Salidas del Convento (8)

Lucía y María se sorprenden de su nueva condición.

Salidas del Convento 8

Mientras tanto Martín llegó de regreso a su casa. Con delicadeza golpeó la puerta donde supuestamente era la futura habitación de las novicias. Un ¡Adelante! Le franqueó la entrada.

-Lucía, ¿puedes acompañarme que te mostraré un lugar de la casa? Tú María espérame aquí que pronto regreso.

Martín salió de la habitación con Lucía y se dirigieron al sótano. Martín había preparado una capucha para colocársela antes de entrar al recinto. Sin que Lucía lo advirtiera, tomó la capucha de tela negra y con un rápido movimiento cubrió su cabeza. Lucía, desconcertada, quedó paralizada, momento que aprovechó el Marqués para colocarle unas esposas en las muñecas y poner su cuello en un cepo. Parte del trabajo estaba hecho.

Luego fijó con cadenas los tobillos al piso, mientras Lucía quería zafar de sus restricciones y reclamaba que la soltara. Martín quitó la capucha y colocó una cinta de embalar sobre su boca. Ahora, aparte de estar parcialmente inmovilizada no podía emitir sonidos.

-Es mejor que no te reveles. No tienes posibilidad de escapar y deberás obedecerme en todo.-

Dicho esto comenzó a levantar el vestido dejándolo sobre la espalda de Lucía. Unos calzones blancos cubrían su culo y su vulva. Mientras tanto Lucía emitía sonidos sin poder articular palabras.

-Tienes un lindo culito aunque este calzón lo cubre y lo arruina. Será mejor bajártelo para apreciar esas redondeces que recibirán su merecido.-

Le bajó los calzones hasta los tobillos y pasó sus manos por los cachetes del culo y alcanzó el clítoris.

-Lindo cuerpito para disfrutarlo. Ya verás qué bien lo pasamos. Unos azotes con la vara dejarán unas lindas marcas en ese culito.-

Mientras tanto Lucía continuaba revolviéndose con intenciones de soltarse, sin conseguirlo. Martín gozaba viendo la cara y los gestos de la indefensa novicia. Luego fue en busca de María.

-Lucía te llama. Quiere que veas algunas cosas.-

Se encaminaron al sótano. Al entrar María se enfrentó con el culo desnudo de Lucía, amarrada al cepo.

-¿Qué es esto?¿Qué pasa?¿Qué ocurre con Lucía?-

-Estaba apreciando su culito.¿No es hermoso? Ahora deberás mostrarme el tuyo, lo mismo que tu conchita.-

María quiso escapar del sótano pero con un rápido movimiento, Martín tomó su muñeca con fuerza.

-¿Adónde quieres ir? Debes desnudarte para mostrarme tu cuerpo.-

-¡Suélteme!¡Socoroooo!¡Suélteme!-

-Puedes gritar todo lo que quieras. Veo que deberé enseñarte cómo me debes obedecer.-

La acercó a una anilla que pendía del techo y rápidamente le colocó el collar alrededor de su cuello. Luego cerró unas esposas en sus muñecas, afirmando las mismas al collar.

-Así estás mejor. Seré yo mismo que deberé desnudarte. Unas tijeras me ayudarán.-

-¡No!¡No me desnude!¡Quíteme las manos de encima!-

Esas fueron sus últimas palabras. Una bola de goma ocupó su boca y una cinta de embalar cerró sus labios.

-Están gritando mucho y me molesta. Es mejor un poco de silencio. Primero a sacar la camisa para apreciar esas tetas que se esconden allí abajo.-

Comenzó desabrochando la camisa y luego con las tijeras cortó el sostén. Las tetas estaban a su alcance y comenzó a sobarlas y apretar sus pezones. Luego comenzó a cortar la falda que se deslizó al suelo dejando a María solamente con unos calzones parecidos a los usados por Lucía.

-¡Qué calzones más feos! Será mejor sacarlos para ver tu pubis primero y tu conchita después.-

María se movía frenéticamente en un intento se evitar que su cuerpo fuera manoseado, pero le era imposible defenderse.

-Tienes suerte María. Tienes un lindo cuerpo que quiero conservar. Te voy a torturar poco.-

Luego de magrear todo su cuerpo le separó las piernas dispuesto a acariciar profundamente su coño, pero María no podía siquiera implorar. Su boca estaba sellada.

Mientras tanto Lucía observaba, sabiendo que ella no correría mejor suerte.

Martín comenzó entonces a desnudar a Lucía. Con las tijeras cortó todas sus prendas que cayeron al suelo hechas jirones. Ahora ambas mujeres estaban desnudas y amordazadas y cada una podía el cuerpo de la otra. Lucía estaba frente a María, que con sus brazos y cuello amarrados mostraba su blanco y bien proporcionado cuerpo.

Por su parte María podía observar a Lucía con su cuello en el cepo, sus muñecas esposadas y su cuerpo desnudo. No podía observar el culo de la joven.

-Ahora que ambas están en condiciones de prestarme atención, les diré cómo serán sus vidas de ahora en más.-

-Primero de todo, cuando deban dirigirse a mi persona lo harán diciendo Señor Marqués. Si faltan a esa regla, recibirán un castigo.-

  • Deben tener en cuenta que las he secuestrado para gozar de sus cuerpos de diversas formas. Las torturaré todas las veces que quiera con motivo o sin él. Además dispondré de sus cuerpos para penetrarlos todas las veces y formas que desee. En todo momento deben mostrarse agradecidas y bien predispuestas de servirme como esclavas.-

-Cuando me corra en sus bocas, deberán tragar el semen, lo mismo que si decido orinar en sus bocas. Para ello cuando les orino, deberán mantener sus bocas bien abiertas.-

-De aquí no podrán escapar. He tomado todas las medidas para que les sea imposible fugarse, pero si lo intentan, juzgaré si son ajusticiadas por ahorcamiento o crucifixión.-

-A fin de servir mejor a mis fines, permanecerán desnudas a menos que específicamente les autorice a vestir alguna prenda. Además deberán tener permanentemente el pubis y los alrededores del coño perfectamente depilados. Si no lo hacen o lo hacen mal, serán severamente castigadas.-

-Por ahora estarán alojadas en celdas aquí en el sótano. Podré ponerlas en jaulas especiales si así lo decido.-

-Como podrán observar aquí en el sótano hay varios instrumentos de tortura, algunos de ellos muy cruentos, pero lo que más frecuentemente usaré son látigos, varas, fustas y otros instrumentos similares. Dejaré las descargas eléctricas para eventos especiales.-

Ambas mujeres no podían pronunciar palabra alguna pero sus ojos estaban desorbitados. No podían creer lo que estaban escuchando. La más terrible pesadilla sería más llevadera que lo que efectivamente el Señor Marqués les estaba anunciando.

-Ahora, y a pesar que no están depiladas y limpias como yo quisiera, recibirán algunos azotes para ir acostumbrándose al tratamiento que recibirán.-

Tanto Lucía como María temblaron de miedo. Podían ser azotadas sin piedad y sin posibilidad de defenderse. Poco después se acercó con un látigo de cuero negro.

La primera en ser azotada sería María. De pie, desnuda y con las muñecas fijas a su collar y éste unido a una cadena pendiente del techo, hacía que su cuerpo estuviera completamente expuesto.

-¿Tienes miedo esclava? ¿Temes que los azotes dañen ti piel?-

María hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

-Ya verás cómo te acostumbras a los azotes. El látigo visitará muy a menudo tu cuerpo.-

María no pudo contener las lágrimas en anticipación a lo que se avecinaba. Apenas unas horas antes estaba feliz en el convento y ahora estaba a punto de ser flagelada y para colmo, desnuda.

El primer azote cayó sobre su espalda. Resonó en el sótano mientras María se contorsionaba del dolor y apenas emitía algunos sonidos gruturales. Apenas unos segundos después una roja marca cruzaba su espalda. Se sucedieron varios azotes más en la espalda con el látigo para luego cambiar por una vara.

Los azotes ahora se dirigían al culo. Caín sin cesar mientras María trataba de evitar el castigo. Su culo se iba poniendo rojo de tantas marcas que lo cruzaban. Cuando Martín consideró que era suficiente, se colocó delante de la joven y le preguntó:

-¿Son suficientes los azotes en la espalda y culo o quieres algunos más?-

María, llorando hizo un gesto negativo con su cabeza. Su espalda ardía, su culo ardía y no podía siquiera frotarse para aliviar el dolor. Mientras tanto Lucía observaba desconsolada como su compañera de infortunio era torturada.

-Ahora algunas marquitas por adelante.-

Tomó una fusta y la acercó al vientre de la joven.

-Esa pancita debe también tener algunas marcas. Después nos ocuparemos de otras partes.-

María movía su cabeza negativamente para evitar este nuevo castigo mientras sus ojos derramaban abundantes lágrimas que caían sobre sus tetas.

-No llores. No puedes resistirte a mis azotes. Acepta que eres mi esclava y debes someterte a mi voluntad…-

Martín levantó la fusta y la descargó con fuerza unos diez centímetros por debajo del ombligo. María se retorcía del dolor, pero esto no inmutó a Martín que se dispuso a descargar otro azote.

Luego de unos diez en el vientre dirigió otros cinco a las tetas. María ahora lloraba desconsoladamente no solamente por el dolor sino por la impotencia de saberse completamente indefensa y a merced de su secuestrador.

A estas alturas Martín sentía la presión entre sus piernas. La erección se hacía evidente. Se bajó los pantalones y apareció enhiesta la polla que pronto usaría.

María (y también Lucía) comprendieron que la penetración era inevitable. Martín le ordenó separar las piernas y acercó su polla a la entrada de del coño. Antes introdujo levemente un dedo para comprobar la lubricación. A pesar del sufrimiento, el conducto vaginal estaba húmedo. Ya decidido comenzó a empujar.

No demoró mucho en romper el himen y tenerla completamente adentro, comenzando el movimiento. Muy a pesar de la misma María las sensaciones que por primera vez experimentaba le resultaban agradables y poco después, aun en contra de sus propios sentimientos y deseos, sintió un estremecimiento en todo su cuerpo. Había llegado al orgasmo.

Martín no se sorprendió mucho. No era la primera vez que le ocurría algo así. A pesar del rechazo a la violación, la corrida era espectacular. Continuó con el movimiento sin prisa pero sin pausa y cuando se aprestaba a descargar su leche, María nuevamente llegó al orgasmo lo que aceleró la corrida de Martín.

-Creo que en el fondo has disfrutado. Las dos corridas que experimentaste así lo avalan.-

María bajó los ojos y fuerte rubor coloreó su cara. Era cierto. Había gozado con el polvo, pero se lo reprochaba y le daba vergüenza, pero era la realidad. Marín dejó a María atada en la posición en que estaba y se acercó a Lucía.

Acarició las redondeces del culo y deslizó un dedo hasta el coño. Luego magreó sus tetas. Tal como estaba amarrada en el cepo, debía aceptar ser tocada.

-Unas marcas en el culo y la espalda no te vendrán mal. Tienes una piel muy blanca y será mejor ponerle algunos adornos.-

Tomó la vara y descargó un fuerte azote en el culo tomando ambos glúteos. Lucía se revolvió en el cepo del dolor e intentó emitir un gemido, pero apenas unos pocos sonidos se llegaron a oír.

Se sucedieron más azotes en el culo mientras aparecían nuevas marcas. Luego tomó el látigo y comenzó con la espalda. Cuando toda la parte de atrás de Lucía estaba cubierta de marcas, dejó el látigo a un lado y se dispuso a penetrarla. En la posición en que estaba la conchita se ofrecía como un verdadero regalo.

Acercó la glande a la entrada de la vagina y lentamente fue penetrando. Primero rompió el himen y luego la clavó hasta el fondo. Mienta la metía y la sacaba, jugaba con las tetas de Lucía que, aun en contra de su voluntad, se estaba calentando.

Cuando Martín se corrió dentro de la vagina, por alguna razón hizo que terminara de excitar a la joven que llegó al orgasmo con una ligera agitación.

Así finalizaba la primera jornada de castigos y penetración vaginal de las dos novicias que engañadas, habían sido secuestradas.

Ambas tenían sentimientos encontrados. Por un lado la situación en que se encontraban no les permitía rebelarse, por lo cual no eran responsables de la penetración sufrida y eso las tranquilizaba. Por otro habían probado por primera vez una verga en su interior y eso curiosidad de saber qué era coger había sido satisfecha, aunque de manera casi impersonal.

Por otro lado les preocupaba su futuro. ¿Qué les depararía el destino? Martín había sido claro en que serían tratadas como esclavas y los azotes recibidos confirmaban que él haría lo que quisiera con ellas. La vista de distintos instrumentos que había en el sótano les presagiaba que sus cuerpos serían castigados sin piedad. ¿Dónde terminaría todo esto?.