Saldo en Rojo (1)

A Adriana ya la conocía hace algún tiempo. Ella jugaba tenis conmigo hace un par de años, en la misma clase. Nos hicimos amigas, y después de una pelea con su novio, la curiosidad la venció y nos besamos. No fue más. Ok... tal vez unas caricias, pero eso fue todo. Eso hace unos 4 meses. Volvió con su novio, y se fue de vacaciones. Llevaba 2 meses sin verla.

A Adriana ya la conocía hace algún tiempo. Ella jugaba tenis conmigo hace un par de años, en la misma clase. Nos hicimos amigas, y después de una pelea con su novio, la curiosidad la venció y nos besamos. No fue más. Ok... tal vez unas caricias, pero eso fue todo. Eso hace unos 4 meses. Volvió con su novio, y se fue de vacaciones. Llevaba 2 meses sin verla.

Llegué a las 7:15 AM a la cancha de tenis. Quince minutos tarde, y viviendo a tan solo 5 cuadras de allí. Qué descarada! Así soy yo. Quien haya estado en Bogotá debe conocer el frío mañanero de los Andes. Aún así, andaba en una falda blanca de tenista, mi excusa perfecta para mostrar mis piernas, a pesar de que las sintiera como dos témpanos de hielo, como si estuvieran forrados de piel de gallina. Una chaqueta blanca con rayitas celestes cubría mi torso y mis brazos, protegiéndolos de una congelación inminente. Llegué corriendo, el profesor, me miró con desdén y estoy segura que detrás de esos lentes oscuros sus ojos me querían matar por el descaro y la osadía de llegar tarde. Me quité la chaqueta y rápidamente saqué mi raqueta de su estuche. Con una sonrisa fingida de timidez y vergüenza traté de endulzar a mi profesor. No resultó. Nunca resulta. Me fui corriendo a donde estaban todos, hice la fila. El reto era sencillo: responder un par de golpes que la máquina lanza-bolas nos proponía. Saludé a dos de mis compañeros, quienes se rieron al verme afanada pero a la vez descaradamente tranquila, mientras el profesor se corroía por dentro.

Mientras saltaba y movía mis piernas, imitando a las tenistas de la tele, sentí en mi oído una tibieza que contrastaba con el frío, acompañada por mi nombre en una dulce voz. Era Adriana.

-Hola mi Adri hermosa!, cómo estas?- Dije mientras efusivamente nos abrazabamos.

-Volví de vacas... estuve en Perú... súper rico... no te imaginas- Respondió ella.

Nuestro abrazo fue interrumpido abruptamente por el regaño del profesor. Su mal genio se había convertido en histeria. Pero no importaba. Le hice un ademán a Adriana, como diciéndole que después hablaríamos con más calma. La mañana se llenó de alegría. A punta de miradas y sonrisas nos comunicábamos. Incluso el sol se animó y apareció. Después de una hora y media de clase, que me pareció como si fuera 2 minutos, estaba agotada. Busqué entre mis compañeros a Adri, pero ella no estaba. Miré hacia las bancas ubicadas a los lados y la encontré sentada, con mala cara. Dejé la fila y fui directo hacia ella con la excusa de tomar un poco de Gatorade. Mientras abría la botella, me dirigí hacia ella y le pregunté qué le pasaba.

-Son los cólicos. No debí venir hoy. Qué dolor- Me dijo, mientras sus ojos se cerraban del dolor. Yo la reconforté, mientras le decía que se olvidara del dolor y viniera a la cancha. Sus cólicos menstruales cesaron por un segundo. La ayudé a levantarse de la silla, cuando escuché un grito silencioso.

-Carajo! Puta vida! Creo que me manché. Please... échame una mirada.

Mientras se levantó, miré su falda, que tenía un puntito rojo en su cola. Asentí con la cabeza, mientras que Adri hacía cara de tragedia. Volví a mi maleta, dejé mi botella y tomé mi chaqueta. Se la dí y le dije que la esperaba en la cancha, que solo era un puntito. Ella tomó la prenda, y como si desoconociera su accidente, la ató a su cintura.

Pues bien. El morbo se apoderó de mi. Estaba segura que si lo hubiese planeado no habría salido tan perfecto, tan exquisito. Ella, una chica hermosa, con mi mayor fetiche. Una prenda íntimamente mía, rodeando su cintura. Era inevitablemente no excitarse. Ese vacío húmedo se apoderó de mi vientre. En los últimos minutos de clase, jugué como una idiota. No crucé palabra con nadie, simplemente me revolcaba con mis pensamientos indecorosos. Y me encantaba.

Fin de la clase. Me fui a la maleta, a dejar mi raqueta, y Adri llegó a mi lado.

-Gracias mi niña. Eres un sol. Se me nota algo?

-Para nada. Es un placer. Solidaridad femenina mi Adri, Solidaridad femenina- Le dije con una sonrisa descaradamente nerviosa.

Adriana vivía a unas 6 calles de las canchas, pero en sentido opuesto al mío, cruzando un par de avenidas. Así que no eramos precisamente vecinas, sin embargo, me puse el disfraz de buena samaritana y le dije: -¿Vas para tu casa?, Yo te acompaño, no vaya a ser que te me desmayes a mitad del camino.

-Gracias... claro... vamos- Respondió con una sonrisa atenuada por la maldita menstruación.

Nos fuimos juntas. Yo muerta del deseo y ella muerta de la incomodidad y el dolor. Menuda combinación. Por el camino me contó de su viaje, de lo bien que le fue, de cosas varias, de su ex-novio (yupi! terminó con su novio), de una blusa que le gustó en un centro comercial, del helado de chocolate, de una uña rota... en fin, de todo lo que nos pudiera hacer olvidar nuestro estado.

Al llegar a su casa, me hizo seguir, subimos al segundo piso, y entramos a su habitación. Me dejó esperándola allí, mientras entró al baño. Mientras tanto, lancé uno de mis dedos a inspeccionar mi vagina. El veredicto: estaba bastante húmeda. No me sorprendió. Cuando Adri volvió, estaba con un pantalón negro de algodón y con mi chaqueta en las manos. La lanzó a la cama, y me agradeció nuevamente.

-Tranquila. No hay problema- Le dije mientras estiraba la mano para tomar mi chaqueta.

-No, no, no, no... yo te la devuelvo limpia... no seas boba- Me respondió apurada.

-No seas boba tú... igual la iba a lavar.

-Para nada... creo que tiene una manchita... no, no!- Insitió Adri.

Uhm! Una manchita? Mi prenda con una manchita de su intimidad? Más morbo. Mi cerebro se desconectó, y mi vagina se tomó el poder y le ordenó a mi boca crear todas las excusas y frases con tal de convencer a Adri de llevarme mi prenda. La verdad no sé siquiera que dije, simplemente balbuceé miles de palabras sin sentido, y Adriana aceptó. Tenía la prenda en mi poder, en mis manos. Me la puse sobre los hombros, me despedí de Adri y me fui.

No había tiempo de irme caminando a casa. Mi vagina y mi deseo eran fuertes, más que mis piernas. Así que tomé un taxi. En pleno taxi, desplegué la prenda. Efectivamente había una mancha. Por física vergüenza con el taxista, envolví de nuevo la prenda. En menos de cinco minutos, que me parecieron horas, estaba allí, en frente de mi apartamento. Con la humedad deslizándose por mis piernas, le pague al taxista, y subí los 3 pisos de mi apartamento, como si fuera una medallista olímpica.

Maldita llave. Bonita hora de atascarse... Después de varios instantes, tenía puerta abierta y pasaporte a mi placer. Corrí a mi habitación y cerré la puerta. Me desnudé mientras me devoraba el aroma. Aroma a menstruación de Adri. Aroma a curiosidad. Aroma a sudor. Aroma a belleza. La punta de mi lengua se acercó lentamente a la mancha. No había sabor mágico. Pero no importaba. No era la primera vez que me masturbaba con esa chaqueta, pero si era la primera vez que lo hacía con menstruación de otra chica. Y me encantaba. Me sumergí en el aroma mientras rozaba la tela con mis senos. Mi vagina estaba empapada y envidiosa. Ella y yo no pudimos resistir la tentación. La manchita de sangre de Adri y mi conchita fueron una sola. La frotaba dulcemente pero con desesperación. Luego, paraba y revisaba nuevamente su aroma. Su sabor. Mi cosita me pedía más, mis manos recorrían mi cuerpo, mi piel se electrocutaba, mi nariz, como perro sabueso, buscaba rastros de mujer, de feminidad, de cuerpo femenino, de vagina de Adri, de vagina mía. Mis dedos separaron mis labios, mi clítoris buscaba la tela, la chaqueta me acariciaba, me penetraba, me hacía suya... El éxtasis llegó varias veces. No existió el tiempo. Solo eran mis sentidos estallando en un orgasmo que empapó mi cama.

Exausta y desnuda caí dormida. Me despertó mi celular. Era Adri. Quería saber como estaba. Entre dormida, le respondí sin claridad mental. Colgué. Caí de nuevo dormida. Como relámpago desperté. Me había dado cuenta que Adriana me acababa de decir que venía para aca.