Sagas Ex Inferno - Esclavo
Esclavo a los pies de su Ama
-¡Ya esta hecho! –Exclamó Lilith feliz.- ¡Eres mi esclavo!
Edward la observaba de rodillas, sobre el piso de baldosas de mármol, de cuadros blancos y negros, como tablero el ajedrez.
-Ahora sí, solo falta una cosa más. –La pelirroja cogió de la mesa del altar de la Diosa, frente a ellos, otro objeto, un collar grueso de cuero negro, con remaches y aros de metal incrustados.
El joven sintió un escalofrío recorrer su piel negra como ébano, se sentía aprehensivo, semi desnudo, vestido nada más con sus pantaloncillos cortos.
-¿No crees que ya ha sido bastante? –Él aún pensaba que se trataba de una mala broma pesada.
-¡Levanta la cabeza! ¡Pronto!
Le puso el collar alrededor del cuello y se lo ajustó, a continuación, le conectó una gruesa y pesada cadena al collar.
Cuando ella se inclinó para encadenarlo pudo de nuevo disfrutar de la deliciosa fragancia de su perfume, una mezcla misteriosa entre canela y maderas. Sintió un intenso deseo de acariciarle los muslos, su piel blanca resaltaba contra el terciopelo escarlata de sus botas, la falda corta de su vestido rojo apenas los cubría.
Se llevó una mano a la cintura, mientras en la otra sostenía la cadena conectada al collar del hombre. De verdad le parecía muy atractiva. Ella cogió de la mesa cuatro objetos y los arrojó al piso frente al hombre.
-¡Ponte esto! ¡Es parte de tu uniforme de esclavo!
Eran unas muñequeras y tobilleras, gruesas, hechas de cuero negro, con hebillas, además tenían adosadas cada una, una anilla de acero.
-¡Recuerda! ¡Tienes que hacer lo que yo ordene!
presto se sentó en el piso y se los ajustó.
-¡Apriétalos bien, que no se te vayan a soltar!
Obediente procedió como ella ordenaba,
-¡Ya, termina de desnudarte!
-¿Eh?
-¡Quítate la ropa interior!
Así que iba a tratarse de sexo. Descubrió que sentía excitado cuando ella le hablaba con voz autoritaria y mandona, obedeció, presto, se sacó los pantaloncillos cortos quedando desnudo por completo.
Ella abrió bien sus grandes ojos color verde esmeralda.
-Sí la tienes del tamaño de un burro, y tienes unos huevos como de toro. –Despacio pasó su lengua sobre sus labios.
-¡Ahora! ¡Sígueme! A cuatro patas, como un perro.
El obedeció, ella guiaba la marcha caminando, sosteniendo la cadena fijada al cuello del enorme hombre que la seguía avanzado a gatas, sobre sus manos y rodillas. No recordaba nunca antes haber estado tan excitado como en esos momentos, esa extraña forma de dominación y sometimiento le estaba comenzado a parecer muy excitante, su imaginación volaba fantaseando con tener sexo con la pelirroja, dada la gula y lujuria con la que había visto sus genitales no le quedaba duda que ella le pediría sexo.
Pasaron al salón de la biblioteca, ahora el fuego ardía en la boca de la chimenea de piedra en labrada en forma de dragón. El sofá de cuero negro estaba al centro, frente a él la mesa baja, desde su posición a gatas, Edward notó que, frente al sofá, sobre el piso, se hallaba un pentagrama de plata, circunscrito dentro de un circulo de unos tres metros de diámetro, en las puntas del pentagrama se hallaban empotradas anillas de acero, no le había prestado atención en su visita del día anterior, tan absortó había estado contemplando los pies descalzos de Lilith.
Ella tomó asiento sobre el sofá, posó sus pies sobre la mesa de café, y como adivinando el pensamiento de él le ordenó.
-¡Quítame las botas! ¡Me vas a dar un masaje en los pies!
Le sacó las botas con la mayor delicadeza posible, cogió entre sus manos uno de esos hermosos pies blancos, de plantas sonrosadas, no daba crédito a la extrema suavidad de esa piel.
-¡Usa el aceite! –Dijo ella, indicando un frasco de vidrio sobre la mesa, era aceite perfumado de nardo, él le derramó un poco sobre los pies, luego le dio un masaje lo mejor que pudo, frotando las plantas con sus dedos, acariciando, frotando sus lindos tobillos. Masajeó hasta hacer que la piel absorbiera el aceite, dejándola humectada y perfumada.
Le posó la planta del pie sobre el rostro.
-¿Quieres besar mis pies? ¡Hazlo!
Él posó sus labios sobre la planta del pie y comenzó a besar con pasión, pasó luego a lamerle las plantas de los pies como un perro, metió cada uno de los deditos en su boca, chupándolos uno a uno como bombones, le deslizó la lengua entre los dedos, estaba en verdad transportado al paraíso, embelesado, absorto.
-¡Qué está sucediendo aquí! –Gritó a toda voz una mujer. -¿Qué diablos te esta haciendo ese hombre?
La voz desconocida le arrancó de su ensimismamiento. De un salto se puso de pie y se volvió, ante él se hallaba plantada una alta belleza rubia de bronceada piel canela, era un bombón, toda una Diosa, llevaba puesto un corto vestido blanco de cheerleader y calzaba zapatillas Nike blancas sin calcetines.
-¿Quién demonios eres tú? –Preguntó furiosa, sus ojos azules refulgían con cólera.
Él se quedó petrificado ante ella, desnudo, apuntándole con su bestial erección, con las bolas colgándole entre las piernas y con una cadena sujeta de un collar de perro alrededor de su cuello.
-¿Qué le estabas haciendo a mi hermanita menor, cerdo pervertido?