Sala de espera
Liberó entonces sus pies de las elegantes sandalias de tacón, estiró la pierna y alcanzó con los dedos mi entrepierna. Con habilidad me acarició la polla, logrando hacerme culminar la erección que había iniciado su pequeño striptease
No podía dejar de mirar sus piernas. Desde que entrara en la sala de espera y se sentara en frente de mí, sus tobillos, sus rodillas y el comienzo de sus muslos me habían resultado hipnóticos. Enfrascada en la lectura de una de las manoseadas revistas que descansaban sobre la mesita, de vez en cuando cruzaba y descruzaba las piernas, y mi corazón daba un vuelco ante la improbable posibilidad de vislumbrar algo dentro de la sombra triangular que la falda proyectaba entre sus muslos.
Inesperadamente apartó la revista y fijó su mirada en la mía. En un primer momento yo la esquivé, azorado por la posibilidad de que hubiera notado mi interés, pero ante su insistencia fijé mis ojos en los suyos. Descruzó entonces las piernas y las separó, permitiendo que mejorara mi perspectiva visual. Excitado, vi como abría aún más sus muslos, provocando que su falda se elevara y ampliando con ello la superficie de su piel a la vista. Finalmente pude distinguir el triángulo de tela de sus bragas. De color champán, su tejido era parcialmente transparente, lo que me posibilitó intuir la araña de su vello púbico.
Liberó entonces sus pies de las elegantes sandalias de tacón, estiró la pierna y alcanzó con los dedos mi entrepierna. Con habilidad me acarició la polla, logrando hacerme culminar la erección que había iniciado su pequeño striptease . Estimulado por el masaje me agarré con fuerza a los posabrazos del asiento, preocupado porque en cualquier momento pudiera entrar alguien en la sala. Ella, sin embargo, terminó de subirse la falda, metió su mano dentro de la braga y comenzó a masturbarse.
Ronroneó como una gata en celo, abrió ligeramente su deliciosa boca y el leve gemido anunció un inminente orgasmo. Ello me excitó sobremanera y sentí que también estaba a punto de correrme…
–¿Señor Baranda?
–¡Eh! ¿Qué…?
–Señor Baranda –repitió la enfermera arrastrándome a la realidad–, puede usted pasar. El doctor le atenderá ahora.
–¡Oh, sí!, ya voy…
Disimulé buscando mi móvil en el bolsillo para silenciarlo, dándome tiempo para que mi erección bajara. Ella permanecía sentada, con las piernas cruzadas y la mirada absorta en la revista.