Saga de Martín

En lugar de agacharme, flexioné la cintura, y sentí algo único e inolvidable. El agujero del culo, ya sensibilizado por el roce de la toalla se me abrió, y fue la certeza de una nueva forma de placer.

A los 27 años, ya recibido de contador y con un buen trabajo, estaba de novio con Marcia. La relación no andaba mal, pero tampoco bien. Como mínimo ella se quedaba cinco días a la semana en mi casa. De los cuales, como mucho, teníamos sexo uno. Yo me sentía invadido, pero no sabía que hacer. El sexo, no puedo decir que no me gustase, pero tampoco me excitaba como en otra época. En Enero, todo cambió. Pero unos meses antes me pasó algo que preparó el camino a los cambios del verano.

La ventana de mi dormitorio da a un jardín, y justo enfrente, está la ventana de otro departamento que se alquila para turistas. Nunca cierro mi ventana, porque normalmente, la del departamento de enfrente está cerrada; no me preocupo demasiado, y salgo del baño desnudo para cambiarme en el dormitorio. Pero no siempre la ventana de enfrente está cerrada, como pude comprobar. Una mañana de octubre, estaba desayunando en un barcito que hay a la vuelta de mi casa. Los únicos clientes, a esa hora, además de mi, eran dos turistas. Dos norteamericanos, un rubio grandote como una montaña, y un negro. Cuando los muchachos terminaron de desayunar, el rubio se levantó y se fue, pero el negro se quedó, y noté que me miraba. Le presté un poco de atención y me di cuenta que el tipo parecía un actor, o un modelo. No solamente era joven, alto y lindo, sino que estaba muy bien vestido. Pensé que hacía muy lindo contraste la chomba lila contra la piel tan oscura y brillante.

Justó después de pagar, cuando estaba agarrando mis cosas para irme, el chico negro se me acercó, y me preguntó si yo vivía en el quinto piso del edificio del jardín, a la vuelta. Le dije que si, y le pregunté porque. El me dijo que con su amigo habían alquilado por una semana el departamento de enfrente, y que lo primero que había visto al llegar, había sido a mí, saliendo desnudo del baño, la noche anterior. Me quedé helado. Me pareció que no le había entendido bien. No sabía que decir. El abrió su boca con una maravillosa sonrisa y me largó: -Espero verlo todas las noches. Y se fue.

Cuando pasó el asombro, pensé que el tipo, era realmente simpático y pensé en olvidarme del comentario. Sin embargo, durante todo el día me acordé de lo mismo. Y cada vez más me impactaba lo lindo que era el tipo, y lo simpático que había sido. Hasta en un momento pensé que era…“sexy”. Asombrado, me dije a mi mismo: -Gordo, al final me parece que sos maricón. En ese momento, y sin tomármelo muy en serio, decidí –ya que mi novia, estaba de viaje- divertirme con esta novedad del americano. De vuelta en mi casa, al entrar al dormitorio, noté que la ventana de enfrente estaba iluminada. Fui al baño, me saqué toda la ropa y me metí debajo de la ducha. Después de todo un día de trabajo el agua sobre mi cuerpo era completamente relajante. Siempre lo es. Pero esa noche me parecía recuperar cierto aspecto erotizante del baño que últimamente había olvidado.

Me fui enjabonando lentamente. Gocé a lo largo de todo mi cuerpo. Puse particular interés al enjabonarme la mata oscura de mi vello púbico. Seguí con las pelotas. Tiré del prepucio. Me miré como asomaba la cabeza. La estiré por ambos lados, y ví como se dilataba el agujero de la pija. Noté que placer me estaba dando mirarme a mi mismo. Me enjuagué, y como lo había previsto salí a secarme directamente al dormitorio. Me puse de espaldas a la ventana, sin mirarla, haciéndome el distraído, pensando que el chico estaría disfrutando de mi espalda, mi culo y mis piernas, pacientemente cuidados por años de gimnasio. Y me puse en acción. Primero me seque el pelo, seguí por la espalda y llegué al culo. Sentí algo raro al pasarme la toalla por el agujero. Como una chispa de electricidad, que se acrecentó al bajar la toalla por las piernas. En lugar de agacharme, flexioné la cintura, y sentí algo único e inolvidable. El agujero del culo, ya sensibilizado por el roce de la toalla se me abrió, y fue la certeza de una nueva forma de placer. Por otro lado, también me excitaba saber que tras la ventana el chico americano me estaría mirando. Estaría viendo como mis nalgas, al flexionarme se abrían para mostrar mi culo, mi orto, ese lugar que por primera vez estaba sintiendo de esa manera, y sentí muchas ganas de meterme un dedo.

Entonces me di vuelta, y tuve una fuerte desilusión. La luz de la ventana estaba apagada. Mi espectáculo había sido en vano. ¿En vano? Pensé mejor y me di cuenta que no. Había sido para mí mismo, para ayudarme a descubrir cosas que me estaban excitando mucho. Obviamente a esa altura, mi pija estaba en completa erección. Me tiré en la cama, apagué la luz y comencé a pajearme. En la oscuridad, pensaba en mi propio cuerpo. Mi cuerpo desnudo, enjabonado, brillante bajo la ducha. Pero no en mi casa, sino en el club, en el vestuario, duchándome entre otros hombres, también desnudos, enjabonados y brillantes. Y mi imaginación fue reconstruyendo culos, pijas, espaldas, manos, pies de hombres, de machos, como yo.

Un chorro caliente de leche y un placer enorme. Y asombrado, y un poco asustado, me dormí pensando en lo que me estaba pasando.

Continuará…