Salomé

Salomé sintió los latidos de la polla de Pablo al correrse en su culo. La leche calentita... Estaba colorada como una grana. Mordía el labio inferior... Si Pablo hubiese tardado un poco más hubiese tenido un orgasmo anal, anal y brutal.

Salomé, 24 años, rubia, de ojos azules, 1.76 de estatura, y con unas medidas de escándalo, 90, 60, 86, vestida sólo con una camisa a cuadros de su marido y descalza, estaba lavando la loza en la cocina. Sintió como la cogían por la cintura. Chilló:

-¡Aaaaaaah!

Pablo su hijastro, 22 años, 1.78 de estatura, moreno, guapo y fornido, cogiéndola ahora por las tetas, le dijo:

-No chilles, puta.

Salomé se revolvía. Sus manos intentaba retirar las de Pablo.

-¡Se lo voy a decir a tu padre!

Pablo besaba el cuello de Salomé y buscaba sus labios. Salomé lo empujaba. Sintió la polla dura de Pablo contra sus cachas.

-Sí, y dile como estabas vestida. ¿Llevas bragas?

Le metió una mano debajo de la camisa y se encontró con el vello púbico de Salomé. La mujer le quitó la mano con la suya y la dejó encima del coño para que no se lo pudiese tocar.

-Eres una persona ruín.

Pablo agarró una de las duras cachas de Salomé, después cogió la otra y más tarde le acarició el ojete con un dedo. Sus labios seguian besando el cuello de su madrastra..

-Tú eres la ruín. Te casaste con mi padre por su fortuna.

Pablo quitó la verga, 22 centímetros y gruesa. Salomé, al sentir la polla mojada entre sus cachas, giró la cabeza,  y le dijo:

-Si paras ahora no le diré nada a tu padré.

La respuesta de Pablo fue besarla y rozar con su verga mojada el ojete. Salomé movió las cachas hacia los lados para que no la penetrara. Pablo se agachó y le metió la polla entre los muslos. Las piernas de Salomé estaban apretadas y apretada se deslizaba la polla entre ellas. Pablo, apretándole a Salomé los pezones, le dijo:

-¡¡Abre las piernas, zorra!!

Salomé le respondió:

-¡¡Sólo de muerta verás mis piernas abiertas!!

-Entonces quédate quieta y deja hacer.

Salomé dejó que Pablo le follase los muslos. Esperaba que se corriese pronto y se acabase aquella pesadilla. Pablo, besando su cuello, fue subiendo cada vez más la polla hasta que se movió entre los muslos de Salomé pero ya rozando los labios de su coño, que al sentir el roce se iban mojando más y más. Pablo sentía la humedad y follaba los muslos cada vez más rápido. Salomé sintió que se ba a correr. No le iba a dar esa satisfacción a Pablo. Se dio la vuelta, con el riesgo que eso conllevaba. Pablo buscó sus labios. Salomé dejó que la besara pero sin corresponderle. Pablo volvió a meter la polla entre su muslos, pero ahora rozando unos labios empapados. Salomé ya tenía unas ganas locas de devolverle los besos a Pablo, y al ratito ya estaba otra vez cerca del orgasmo. Estaba viendo que en cualquier momento le iba a devolver los besos, iba a abrir las piernas y dejar que la penetrase. Lo separó, y poniéndose de nuevo a lavar los platos, le dijo:

-Acaba.

Pablo le desabrochó la camisa y se la quitó. Le acarició el ojete con su verga mojada. Suavemente, y acariciando sus tetas, le metió el glande en el culo. Salomé, le dijo:

-¡Cabrón!

Pablo, le respondió:

-Puta.

Pablo se la clavó hasta el fondo y después le folló el culo. Quería hacerla sufrir. Lo que él no sabía era que Salomé lo estaba disfrutando y luchaba contra ella misma para no acariciarse el clitoris, para no girar la cabeza y besarlo, para no correrse como una bendita. Se salvó, ya que quien se corrió fue Pablo, exclamando:

-¡¡Tooooooooma!!

Salomé sintió los latidos de la polla de Pablo al correrse en su su culo. La leche calentita... Estaba colorada como una grana. Mordía el labio inferior... Si Pablo hubiese tardado un poco más hubiese tenido un orgasmo anal, anal y brutal.

Cuando Pablo le quitó la polla del culo, Salomé salió con la cabeza baja de la cocina. Se metió en el baño. Abrió el agua de la ducha, se metió debajo del agua, metió dos dedos en el coño y ni un minuto tardó en corerse sin pensar en nada ni en nadie.

Al salir del baño fue a su habitación, se vistió con unos jeans y una blusa, se puso unos zapatos y fue a la sala. Pablo estaba sentado en un sofá, llorando. Al verla, le dijo.

-Perdóname, Salomé, perdóname.

-Ya es tarde.

-Es que te quiero tanto...

-Encima de ruín, falso.

-No, es verdad, te quiero desde el primer día que te vi con aquel traje de noche rojo..

-Me acabas de llamar puta, zorra...

-Era la frustración. -se puso de rodillas- Perdóname, por favor.

-Ya te vale. Levántate.

Pablo, se levantó.

-¿Me perdonas?

-Me lo pensaré, siempre y cuando no vuelvas a hacer lo que hiciste, y si acabas de lavar los platos.

-¿Y si los dejamos para mañana y los lava la asistenta?

-Ya ni me lo pienso.

-Los lavo, los lavo.

Pasara una semana y Pablo casi no hablara con madrastra, aunque Salomé sintió mil y una vez  la mirada enamorada de Pablo acariciar su espalda.

Era sábado, Jaime, el padre de Pablo y esposo de Salomé, un cuarentón, alto y atractivó, se fuera en viaje de negocios a Bruselas. Salomé, en la sala de estar sentada en un sofá, le  preguntó a Pablo, que estaba sentado en otro sofá enfrente de ella.

-¿Vas a salir, Pablo?

-No. Mis amigos echaron todos novia.

-¿Y tú a que esperas??

-A ti.

-¡Otra vez la burra al trigo!

-El burro, Salomé, el burro. Estoy enamorado de una diosa. De un corazón inalcanzable.

-Eres... ¡Eres un tramposo! Lo que no pudiste conseguir por las malas, lo quieres conseguir con engaños.

-Estás equivocada. Si mis labios se  encontrasen con los tuyos sentirías que son unos labios enamorados, si mis manos pudiesen tocar tus senos, sentirías que son unas manos enamoradas, si mi boca pudiese beber de la fuente de tu paraíso de gozo, sentirías que es una boca enamorada, si tu quisieras, diosa mía, te mostraría la dulzura de un hombre enamorado.

-Amo a tu padre, Pablo.

-Lo sé, Salomé, lo sé,  y esa es mi cruz. ¡Pero vive Dios que soy feliz con ella! Pues mas vale amar y no ser correpondido que nunca haber querido.

-Aún va a resultar que me quieres de verdad.

-Más que el mar a las olas, más que el viento a la almenas, más, mucho más de lo que ama la sangrre a las venas.

-¡Calla ya, hombre, calla ya que me estás dando pena!

-Y a mi me estan dando ganas...

-¿De qué?

-De llorar.

-Pensé que era de otra cosa.

-De esa otra cosa, también.

-¿Sabes que voy  hacer?

-¿Qué?

-Ir para mi cama y echarme a dormir. No creo que me despierte si me acarician.

Salomé se fue a la habitación de matrimonio. Se desnudó y se echó sobre la cama. Sus grandes tetas con sus areolas rosadas tenían los pezones erectos. Al ratito entró Pablo en la habitación. Se desnudó y metió la cabeza entre las piernas de Salomé. Con mucha lentitud le pasó la lengua por los labios, subió hasta el clítoris y se lo chupó, dulcemente, y después se lo lamió repetidas veces. Lamió el coño de arriba abajo y de abajo arriba. Le metió varias veces la punta de la lengua en la vagina y siguió lamiendo hasta el ombligo, lo besó, llegó a las tetas, las acarició, lamió y chupó tetas y pezones... la besó en el cuello y después en los labios. Salomé echó los brazos alrededor del cuello de Pablo y se besaron con dulzura. Al acabar de besarse, Salomé echó a un lado a Pablo, lo besó en el cuello... en las mamilas... Bajó, le cogió la verga, la metió en la boca, la masturbó y la chupó:

-¡Aaaaaam, aaaaaaam, aaaaaam...! Deliciosa.

Subio encima de Pablo, metio la verga en el coño y comenzó a follarlo. Su culo subía y bajaba lentamente, tres, cuatro o cinco veces.

-Zaaaaaaaaaaas, zaaaaaaaaaas, zaaaaaaaas, zaaaaaaaasss.

Y siete,  ocho o nueve, aceleraba.

-¡¡¡Plas plas plas plas plas plas plas, plas!!!

Pedro le acariciaba las tetas con las dos manos y la besaba cuando Salomé buscaba sus labios.

Y Salomé lo folló, lo folló hasta que, apretando el culo, echando la cabeza hacia atrás, y moviéndose hacia delante y hacia atrás, dijo:

-¡Te quiero Pablo, te quiero!

Se corrió inundando los huevos de Pablo, que comenzándose a correr dentro de Salomé, le dijo:

-¡Y yo a tí te adoro, diosa mia!

Continuará.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.