Sacrilegio Capítulo 6

El buen corazón de Fidias y su nobleza provocan que su primo Kaimorts se retuerza de envidia, haciendo que él comience a planear algo perverso. ¿Qué será?

Hola, pues regreso con un nuevo capítulo de esta historia después de casi un año sin seguirla; continuando su trama, solo espero que no sea censurado o prohibido, trató de narrar lo que en esa época acontecía e incluso en la época actual sigue pasando; me detuve a seguir con esta historia por miedo a lo que fuera a pasar y pensar ustedes lectores, seguiré adelante con esta historia hasta donde se pueda, sin dejar a un lado la historia de "Es cuestión del Destino"... Bien espero disfruten de este capítulo, comenten y valoren los hechos a narrar; saludos.

Capítulo Seis.

Planes e Invitaciones.

Fidias de buen corazón y preocupado; llamaba al guardia para una curación; este caminaba un tanto nervioso y adolorido por la herida que le habían hecho en el brazo.

El guardia acercándose temeroso, se dejaba revisar por Macrina, quien muy cuidadosa le revisaba diciendo. – Pues no es tan profunda, pero si necesita de lavados con agua y jabón de pan para que no se le infecte, si puede usted colocarse con algún trapo limpio amarrado o vendas de seda, unas hojas de centella asiática para la pronta cicatrización; tengo unas aquí que le podrían auxiliar, pero necesitará más.

– La anciana sacaba de su canasta unas ramas de la planta y se las daba al guardia; el cual apenado decía. – Gracias buena mujer, reciba bendiciones del creador.

– Macrina haciendo leve sonrisa decía. – Podrás encontrar más de estas hojas entre los pantanos; abundan mucho y es fácil de conseguir, pero si desea usted tenerlas pronto puede ir a la plazuela de la ciudadela, ahí se las venderán.

– El guardia muy avergonzado les decía. – Gracias joven Fidias es usted muy amable en verdad dios pague todo lo que hace por este humilde y pobre servidor que solo hace su trabajo; y a dios gracias a usted por haberme auxiliado, en verdad gracias.

– Fidias sonriendo decía. – No se preocupe es lo poco que puedo hacer ante la grosería que le hizo Kaimorts; ahora bien, después de que mis tíos regresen al palacio, usted vaya a buscar la planta a los pantanos o a la plazuela según prefiera, por los oros no se preocupe, que yo brindaré los gastos.

– Fidias sonriendo noblemente, era observado muy atentamente por la mirada sería de Ópalo; que a su vez Macrina veía que el mulato miraba de forma especial a Fidias.

La anciana decía interrumpiendo la mirada del mulato. – Vamos ya Ópalo, tenemos cosas que hacer.

– Ópalo nervioso agachaba la cabeza y un poco abrumado decía. – Sí lo que usted diga.

– Fidias al ver que la anciana estaba por subirse a su carreta, sacaba de sus bolsillos unas monedas de oro, tomaba la mano de la anciana y le decía. – Tome usted, ha sido muy noble de su parte el auxiliarnos; tome esto como muestra de gratitud.

– Macrina tomaba las monedas diciendo suavemente. – Se las acepto porqué usted me las entrega como muestra de gratitud y no como limosna, aunque debería de regresárselas.

– Fidias apenado bajaba la mirada diciendo. – Sin ofenderla.

– Ópalo ayudando a la mujer, decía muy serio y frío. – No la ofendes en lo más mínimo.

– El guardia haciendo muestra de agradecimiento agachaba su cabeza.

Fidias sonreía a Ópalo diciendo. – Me alegra saber eso.

– Ópalo sentía una inquietud en su ser ante la sonrisa noble del joven Fidias, eso hacía que de forma brusca le diera un golpe al caballo, que relinchaba y asustado avanzaba, haciendo que Fidias y el guardia se quitaran del paso bruscamente.

En tanto desde su ventana, Kaimorts veía partir a la mujer con el mulato y con un odio decía. – Juro que seré el rey Ferrer aunque me deshaga de todo aquel que sepa de la verdad.

– Kaimorts regresaba su mirada al suelo de su habitación, caminaba y recogiendo su daga decía. – Comenzando por ti querido Rey.

– Kaimorts desea ser el heredero al trono a como diera lugar.

Por lo mientras; Fidias amablemente le decía al guardia. – Por favor, le pido que me acompañe al palacio, buscaré para darle las vendas de seda para su curación.

– El guardia un tanto nervioso, titubeaba diciendo. – Joven Fidias, el príncipe Ferrer puede enojarse con usted.

– Fidias sonriendo le decía. – Que se enoje conmigo y no con usted, ande vamos, sin miedo.

– Fidias daba la espalda y avanzaba unos pasos y el guardia tras de él respetando la distancia que se le debe dar a la realeza.

Entrando por la cocina, Fidias pedía amablemente a una empleada. – Necesito unas vendas de seda para este noble guardia que fue herido por mi caprichoso primo.

– La empleada junto con otras más, de inmediato comenzaron a buscarle las vendas de seda.

Una vez encontradas, se las dieron diciendo. – Joven Fidias, aquí tiene lo que ha pedido.

– Él amablemente decía. – Agradezco su rapidez con la que buscaron las vendas, continúen con sus labores.

– Fidias dirigiéndose con el guardia, le decía. – Tenga aquí tiene estás vendas, espero mejore pronto; pediré a mi nana Ondina que le auxilie con el vendaje.

– El guardia apenado decía. – A usted gracias por su preocupación, pero ha hecho mucho por este día, yo veré como vendarme, con el permiso de usted.

– Fidias sin insistir, decía. – Como diga usted, adelante continúe con sus labores.

– El guardia un poco más calmado y tranquilo salía de la cocina para continuar con sus deberes en el palacio Ferrer.

En tanto Kaimorts salía de su habitación para cerciorarse de que el rey y la reina llegaran; en el pasillo se encontraba con Anabella, que se miraba muy atenta al espejo acomodándose los caireles diciendo. – Soy muy hermosa y muy joven, seré la mujer más bella del reino Ferrer.

– Kaimorts levantaba la ceja y se le acercaba diciendo con envidia. – Disfruta tu momento, cuando sea rey tendré a la esposa más hermosa de este reinado y entonces tú saldrás sobrando.

– Anabella bajaba el espejo y le decía. – Para ese momento tendrías que ser rey, para eso falta mucho, apenas hoy serás nombrado príncipe; para que seas coronado faltan soles y lunas.

– Kaimorts se le acercaba, quitándole el espejo de las manos, le decía con ceja levantada. – En esta vida pueden suceder presagios que el mismo creador puede designar a muchos de los que vivimos aquí.

– Kaimorts le deba la espalda y le decía. – No será hoy, tampoco mañana, mucho menos dentro de siete soles y siete lunas; pero seré el rey Ferrer en un momento venidero.

– Sonriendo maliciosamente, Kaimorts bajaba las escaleras, colocando el espejo en una de las mesas de cedro que estaban en la planta baja.

Él caminó a la cocina, donde se encontraba con su primo, al cual enojado le decía. – Qué sea la primera y última vez que ofreces ayuda a alguien de la servidumbre; te recuerdo que nosotros somos superiores a ellos y no merecen ningún trato amable de nuestra parte; ¿Quedo claro?

– Fidias sin impórtale lo dicho contestaba. – No es necesario que me recuerdes nuestra posición, pero por humanidad y caridad es nuestro deber, bueno mi deber ayudar a los que lo necesitan; a dios gracias te falta mucho para ser rey Ferrer.

– Kaimorts al ver a Ondina intimidada ante la discusión que se estaba dando; él de forma cruel decía. – ¡A dios gracias que tú nunca serás nada de la realeza Ferrer!, serias el peor rey de todos los ancestros, débil, muy humano, sensible, fácil de manipular y falto de carácter; ¿O tú que piensas nana?

– Kaimorts fríamente miraba a Ondina, que comenzaba a temblar ante la mirada imponente de él y Fidias suspirando la miraba diciendo. – No le respondas nada nana, Kaimorts siempre quiere sobresalir en todo, continua tus deberes.

– Ondina agachaba la cabeza y le respondía temerosa. – Como usted diga niño Fidias.

– Kaimorts sonreía perversamente y tronando los dedos ordenaba. – Quiero que me preparen mi caballo, ¡Ahorita ya!

– Los sirvientes nerviosos y temerosos, comenzaban a moverse para alistar el caballo de él.

A lo que Fidias intrigado preguntaba. – ¿A dónde irás?

– Kaimorts volteaba y levantando la ceja le respondía. – Voy a tratar un asunto, no te concierne en lo absoluto.

– Kaimorts salía de la cocina, con mirada sería y con porte firme, dirigiéndose al jardín trasero para ir por su caballo.

Fidias sin preguntar más, les decía a los sirvientes para tranquilizarlos. – Pues ya se fue el mandamás del palacio, pueden seguir con sus deberes de forma tranquila y pacífica.

– Una de las servidumbres le decía humilde. – Este palacio sería algo diferente sí usted fuera el elegido para ser príncipe, usted tiene todo lo bueno que su majestad Kaimorts carece.

– Fidias sonrojado le decía. – Es usted muy amable en decir esas cosas de mi persona; pero no tengo carácter y valor para sobrellevar una ciudadela, mucho menos estar al mando de un palacio y su reinado; sí fuera yo el príncipe, firmaría el pergamino de la libertad para este su pueblo, pues merecen ser libres y vivir su vida como se les plazca, ya que solo el creador es el único que puede juzgarles.

– Todos en la cocina quedaron sorprendidos ante las palabras dichas por él.

Ondina cerraba los ojos y en su ser se decía. – Sería algo bueno confesar la verdad que me atormenta desde hace tiempo.

– Ondina agachaba la cabeza y trataba de concentrarse en sus labores; en lo que Fidias, sonriente y calmado se iba para su habitación a descansar un poco.

Después de la llegada de los españoles y las mezclas de las castas, así como de sus leyes tanto eclesiásticas como civiles; se originó que en un pueblo llamado San Martin Xochinahuac ; muy cerca de la ciudadela y del palacio Ferrer; creciera una bella y hermosa joven, doncella y mestiza llamada Aketzalí; quien vivía muy a gusto con su familia que se dedicaban a la cosecha del maíz y el trigo, dicho producto era mandado a un molino donde los dueños eran Don Hernán y su joven nieto Tlacaelel; Hernán era un español que se mezcló con una joven mulata que dio origen a su casta morisco, varios de sus hijos provenientes de esa unión, se entre mezclaron con  muchos y de ahí vino varios origines y tipos de castas.

Tlacaelel era uno de los guardias del palacio Ferrer; quién por su complexión robusta y varonil, de inmediato formó parte de los guardias del palacio; Aketzalí estaba perdidamente enamorada de él; pero las leyes del reinado Ferrer, prohibían a toda mujer de entre 18 y 20 años tener algún amorío con cualquier hombre e incluso tenían prohibido salirse de los límites de la ciudadela para no perder su virginidad.

Ya que otra existía otra ley, la cual decía que hasta el futuro príncipe fuera nombrado como tal y eligiera a su esposa, ninguna mujer de entre esas edades podría formalizar una relación con cualquier otro hombre; cabe señalar que esta ley o regla real, se aplicaba únicamente en tiempos de elecciones o nombramientos reales, no tenía, ni existía un tiempo al cual se aplicara esta ley, ya que la última vez que se aplico fue cuando el actual rey Ferrer, fue nombrado príncipe; estamos hablando de unos 40 años atrás, cuando el Rey Ferrer tenía 25 años y fue nombrado príncipe.

La paz y la quietud se presenciaban en ese pueblo; pero el momento que tanto temían los pobladores llego, al ver al carruaje real llegar a su plazoleta central, dónde el rey y la reina saludaban amablemente a las personas; las personas se acercaban curiosas y temerosas a la vez; entre esa multitud, Aketzalí estaba ahí, a unos pasos de los reyes.

El Rey Ferrer dijo con voz fuerte e imponente. – Humilde gente del pueblo, me dirijo a ustedes para invitarles al banquete de esta noche con motivo del cumpleaños número 25 de mi primogénito Kaimorts Ferrer, en dicho banquete oficialmente será nombrado con el título real de príncipe; cabe señalar que la ley Ferratos se aplicará a partir de esta noche en adelante; toda doncella de entre 18 y 20 años deberá asistir obligatoriamente al palacio Ferrer, de lo contrario se tomarán represalias con toda su familia; saben bien que la dinastía Ferrer se caracteriza por llevar todo de forma pacífica, sé bien que a muchos les desagrada la ley impuesta hace generaciones atrás, pero es una forma de gratitud que deben tener ustedes para con nosotros los reyes Ferrer por tanta generosidad que nosotros les brindamos; sin más por decir, nos despedimos de ustedes para continuar nuestro camino al palacio Ferrer, los esperamos una vez ocultado por completo el sol, así que sigan con sus rutinas.

– Los reyes nuevamente ingresaron dentro de su carruaje real para por fin regresar a su palacio.

Dejando atrás a una multitud de mujeres jóvenes y madres con preocupaciones por el futuro de sus hijas que tenían esas edades; pues sabían que Kaimorts Ferrer es un ser perverso, cruel y despiadado, nada que ver con sus padres los reyes Ferrer; en cambio a los padres de estas jóvenes, les convenía ofrecer a sus hijas; pues cualquiera de las elegidas otorgaría beneficios a su respectiva familia; pues pasarían de vivir en una morada humilde a una morada decente y con comodidades, así como una paga de un cofre repleto de monedas de oro y plata con unas joyas valiosas.

Aketzalí estaba aterrada e invadida del miedo; su madre le decía una vez que se regresó con ellos. – Hija mía, te vamos a proteger del futuro príncipe Ferrer, nuestro creador no permitirá que seas la elegida.

– A lo que el padre molesto decía enojado. – ¡No digas estupideces mujer!, mira el lado bueno de las cosas, sí nuestra hija es la elegida, dejaré de trabajar para mantenerlas y podremos disfrutar de las ganancias que nos deje nuestra bella y hermosa hija; ¡ten un poco de inteligencia, no seas bruta!

– Aketzalí temerosa y temblando decía. – Usted disculpe madre, pero lo que mi padre dice es una blasfemia, discúlpenme ambos por la grosería que he de hacer, pero no permitiré que esto siga así, tenemos que exigir que esa ley Ferrer sea anulada.

– Su padre se mofaba de ella, al igual que los hombres que estaban alrededor suyo; varias mujeres se sorprendían de las agallas de la joven.

Pero el anciano, abuelo de Tlacaelel les decía. – La joven tiene razón, se puede solicitar la anulación de esa ley.

– La multitud que se encontraba en la plazoleta, volteaba a ver al anciano con mucho asombro.

El anciano les decía con voz firme. – Esa ley puede ser derrocada, pero para eso se necesita la aprobación del cura, Urso Rey, para hacer valida esa anulación.

– La madre de Aketzalí decía preocupada. – El cura podrá ayudarnos, es vocero de nuestro señor creador, él podrá respaldarnos, con él de nuestro lado su ayuda nos vendrá como bendición.

– En eso una voz delgada proveniente de tras de unas personas, decía con seguridad. – El cura no ayudará en nada.

– La gente que lo ocultaba le abría paso y le cuestionaba Aketzalí con curiosidad. – ¿Quién es usted y porqué dice eso?

– A lo que ese hombre con voz delgada le decía. – Soy un habitante de la aldea de los pecadores, mi nombre es Adrián bella dama y debo decirle que el cura Urso Rey jamás podrá ayudarles en su petición.

– El padre de Aketzalí exclamaba. – ¡Un fémino, un fémino, rápido las antorchas!

– Adrián sin temor gritaba. – ¡De nada les servirán sus antorchas y el quererme linchar!, ¡preocúpense mejor por a quién le piensan pedir ayuda, pues en su vida por muy vocero de dios que sea, jamás les ayudara!, ¡ya que el padre Urso Rey es fiel a los reyes Ferrer, por tanto no sería capaz de traicionarlos!

– Aketzalí exclamaba preocupada. – ¡Debe de hacerlo, por algo el creador lo toco con su mano bendita para ser su vocero y su representante en la iglesia, ese es su deber!

– Adrián fríamente se le acercaba diciendo. – ¡Abran los ojos ustedes creyentes del creador, no todos los que están en este mundo obedecen y acatan sus mandatos como dice en las sagradas escrituras, todos pecan unos más que otros, pero todos cometen pecados! ¡Y el cura Rey no se queda atrás!

– La madre de Aketzalí asustada se persignaba, mirando al cielo, gritaba. – ¡Dios perdona a este ser que no sabe lo que dice, por algo es perteneciente a la aldea de los pecadores, porque fue tocado por el demonio, apiádate de él y perdónalo por levantar falsos en su contra!

– Las personas que estaban en plena plazuela del pueblo, se persignaban, asustaban y cubrían los oídos de sus pequeños hijos, para que no escucharan las palabras ofensivas que según Adrián había dicho.

Adrián retaba con la miraba a Aketzalí y sus padres, sin darse él cuenta un grupo de hombres ya armados con antorchas y trinches a sus espaldas estaban preparados para atacarlo; cuando de pronto aparecieron Macrina y Ópalo en la carreta.

De inmediato ella se bajó con ayuda de un bastón y exclamó. – ¡Quién esté libre de pecado que sea capaz de tirar la primera piedra!

– Tras de la mujer, Ópalo se bajaba, mostrando su viril y torneado cuerpo, quién imponía su mirada ante la multitud en la plazuela; ella defendiéndolo decía. – Nadie de aquí está exento del pecado, nadie; de ser así que tire la primera piedra, así como lo dicen las sagradas escrituras.

– Toda la gente quedaba enmudecida ante ella, sus ganas de lincharle se desvanecían y poco a poco los hombres se apartaban evitando contacto con Adrián, quien un poco temeroso por ser ajusticiado, se había volteado al escuchar la voz de Macrina y caminando lentamente hacia ella exclamaba. – ¡Esta gente sigue creyendo en que el creador y la virgen tienen voceros puros que podrán auxiliarles ante su intento de anular las leyes Ferrer, cuando su representante es un pecador al igual que nosotros, que ustedes, que ellos!

– La gente ofendida comenzaba a aventarle verduras y frutas que llevaban en sus canastos, otras personas le escupían e insultaban; él como pudo apresuró su paso hasta llegar a ella.

Quién enojada le dijo. – No hables si no tienes palabra de honor ante lo que dices.

– Adrián intimidado decía. – Hablo porque yo lo…

– Macrina le daba una bofetada exclamando. – ¡No se te ocurra decir nada!

– Adrián con cabeza baja pedía disculpas diciendo. – Disculpe usted y disculpen ustedes ante mi insolencia.

– Ópalo sentía una pequeña compasión por lo que le sucedió a Adrián y le dijo. – Sube a la carreta y ahí espera a que regresemos.

– Él apenado subía a la carreta donde mantenía la cabeza baja con vergüenza en lo que Macrina se regresaba a la carreta y le decía. – Debiste quedarte continuando con tus deberes en la aldea y no venir a inmiscuirte en asuntos que no te competen.

– Adrián no decía nada y esperaba a que ella se regresará con Ópalo.

Aketzalí y su familia regresaban temerosos a su vivienda; a lo que Ópalo exclamaba. – ¡Abran paso a la “bruja hierbera” que viene a surtir su mercancía como lo hace cada 15 soles, abran paso!

– La gente comenzaba a esparcirse con cierto temor ante la presencia fuerte del mulato; Macrina amablemente le decía. – Gracias mi mulato, sé que cuando deje este mundo tú serás un perfecto líder de la aldea.

– Ópalo apenado decía. – Usted seguirá aquí hasta que el creador lo permita.

– Titubeando Macrina volteaba al cielo y decía. – O hasta que alguien lo permita.

– Ópalo cuestionaba. – ¿Cómo dijo usted?

– Macrina le sonreía poniendo una mano en su brazo contestándole. – Nada mulato, nada, mejor a lo que venimos.

– Ambos comenzaban a realizar sus compras en el mercado cerca de la plazuela del pueblo, con los mercaderes que les conocían y respetaban por ser personas con imponencia y respeto para los demás; esas personas eran una de las pocas que podían establecer un leve contacto con el mulato Ópalo.

Por otra parte, en la ciudadela principal, donde la iglesia que rige con sus leyes eclesiásticas a los pueblos vecinos; Kaimorts iba cabalgando a prisa, la gente que lo miraba venir y pasar le hacían una reverencia, la cual era ignorada frívolamente por él; el príncipe Ferrer iba con destino a la iglesia, donde entre sus túneles subterráneos, el cura Urso Rey estaba entre las catacumbas o cuartos subterráneos de dicho lugar.

Urso Rey estaba con un joven niño de unos trece años, al cual le decía con una voz sofocante. – Sigue así, en nombre de cristo sigue así.

– El niño estaba completamente desnudo haciéndole sexo oral al cura, que disfrutaba el acto que estaba realizando el infante.

Urso se encontraba desnudo portando únicamente un escapulario y un rosario alrededor de su cuello; él tomaba del cabello al infante y le decía sonriendo pervertida. – Siéntate y disfruta, que será un secreto en este lugar.

– El niño tímido y obedeciendo le daba la espalda y Urso sostenía su miembro con una mano y con la otra la ensalivaba, para así después untarle en el ano del pequeño, para poderlo penetrar de forma fácil.

Kaimorts quien llegaba a la iglesia, notaba que las puertas principales y alternas estaban cerradas; de forma intrigante se cuestionaba diciendo. – ¿Qué estarás haciendo ahora Urso Rey?

– Rodeando la iglesia para nuevamente toparse con la entrada principal, se percataba que la pequeña puerta que conectaba con la sacristía y la biblioteca se encontraba abierta.

Él se acercaba cautelosamente, cuando de susto era sorprendido por Fray Odón que le cuestionaba un poco molesto. – ¿Busca a alguien su majestad?

– Kaimorts asustado y enojado exclamaba. – ¡Imbécil, nunca vuelvas hacer eso!, ¡y sí busco al padre Urso, requiero hablar con él de forma inmediata!

– Fray Odón disculpándose le decía. – Disculpe usted su majestad, el cura no está disponible en estos momentos.

– Kaimorts soltaba tremenda carcajada y decía. – Lo esperaré aquí, no me importa si tardará mucho, esto debe tratarse inmediatamente; así que te ordeno que vayas ahorita mismo a decirle que estoy aquí y que esperaré lo que sea necesario.

– Para Odón, Kaimorts Ferrer no era una persona a la que debería tenerle miedo; su mayor temor era el cura Urso Rey; pues él sabía todo lo que hacía y cometía entre los subterráneos de la iglesia, pero no podía hacer y decir nada ya que Urso le tenía amenazado por un muy fuerte motivo el cual la vida de Odón estaba en riesgo.

Odón obedeciendo decía haciendo reverencia. – Enseguida vuelvo con usted su majestad; tome usted asiento.

– Kaimorts se sentaba levantando la ceja mientras iba a darle aviso al cura.

Urso una vez terminado su perversión, le tomaba de la cara al niño exigiéndole. – ¡Ni una palabra de esto a nadie, de lo contrario te irás al infierno!

– Él cruelmente empujaba al niño al suelo, quién tímido le preguntaba. – ¿Con esto mis pecados quedan librados, verdad padre?

– Urso poniéndose sus ropas finas y su sotana le respondía sonriente. – Sí, dios y la santísima virgen te han concebido la absolución de tus pecados, puedes vestirte e irte en paz hijo mío.

– De forma descarada le daba la bendición al infante, mientras esté se vestía diciéndole. – Siento que hago mal al hacer esto aquí y no en el confesionario como debería, ¿no es esto un pecado padre?

– Urso lo miraba dominante diciendo. – Para nada hijo mío, para nada, esto que acabamos de hacer, fue un acto de purificación para ti y para mí, haz realizado una obra de caridad para tu prójimo; claramente las sagradas escrituras dicen “ayuda y ama a tu prójimo que yo te ayudaré y amaré” ; no hay pecado alguno.

– Ya vestido el niño, se sentaba a esperar a que el cura abriera la catacumba; cuando de pronto escuchaba unos pasos a lo lejos.

Urso asustado, tomaba un ladrillo suelto y preguntaba. – ¿Quién anda?

– Una voz con eco se escuchaba diciendo. – Yo padre Urso, Odón.

– Urso veía que el pasillo del túnel poco a poco se iluminaba con una antorcha y reflejándose una sombra.

Más tranquilo colocaba el ladrillo en su lugar y acomodándose bien la sotana, salía del lugar, cerrando le cuestionaba. – ¿Qué se te ofrece?

– Odón estando frente a él, respondía algo nervioso. – Arriba el príncipe Kaimorts Ferrer le espera de forma urgente y con paciencia, ¿quiere que le diga que lo verá más tarde?

– Urso con mucha curiosidad, le respondía. – Dile que en un momento voy, solo termino de arreglar una cosa y con gusto voy hablar con él.

– Odón trataba de saber quién era la persona que estaba dentro con el cura, pero él le impedía la vista diciendo. – Fraile haga lo que le digo, no quiero castigarle.

– Odón agachaba la cabeza e intimidado decía. – Disculpe padre.

– Dándose media vuelta tomaba camino para darle aviso a Kaimorts; Urso abría la puerta e ingresaba diciéndole. – Bien pequeño hijo de dios, puedes irte, con mucho cuidado.

– Urso lo miraba con deseo y lujuria, se mordía los labios y entre su sotana se notaba una leve erección; el niño salía despidiéndose del cura, besándole la mano, salía tomando un camino diferente al de Odón.

A unos pasos atrás una monja salía de uno de los pasillos y se acercaba preguntándole. – ¿Lo dejará irse así?

– Urso volteaba sonriéndole, la jalaba del brazo y dándole un beso apasionado en la boca; le decía. – Querida mía, ya sabes lo que hay que hacer, dile a las nuevas novicias que lo que harán es parte de su entrega a cristo nuestro creador.

– La monja le sonreía y decía. – Vaya a atender al príncipe, escuche que lo vino a ver con urgencia; me encargaré del niño.

– Urso se persignaba, besaba su rosario y escapulario diciendo. – Dios guíe su camino, hermana.

– La monja juntando sus manos le respondía. – La virgen proteja de su alma, padre.

– La monja tomaba camino tras del niño, en lo que Urso presuroso subía a la iglesia para hablar con Kaimorts.

Kaimorts estaba ya un poco impaciente esperando, no sabía si quedarse o irse, hasta que por fin llego Urso, estando un poco agitado le decía. – Disculpe usted su majestad, estaba atendiendo un asunto, ¿Se le ofrece algo?

– Kaimorts un poco molesto volteaba y mirándolo fijamente le respondía. – Por supuesto, deseo hablar con usted, a solas y sin que nadie este merodeando.

– Urso le brindaba paso al confesionario diciendo. – Viene a confesarse, pase por aquí su majestad.

– Kaimorts levantando la ceja le decía entre gritos. – ¡Confesarme no, es otro asunto y es de suma importancia!

– Urso sorprendido ante el grito de él, le decía calmándolo. – Estas en la casa de dios, modera tu tono de voz y pasa por aquí.

– Urso lo dirigía dentro de la sacristía y le decía a Odón que estaba cerca. – Tú vete a ver dónde y déjame a solas con el príncipe, regresa después.

– Odón presuroso, nervioso y tenso decía. – Como diga padre, saldré a caminar y disfrutar un poco de la naturaleza.

– Urso ordenaba diciendo. – ¡Y cierras la puerta!

– Odón salía cerrando la puerta dejando a Urso con Kaimorts.

Kaimorts Ferrer se volteaba diciéndole fríamente. – Por muy casa de dios que sea, tú no respetas nada.

– Urso le respondía sonriendo. – Tú por muy príncipe que seas no tienes respeto ni al mismísimo creador del universo.

– Kaimorts se carcajeaba diciendo. – No me pondré a dialogar sobre ese asunto, pues ambos sabemos que tanto tú como yo iremos al averno tarde o temprano.

– Urso le señalaba el asiento y le decía. – Disculpe mi grosería majestad, tome asiento, Ave maría purísima.

– Kaimorts se sentaba y levantando la ceja, sonriendo decía. – A mí esas palabritas no me van, sí espera a que le responda como se debe, espera en vano; ¡a lo que vine!

– Urso se persignaba diciendo. – Creador discúlpelo no sabe lo que dice y hace.

– Kaimorts levantando la ceja decía seriamente. – Deja tus hipocresías Urso Rey, eso no te salvará de irte al averno conmigo.

– Urso le sonreía maliciosamente diciendo. – Tengo a dios que me respalda y su padre y madre que me cobijan, ellos sí me perdonarán mis pecados.

– Kaimorts comenzaba a reírse y le decía. – Como digas Urso, aunque dudo que te disculpen lo que haces en los confesionarios y los subterráneos de la iglesia con las novicias y monjas; eso es pecado y de los más fuertes.

– Urso se comenzaba a incomodar y seriamente le preguntaba. – ¿A qué viniste?

– Kaimorts sonreía y seriamente respondía. – Vaya, así me gusta, que no niegues ni mucho menos aceptes los pecados que cometes; bueno directo a lo que vine, como sabes esta misma noche seré nombrado oficialmente príncipe, pero deseo que me ayudes con algo que te beneficiaría a ti y por supuesto a mí.

– Urso intrigado preguntaba. – ¿Qué es eso que me beneficiará?

– Kaimorts se levantaba de su asiento y le respondía serio y frívolo. – Te beneficiará que yo Kaimorts Ferrer me convierta de forma inmediata como el nuevo Rey de esta ciudadela y sus pueblos alternos.

– Urso sin entender, le preguntaba. – ¿Cómo piensas hacer eso?, ¿En que me beneficiará?

– Kaimorts le respondía fríamente. – Te beneficiará nombrándote párroco oficial de esta iglesia y de las demás capillas, además que tendrás un goce de diezmos superior al que el clero te permite y sobretodo tus secretos más obscuros salvaguardados por mí.

– Urso sintiendo un temor en su ser, cuestionaba. – ¿Qué tienes en plan?

– Kaimorts se volteaba a mirar el crucifijo y poco a poco giraba su cabeza con una mirada llena de maldad, respondiendo. – Tengo en plan matar a los reyes Ferrer y tú vas a ayudarme.

– Urso se persignaba y exclamaba. – ¡Eso es un pecado!

– Kaimorts furioso se volteaba gritándole. – ¡No peor pecado a los que tu cometes dentro de esta absurda iglesia!, ¡¿ya se te olvidaron o quieres que te los recuerde?!

– Urso siendo doblegado ante la mirada perversa y de maldad de él, le preguntaba temeroso. – ¿En qué puedo ayudar?

– Kaimorts sonreía respondiendo. – Así me gusta, que mis súbditos sepan quién es el que manda, te platicaré mis planes e ideas, así que escucha con fina atención sin perder detalle alguno; ¿estás listo?

– Urso afirmando con su cabeza, escuchaba atentamente a Kaimorts comentarle lo que su maliciosa mente estaba fraguando; mientras que en cada palabra emanada de su sonriente boca sembraba un temor al cura Rey.

Sacrilegio.

Gracias por su tiempo, les deseo un grandioso día, un fuerte abrazo y les recuerdo que sugerencias/opiniones están abiertas.