Sacrílega concupiscencia
Una encantadora religiosa, un avezado hechicero negro, un enorme mastín, la conjura, el sortilegio, la lascivia, son algunos elementos que se entrelazan en esta historia, en un intento por desentrañar una sexualidad reprimida.
SACRÍLEGA CONCUPISCENCIA
Una encantadora religiosa, un avezado hechicero negro, un enorme mastín, la conjura, el sortilegio, la lascivia, son algunos elementos que se entrelazan en esta historia, en un intento por desentrañar una sexualidad reprimida.
Su alegría contagiosa, la vivacidad de su mirada, su voz cantarina, hacían de su llegada una festividad; su optimismo contagioso, dispuesta siempre a colaborar, caracterizaba a la tan querida sor Odet, criatura preciosa, encantadora, de grandes ojos color mar y figura grácil aunque muy bien formada debido a su afición por los deportes. Hija de español y francesa, con sus 21 años recién cumplidos, guarda bajo sus hábitos de religiosa encantos que muchas mujeres que viven de su figura añorarían tener siquiera el día de su cumpleaños.
Su buen humor y entusiasmo no dejaban duda que su padecimiento del pasado había quedado sepultado en el olvido, su permanente actitud positiva evidenciaba la total superación de la cruel violación de la que fuera victima a los 10 años de edad, su agresor resultó ser nada menos que el hermano de su padre, un sujeto con retardo mental, que además adolecía de ciertos traumas psíquicos que lo impulsaban a actuar con violencia. La niña fue sometida a una cruel desfloración por su tío carnal quien era incapaz de proporcionar disfrute sexual debido a su condición de eyaculador precoz y a su perturbado estado que le impedía controlar sus crueles arrebatos de lujuria. La tortura genital a la que fue sometida por su agresor produjo en ella el rechazo axiomático del sexo masculino, quizás esa fue la causa principal que la impulsó a tomar los hábitos; la posibilidad de incorporar un hombre en su vida había quedado totalmente descartada, el solo imaginarlo le causaba pavor. Con seguridad su rechazo al disfrute sexual no encontraba justificación en su temperamento pasional, el que empezó a manifestarse en alto grado junto con los cambios hormonales de la adolescencia. Cuando se sentía tentada por la excitación ó exacerbada por alguna forma de apetencia sexual, de inmediato procedía a la autoflagelación para disciplinar su carne, varapaleándose el cuerpo desnudo hasta dejarlo exhausto, con tal sacrificio expiatorio se proponía expeler de su interior a los demonios de la concupiscencia.
Su ordenación religiosa, con sede principal en Barcelona, la había escogido para la misión. Se encontraba laborando en un humilde poblado provinciano de una isla caribeña, en el que campeaba la ignorancia y la pobreza; sor Odet, en su calidad de misionera tenía el encargo de su congregación, de censar a los habitantes de las zonas rurales con el objeto de obtener la información indispensable para el socorro de los mas necesitados. La ayuda requerida sería financiada por el gobierno español, después de conocer la información resultante.
Aunque un tanto temerosa, no descartaba del todo la posibilidad de incluir en su estudio al misterioso Bembé, una variedad de exótico patriarca polígamo con numerosa descendencia, que vivía en un caserío alejado de la zona y que era el protagonista de una serie de leyendas y fantásticos relatos míticos que corrían de boca en boca, convirtiéndolo en una especie de semidiós viviente, una combinación de villano y seductor con algunos poderes sobrenaturales obtenidos de la magia heredada de sus ancestros, una especie de hechicero con gran dominio y autoridad sobre sus semejantes y con una clara predilección por los cultos lunares. No se resignaba a excluir de su trabajo al "gran" Bembé, concubinas y demás prole, los que sumaban alrededor de un centenar de personas, no sería un censo realista y además resultaría injusto que la numerosa familia bajo su potestad quede excluida de la ayuda ofrecida, debido a sus tal vez infundados temores, motivo por el que optó por no escuchar mas los consejos de las temerosas mujeres de la localidad y no dejarse influenciar por opiniones pusilánimes. Finalmente decidió asumir el reto, partió con destino al temido caserío resuelta a asumir las consecuencias.
Provista de un rudimentario croquis, de los enseres indispensables, algo de alimentos y una muda de ropa, partió a primera hora de la mañana. Tomó su derrotero a lomo de bestia dispuesta a recorrer una intrincada trocha, lo que le tardaría aproximadamente ocho horas, considerando solo media hora de tolerancia para resolver necesidades apremiantes. Luego de este largo y agotador viaje, ya aproximándose a su destino, se sorprende al observar algo que parece un paraíso en medio de la nada, una especie de oasis en el centro de las áridas montañas, un arrullador riachuelo de aguas cristalinas atraviesa aquel paraje rebosante de vegetación, dando la impresión que el caudal debía tener por naciente el meollo del verdor.
Al llegar encuentra que un par de jóvenes controlan el ingreso, con el torso descubierto lucían su obscura y curtida piel, al igual que los demás integrantes de la pequeña aldea. Luego de un extenso interrogatorio hacen las consultas con el patriarca, quien acepta recibirla no antes de las siete de la noche, es decir que sor Odet tendría que esperar aproximadamente cuatro horas para ser recibida. Su positivismo característico la llevó a concluir que tal postergación le daría tiempo suficiente para bañarse en el tentador riachuelo, vistiendo desde luego su largo camisón para evitar las miradas indiscretas, tomar un reparador descanso en una de las tantas hamacas disponibles y hasta le quedaría un lapso prudencial para ingerir sus alimentos vespertinos, antes de la reunión.
Llegada la hora prevista, una comitiva compuesta por media docena de adolescentes, todos hombres con modales y aspecto afeminado, se encargó de conducirla hasta la cabaña del gran jefe. Le llamó la atención que las mujeres del caserío se mantuvieran en todo momento al margen de los acontecimientos y cuando sor Odet hacía el ademán de acercarse a alguna de ellas, se retiraban despavoridas en estampida. El trayecto resultó sumamente pintoresco, lleno de floridos recovecos, que conducían a pequeños puentecitos que iban y luego regresaban inexplicablemente, intercalados por glorietas adornadas con obeliscos en unos casos y en otros, con troncos tallados representando grotescas divinidades de su devoción. La proximidad de la cabaña principal no dejaba duda que era la del patriarca Bembé, a diferencia de las demás, ésta se encontraba mejor decorada, lucía vistosos tules de exóticos colores convenientemente entrelazados logrando llamativos contrastes, dos enormes ídolos tallados en madera colocados a ambos lados del ingreso, semejaban ser los guardianes del infierno, debido su absoluta desnudez, representando grotescamente ademanes descarados exaltados por vívidos colores. La comparsa se detuvo frente a la entrada y el mas alto de los imberbes se adelantó a los demás mulatos e ingresó anunciándose previamente en un vocabulario que parecía un dialecto, expresado en una tonalidad aguda y estridente que semejaba ser la voz de un eunuco, luego de un prolongado silencio que pareció interminable, por fin se escuchó contrastante la caudalosa y grave voz del amo, expresando su aceptación. El emisario hizo una señal a la visitante para indicarle que ya podía ingresar, el clima de misterio que rodeaba toda esta farsa la estaba contrariando en cierto modo, pero luego se sobrepuso y procedió a ingresar.
Detrás de la religiosa se cerró ruidosamente la salida, como anunciándole que había iniciado una ida sin regreso. El clima interior de desbordante misticismo, tenía como fondo sonoro un monótono tañido metálico sostenido interminablemente. Casi en penumbras, se podía distinguir objetos de fulgor intermitente a media altura, colgando del cielorraso. Hilos de humo aromático proveniente de pequeños platillos distribuidos en diversos lugares de la habitación producían una sensación embriagadora y lo mas conmovedor, la percepción de una presencia sólida, poderosa, despiadada, imponente; la mirada del nigromántico la hizo estremecer, profunda, dominante, felina, con un centelleante fulgor hipnótico. El contorno de su figura permitía apreciar una corpulenta y musculosa silueta similar al de un guerrero mandinga, destacando su gran volumen tan solo el brillo de sus prominencias musculares escondidas en su absoluta negritud, en contraste resaltaba su nacarada dentadura y un sobrepuesto faldellín de yute que lo cubría ligeramente. Luego su tono de voz, grave, profundo, pletórico, estremecedor; lograría intimidar al mas osado de los aventureros y a estas alturas la monjita se sentía muy lejos del arrojo, por el contrario su temor resultaba mas que evidente.
Ahora ya te encuentras ante la presencia del gran Bembé y quiero saber ¿A que ha venido desde tan lejos la preciosa criatura? Preguntó, con absoluto control de la situación, como si hubiese ganado una guerra antes de comenzarla.
No, no tuve la intención de importunarlo señor Bembé, so solo estoy aquí para terminar el censo de la localidad. Contestó con notoria sumisión y nerviosismo.
¿Censo?, yo no he pedido ningún censo, ni lo necesito. Respondió algo mortificado.
Sor Odet estiró la mano hacia él en su intensión de mostrarle unos formularios y continuar su explicación, pero fue interrumpida por el rugido de un enorme perro gris que le mostró su ferocidad luciendo sus grandes y afilados colmillos. Un agudo grito de pavor sacudió su garganta y el "gran Bembé" la tomó entre sus brazos y la apretó contra su desnudo pecho en señal de protección. Con un gesto autoritario controló al animal y con una contrastante actitud paternalista calmó a la religiosa.
Shakán es muy receloso, no permite movimientos extraños de las personas que tengo cerca, pero no te preocupes, ya lo tengo controlado. Ahora para calmarte, debes tomar una hierba mate de mi cosecha.
Sor Odet creyó preferible no negarse a la invitación, para evitar cualquier forma de ofensa a su singular anfitrión, además trataba de pasar por alto los efectos del humo aromático inhalado, atribuyéndolos incautamente a su estado emocional. La confiada religiosa no sospechaba que la tal hierba mate de "su cosecha", era nada menos que la infusión de una raíz de la localidad, llamada kunatendé, que además de poseer propiedades alucinógenas y de fascinación, se caracteriza principalmente por ser un potente afrodisíaco, conocido solo por los mas connotados brujos nigrománticos de la región.
Mientras tomaban el brebaje la monja se iba sumiendo en un estado de agradable somnolencia que Bembé se encargaba de exaltar con incomprensibles palabras pronunciadas en una especie de cadenciosa entonación africana, al tiempo que iba mostrándose de cuerpo entero conforme salía de las penumbras, hasta dejar completamente descubierta su impresionante corpulencia totalmente desnuda, inclusive desprovisto del pequeño faldellín que lo cubría inicialmente, exponiendo descaradamente su gran miembro viril en total estado de erección. La devota victima de la conjura, se limitaba a observar absorta, aun que no lograba tener plena conciencia de lo que estaba ocurriendo; lo real es que había caído en manos del mismo Satán ó en todo caso de uno de sus mas connotados especialistas en lujuria. De lo que no tenía duda, es que sentía una combinación de somnolencia y una extraña insinuación lasciva, que la iba sumiendo hipnóticamente en una paulatina perdida de la conciencia, hasta quedar completamente dormida por efecto del sortilegio.
Al retornar de su inducido desvanecimiento, creyó haber estado dormida durante largo rato, pero no fue así, su abstracción había durado solo un par de minutos, tiempo suficiente para despojarla de sus hábitos y acostarla desnuda sobre un mullido aglomerado de pieles colocadas en el piso, una sobre otra. Al despertar se encontraba en estado de ensoñación, en el que el monótono sonido de fondo producía vibraciones repetitivas, cuya resonancia causaba un efecto embriagador. Todas sus sensaciones eran percibidas con mayor intensidad que la acostumbrada, en una notable exaltación sobrenatural de sus sentidos. La atenta mirada del enorme perro mastín, que no le quitaba los ojos de encima, le causaba temor e intriga, su presencia en el recinto resultaba una incógnita.
Yacía tendida en el camastro y el hechicero de rodillas a un costado de ella, ambos completamente desnudos, cubiertos tan solo por su propio tegumento. Él acariciaba con la yema de los dedos los sinuosos contornos de la religiosa, con una lentitud pasmosa; ella tenía entre sus manos la erección de su avezado seductor, se mantenía aferrada a ella, como sujetándose para no caer en un abismo infinito, para no caer al espacio sideral. La noción de lugar, tiempo y circunstancia, parecía haber desaparecido, los movimientos pausados, las sensaciones intensas, los sonidos de ensoñación, la carencia de reacciones defensivas, daban la impresión de haberlos trasladado a otra dimensión. Los dedos de Bembé en su lento recorrido, quemaban lascivamente la suave y perlada piel de la devota, produciéndole involuntarios estremecimientos que exacerbaban su sexualidad, la calida y profunda voz del mandinga remarcaba los lúbricos efectos.
La devota constataba con temor y sobresalto, que su cuerpo correspondía favorablemente a los estímulos, como preparándose para la inminente embestida con imprevista disposición, parecía estar siendo conducido por una inteligencia independiente, en abierto desacato a su derecho de libre albedrío. Mente y materia en franco enfrentamiento, la razón tratando de resistirse y el cuerpo en alianza con el agresor, negándole a la agraviada su opcional derecho a oponerse.
La pericia con que Bembé realizaba sus palpaciones acentuaba la conjura, su hábil estimulación mantenía sorprendida a la religiosa debido a que su negativo concepto de sexualidad, estaba siendo cuestionado por la forma en que venían siendo estimulada, en esta ocasión contrariamente, su sensibilidad erógena era avivada intensamente, induciéndola a lubricas reacciones.
La disposición de la religiosa resultaba manifiesta, se mostraba briosa e inquieta igual que un alazán antes de la carrera, como exigiendo una mayor celeridad de la estimulación, pero Bembé lejos de acceder, respondía con mayor lentitud, pero enfocando sus estímulos con certera precisión en las zonas íntimas mas sensitivas. Su respiración enardecida, la inquietud de su mirada, la constatación de su íntima lubricidad, anunciaban el febril estado de excitación de sor Odet y no dejaban duda de su total disposición al apareamiento. La inquietud se tornaba en desesperación, ella sentía que su cuerpo se encontraba extrañamente dispuesto a la copulación, que lejos del rechazo que durante tantos años había sentido por este acto, ahora se manifestaba tan lasciva y lúbrica como cuando tenía que aplicarse el rigor de la autoflagelación y tan receptiva y dispuesta como si su violación primigenia hubiese sido la antítesis de la que ahora estaba cuajando en circunstancias tan opuestas, sentía que su sexualidad reprimida por tanto tiempo venía aflorando en forma incontenible.
El la tocó tiernamente entre las piernas y ella se estaba derritiendo en sus dedos, al aflorar el tibio rebose de la excitación. Entonces el seductor quiso beber de la fuente y le pidió su aprobación con voz profunda, ella asintió con los ojos, sin pronunciar palabra, la expresión no dejó duda de su disposición y complacencia. El posó sus gruesos labios sobre la ávida vulva en forma por demás gentil y delicada, procediendo a una esmerada estimulación en la que los espaciados chasquidos marcaban la pausada cadencia. Deseaba gemir, gritar, por que no llorar de deseo, pedirle que la posea, si fuera preciso implorárselo, pero su condición de monja se lo impedía, sus votos de castidad estaban siendo profanados sin que ella opusiera resistencia y ese pecado ya era mas que condenatorio. La estimulación oral que estaba recibiendo parecía interminable, el resabido actuaba con intensión y conocía los efectos que causaba, tenía la certeza que la copulación se produciría a voluntad y sin ninguna resistencia pero aún quería prolongar morbosamente la espera. La devota no estaba en condiciones de esperar, por el contrario no podía controlar sus urgencias, un intenso orgasmo se acercaba incontenible, la tenía al borde del desmayo, trataba de ocultarlo inútilmente refrenada por el recato, pero el gozo no pudo pasar inadvertido, desacompasadas contracciones pulsaron involuntariamente en su embocadura y su exaltada intimidad se encargó de dar el mensaje en forma indubitable.
Los leves gemidos y sutiles sollozos que por momentos le resultaba imposible reprimir, se hacían cada vez mas frecuentes, el desborde parecía inevitable, la destreza con que estaba siendo estimulada no le permitía replegarse, el libidinoso pasaba de un orificio a otro, sin prisa pero con la misma destreza, encontrando en todo caso la complicidad velada de la inocultable excitación. La impaciencia y desesperación por ser penetrada sin mayor dilación se hacía cada vez mas manifiesta, su agitación respiratoria, su embravecido torrente sanguíneo, el brillo anhelante de sus lindos ojos, la erección de sus sonrosados pezones, su exaltada y rebosante embocadura, las descontroladas pulsaciones anales, su mayor disposición al atrevimiento, se fueron convirtiendo en las sensaciones instigadoras que finalmente la llevaron descontrol. Su sometimiento resultaba evidente, no estaba dispuesta a defender mas el templo cuya custodia le había encomendado su Dios, la sumisión evidenciada no dejaba duda que la profanación de ese templo se produciría con docilidad, mas que eso, con su ardorosa complicidad. Ya presa del desenfreno, tiraba de la encrespada pelambre del provocador, como queriendo forzarlo a subir sobre ella, pero no lograba cambiar el curso de la estimulación, su lánguida voz se hizo escuchar con timidez invitándolo a la incursión, lo que tampoco modificó los acontecimientos, su reclamo se volvía cada vez mas airado y el fustigador respondía exacerbando aún mas su apasionada impaciencia. Se colocó de rodillas frente ella, desde su cómoda posición tenía total acceso fálico a la intimidad de la monjita, la sugestión de creer que iba a ser por fin penetrada, logró calmar sus exigencias, pero en los planes de Bembé todavía no estaba incluido el inicio del acto copulatorio, deseaba jugar aún mas con la agonía de la religiosa. Aprovechando el total control de sus movimientos, prefirió continuar excitando con lascivia la parte externa de las zonas mas sensibles a su alcance. Ejercía presión con la punta del miembro, por turnos, en ambas embocaduras sin penetrarlas; por momentos le colocaba el bálano en el acceso anal y se lo masajeaba gentilmente mediante lentos y acompasados movimientos rotativos de cintura, luego levantando el miembro lo alineaba haciendo presión sobre la embocadura delantera y lo deslizaba de ida y vuelta usando la lubricada rajadura como guía del recorrido; el voluminoso y calido glande del negro, iba haciendo estragos a su paso, la fricción que producía al excitado cuerpecillo clitorial de la madrecita, en cada contacto, lograba sacarla de su placida posición, haciéndola arquear la espalda, le arrancaba desgarradores gritos de placer. La incitación fue en aumento al igual que la impaciente desesperación por lograr la anhelada penetración, ahora lo pedía abiertamente, mas adelante le imploraba fervientemente que lo hiciera, se le ofrecía abriéndose los labios de la jugosa vulva con sus dedos, como si ya no pudiese esperar mas; tiraba el cuerpo hacia delante, en su afán de ejercer presión para que el miembro viril logre introducirse. Durante sus afanosas tentativas, había conseguido un nuevo clímax que lejos de calmarla incrementó su apetencia, ahora estaba aflojándose y derritiéndose entre las piernas. Bembé lo constata y se decide a poner fin a la apasionada espera. La encañona, presiona la dispuesta abertura y se inicia la tan deseada incursión, con calma, poco a poco, con la total complicidad de la gozosa religiosa, cuyo estado ofrecía todas las facilidades para el empalme. La monjita ya se encontraba totalmente penetrada, girando las caderas en torno al erecto mimbro, en una erótica danza en busca del placer. Paradójicamente por el momento estaban intercambiando roles, montado sobre la religiosa en tan conocida posición, no quedaba duda que en este caso era él y no ella quien asumía el papel de misionero.
No obstante la considerable diferencia de tallas genitales, soportó con agrado a su verdugo, entre gemidos pudo ingerir la enorme pieza por completo, pujó un poco pero luego cobró valor y ya se encontraba nuevamente agitándose frenética en busca de mas placer. Él mantenía inalterable su pausada cadencia, los movimientos rotativos de cintura se producían en razón de dos a uno, ella ponía el desespero, él la pericia y el dominio, obtenido de su basta experiencia. Él prolongaba la llegada del éxtasis, ella se hallaba sumida en una cadena de intensas sensaciones, como si estuviese tratando de ponerse al día en una tarea por largo tiempo abandonada. La voracidad se volvía irrefrenable, los acompasados movimientos iniciales se tornaban en frenéticas sacudidas de traseros, los alterados gemidos de la monja estaban siendo opacados por los profundos bramidos del negro que desbordaban la habitación, daba la sensación de escuchar la protesta de un búfalo gravemente herido. La culminación del gozo anunciaba su llegada estruendosamente, ambos cuerpos tensos y electrizados se estiraban como queriendo agrandarse, en espera de los estertores que les permitiera derramar todo su placer. Hasta que por fin los desgarradores gritos se fueron convirtiendo en acordes de agradecimiento, cánticos interpretados por voces contrastantes, una fina y melodiosa, la otra grabe, profunda estremecedora. Los concubinos se iban aflojando conforme la última gota de placer se separaba de sus cuerpos, en una transformación paulatina, hasta quedar completamente laxos; en tanto, el enorme mastín contemplaba la escena con el cuerpo encrespado, apretando el nervio, inquieto como un pura sangre.
Luego del apareamiento, él queda tumbado a un costado acariciándola gentilmente, ella tendida de cubito dorsal está con las rodillas separadas rebosando abundante fluido de la vulva, producto del placer de ambos, el enorme perro impaciente mete su gran cabeza entre las piernas de la gozosa para extraer el néctar entremezclado, lame ruidosamente y con avidez, no quería dejar rastro del fluido, pero a su paso la caliente lengua del animal hace estragos en la sensibilidad de la monja, la estimulación de los puntos mas erógenos llega a su máxima expresión, logrando reavivar el fuego que aún no se había extinguido, nuevos bríos despiertan la apetencia otra vez, los amancebados se sienten insaciables.
Al constatar una nueva erección, la religiosa irreconocible, toma la iniciativa con presteza y se empala a horcajadas, montándose sobre él; la inserción fue acompañada de elocuentes expresiones de deleite, la voz del amo se hizo sentir para controlar la fogosidad del animal que quería seguir interviniendo, la monja desde su posición sacude libremente el trasero como queriendo debilitar la base del erecto miembro, para poder arrancarlo de raíz. Se manifiesta frenética, como una posesa, como si su carne se hubiese corrompido por la sacrílega concupiscencia, balbuceos e incoherencias demuestran su grado de insania y perturbación, su sexualidad manifiesta de la forma mas explicita su alto grado de furor pasional. Quiso prolongar su goce, hizo todo lo posible por contenerlo, por esperar a su amancebado y terminar juntos, pero no fue capaz, un nuevo y mas intenso orgasmo la rebasó, la inundó de placer. Debido a las ventajas de la posición adoptada y a las características anatómicas de su par, la gozosa logró la completa estimulación simultánea de su "trinomio del máximo placer", lo que provocó la detonación de un explosivo "Orgasmo Vulcano", que la trasladó a un paraíso de fantasía.
Conmovida por el goce logrado, se incorpora para hincarse frente al férreamente erecto miembro del placido negro. Acostumbrada a la disciplina de la oración, quiso agradecer de rodillas al cuerpo fálico que tanto placer le había dado, con veneración lo disfrutó oralmente, sin técnica pero con voracidad, así como los niños glotones se aferran al seno materno para mamarlo, daba la impresión de estar frente a un intento de antropofagia, todo indicaba que se lo tragaría en un acto de cercenamiento, felizmente imaginario.
La religiosa compenetrada en su placentero cometido, permitía que el animal siempre servicial, proceda al lengüeteo en su afán limpiarle los fluidos que se le escurrían por entre las piernas. El amo alerta, controla con la mirada atenta que el cánido no se propase, mientras tanto él se deleita enfermizamente acariciando y lubricando la inmaculada intimidad anal de la monjita. Ésta debido a su inexperiencia copulatoria por ese conducto, siente aquella lúbrica caricia de dilatación, como el emplazamiento a una cita ciega ineludible, con sobresalto, temor, duda; pero a la vez pleno de misterio, de expectación y apetencia. Tan íntima caricia meritoria no solo por la estimulación erógena que produce, sino mas aún, por el significado de su mensaje, esta caricia representa el anuncio de un estreno que inexorablemente dejara su impronta, para bien o para mal, marcará el porvenir de sor Odet. El sensual ambiente y su estado de tan alta excitación la inducen a dar el paso para esta nueva experiencia, preparada físicamente y dispuesta psicológicamente opta por la rendición, de rodillas y con el rostro contra el piso en sumisa posición mahometana, le presenta el opulento botín de guerra al invasor, en inequívoca señal de capitulación y entrega. El negro no se hace esperar, con mirada desorbitada y mordiéndose la ensalivada geta, deja chorrear un hilo de baba elástica que cuelga de su gran boca, no abriga ningún sentimiento de indulto, impasible, como el guerrero inclemente que es, se dispuso a tomar posesión de su conquista.
Con el control característico se limita a presentar armas y deja que sea ella la que se inmole a discreción, conforme sus posibilidades de aguante, el se limitó a dirigir el acto con el miembro en posición, ejerciendo una casi imperceptible presión y rotando muy ligeramente la cintura, para que el orificio ofrendado se sienta en grata compañía. La monjita, al sentir que podía actuar a voluntad, se fue aflojando y sus músculos de cierre fueron mostrando su elasticidad, ayudados además, por el lubricante aplicado y el trabajo de dilatación efectuado previamente; también coadyuvó su espíritu de sacrificio y su tolerancia a la punición, virtudes logradas gracias a su arraigada disciplina impuesta por la autoflagelación. Pujó, derramó una lágrima, pero logró una inserción casi completa, se quedó quieta por un momento, sin aire en los pulmones, pero pronto se repuso animada por la erógena reacción de los músculos anales intensamente estimulados por el efecto de expansión. Iniciaron un cadencioso y acompasado movimiento con suavidad y lentitud, que se iba acelerando conforme se intensificaba el placer; el copulador le expresaba la intensidad de su goce, sin pronunciar palabra alguna; ella inducida por el efecto, reaccionaba vigorosamente acompasando su cada vez mas frenética cadencia con agudos grititos de regocijo, los que se tornaban cada vez mas exaltados hasta llegar al desenfreno, convirtiéndose en frenéticos, demenciales, demoníacos, en equitativa expresión del nivel de placer logrado.
En tales circunstancias no pasaba por su mente su condición de ordenada, ni las enseñanzas doctrinales, ó los dogmas de fe, ni concepto religioso alguno, conocido o por conocer; está sumida solo en el alborozo producido por el envilecimiento de la carne, de su propia carne, en un acto de absoluta significación hedonista y sin un ápice de sentimiento de amor, ni de connotación espiritual; con el agravante pecaminoso de estar relacionado en cierta forma, con actos aberrantes de bestialidad; sin consideración ni respeto por sus hábitos de religiosa desperdigados en el piso, ni por la sacro santa presencia de su consagrado crucifijo abandonado en algún lugar del sacrílego aposento.
Todo fue placer sensual, máximo y absoluto, los amancebados yacen exhaustos en el camastro de pieles, satisfechos hasta el hartazgo, habían gozado hasta no poder más, la religiosa acababa de descubrir la mas intensa de sus sensaciones erógenas, por fin sabía cual es la zona mas sensitiva de su sexualidad.
Ahora empiezan a manifestarse algunos sentimientos de culpa. Sor Odet no solo está resignada a recibir un castigo, lo necesita, desea ser castigada por su falta de templanza y por haber sucumbido ante la tentación de la carne, por haber cometido adulterio en deshonra de su Dios, a quien se había consagrado en cuerpo y alma, a quien había traicionado y mancillado. Por su mente surcaban fantásticas imágenes de punición, tal vez, el inmenso animal debería romperle las entrañas mediante un empalamiento desmesurado, o quizás, para burla y regocijo de todos los pobladores, debía arrastrarla por todo el caserío en estado de acoplamiento, teniéndola sujeta por los genitales, con el consabido nudo fálico canino. El enorme perro estaba allí, y su firme mirada era indescifrable, pero siempre fiel a las indicaciones de su amo y no se movía de su sitio.
La bestia definitivamente era avezada, en oportunidades había intervenido con notable pericia cuando, su amo le había consentido montar conjuntamente a alguna de sus concubinas, especialmente a las de mayor furor uterino, pero en particular a una de ellas que califica como ninfómana insaciable; en algunas ocasiones también cubría al propio Bembé, cuando el perverso así lo deseaba. A la voz de: ¡Shakán dame, dame ahora, dame YAAAA! , el gran perro lo penetraba por el recto, cuando el amo sentía que el clímax le venía sin posibilidad de retorno; hacía esto, en su afán por exaltar sus pulsaciones prostáticas durante la eyaculación, con la presión ejercida por el bulbo genital canino introducido. Pero en esta oportunidad nada de aquello sería necesario, pues los concubinos habían gozado hasta la saciedad. Después del lascivo encuentro, sor Odet se retiraría sin haber logrado completar su encuesta, pero se iba con el misterio de su reprimida sexualidad desentrañado; cualquier interrogante al respecto había quedado despejada categóricamente.
Luego del episodio vivido y la experiencia recogida, sor Odet necesitaba meditar, la recapacitación no admitía postergaciones, todos sus conceptos arraigados por el tiempo debían ser íntegramente revisados, su estructura mental remodelada, sus principios evaluados y clasificados nuevamente en una reestructuración total, que le permita reinventar una flamante escala de valores.
Conciente de su nueva realidad y estrenando un naciente orden prioritario, no le quedó otro camino que optar por el cambio radical, emprendería una nueva vida fuera del convento, daría todos los pasos necesarios para lograrlo, por dificultosos que estos sean, pero abandonaría su congregación, con todo el dolor que eso le significaba, tendría que hacerlo. Quedó demostrado hasta la saciedad que su vocación fue incapaz de resistir la prueba que le puso el destino en su camino, la tentación de la carne fue mas fuerte que su templanza, de eso ya no le quedaba duda alguna.
Después de mucho reflexionar la jovencita ya tenía todo muy claro, definitivamente no se convertiría en una erotómana, ni menos en una adoradora del dios Pan, ni estaría dispuesta a participar en los bacanales o ritos voluptuosos de los cultos lunares, con todo el gusto por la exaltación orgiástica que eso significa. Solo se limitaría a llevar una vida simple, placentera, pero moderada; en la que sería capaz de equilibrar su descubierta sexualidad, con sus inquietudes intelectuales, sin descuidar su indeclinable vocación por la ayuda al prójimo, en especial por la de los mas necesitados.
OCTOPUSI 17/02/05