Sagas ex inferno - Condenación

Un chico conoce a una misteriosa pelirroja...

Edward era el rompecorazones más popular de su barrio, capitán del equipo de fútbol, con 5’ 12” de altura, piel y cabello negros como ébano, poseía un cuerpo de dios griego, si se quitaba la camisa después de un partido enloquecía a las chicas al mostrar sus grandes pectorales y su torso de músculos labrados. Sumado a todo esto había ganado una beca deportiva para estudiar en el colegio privado más caro de la ciudad, el colegio de Nuestra Señora de Santa Helena.

Alguien podría decir que era injusto, que era demasiada suerte para un solo individuo, pero la verdad era que Edward también tenía sus problemas con los cuales lidiar, como esa mañana que esperaba sentado en el vestíbulo de la oficina del rector, su problema: había reprobado física, química y matemáticas con calificaciones bajísimas.

Una chica entró al vestíbulo de la oficina, una pequeña pelirroja delgada como palillo, Edward apenas la vio de reojo, le pareció que debía de ser alumna de secundaria. La chica pasó de largo y se sentó en un sofá junto a la ventana.

Edward se movía al borde del asiento, no acostumbrado a estar quieto por largo tiempo.

Atisbó a la pelirroja, vestía el uniforme del colegio impecable, la falda tartán con el plisado duro, la camisa blanca inmaculada, así como el tweed negro, con sus gafas de montura de oro parecía una niña de la realeza sacada de una revista de alta aristocracia, su pose al sentarse era muy confidente, espalda recta, mentón elevado y piernas cruzadas, sus ojos verdes capturaron la mirada de Edward, ella le esbozó una sonrisa, su expresión le reprochaba el haberle cogido que la estaba chequeando con descaro. El chico volvió a ver hacía la puerta que daba al pasillo, el silencio se volvía incómodo.

La pelirroja tenía un semblante un tanto altanero, acentuado por su nariz aguileña, si bien su dentadura era perfecta, con dientes blancos y parejos, sus incisivos delanteros eran bastante grandes, dejándose entrever bajo el labio, eso le acentuaba un aspecto infantil, aunado a las pecas de sus mejillas, asombraba mucho la blancura inmaculada de su piel, con una palidez extrema, como manto de nieve recién caída.

Por fin entraron a la oficina el rector, un cincuentón bajo y calvo, acompañado de la profesora de ciencias, la hermana Martha, una mujer joven de unos treinta años que vestía su hábito negro de monja.

-¡Buenos días, señorita Lilith! -Saludo el rector a la pelirroja.- ¡Edward! –Saludo al chico haciendo una inclinación.

La profesora les saludo a su vez.

-Vengan, por favor, -Dijo el rector, tomando haciendo a la cabecera de su mesa de reuniones y señalando a los demás los asientos a ocupar.

-Edward, la hermana profesora me ha explicado la situación de tus asignaturas, escúchala.

-Pues que, de química, física, y matemática, vas mal en exceso. –Dijo la hermana.- y el hecho es que tus calificaciones son demasiado bajas, y tus asignaturas para este año son insalvables.

Edward esbozó una sonrisa embarazosa.

-No es motivo de gracia, joven. –Dijo el rector con embarazo.- Las reglas de esta institución educativa son muy rígidas. En realidad, deberías quedar expulsado por bajo rendimiento académico, es nuestra norma, pero en especial atención a tus logros deportivos y lo que ello representa en los campeonatos, para nuestro colegio, pues la profesora ha desarrollado un plan para ti. Por favor, profesora, explíquele.

-Primero, Edward, debes saber que lo he hemos decidido va en contra las reglas y lo mantendremos confidencial, la joven que ves acá es Lilith Schwartz, nuestra alumna más destacada en ciencias, medallista de oro en las olimpiadas matemáticas, y campeona en diversas competencias de ciencias. Ella será tu tutora, te dará un curso intensivo de refuerzo durante un mes.

Edward relajó su postura un tanto.

-No te sientas tan confiado. –Sentenció la hermana Martha.- No se trata de arreglarte las asignaturas, Lilith calificará tu desempeño, te hará exámenes y si no apruebas serás expulsado.

-¡Es lo más que podemos hacer por ayudarte! –Dijo el rector.- ¡Tómalo en serio!


Edward estaba con Lilith en el pasillo afuera de la oficina.

-¡Bien, si te parece podemos empezar las lecciones mañana viernes! -Dijo ella sonriendo.- ¿Te parece nos reunimos en la biblioteca?

Teniéndola más cerca pudo percibir el agradable aroma de su perfume, una fragancia a canela y maderas, le pareció intrigante.

-Mira, no lo vayas a tomar a mal. –Dijo él, pasándose la mano tras la nuca.- Pero no puedo dejar que me vean contigo, mucho menos permitir que me vean como un tonto en la biblioteca sentado junto a una pila de libros.

-Podemos estudiar en mi casa si quieres –Propuso ella haciendo una leve mueca.

Quedaron para viernes a las tres de la tarde, Edward salió de mal humor, a la dirección que la pelirroja le había dado anotada en una tarjeta de papel perfumado que había sacado de un bloque que llevaba dentro de su bolso, la tarjeta estaba hasta membretada, la chicuela incluso tenía una agenda de cuero, agenda en la cual había anotado la cita, como ella la había llamado. Revisó la dirección, dios, la tipa vivía fuera de la ciudad, no le quedó más remedio que pedir un taxi que le condujo por kilómetros a través de una carretera que cruzaba un espeso bosque. La vegetación era tupida y cerrada, unos kilómetros adelante el taxi se detuvo frente al portón de entrada que daba acceso a una inmensa propiedad, pagó y bajó del taxi, luego se identificó por un intercomunicador en la columna del portón, le contestó la voz de Lilith, el portón, activado a control remoto se abrió.

Edward tuvo que recorrer otro kilometro a pie, siguiendo un camino de gravilla gris que se abría paso entre unos verdes jardines de setos. Al final se alzaba un imponente castillo gótico de piedra negra, Edward pasó junto a una fuente alzada en una plaza frente al castillo, a un costado divisó un espacio techado para coches, dios había un Ferrari rojo, un BMW negro, una todoterreno, volvió la vista al frente y observó el edificio, su tamaño era impresionante, tenebroso por su arquitectura gótica y por estar todo hecho de una clase de piedra negra. Subió los escalones que daban al portón principal. La pelirroja le esperaba en el umbral, aún llevaba puesto el uniforme escolar, su larga cabellera iba recogida en una cola alta. Parecía que acabase de llegar justo del colegio, con la diferencia que iba calzada con sandalias negras tipo flip flop, que dejaban sus pies descubiertos, Edward al verlos quedó hechizado. No podía retirar la vista de esos pies, eran tan hermosos, pequeños, de piel blanca y sonrosada que se adivinaba tersa y suave, arcos perfectos y unos deditos primorosos, jamás se había considerado un fetichista, pero en esos momentos los pies de Lilith eran lo más sexy y erótico que alguna vez había visto en su vida.

-¡Hey! ¿Piensas pasar adelante? –Preguntó ella.

La voz lo sacó de su ensimismamiento.

-¡Claro! –Dijo de manera brusca, mientras sentía un abultamiento en la entrepierna, rayos, en vez de sus jeans se había puesto unos “pants” ADIDAS tipo joggings, que no servían para nada para ocultar una embarazosa erección.

Entró a la mansión caminando tras de Lilith, no vio mucho al alrededor, pues como hipnotizado no podía dejar de admirar los pies de la joven, en especial mientras ella caminaba le era posible admirar de tanto en tanto la planta de sus pies pues con el movimiento se separaban de las sandalias. No obstante, en su visión periférica notó la escasa iluminación interior y la sobreabundancia del color negro.

Se detuvieron en la biblioteca de la mansión, que se hallaba en una elevada torre circular, las paredes estaban tapizadas por estanterías repletas de libros, la cúpula de la torre era de vidrio coloreado que permitía el paso de la luz solar de manera filtrada. Adosada a una pared se hallaba una enorme chimenea de piedra en forma de dragón. Lilith tomó asiento en un sofá de cuero negro frente a una mesa baja, hecha de madera negra repleta de libros e índico a Edward un asiento de madera. Sobre la mesa también había un juego de té de plata.

Ella se sirvió una taza de té y ofreció una a Edward.

-Gracias, pero no tomó ese tipo de cosas.

La siguiente hora fue un verdadero tormento para él, apenas daba atención a lo que la chica decía, por un lado, parecía hablar en chino, explicando números, ecuaciones y gráficos, por otro se había descalzado y subido sus hermosos pies sobre la mesa, cuando los estiraba hacia adelante quedaban delineados a la perfección sus arcos perfectos.

-¡…Edward…! ¡Edward, estas poniendo atención!

-¡Lo siento! –Dijo aturdido, luchando por acomodar la enorme erección que estaba sufriendo, la pelirroja ladeó la cabeza plantando una cara de póker, entreabría los labios dejando ver sus incisivos blancos y perfectos, sus ojos verdes poseían una enigmática mirada. Nunca se habría sentido atraído por una chicuela así, con un busto plano, su talla de sostén debía ser menos que “A”, y era tan delgada, pero sus como esmeraldas, la expresión de su rostro y sus hermosos pies lo tenían duro como roca.

-¿Estás Aquí? ¡Te estoy hablando! –Gritó ella.

-¡Lo siento!

-¡Pero es que es increíble lo distraído que eres!

Edward se puso en pie, extendió sus brazos.

-¡En serio los siento! ¡Pero es inútil! ¡No he entendido ni pizca de lo que dices! ¡Jamás podré hacerlo! ¡Jamás!

Lilith en silencio rellenó su taza de té, se relajó en su asiento y cruzó sus pies descalzos que estaban apoyados sobre la mesa.

Edward se percató que había estado gritando y que estaba tenso con sus puños en alto.

-…Discúlpame, lo siento…

Ella le clavo fijo los ojos verdes esmeralda, con una dura mirada de superioridad. El hielo en su mirada le produjo un escalofrío.

-Bueno, nada más tienes un mes para aprender todo lo del semestre en las tres asignaturas: matemáticas, química y física. Francamente, al inicio pensé que tal vez cabría alguna remota posibilidad de que lo lograras, trabajando día y noche, pero con lo que he visto esta tarde de tu comportamiento, siendo franca, mejor vas a tener que empezar a pensar en regresar a tu vieja escuela de barrio.

Él la observó petrificado.

-Perdería mi beca deportiva. –Había verdadero temor en su voz.- Mi futuro en la gran liga…

Lilith sostenía la taza con ambas manos, sin dejar quitarle de encima su mirada cortante sorbió un poco de té.

-Tú, tú puedes ayudarme…Dime, hay algo que pueda hacer por ti, pídeme cualquier cosa ¡Haré lo que sea!

Colocó la taza sobre la mesa.

-Voy a pensarlo. –Repuso con su voz fría.- Por el momento lárgate, recibirás mi llamada luego.


Salió del baño desnudo, se acababa de dar una ducha fría, el calentador de agua se había vuelto a descomponer, estaba cansado, había tenido que caminar durante más de una hora hasta encontrar un vehículo que le dio aventón a la ciudad, esa maldita mansión estaba demasiado retirada.

Tomó asiento al borde de la cama dentro de su diminuta habitación, tan pequeña que en realidad había sido antes un closet para escobas, una adaptación al micro apartamento de un solo cuarto que compartía con su hermano mayor. Era injusto, sólo en el hall de esa maldita mansión podían jugarse holgado dos partidos reglamentarios de basquetbol al mismo tiempo. El recuerdo le trajo al pensamiento su fracaso escolar, sintió un nudo en la garganta, no quería terminar de chofer de autobús como fue su padre, o de policía como su hermano, maldijo, su futuro estaba en las manos de esa rarísima chiquilla blanca pelirroja, ¿Cómo podía hacer para que le ayudara? ¿Qué podía darle a cambio a ella que era millonaria y lo poseía todo? Concentró de nuevo su pensamiento en ella, la imagen de sus hermosos pies descalzos volvió a su memoria produciéndole una dura erección. Vio el reloj, eran las diez de la noche, demasiado tarde para llamar a su novia Kamala, recordó que Kamala tenía los pies grandes y feos, descuidados y sin la manicura perfecta de Lilith.

Ya se había resignado a que esa noche iba a matarse masturbándose cuando el teléfono sonó.

-Pon atención. –Dijo la voz de la pelirroja. Era una voz dulce y clara, pero a la vez fuerte y autoritaria- Se me ha ocurrido algo, algo que puedes hacer por mí.

-¡Lo que sea, dilo!

-Quiero que seas mi esclavo.

-¿El qué?

-Ven a mi casa mañana temprano, a las seis. Allí te explicaré todo.

Ella colgó.


Prestó una estúpida bicicleta para ir a la mansión, al menos así haría ejercicio y compensaría algo el perder su entrenamiento del fin de semana. Se identificó en el comunicador de entrada y avanzó, aparcó la bicicleta junto a la fuente y subió las gradas de la entrada, la llamada telefónica de la noche anterior le había dejado intrigado, que podía significar eso de esclavo. Lilith le esperaba de nuevo junto a la puerta, ahora vestía distinto, con unas elegantes botas de terciopelo rojo, de suela plana y caña a la rodilla, llevaba un vestido de color escarlata, de satín y adornado con encaje, de falda muy corta, con un grueso cinturón de cuero negro a la cintura. El cabello rojo recogido en una severa cola alta, atada con un listón rojo. Estaba clásica y elegante, como princesa de cuentos de hadas. Contempló sus piernas delgadas, sus muslos separados entre sí como las modelos, poseían una piel blanca e inmaculada. Al verla la verga se le puso dura de nuevo, podía ser que la encontrará sexy, pero también era que la noche anterior no se había masturbado, la extraña llamada telefónica le había dejado el ánimo desconcertado, y la cita tan temprano le había impedido pasar viendo a Kamala, ya llevaba veinticuatro horas sin sexo.

-Hola, no entendí lo que me dijiste anoche, pero estoy decidido a hacer lo que sea que digas.

-¿Harás lo que sea que yo diga?

Lilith sonrió maliciosa

-¡Sí, lo que sea, lo juro!

-¡Vale, pruébalo! ¡Desnúdate!

-¿Qué?

-¡Quitate la ropa! ¡Ponla dentro de esa caja de cartón!

-Pero… Oye…

-No hay nadie más en la casa ¡Anda!

Se quitó la camisa y la colocó dentro de la caja, luego los zapatos y los pantalones, quedando nada más en sus “boxers”,

-¡Vaya! ¡Qué músculos los que tienes! -Lilith sonrió y le indicó que pasara adelante. Entraron a un salón flanqueado con columnas estilo griegas y piso de mármol blanco, al fondo se alzaba un altar de piedra alumbrado por lámparas de aceite, sobre la parte central del altar se alzaba una estatua de mármol blanco, representaba una hermosa mujer alada, alrededor de su voluptuoso cuerpo desnudo se arrollaba una larga serpiente. Ella estaba de pie, parada sobre un hombre desnudo, acostado de espaldas, plantaba uno de sus pies sobre los pectorales y otro sobre el abdomen del hombre. La figura llevaba una corona con rayos, en una mano sostenía un látigo y en la otra una copa.

Lilith y Edward estaban ambos de pie ante el altar.

-¡Ponte de rodillas! ¡Estás en un lugar sagrado! –Ordenó la pelirroja.

El obedeció, ella permaneció de pie.

Tras el altar sobre la pared había un tapiz de tela negra con un estampado en oro de un pentagrama y algunos signos misteriosos.

-Estas contemplando el altar de la Diosa.

Ella se plantó frente a él desafiante, manos a la cintura.

-Este es el trato: tú serás mi esclavo durante treinta días, si cumples con ello, al final yo arreglaré tus notas para que apruebes el año.

-¡Trato hecho!

No le cabía duda que la tipa estaba tocada de la cabeza, sin duda tantos libros y ecuaciones, pero cualquier cosa era mejor que perder su beca, solo debía seguirle la corriente, no podría ser tan difícil, se dijo.

Lilith tomó un pergamino que estaba desplegado sobre la mesa del altar.

-Vamos a hacerlo oficial con un contrato. Un contrato de esclavitud, Ama-Esclavo, tus obligaciones serán: obedecer a todas mis órdenes, a todos mis mandatos, sin replicar, sin negarte, tu obediencia será total y ciega. Yo, como tú Ama, tendré total poder sobre tu cuerpo, sobre tu alma y sobre tu espíritu, podré ordenarte hacer lo que yo desee, te castigaré cuando cometes una falta, o cuando a mí me venga en gana hacerlo, tu sufrimiento, dolor y miseria serán mi deleite y placer. Podré torturarte a mi placer, sin límites, mutilando y destrozando tu cuerpo como me plazca, aún al punto de quitarte la vida. -Ella esbozó una sonrisa inocente.- ¡Ahora a firmar!

-Ok. –A Edward le parecía que debía ser una broma, un tanto excéntrica, quizá como las tradiciones que los millonarios tenían en las fraternidades de sus colegios, algo había escuchado por ahí después de que ganó la beca deportiva.- ¿Tienes un bolígrafo?

Lilith depositó el pergamino extendido que acababa de leer sobre la mesa y tomó de sobre está una lanceta de acero inoxidable con una pequeña punta.

-Estos contratos no se firman con tinta. –Dijo sonriendo, era una sonrisa falsa, o quizá no, no podía determinar si estaba bromeando o sí de veraz ella creía en lo que estaba diciendo. Su voz y su rostro eran indescifrables, no le llevaría mucho tiempo para aprender que no podía predecir lo que esa chica blanca pensaba, su entrenado lenguaje corporal estaba optimizado para engañar.

-¡Anda! ¡extiende la mano!

Ella le cogió el dedo índice.

-¿Qué diablos vas a hacer? ¡Ouch!

Antes de darle tiempo a reaccionar le había picado el dedo índice con la lanceta, una bolita rubí asomó por la herida, sin soltarle el dedo lo posó sobre el pie del pergamino, presionando para empaparlo de sangre.

-¡Hombre, no te quejes! ¡Apenas es un pequeño piquete! ¡Listo!

Ella se plantó frente a él, piernas abiertas, manos a la cintura, mentón elevado y sonrisa triunfante.

-¡Ahora sí, ya eres mi esclavo!