Sala Magallanes

Una aventura furtiva que se nos fue de las manos.

**ADVERTENCIA

: contiene escenas de sexo homosexual.**

Pedí mi entrada sintiendo el calor del rubor en las mejillas. El hombre de la taquilla me la despachó con un desinterés total. Ni siquiera un pelo de su bigote se movió.

  • Sala dos, al final a la derecha.

No había nadie en la puerta para pedírmela. Titubeé tentada de darme la vuelta y marcharme por donde había venido, pero, armándome de valor, seguí adelante. Abrí la pesada puerta, aparté los cortinones. Mis ojos tardaron un momento en adaptarse a la penumbra. En la pantalla, una muchacha rubia de tetas de silicona le hacía una mamada en primer plano a un muchacho latino de rasgos sensuales. La cámara enfocaba alternativamente la polla y la cara del muchacho, que exageraba el gesto de placer mientras se escuchaba una sucesión de gemidos mecánicos que parecían de otra escena.

Apenas debía haber una docena de espectadores dispersos por la sala, como si se hubieran repartido para no verse. Hacia el centro, junto al pasillo, un único grupo de tres: dos muchachos sentados juntos y, tras ellos, Leo, que me guiño un ojo al pasar. Los chicos miraban hacia la pantalla sin pestañear. No debían tener ni veinte años.

Recordé sus instrucciones y me senté a la derecha del segundo de ellos, el que se encontraba más apartado del pasillo. Parecieron extrañados de verme. Tuvieron que apartarse para dejarme pasar. Cumpliendo con el plan, como por accidente, rocé con la mano el paquete de uno de ellos al hacerlo. La tenía dura. Dio un respingo de sorpresa y, mirándole a los ojos, sonriendo, me disculpé:

  • Lo siento.

  • No… se preocupe…

Respondió mecánicamente, sin pensarlo. Tomé asiento a su lado. Parecía incómodo por mi presencia.

  • ¿Hace mucho que ha empezado?

  • No… un cuarto de hora…

Era un muchacho tímido, supuse. Imaginé que por eso estaba aquí, con un amigo, en lugar de buscar a una chica de verdad por los bares.

Me repantingué en el asiento sin mirarle más que furtivamente. Aunque mi presencia le resultaba manifiestamente incómoda, permanecía con la mirada fija en la pantalla. El bulto en su pantalón resultaba más que evidente. La muchacha de la película, sentada sobre el hombre latino, le cabalgaba ahora con fuerza. Sus tetas de silicona apenas se movían. La cámara enfocaba a menudo un primer plano donde se apreciaba el ritmo frenético al que se metía aquella gran polla oscura.

Abrí un poco las piernas. Apenas lo suficiente para rozar su rodilla. Noté su tensión. Imaginé su cabeza bullendo, fantaseando con una aventura que no se atrevía a iniciar. Su timidez me causó ternura. También excitación. Yo misma sentía vergüenza, pero habíamos venido a eso, y Leo no me iba a consentir achantarme sin someterme a la humillación de su desprecio. Podía imaginarlo:

  • ¡Menuda cobardica! ¡Si los tenías en el bote!…

Presioné un poco más fuerte su rodilla con la mía. Vi por el rabillo del ojo que hacía un gesto a su acompañante disimuladamente. El muchacho, al parecer más animoso, no tardó en levantarse para sentarse a mi derecha. Al pasar, me rozó la cara con su paquete.

  • ¿Has venido sola?

  • ¿Y tú?

Me hizo gracia el divertido contrasentido que encerraba su pregunta, aparentemente obvia: efectivamente, había venido sola, aunque mi marido estuviera observándonos desde el asiento de detrás.

  • Yo no. Yo he venido con un amigo.

Susurraba con desparpajo. Me gustó. Muchos años atrás, en el Instituto, yo había preferido siempre a los chicos “malos”. Separé un poco más las piernas para alcanzarle también. Pareció animado al sentir el roce. Apoyó descaradamente la mano izquierda en mi muslo y sentí que, de repente, como si allí se desencadenase todo, mi cuerpo entero se alteraba. Noté la humedad y un mínimo temblor al despegarse mis labios bajo ellas.

  • ¿Y habéis venido a tocaros?

Apoyé también mi mano en su pierna y él apretó con la suya haciéndome estremecer.

  • ¿A qué se viene si no?

  • ¿Cada uno la suya o mutuamente?

  • Jajajajajajajajaja… Lo que se tercie.

  • Si molesto os dejo solos.

En lugar de contestarme, se giró hacia mi y comenzó a acariciarme las tetas. Lo hacía torpemente, apretándomelas con más fuerza de la necesaria. Hice subir mi mano hasta su paquete y respondí frotándolo también con fuerza. Gemí para animarle, y alargué mi otra mano hasta alcanzar a hacer lo propio con la del muchacho tímido, que dio un nuevo respingo al sentirla.

  • ¿Y tú a que has venido, puta?

  • A follar.

Lo dije en voz alta. Todo el cine pudo oírme. Al mismo tiempo, me giré hacia su amigo ignorando al chulito, para ponerle en su lugar. Abrí su cremallera y desabroché la hebilla de su cinturón sin el menor disimulo, asegurándome de que podía ver perfectamente lo que estaba haciendo. El muchacho puso ojos de cordero degollado. Parecía tener miedo. Besé sus labios apasionadamente mientras extraía su polla de la celda. Era chiquitita, y estaba terriblemente dura. Tardó unos segundos en animarse, pero acabó ofreciéndome la lengua. La tomé entre los labios succionándola suavemente mientras comenzaba a pelar su pollta muy despacio.

  • ¡Qué pedazo de zorrón!

Inasequible al desaliento, el gallito peleaba con mi falda hasta subírmela. Amasaba mi culo y pugnaba por alcanzar mi coño con los dedos desde atrás. Me moví para facilitárselo y sentí cómo se deslizaban dentro sin esfuerzo.

  • ¿Cómo te llamas?

  • Ana.

Respondí entre jadeos apartando la boca un momento de la de su amigo, que había separado los muslos y me ofrecía ya su polla con menos timidez. Mi mano resbalaba sobre ella.

  • ¿Y cuantos años tienes?

  • ¿Y tu madre?

  • Mi madre cincuenta -respondió sin comprender la ironía-

Era imparable. Mientras se la meneaba a su amigo, había desabrochado mi blusa y me magreaba las tetas como si nunca hubiera tocado otras. Las estrujaba con fuerza y me pellizcaba los pezones.

  • Pues igual que tu madre.

  • Pero más puta.

  • Eso nunca se sabe, cielo.

Me propinó un fuerte azote en el culo que me hizo gritarle a su amigo en la boca por la sorpresa. Sentí que su pollita palpitaba con fuerza, dura como una piedra, y comenzaba a llenarme la mano de lechita tibia.

  • ¿Ya, cariño?

Escupía su carga una y otra vez calentándome como una perra. Movía el culo buscando que los dedos de su amigo se me clavaran más adentro sin dejar de acariciarle, ordeñándole hasta la última gota, haciéndole temblar. Cuando ya no daba más de sí, y aunque permanecía dura como una piedra, como si no hubiera pasado nada, me acomodé de nuevo en el asiento mirando con una sonrisa en los labios al gallito, que seguía sobándome. Me limpié la mano en sus pantalones.

  • ¿Y tú? ¿Cómo te llamas tú?

  • Adrián.

  • ¿Y tu amigo?

  • Javi.

  • ¿Y qué quieres que hagamos ahora?

  • Quiero que me la chupes.

  • Pero… No voy a agacharme.

Se puso de pie sin titubear. Cualquiera de quienes estaban en el cine que mirara hacia nosotros -e intuía que todos nos miraban-, pudo ver su polla iluminada por la luz que reflejaba la pantalla: grande y dura. Al parecer, él mismo la había liberado mientras me encargaba de hacer que su amigo viera las estrellas. Dudé un instante y me incliné sobre ella. La sentí deslizarse entre mis labios dura como una piedra, rugosa, apretada. Se la mamaba mirándole a los ojos, deprisa, como hambrienta. Vi por el rabillo del ojo que Leo nos miraba. Imaginé que estaría tocándose, y la idea contribuyó a excitarme más. Agarrada a las nalgas apretadas del chaval, comprendí que eso era lo que quería: pollas duras, insaciables, ansiosas, casi virginales, y culitos firmes, musculosos…

  • ¡Para, para, que me….!

No le dio tiempo a terminar la frase: un chorretón tremendo de esperma me regó la garganta casi ahogándome. Me lo tragué. Me tragué uno tras otro que pudo escupir sujetándome con fuerza la cabeza, con los dedos crispados. Sus nalgas parecían de madera. Se movían espasmódicamente bajo la piel suave al ritmo en que su leche se me vertía en la boca.

  • ¡Venid, vamos a la primera fila!

A aquellas alturas, había perdido el control. Aunque una voz en mi interior me recordaba que estábamos en un lugar público, otra me decía que qué importaba, que aquí la gente había venido a ver eso, que miraran…

Los chicos me seguían como hipnotizados. Con la blusa desabrochada y la falda arrebujada por encima de las caderas, los arrastré tras de mí tirando de sus manos y, al alcanzar la primera hilera de asientos, que disponía de un par de metros libres entre sí y la pared de la pantalla, me arrojé sobre uno de ellos. Allí, la luz reflejada era más intensa. Pude ver que Leo, y quizás cuatro o cinco más de los silenciosos ocupantes de la sala, nos habían seguido. Exasperada, abierta de piernas, animaba a los muchachos para que me follaran.

  • ¡Vamos, cabrones, metédmela! ¡Folladme!

Adrián, claro, fue el primero en asaltarme. Prácticamente me arrancó las bragas. Su polla, bajo aquella luz, aun parecía mayor. Arrodillado entre mis muslos, me la clavó de un solo empujón y comenzó a bombearme. Me apretujaba las tetas. Clavaba los dedos en ellas mientras me follaba deprisa, como una bestia.

Javi, a nuestro lado lado, exhibía su pollita dura sin atreverse a intervenir. No conseguía vencer su timidez. Pude ver que Leo, sentado junto a él, empezaba a manipularla. Los demás hombres, toda la sala ya, de pie a nuestro alrededor, se acariciaban mirándonos. Sentía un estremecimiento continuo de placer.

  • ¡No pares…! ¡Ca… brón!

El muchacho de mi izquierda gimoteaba. Incapaz de resistirse, se dejaba manejar. No tardó en estar a cuatro patas, comiéndosela a mi marido. Otro de los espectadores, colocándose a su espalda, terminó de bajarle pantalones y calzoncillos hasta la rodilla. Lloriqueaba como resistiéndose, pero no se resistía. Gimoteó al sentir la lengua de aquel hijo de puta lamerle entre las nalguitas apretadas.

  • ¡No… no… por… favor…!

Lloriqueaba sin dejar de mover el culito, ni de comérsela a Leo, que acompañaba el movimiento de su cabeza con las manos. Yo chillaba sintiendo la polla de Adrián machacándome el coño. Me mordía el cuello y pellizcaba mis pezones haciéndome daño, y mi cuerpo entero se estremecía en temblores violentos y asíncopes.

  • ¡Maricona! ¡Nena llorona!

Chilló como una putita cuando aquel hombre comenzó a follarle. Yo no tenía ojos suficientes para mirar a mi alrededor: el rostro enloquecido del chaval que me follaba, las pollas de todos aquellos hombres que se las meneaban a nuestro alrededor, los empellones en el culo de Javi, que gemía dejándose follar, ahogadamente, tragándose la polla de Leo hasta la garganta.

Sin saber cómo, me encontré con la de un desconocido en la boca, y comencé a mamársela. Los más atrevidos de entre los demás pugnaban por poner las suyas al alcance de mis manos, y me volvía loca sintiendo su tacto rugoso y duro. De repente, Javi empezó a chillar. Dirigí a ellos la mirada sin poderlo evitar. Semiincorporado, gimoteaba como una nena. Había agarrado la de mi marido con fuerza y, con los ojos en blanco, la suya cabeceaba en el aire rezumando esperma a borbotones mientras el hombre seguía follando con fuerza su culito. Ya estaba sin camisa. Leo se corría en su mano salpicándole y yo casi perdí la consciencia al sentir mi coño inundarse de leche tibia. Mi cuerpo entero se estremecía en un temblor convulso. Sentí un chorretón de esperma restallar sobre mi cara. Resbalaba hasta mis tetas, que Adrián apretaba ahora con las manos engarfiadas, como garras, haciéndome chillar.

Se produjo un momento de calma tensa mientras me recuperaba. Uno de los desconocidos había apartado a Adrián agarrándole del pelo.

  • Ahora nos toca a nosotros, niñato.

Me vi allí, con la respiración agitada y el corazón alborotado, sin fuerzas, abierta de piernas y rezumando esperma por el coño, y tuve miedo. Javi, en el suelo, lloriqueaba mientras otro de los hombres, arrodillado ante él, se la metía en la boca. Ya no decía no. Otros dos hombres sobeteaban a Adrián. Vi que Leo era uno de ellos. El otro le sujetaba los brazos de pie y mi marido lamía su polla grande y dura.

Sentí los dedos de otro hurgandome en el coño. Parecía recoger la leche que manaba para untármela en el culo. Chillé al sentir sus dedos clavárseme. Me dio dos fuertes azotes y noté que me ardía. Enseguida volvió a su tarea. Me habían arrastrado hasta el suelo. Me sujetaban no sé cuantos. Me manoseaban entera. Me hacían daño y, sin embargo, comprendí que aquella especie de violación masiva me excitaba.

  • Es inútil que te resistas, maricón.

El hombre que sujetaba los brazos de Adrián pugnaba para clavársela, ahí, de pie. Otro le ayudaba a sujetarle y Leo seguía arrodillado comiéndosela. Cuando se movía, a veces, se la clavaba hasta la garganta. Javi, más manso, sentado sobre uno de los hombres, que se había tumbado en el suelo, culeaba gimoteando mientras se la comía a otro.

Me arrojaron sobre uno de ellos. Sentí su polla resbalándome en el coño lubricado. Otro no tardó en clavármela en el culo. Chillé, más por la impresión que de dolor, pues mi culo estaba lubricado y bien dilatado por los dedos de aquel cabrón. Me follaban como bestias, azotándome, mordiéndome. Otros, no sé cuantos, me tiraban del pelo para llevar mi boca a sus pollas. Me ahogaban. De cuando en cuando, sentía la leche de uno salicándome en la cara. A veces, al mismo tiempo que otro se me corría en la garganta. Adrián chillaba. El hombre le follaba con fuerza. Su polla se mantenía dura. Sujetándole los brazos hacia atrás, le habían forzado a inclinarse, y el otro se la metía en la boca. Leo seguía comiéndosela sentado en el suelo.

Me corría. Me corría chillando, insultándolos. Me corría follada sin descanso. Me follaban boca arriba, boca abajo, dos a la vez, tres. Sentía sus pollas en la boca, refregándose en mi cara. Me estrujaban las tetas. Palmeaban mi culo, y rezumaba esperma. Me salía esperma por cualquier lugar. Estaba cubierta de esperma.

Los muchachos gimoteaban. No recibían menos atención que yo. Bombeaban sus culitos, llenaban de pollas sus bocas. Les obligaban a tragar su esperma. A veces, entreveía la pollita de Javi, o la más grande de Adrián soltando sus chorritos de leche mientras los follaban de cualquier manera posible.

Lo último que recuerdo es estar sobre un tipo sentado en una de las butacas, que clavaba en mi culo una polla grande y dura. Otro, frente a mi, se empeñaba en clavármela por el mismo sitio, a la vez. Me sentía desgarrada. Chillaba como una loca desesperada, sintiendo que me rompían, mientras que otro cabrón, a mi lado, manoseaba mi coño irritado. Había manos estrujándome las tetas. Javi y Adrián, frente a mi, se corrían al mismo tiempo mientras follaban sus culitos. Chillaban como putillas calientes. Una catarata de esperma salpicaba mi cara y mi pecho cuando perdí la consciencia.

Me desperté con el sol en la cara, caída, más que acostada, sobre mi cama. Me sentía dolorida. Tenía moratones en las tetas, en los muslos, en el culo, que me dolía como si hubiera pasado un tren por allí. Tenía el pelo pegajoso, y manchas blancas de esperma seco por todo el cuerpo. A mi lado, Javi, que tenía puestas unas bragas mías, boca arriba. Tenía la pollita erecta. Levantaba la tela gris humo y la tensaba. Leo, a su lado, dormía también. No había rastro de Adrián.

Mi marido abrió los ojos sonriéndome.

  • ¡Maricón! - le espeté con todo el desprecio de que fui capaz de cargar mi voz-.

Como pude, me encaminé hacia el aseo. Necesitaba un baño. Recordando las confusas escenas de la noche anterior, me sentí excitada. Gemí al intentar acariciarme el coño. Me ardía. Lo tenía en carne viva.