba a sentar, sólo había un sillón

-Bueno, este es mi saloncito privado.  Como verá no es muy apropiado para conversar, aquí sólo cabe una clienta….Pero está concebido para otras cosas.

Ahora, podría desnudarse si no le importa

Sorprendido, dudé ante su proposición, y entonces ella soltó una nueva sonrisa

-Ya veo.  Es usted muy tímido.  ¿O quizás tiene miedo?  Vamos, no voy a comerle…salvo que usted continúe desobedeciendo, claro.

Rojo de vergüenza, preguntándome en silencio qué demonios hacía yo en aquel lugar, decidí, casi sin darme cuenta, comenzar a desvestirme.  En seguida noté su mirada divertida.  Finalmente, me quedé casi desnudo delante de ella, sólo llevaba el slip.

-No se ha desvestido.  Me ha parecido decirle que lo hiciera….

Sus palabras me ruborizaron y me sentí muy nervioso.  Ella no había parado de observarme desde el principio de nuestra entrevista, o al menos eso es lo que yo había sentido.  Ahora que ya estaba desnudo, con mi cuerpo ofrecido a sus miradas, sin intimidad, me sentía extremadamente vulnerable.  Casi se puede decir que me sentía un objeto

-Perfecto. ¿Puede dar una vuelta sobre sí mismo, por favor?

Biennn. No está mal.

No, no está nada mal. Debería servir…Acérquese, y no esté tenso. Le noto tenso.

Rojo de vergüenza, me aproximé a ella.  Tuve la sensación de ser como una res en una feria de ganado, una vulgar mercancía.  Y, sin embargo, sentía una extraña excitación por el hecho de encontrarme así, desnudo, delante de una bella mujer vestida.  Además, no era difícil verificar el estado en que me encontraba….

-Cielos, es evidente que algo le ha excitado.  Ella se acercó y tomó en su dedo una gota de líquido preseminal que había salido de mi glande.  Sonriendo, frotó la gotita entre sus dedos y señalando con uno hacia el suelo me dijo:

-A ver, arrodíllese aquí, cerquita de mis pies.  Debo decirle algo, y quiero que lo escuche en esta posición.

No es problema, ¿verdad?

Mortificado, obedecí y me arrodillé dócilmente a sus pies.  Su calma y su determinación me fascinaban literalmente.  Nadie antes había osado tratarme así

-Bien, bien, bien…me parece que habrá que encontrar algún modo de disimular esas erecciones intempestivas…no conviene demasiado.  Como ya le expliqué, le necesito a usted para proporcionar a algunas de mis clientas servicios extras, servicios que no puedan obtener ni en el mejor de los salones de belleza de París, y me imagino que a ellas no les será excesivamente agradable verle en ese estado a las primeras de cambio.

Verá usted, la mayoría de mis clientas son ejecutivas con jornadas verdaderamente estresantes.  Reuniones, discusiones, atascos, prisas..en fin, supongo que me entiende.  Por eso, he pensado que ellas apreciarían especialmente un masaje, disponer de un tiempo de relajación.  Claro que masajes se dan en muchos lugares, por eso, si queremos establecer diferencias, hay que ofrecer algo más.  Fíjese en este saloncito: buena decoración, música suave, intimidad…totalmente aislado del bullicio de París. Creo que aquí se puede dar ese servicio perfectamente.  Pero…pensé que un sirviente completaría adecuadamente esta composición, y además sería algo totalmente original…Un hombre, pero un hombre dócil, medio desnudo, dispuesto a prodigar las caricias y atenciones que le exijan las clientas…¿No cree usted que debe ser una sensación muy agradable sentarse cómodamente en este mullido sillón mientras un chico medio desnudo te quita los zapatos sin necesidad de pedírselo, y después se dedica a masajear suavemente tus pies hasta que le ordenas parar?  ¿No es algo parecido a ser tratada como una reina?

Creo qué sí.

Y, yendo aún más lejos :  ¿Por qué no exigirle al chico dócil que tenemos a nuestros pies cosas que ni una princesa se atrevería a pedir?  Si se sabe que está incluido en el precio del servicio, ¿por qué no exigirle que dé el masaje con su lengua, si apetece?  Si hace excesivas cosquillas, siempre se le puede ordenar parar y que use sus manos, de la forma tradicional….Pero usted no hará cosquillas, verdad?

Sonrió de una forma natural cuando me dijo eso, y yo comenzaba a tener la sensación de estar metiéndome en un túnel, en un túnel sin retorno.

No estoy muy seguro de no hacer cosquillas, hasta ahora no había llevado estas cosas a la práctica, todo eran fantasías, señorita.  Y, además, debo decirle que no estoy demasiado seguro de aceptar este trabajo –dije sin acordarme siquiera de que en ese momento ya estaba desnudo y visiblemente excitado-.

Vaya, vaya.

Así que ahora le entran dudas.  Justo ahora que puede usted escenificar en el plano real todas esas calenturas mentales que me ha contado en sus e-mails.  Y, dígame, ¿Qué opina de esto el señor Felicidad? Al decir esto miró fijamente a mi falo erecto.

No tenga prejuicios, es malo para el placer.  No le habría citado si no estuviera segura de que es usted la persona adecuada, y, lo más importante, que va usted a disfrutar y a divertirse con su trabajo.  Mire, si está preocupado por lo que pase cuando salga de aquí, no se preocupe.  París es muy grande, y nadie va a decir nada.  No le dé tanta importancia, se trata de venir aquí a servir, de que mis clientas sientan que poseen algo, de que puedan disponer de una válvula de escape por donde descargar la mala leche que acumulan a diario.

¿Tan difícil es?

La visión de su zapato balanceándose indolentemente en su pie me hizo decir, casi inconscientemente: -sí, señorita Silvia.  Acepto el empleo. Estoy a su servicio.

-Al fin, vaya cómo se ha hecho usted de rogar.  Bueno, ¿qué le parece si hacemos previamente unas pruebas?  Acércate, muchacho, y quítame los zapatos con delicadeza.

Se los quité, y ella, sin decir ya nada, acercó un pie hacia mi cara y me dijo:

-ahí lo tiene.  Haga lo que quiera, pero tenga en cuenta que su primer objetivo debe ser hacerme disfrutar a mí.  Vamos, a ver qué gracia tiene

Inmediatamente, acerqué mi nariz a su planta para impregnarme de su olor.  Después, fui acariciando su planta con mi mejilla, ascendí por ella, y comencé a lamer entre sus dedos.  Pero, bruscamente, ella apartó su pie y, con él mismo, me dio una bofetada en la otra mejilla.

-No, no, así no es.  Tiene usted la lengua seca, y raspa.  Puede ser que sea debido a su estado de nerviosismo, pero sepa que esa sensación es desagradable, así que cuando esté actuando ante una clienta deberá tener presente humedecer previamente su lengua antes de comenzar a lamer.  Bueno, para eso está esta prueba, ¿no? Detectamos fallos y los corregimos.  Vamos, prosiga….y tenga en cuenta mis enseñanzas, ok? –me dijo mientras acariciaba mi mejilla con su empeine.

Humedecí convenientemente mi lengua y comencé a lamer entre sus dedos, me olvidé de todo y me extasié con esa operación.  Noté su cara de aprobación, pero, en un momento dado, sacó su pie de mi boca, se secó sobre mi pecho y me dijo:

-Mire, hasta la mejor de las caricias se hace aburrida con el tiempo.  Sea creativo, recuerde que está aquí para dar placer, mire de reojo a la clienta de vez en cuando y detectará cuándo debe cambiar de caricia, o de ritmo.

Es simplemente cuestión de atención.

Estoy segura de que mejorará… Por ejemplo, ¿qué haría cuando note que una clienta ya no quiere más su lengua? Vamos, es usted intuitivo…a ver, exprésese con actos

Acto seguido quiso hacerme ver que dejaba de prestarme atención poniéndose a hojear una revista. No podía ver la expresión de su rostro. Así, entre desconcertado, indignado y a la vez subyugado y excitado por la situación se me ocurrió acariciar la planta de sus pies sirviéndome de mi mejilla, posando de vez en cuando un leve beso en su planta o en sus dedos.

No parecía existir reacción por su parte, y yo continuaba con esta particular e improvisada forma de "entretenerla".  De repente, arrojó la revista al suelo,  se quedó un momento observando cómo besaba su pie derecho, puso su pie izquierdo sobre mi cabeza y me dijo mientras revolvía juguetonamente mi pelo:

-contratado. Me ha convencido.

Comienza el sábado.  Ya verá qué éxito tenemos….Ahora, váyase, reflexione sobre lo que aquí ha ocurrido y prepárese mentalmente para triunfar en su nuevo puesto de trabajo

Puso su pie sobre mi frente y empujó con fuerza. Me pilló desprevenido y caí al suelo del empujón.

-Adios, me dijo sonriendo.

Silvia me utiliza con regularidad, en función de la actividad del salón.  Yo trabajo por la tarde,  cuando finaliza mi "otra jornada laboral", la retribuída. Además, los sábados estoy a tiempo completo.  De esta forma no tengo tiempo libre para mí, es curioso pero no lo echo en falta. Mi actividad como sirviente me enriquece y me realiza. Silvia cobra muy caros mis servicios especiales, pero yo no percibo ningún salario material.

Tampoco regalos, y me está expresamente prohibido aceptar propinas.

Aunque los servicios que yo presto no figuran en la lista de precios del salón, sino que son ofrecidos personalmente por Silvia a sus clientas más exclusivas, el boca a boca ha hecho estragos. Importantes ejecutivas solicitan mis servicios. Al principio, me ocupaba sobre todo de mujeres maduras muy autoritarias, que solicitaban mis servicios como complemento al tratamiento de belleza. De este modo, he tenido la ocasión de apreciar y conocer la calidad del trabajo de mis dos colegas, Laura y Clara. Los pies que estas dos chicas preparan para mi sumisa lengua  están, por lo general, saludable y estéticamente magníficos.

Poco a poco, la clientela ha ido evolucionando y he notado que mujeres mucho más jóvenes se interesaban por mí. Ahora hay incluso estudiantes que han abandonado hace poco la adolescencia que requieren mi trabajo. Al principio se muestran incrédulas, pero en cuanto toman confianza son las más exigentes y puñeteras, y en seguida comienzan a dar órdenes precisas y particulares.

Hay ocasiones, incluso, en que no vienen a recibir ningún tratamiento de belleza, tan sólo a divertirse conmigo. Por eso, debo complacerlas sin antes haber pasado por la pedicura, con lo que ello conlleva en lo relativo a la higiene de sus pies. Recuerdo que el sábado pasado vinieron dos directamente después de haber jugado un partido de tenis y hacían burlones comentarios acerca de lo sudados que tenían los pies.

Hay otras que me tratan con dureza y a menudo descargan su ira sobre mí pisándome o aplastando mi cabeza contra el suelo, aunque nunca he llegado a tener lesiones por esa causa si exceptuamos el estrés que me produce.

Con el tiempo, las clientas están ya familiarizadas conmigo, y saben exactamente lo que quieren. Jóvenes o maduras, bellas o menos bellas, la mayor parte me consideran un sirviente sin opinión. Sus órdenes deben ser obedecidas, y sus deseos adivinados. Dos de ellas han sido especialmente crueles conmigo, y se han pasado todo el tiempo abofeteando mi cara con sus pies.  Ello me ha llevado a presentar quejas ante Silvia, pero ella, después de examinar mi rostro y ver que no presentaba lesiones, excepto el enrojecimiento propio de la situación, se ha limitado a hablar con ellas y decirles que lo que habían hecho conllevaba un sobreprecio, cosa que no ha parecido importarles lo más mínimo.

Aunque afortunadamente eso no es muy frecuente. Últimamente me he especializado en baños de pies con leche,  algo que personalmente me gusta. Me parece que la leche es el líquido ideal para bañar los pies de las mujeres.  Comienzo siempre usando mi lengua –sobre todo entre los dedos- para relajarlos de la fatiga de caminar y de la estrechez de los zapatos. Cuando noto que la clienta está más tranquila y su transpiración ha pasado de sus pies a mi boca, le ofrezco una pequeña bañera llena de leche templada para que introduzca sus pies en ella. Posteriormente, comienzo un suave masaje con mis manos hasta que la clienta dice basta.  Hay algunas que juegan con la situación y me obligan a beber la leche que ha bañado sus pies. Hay gente para todo….y yo estoy para obedecer.

Hay una ejecutiva muy autoritaria que ha introducido un toque personal a esta práctica, y exige que sus pies sean bañados en champán. Eso también me gusta, y, afortunadamente, en esta ocasión no debo beberme después el líquido del baño

Los sábados son particularmente difíciles, porque la asistencia al salón es mucho mayor, y mi disponibilidad debe ser total.  La clientela difiere mucho de la que viene entre semana: vienen menos ejecutivas, y más jóvenes de aspecto deportivo.  Pero las exigencias son similares. Así que en unos meses he podido recuperar todo el retraso acumulado durante los treinta y cuatro primeros años de mi vida respecto a satisfacer mis fantasías fetichistas. Ahora sé que las mujeres que gustan de estas cosas son más numerosas de lo que imaginaba.

Ahora sueño con encontrar a una que quiera estos servicios para ella sola, gratis, y que me quiera como pareja.  ¿Creéis, queridos lectores, que podré encontrarla? Quizás mi jefa pudiera ser esa persona, aunque lo dudo, dado el rendimiento que me está sacando

santiagoo

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