Salir de la depre acumulando experiencias
No hay nada mejor que tener experiencias no conocidas para superar las malas experiencias y los desengaños amorosos.
Con los 22 de edad, coincidieron muchas novedades. Era 1978 y España estaba cambiando a marchas forzadas:
Sobretodo en el plano sexual y las relaciones “sociales”. Caían los tabús y las faldas se acortaban, al tiempo que los escotes se abrían a la vista de todos. Empezaron las revistas de la época del destape y se empezó a escribir sobre el sexo, al tiempo que la Iglesia y sus proclamas, se iban desestimando y arrinconando. ¿Cómo que hay llegar vírgenes al matrimonio? ¿Cómo que es pecado pajearse? Se discutía todo, especialmente lo que antes era un acto de fe y considerado moralmente correcto. Con todo ello la libertad se respiraba como si antes el aire fuera distinto.
Yo no era consciente de vivir en una dictadura, como la mayoría de los jóvenes solo pensabaen una cosa, sexo. Pero lo cierto es que tengo el recuerdo de una sensación: Como si hubiéramos pasado de un tono muy amplio de grises, a vivir en color. De hecho, había más color en la vida cotidiana. Las tiendas parecían más alegres y coloridas.
Todo ello me ayudó a superar la depresión en la que caí por haberme dejado, para caer en brazos de mi “mejor amigo”, la que pensaba que sería la mujer de mi vida, mi compañera, la madre de mis hijos, mi amiga. Menudo palo y vaya chasco.
Fueron algo más que semanas, las que me pasé dándole vueltas al porqué. Me quedó claro que me faltaban muchas cosas: Experiencia, seguridad en mí mismo y ambición.
Sin llegar a caer en la bebida, en esa época me pillé un par de cogorzas, como nunca antes había hecho, salvo en dos ocasiones que recuerde; una con quince años, a base de coñac en una nochebuena, en la que llegué a casa, casi a la hora de la comida de Navidad, para solo vomitar en lugar de disfrutar de la especial comida. Y la otra, con mi antigua novia, en la que ésta, por su cuenta y sin pedirlo yo, pues un servidor estaba tirado en el coche medio sobado, empezó una paja que no se consumó porque la cogorza era importante y no se me llegaba a subir. Lo curioso es que no le importó que estuviera otra pareja por allí. Era cañera mi ex.
También estaba yo en la parte de atrás de un coche de mi buen amigo Pablo, con dos chicas de la pandilla, quejándome de mi desgracia por haberme dejado mi novia, cuando una de ellas, Caty, chiquitusa, feucha y con gafas, pero súper simpática y cariñosa, se quitó las gafas y empezó a consolarme. En realidad abusó de mí, se aprovechó de mi debilidad emocional. Empezó acariciándome la cara y a darme besitos por la cara, como para consolarme como a un bebito. Yo estaba balbuceando llorón cuando noté su lengua casi en la garganta, y me gusto, vaya si me gusto. Fué la primera vez en que no era yo quien tomaba la iniciativa, era ella quien llevaba la voz cantante, yo respondía pero dejaba hacer.
Acompañaba tímidamente su lengua con la mía, como dos serpientes que se enroscan, fue muy estimulante y ella lo notó. Íbamos muy apretados en el coche, pues era un Mini. Y todo se notaba perfectamente, estando ella apoyada sobre mí. La otra chica solo hacía bulto, con lo que incluso ayudada porque estábamos más apretados, pero miraba para otro lado, cuando Caty, animada por la oscuridad de la carretera por la circulábamos, me cogió la mano derecha y se la llevó a su pecho izquierdo. Era una tetita recogidita, no muy grande, aunque cabría a duras penas en mi mano, por lo que no era “pequeña”. Era dura y su pezón salía de su centro, orgulloso, provocador, erguido de protagonismo, pidiendo atención. Lo pellizqué y ella gimió, el conductor pidió socarrón “¿Qué pasa por ahí detrás?” aunque nadie contestó.
Seguía besándome con una pasión que no recordaba que nadie nunca me hubiera demostrado, ni siquiera mi tan añorada ex que, en ese momento, había desaparecido totalmente de mi mente. Ya dicen que un clavo, con otro clavo se saca. Solo veía, palpando como lo haría un ciego, pues estábamos a oscuras, una teta que pedía ayuda. Y empecé a chupar con fuerza ese pezón erguido a mi disposición. El gemido fue más fuerte, pero el conductor calló. Seguramente ya sabía lo que pasaba y por el retrovisor habría visto, con la luz de los otros pocos coches que circulaban al cruzarse, que me estaban consolando y, como era y sigue siendo un buen amigo, se alegraba por mí y dejaba hacer. Incluso redujo la velocidad, lo que tenía mucho mérito por ser un fanático de la conducción a tope, aún hoy le gustan los vehículos con potencia.
Me moví un poco, con idea de sacar su pecho derecho y ella se adelantó, era menudilla y su metro cincuenta y poco, frente a mis 182 céntimetros, la hacían ser muy manejable. Le empecé a chupar sus pechos alternando de uno a otro de rato en rato. Parecía gustarte lo de consolar al deprimido, se retorcía de gusto, cuando pusé mi mano en su entrepierna para comprobar que la tenía mojada a pesar de llevar unos gruesos vaqueros de algodón. Joder con Caty, era fuego en movimiento, era muy excitante y, el hecho de ir en un vehículo en marcha, aún acentuaba las sensaciones.
Entonces, ella, hizo algo que nunca había hecho (que yo supiera claro) ninguna de las chicas de la pandilla a alguien que no fuera su novio “formal”; me tocó la polla por fuera y también pareció que le gustaba lo que notaba, se relamió el labio inferior sin pensar que le viera, lo vi al tiempo de cruzarnos con un vehículo que llevaba los faros demasiado altos. Yo me subí el rabo hacia arriba porque ya me dolía de estar empalmado con la polla hacia abajo, metí la mano en mi bragueta, sin abrir ni bajarme los vaqueros, metiendo la barriga que, antes, podía meter hasta casi tocarse con la columna por dentro.
Ella empezó a frotarla por fuera, mientras yo la frotaba también por fuera a ella y le comía las tetas. Se puso muy caliente, la prueba es que sus vaqueros estaban empapados como si se hubiera meado, ya le llegaba a las perneras, cuando en un arrebato, metió su mano en mis pantalones, yo, claro, ayude metiendo tripa.
Pero viendo que le costaba meneármela, ni corta ni perezosa, me abrió los cinco botones de mis Levis, no dejó ni uno, y agarró con fuerza mi polla que estaba en todo su apogeo. La apretó demasiado para mi gusto, y al intuir mi cara de dolor, aflojó y le dio un beso como pidiéndola perdón.
Yo alucinaba en colores, las sensaciones eran más intensas en la oscuridad, el tacto, los sabores, las texturas y las ráfagas de luz de los coches que circulaban en sentido contrario, hacían muy excitante ese corto y único viaje, porque nunca más he repetido algo parecido.
Caty estaba sacudiéndomela con un ritmo endiablamente adecuado. Se notaba que no era la primera polla que amasaba y se veía que le encantaba. Que sorpresa, la pequeña, dicharachera, discreta y puritana, Caty, era en realidad una chica caliente como la más ardiente de las chicas de las otras pandillas de quillurris que tenían fama de cachondas y guarrillas.
El alcohol que corría por mis venas me ayudaba a retrasar lo que, por mi frecuente y mal controlada eyaculación precoz, hubiera acabado muy pronto.
Había dejado de comerle las tetas y nos estábamos besando con juvenil pasión, dejándole yo toda la iniciativa, mientras ella tocaba la zambomba y yo le frotaba lo que ya era un chocho encharcado. Intenté meterle mano por dentro y al principio se cortó porque (me confeso al oído) se tendría que bajar el pantalón al llevar unos vaqueros de cintura alta, y su amiga estaba pegada a su espalda y, aunque se había deshinibido, no era plan que su reputación de puritana pasara al otro bando en una sola noche. En un solo rato de hecho, porque todo duró menos de media hora.
Finalmente, metí mi mano bajando su cremallera pero sin bajarle los pantalones y, efectivamente, no era un chocho, era un charco. Le dediqué el mejor de mis “masajitos” sobre su coñito que no era nada chiquitito, con una buena melena, como era típico en aquella época. No pude bajarme al pilón porque era materialmente imposible por el espacio disponible, pero me apeticía un montón lamerme su rajita para hacerla explotar de placer y probar esos jugos, y saber si las mujeres tienen distintos sabores, pues solo conocía los de mi reciente EX. Con el tiempo confirmé que los flujos vaginales de las mujeres tienen muy distintos sabores, como supongo que los tendrán nuestros espermas.
Seguí aplicando mi masajito y ella paró de golpe de bombearme. Estoy convencido de que mi masajito hizo su efecto porque, aunque se mordió el labio y no se le oyó nada, ningún gemido ni suspiro, yo noté como le palpitaba su pepitilla y se le contraían los labios de su chochito como si me besaran los dedos, como agradeciendo el placer que le habían conseguido. Dedos que no llegué a meter por miedo de romper algo, pues no sabía si aún era virgen. Nunca llegué a aclararlo porque nunca volvimos a tener otro encuentro, ni tan siquiera hablamos de esa noche nunca más. De hecho, al poco tiempo se echó un novio con quien se casó. Supe hace unos años que llevaban tiempo divorciados porque el chico tenía un problema con la bebida. Igual se debía a que no pudo seguir el endiablado ritmo que la chitiquina podía imprimir, como puede comprobar en mis carnes.
Notar su corrida en mi mano me estaba llevando directo a la mía a pesar del alcohol, al renovar ella su concierto de zambomba. Cuando se hizo la luz en el interior con la llegada a la ciudad. Soltó mi polla de golpe, sacó mi mano de su chochete, se subió la cremallera y refugió sus tetas, mientras me hacía señas de que me abrochara los botones de aluminio de mis vaqueros. Yo la miraba con carita de borrego degollado preguntando sin decir ni pío
“¿Pero me vas a dejar así?”
Viendo ella que yo no hacía nada, desandó lo andado y abrochó los botones que no hacía mucho había desabrochado.
Si sigue divorciada, y si se ha vuelto a casar también ¿Porqué no? Le tendría que pedir que acabé lo que empezó y no acabó hace ahora 38 años.
Mi amigo podría haber ido un pelín más lento.
En el futuro, su alocada forma de conducir, nos fastidió una orgía a cinco.
Pero esa es otra historia, si es que esta gusta y me animo a contárosla.