Salidas del Convento (5)

Nuevos castigos le esperan. Quedan lejos aquellos días de noviciado.

Salidas del convento 5

La mañana siguiente fue despertada con un pellizco de Martín en el pezón izquierdo. Quiso dar un respingo pero las cadenas le recordaron su estado. Luego de quitarle las cadenas le dijo:

-Ven esclava que tengo algo para ti.-

Acto seguido se bajó la cremallera del pantalón y liberó la polla que pugnaba por salir.

-Ahora quiero que te pongas mi verga en la boca, la acaricies con la lengua, la chupes y me hagas correr en tu linda boquita. Vas a tener que tragarte el semen, sin desperdiciar nada.-

Macarena abrió los ojos desmesuradamente. Sabía que no debería sorprenderse de nada pero eso de chupar falos y encima hacerlo eyacular para tragarse el semen, perecía demasiado.

-Señor Marqués, no me obligue a lamerle la polla y menos tragar sus fluidos.-

-¿Qué impertinencia es esa, puta asquerosa?¿Negarte a mamarme y chuparte mi semen? Eso puede costarte unos cuántos azotes en las tetas y algo más. ¡Vamos!¡Abre la boca!-

Macarena abrió su boca y la acercó a la glande que comenzó a acariciar con la lengua. Luego lentamente la fue introduciendo en su boca cerrando los labios alrededor de la misma. Poco después sus movimientos eran acompasados mientras la verga se ponía más dura. Poco después sintió el líquido que llenaba su boca. Hizo un gran esfuerzo para no vomitar y se tragó todo el semen. Luego pasó su lengua por todo el pene para retirar los restos de leche. Había hecho algo absolutamente impensado para ella.

-Bien ya he usado tus tres agujeros. Ya eres una puta con todas las palabras, la recibes por adelante, por atrás y en la boca y gozas con eso.-

-Señor Marqués, yo no gozo teniendo su polla en mi interior. Usted sabe que debo hacerlo para no ser castigada.-

-Es que quiero que goces cuando eres violada e incluso que goces cuando eres torturada. Será la mejor manera de darme placer, que sufras, gimas o grites pero que comprendas que ese es tu destino.-

Macarena simplemente no supo qué decir. ¿Podía decir algo? No, le quedaba solamente resignarse. Con el gusto del semen en la boca, fueron a desayunar.

-Como premio por haber sido usada de manera completa, te dejaré que uses unas bragas. Veré por cuánto tiempo, pero puedes cubrir tu coño por ahora. Te dejaré libre por toda la casa hasta después del mediodía, momento en que tengo reservadas algunas cosas para ti.-

-Supongo que lo que me tiene reservado es violarme y torturarme nuevamente. Parece que es lo único que piensa hacer conmigo.-

-No es tan así. Ahora disfruta que no estarás encadenada. Luego veremos…-

Macarena estaba más intranquila que antes de esta conversación. Presentía que cualquier cosa que Martín tuviera preparada para ella sería doloroso y humillante. Se calzó unas bragas, muy pequeñas según su gusto y muy amplias según el gusto de Martín, para por lo menos cubrir su chocho y parte del culo.

Debió preparar el almuerzo y luego limpiar toda la cocina. Lo que le molestaba era estar casi desnuda de manera permanente y andar de un lado para otro en la casa. Una vez finalizadas las tareas en la cocina, sabía que algo le esperaba.

-Macarena, es hora de volver a la mazmorra. Ahora quítate las bragas ya que quiero que allí estés completamente desnuda.-

La novicia le obedeció y ambos se dirigieron escaleras abajo.

-Aquí en la mazmorra tengo varios aparatos muy buenos para atarte y dejar tu cuerpo a mi disposición. Espero que como eres muy obediente te dejes amarrar para poder jugar con tu cuerpo a gusto.-

Macarena, resignada se montó sobre un banco que le indicaba Marín. Este consistía en una pequeña plataforma donde debía apoyarse desde diez centímetros debajo del ombligo hasta justa debajo de las tetas, que quedaban colgando apuntando al piso. Sus muñecas y tobillos fueron atados a las patas del banco. Así quedaba su culo y su espalda expuesto al látigo que a continuación usaría Martín.

Eligió uno de cola corta, no más de ochenta centímetros de cuero trenzado. Macarena no podía ver los movimientos de Martín ni que portaba un látigo, pero lo imaginó. Sabía que un banco similar tenían en el colegio para castigar a las alumnas díscolas. Sí recordaba que las jovencitas eran atadas vestidas y la superiora o encargada, le levantaba la falda hasta la cintura y les bajaba las bragas hasta las rodillas para azotarlas con una vara. Pensó que era eso lo que le esperaba.

Efectivamente se avecinaban los azotes, pero solamente en el culo sino también en la espalda y los muslos y no con una vara sino con un látigo. El primer azote fue directamente al culo, que le hizo gemir. El segundo cayó sobre su espalda y el tercero sobre los muslos. Ahora gritaba y se movía en sus ligaduras. El dolor era insoportable y hasta olvidó la humillación a la cual era sometida y la desnudez que por su posición dejaba ver los labios vaginales entre sus piernas.

Los azotes se sucedían. Su culo ardía, sus piernas ardían, su espalda ardía y parecía que Martín no estaba dispuesto a detenerse. Ya casi no tenía fuerzas para gritar o quejarse. Solamente podía dejar hacer y quedar a merced de Martín. Cuando finalizó, tanto la espalda como el culo y las piernas estaban insensibilizados de tantos golpes recibidos.

Sin embargo allí no terminarían sus castigos. En la posición en que estaba atada, tenía sus tetas colgando y los pezones libres para recibir algún castigo extra. Martí tomó dos pinzas cocodrilo y las ajustó en los pezones. Macarena emitió un quejido por el dolor que le provocó. Esas pinzas estaban unidas por medio de cables al aparato que provocaría descargas eléctricas.

Martín manipuló las llaves y una fuerte descarga atravesó el cuerpo de la joven entre teta y teta. Apenas pudo gemir por su extenuación y la cruel sensación que provocaban las descargas. Detuvo un momento el paso de corriente para activarlo nuevamente momentos después. El sufrimiento era indescriptible.

Macarena, que ya creía haber soportado de todo no esperaba los que le estaba sucediendo. Nuevamente entendió que Martín solamente valoraba su cuerpo para ser torturada. Luego se acercó al cuerpo inmóvil de la joven, le separó los labios del coño y se dispuso a penetrarla.

Otra vez ser violada sin siquiera poder resistirse. Pensó que por lo menos lo haría en su coño y no por el culo que le resultaba tan doloroso. Sintió como la polla se abría paso en su vagina para luego depositar la carga en su interior. Lloraba en silencio. Luego fue obligada a agradecer los castigos y la violación.

Parecía que su destino era ser follada, castigada por simple gusto del marqués y tener que permanecer desnuda y muchas veces encadenada. Creyó que no lo soportaría por mucho tiempo.

Luego de recibir la corrida en su interior permaneció atada al banco una media hora más, tiempo suficiente para asimilar su reciente violación.

Poco después estaba nuevamente encadenada en su celda, padeciendo los dolores a causa de los castigos recibidos.

Los días se sucedían casi todos iguales. La diferencia residía en el tipo de castigo que Martín decidía aplicarle, pero lo que era seguro que no pasaba día alguno sin ser penetrada y torturada.

El correr de los días hacía que Macarena se fuese acostumbrando y resignando a lo que le tocaba vivir. A tal punto que estaba intranquila si Martín se demoraba en su tratamiento diario

Sus labios vaginales estaban siempre hinchados a causa del frecuente uso y abuso de los mismos, agravado por los castigos que frecuentemente sufría esa parte de su cuerpo. Ya había soportado estar colgada de sus muñecas o tobillos, cabeza abajo, o de ambos con su coño expuesto al látigo u otros instrumentos de tortura, incluso a la picana eléctrica que era usada con frecuencia.

Ya había olvidado aquellos días de noviciado y ahora solamente pretendía sobrevivir a los constantes castigos. En cuanto a las violaciones, ya no las sentía como tales y la penetración aun en su culo le resultaba placentera. Pocas veces Martín le permitía salir al exterior y cuando lo hacía disfrutaba del sol sobre su piel.

Para esa época permanecía completamente desnuda todo el tiempo y en ocasiones cuando daba esos paseos por el parque lo hacía con sus manos oradas en la espalda y conducida por una cuerda que terminaba arrollada en su cuello. Era tratada como la peor esclava pero ella ya había aceptado esa condición y se comportaba de manera sumisa obedeciendo todas las órdenes por humillantes o dolorosas que fueran

Martín había logado dominar completamente a Macarena. Podía ordenarle cualquier cosa que ella obedecía sin resistirse, aún cuando el obedecer implicara ofrecer su cuerpo para ser torturado. Esto lo había logrado en menos de un año, cosa que antes nunca le había ocurrido. Decidió entonces redoblar las torturas para llevarla al límite de su resistencia.

Fue así que debió resistir largas sesiones de picana eléctrica, permanecer en el potro con sus miembros estirados, recibir azotes con los látigos más temidos por todo su cuerpo, permanecer encerrada en jaulas de reducidas dimensiones o atada por horas a cruces. Macarena resistía y apenas gemía cuando las colas de los látigos golpeaban su piel aun en las partes más íntimas. Fue entonces cuando Martín tomó una decisión.