Salir o no salir, esa es la cuestión
Hay veces en que las dudas acaban en un buen polvo...
SALIR O NO SALIR, ESA ES LA CUESTIÓN
—CARIÑO , ¿te apetece que salgamos a dar una vuelta por ahí?—preguntó Valeria cuando quedaba poco para llegar a casa, pero no obtuvo respuesta; su chico conducía como absorto, con la mente puesta en quién sabía dónde—. Robert… ¿me has escuchado?
—¿Qué?—reaccionó despistado—. Perdona, mi vida, ¿decías?
—Decía que podríamos salir a dar una vuelta y tomar algo por ahí.
—Uf, no sé, la verdad es que me apetecería más que nos quedásemos en casa, estoy algo cansado, pero que si es lo que quieres, podemos salir un rato—respondió Robert mientras su cabeza le gritaba en silencio que no aceptara, que dijera que no, que no se rindiese; pero estaba claro que es esa ocasión tampoco le funcionaría.
—Gracias, cariño, eres fantástico.
—Lo sé… —Robert la miró con el gesto del que se sabe derrotado pero tampoco puede evitarlo—. ¿Nos vamos directos entonces?
—Necesito pasar por casa, si no te importa.
—No hay problema, cariño.
Ella sabía que no habría nadie en casa, sus padres habían salido temprano y no volverían hasta la noche, y tenía urdido un plan para la sobremesa. Al entrar en el apartamento Robert se quedó en el salón, junto a la biblioteca de sus futuros suegros, y su chica se limitó a señalarle que esperase en ese lugar y le hizo un guiño.
Valeria se excusó de aquella forma tan exclusiva y única que solo ella poseía, y salió en dirección a su dormitorio. En su mente solo estaba impresionar a Robert y para ello debía escoger bien la prenda que se pondría. Se dirigió al armario y lo estudió con mucho detenimiento. Al final optó por un vestido sin tirantes que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Era de color azul como el mar, le quedaba mejor que bien, y estaba convencida de que Robert no podría resistirse. No había tiempo que perder; y mientras se cambiaba empezó a excitarse al pensar en la velada que tenía por delante. Estaba ya casi a mil, húmeda en el mismo centro de su ser, y sabía que aún lo estaría más en un momento.
Salió al comedor con su andar coqueto, donde un impaciente Robert la estaba esperando. Cuando la vio aparecer no daba crédito a sus ojos, ante sí tenía a una hermosa mujer que se acercaba con todos los sentidos puestos en él. No lo dudó un momento y se acercó de forma lenta a ella, le tomó una mano con cariño y la miró fijamente a los ojos.
Fue algo instintivo, natural, animal, la acercó más hacia él y su boca fue se fue acercando lentamente hasta unirse a la de ella, fundiéndose en un beso, suave y delicado, al principio como una caricia, con un leve roce de labios, para convertirse a los pocos segundos en un apasionado y voraz beso. La estrechó entre sus brazos y la saboreó con frenesí. Sus lenguas bailaban al ritmo que marcaba la danza de la pasión, sus manos corrían libres por sus cuerpos. Estaban excitados; ella feliz, él atónito. No comprendía qué estaba pasando, a qué venía aquello, pero disfrutaba del momento y no quería que terminara. Valeria se retiró un poco.
—Te he preparado una sorpresa, algo que no olvidarás en muuuucho tiempo…—le dijo con voz sugerente a un Robert no supo que responder, embargado por el desconcierto, pero deseoso de conocer a qué venía todo aquello; y estaba dispuesto a todo.
Valeria lo cogió de la mano y tiró de él hasta la cocina. Lo dejó junto a la isla mientras ella se acercó a la nevera, sacó una pequeña bandeja con nata, la colocó frente a Robert y con un dedo cogió un poco, se lo metió en la boca mirando a los ojos de su chico sin parpadear. Él pareció perder la respiración; le resultó tan erótico la acción de Valeria, que se le hizo la boca agua. Entonces ella cogió un poco más de nata y acercándose a él, introdujo de nuevo su dedo la boca, y acto seguido acercó sus labios a los de Robert, ofreciéndole el fruto de su boca; él no se hizo de rogar y abrazándola con pasión la besó, saboreando la dulzura que envolvía su interior. El sabor de la nata pasó entonces de la boca de Valeria a la de Robert, de lengua a lengua, y definitivamente aquello fue su perdición…
Valeria aprovechó su desconcierto para tomar su mano y dirigirla a la espalda de su vestido, y guiándola a la cremallera lo instó a bajarla. El vestido cayó por su propio peso al suelo, dejando al descubierto unos pechos redondos y firmes con unos pezones erectos ya por el deseo. Robert la contempló con detenimiento, recreándose con la visión de aquel cuerpo delicioso que tenía ante sí. Bajó la vista hasta su vientre y vio que llevaba unas braguitas preciosas blancas de encaje. No estaba acostumbrado a verla tan deseosa, su chica no era así, y quizás por eso él se estaba a poniendo a mil. La cogió en brazos y la sentó en la mesa, cogió nata y se la puso en los pezones. Empezó a lamerlos, y Valeria se excitaba cada vez más. Estaba muy húmeda y ardía de deseos de tenerlo dentro de su ser. Robert continuó extendiendo la nata por el cuerpo de Valeria y repitió de nuevo la acción. Estaba tan excitado como ella, y sin duda se notaba en la presión que había en sus pantalones.
Mientras lamía el cuerpo de Valeria se desabrochó los pantalones. Se los quitó y también los bóxer, dejando al descubierto en todo su esplendor la magnífica erección que tenía. Valeria estaba más que orgullosa de lo que estaba consiguiendo, y aún más excitada con la visión que tenía ante sus ojos, y deseó que estuviera ya en su interior. Robert le fue quitando las braguitas con los dientes mientras acariciaba sus pechos. Deseaba poseerla con todas sus ganas, pero antes quería hacerla gozar al máximo. Untó su monte de Venus con nata y la lamió hasta no dejar nada, y a continuación bañó en nata el resto de su intimidad y siguió saboreando a partes iguales la nata y el sexo de ella. La mezcla de sabores le resultaba impresionante, y Valeria creyó volverse loca de deseo, Robert sabía cómo hacerla gozar.
Mientras la lamía introdujo sus dedos en su interior imitando el movimiento rítmico de la cópula. La tumbó por completo en la isla y él también se tendió a su lado, embadurnando su pene también de nata. La forma en que miro a Valeria no hizo necesaria palabra alguna, ella estaba tan deseosa que se abalanzó sobre él y lo saboreó con ansia hasta hacer desaparecer aquel delicioso postre. Necesitaba más y más, y cada vez que miraba el rostro de Robert se daba cuenta de que a él le pasaba lo mismo, aquel rato que estaban pasando iba a ser muy pero que muy bien recordado por los dos durante bastante tiempo.
Robert estaba como hacía mucho que no recordaba, no estaba dispuesto a esperar mucho más para hacerla suya allí mismo y aquel mismo instante; se colocó encima de Valeria y empezó a penetrarla, lentamente al principio y con más ímpetu después. Ella estaba loca de deseo y de placer, hacía demasiado que no se desmelenaban de aquella manera. La pasión los quemaba, tanto que llegaron juntos al orgasmo varias veces hasta que quedaron rendidos encima de la isla, uno en brazos del otro. Valeria había conseguido su propósito. Aquel polvo reafirmaría que Robert ya era suyo.
—¿Se puede saber qué te ha pasado?—preguntó Robert mientras le daba un suave beso en la boca—. No te recordaba así, es más, no recuerdo ni si alguna vez fuiste así…
—¿Acaso no te ha gustado?—Valeria lo miró de forma picarona, sabía la respuesta nada más mirar el rostro de él—. No sé, hoy me apetecía desmelenarme…
—Gustarme se quedaría muy corto para explicarlo. Ha sido una grata sorpresa, muy pero que muy grata—sonrió satisfecho en todos los sentidos—. Pensaba que saldríamos a dar una vuelta y poco más.
—Y es lo que haremos—le guiñó un ojo mientras se incorporaba y ponía los pies en el suelo—. Más nos vale limpiar esto antes de que vuelvan mis padres…
Robert sonrió; después de todo se había ganado el salir a dar una vuelta.