Sacerdotisa, esclava, prisionera y reina

En el mundo antiguo existió un constante conflicto entre los pueblos civilizados y otros llamados “Bárbaros”. Ánibas era feliz como suma sacerdotisa de la diosa Selenia. Ella y los otros habitantes de Océana, creían que los trasmontanos eran seres salvajes… Un día sus vidas van a cambiar mucho.

Océana, la perla del mundo habitable. Océana es realmente la esquina de una gran isla circular en la que vivimos todos… nosotros y los trasmontanos. Hemos oído hablar de pueblos más allá de la isla pero no le damos demasiada importancia. Algún día puede que echemos a los bárbaros de la isla, que los expulsemos a algún continente inhóspito o que incluso los arrojemos al mar. Llevamos en conflicto desde que se tiene memoria. Ellos son numerosos, rudos, fuertes… incluso se dice que sus guerreros no son humanos, que tienen un cuerno curvo en la frente y la cara dura como el metal. Gracias a los dioses, nuestros soldados están preparados, son expertos en el uso de las armas y practican estrategias que un trasmontano nunca entendería. Sus armaduras doradas y sus rápidos corceles los mantienen a raya.

Yo soy Ánibas… sacerdotisa de la diosa Selenia. Como todas, entré joven y virgen a servir a la diosa, aquí en el templo de la montaña. Aquí sigo viviendo desde los catorce años. Ahora, tengo treinta y soy la suma sacerdotisa… Por supuesto, sigo siendo virgen… dejar de serlo supondría mi expulsión.

Hoy es día de descanso… vamos todas a la orilla del río. Nos quitamos las túnicas. Debajo llevamos la ropa para el baño. Los senos tapados por una venda blanca. El sexo cubierto con un triángulo de cuero sujeto con tres cordeles que se unen por detrás. Después del baño nos dispersamos, cada una puede disfrutar como guste. Yo me reúno con Altea. Altea es una joven sacerdotisa de veinte años. Y nos encanta disfrutar juntas…

¡¡¡Ahh!!! Tumbada en la hierba… desnuda… Altea me ha quitado la venda y el tapacoños. ¡¡¡Ahh!!! Suavemente me chupetea el chichi y me manosea las tetas… Sí, somos vírgenes pero esto no lo prohíbe la diosa. Al terminar nos quedamos las dos tumbadas sobre el césped húmedo.

De repente, algo pasa. Oímos ruidos acercándose: caballos trotando y relinchando, pasos, gente corriendo, gritos, ruidos metálicos… Nos levantamos rápido. Me pongo como puedo la venda y el triángulo. No sé ni donde dejamos el resto de la ropa. ¿Qué? Campesinos corriendo perseguidos por formas similares a humanas… Tienen… tienen… la cabeza negra y un cuerno o pincho en la frente. Nunca había visto algo así… Parece la descripción que hacen de los guerreros trasmontanos. Pero desde que tengo memoria no habían llegado hasta aquí.

Uno de ellos se acerca a nosotras… Altea tiene un puñal. Se coloca delante de mí, el cuchillo en la mano pero tiembla como un junco. El soldado o lo que sea está muy cerca, lleva una espada corta en la mano, apunta hacia el suelo pero no pierde de vista el puñal.

  • Suelta el cuchillo -dice con voz ronca y autoritaria.

Altea no habla… Sólo ha acercado el cuchillo a su cuello y lo ha rebanado. Acaba de caer sangrando a borbotones… Yo me abalanzo sobre aquella criatura… Golpeo su pecho con los puños cerrados varias veces. Me hago daño… Viste una túnica corta y sin mangas, hecha de cuero negro, tiene refuerzos metálicos en los hombros y placas de bronce oscuro en el pecho y bajo la cintura. Parece un monstruo con brazos y piernas humanas.

El monstruo envaina su espada. Me retuerce un brazo y coloca la muñeca contra mi espalda. Se lleva la otra mano a la cabeza.. ¡¡¡Ehh!!! Sólo era un casco con una máscara por delante… Es un hombre. Rudo y fuerte pero sólo un hombre. Y parece que estamos sufriendo un ataque trasmontano. En breve llegarán nuestros soldados y les darán su merecido… ¡¡¡Pobre Altea!!!

El guerrero me obliga a caminar… Me lleva al templo. Parece que lo han tomado por asalto, entramos. Hay un guerrero con una fila de gente delante. De cerca, veo lo que hace… tiene un gran rollo de una gruesa cuerda. Va cortando trozos y atando las manos de los de la cola. Otros guerreros los conducen al jardín. Tenemos un precioso jardín rodeado por un muro de piedra. Parece que ahora es una cárcel al aire libre… Los corazas doradas os van a destripar, asesinos…

Me lleva hasta el hombre de la cuerda, nos saltamos la fila. Me resisto, me retuerzo, intento frenar con los pies descalzos. No puedo… tengo el brazo retorcido… siento dolor… me empuja con fuerza.

  • Asesino, demonio… por tu culpa ha muerto Altea -grito.
  • Se mató ella sola… Tal vez las historias que contáis sobre nosotros la mataron -dice la voz del monstruo.
  • Átala ya, necesita tranquilizarse -continúa, dirigiéndose a su compañero.

Una vez atada me arrastran hasta el jardín… En cuanto me sueltan camino hacia un pequeño montículo desde donde puedo ver el exterior. Veo una inmensa columna de monstruos negros dirigiéndose al puente del río Verde. Las murallas de Océana están al otro lado. Allá a lo lejos, desciende la esperanza… un regimiento de soldados dorados a caballo va al encuentro de los monstruos.

El ejército negro se para justo antes del puente. Los soldados dorados cabalgan a trote rápido. Atraviesan el puente… veo sus espadas desenvainadas… Va a empezar a caer la justicia sobre los monstruos.

¿Qué pasa? Un gran regimiento de arqueros se colocan tras las primeras filas de soldados negros. Apuntan hacia arriba y disparan todos a la vez. Una lluvia de flechas cae sobre la vanguardia dorada. ¡¡¡Ahhh!!! Soldados que caen, caballos que tropiezan… algunos caen al río. Siguen disparando flechas. Los dorados insisten y siguen avanzando como pueden. Muchos caen, algunos son pisoteados por sus propios caballos, muchos caen al río…

Algunos logran llegar al final del puente. Su ataque choca con un muro de soldados (o de monstruos) vestidos de negro… Han colocado varias filas de hombres, llevan lanzas muy largas, con una rodilla en tierra apoyan la lanza en el suelo y sujetan un gran escudo con la otra mano. Forman una muralla erizada de varias filas de lanzas. Los nuestros chocan contra esa muralla. No vi a ninguno que lograra penetrar. Es más, desde detrás de los arqueros, otros guerreros comienzan a lanzar piedras con hondas. En las filas doradas todo eran muertos, heridos y confusión…

Para gran sorpresa y para mi desazón, el ejército dorado empieza a retirarse como puede. La lluvia de flechas y piedras no cesó haciendo que muchos cayeran en la huída. Lentamente, muy lentamente, los lanceros comienzan a atravesar el puente. Lo están haciendo rematando y, literalmente, pisoteando a nuestros heridos.

Una vez cruzaron el puente comenzaron a tomar posiciones en la otra orilla. Falta poco para la puesta de sol pero se llega a ver como van ocupando la otra orilla del río, ya a las puertas de la muralla. Como a media legua a la izquierda del puente, el río desembocaba y allí tenemos nuestro importante puerto. Los soldados de negro lo toman a sangre y fuego, se apoderan de los barcos y sitian la ciudad de Océana.

La caballería dorada ya no se atrevió a salir más de las murallas. Desde las torres comienzan a disparar proyectiles incendiarios con las catapultas. Ninguno hace blanco, los trasmontanos parecen conocer el alcance de esas armas. No se separan de la orilla del río. Allí, a más de doscientos pasos de la muralla, están fuera de tiro. En lo que queda de luz, veo como controlan los caminos, el puente, el puerto. La ciudad está sitiada. Todavía la protege su muralla que cubre todo el lado sur. En el lado norte, no hace falta muralla, hay un enorme acantilado, basta con una barandilla de piedra y algunas torres mirando al mar.

Había oído hablar de los guerreros trasmontanos. Se decía que eran bravos pero mal preparados y desorganizados, sin tácticas ni jefes competentes. Eso hacía que los soldados dorados los vencieran siempre. En toda mi vida no había visto un guerrero de uniforme negro. Ahora se habían atrevido a atacar Océana, a profanar mi templo y habían vencido a la caballería dorada. Parecen bravos, pero nada de mal preparados o sin tácticas. Están bien dirigidos y han sitiado la ciudad con la intención de rendirla. Que los dioses, y sobre todo Selenia, nos ayuden, ya no nos queda otra esperanza.

Ya con el sol ausente me siento derrotada sobre la hierba. Sólo entonces, noto las ligaduras fuertemente apretadas alrededor de mis muñecas. Sólo entonces veo que todas las sacerdotisas se han sentado a mi alrededor. Estamos allí, ocupando el montículo. En el centro de un jardín vallado que ahora se ha convertido en campo de concentración. Medio desnudas, con las manos atadas… Mirando más de cerca se ve a otros prisioneros y prisioneras. Los han capturado a su paso por las granjas, por las casas de esta zona.

Nos tumbamos juntas en el suelo sabiendo que tendremos que dormir al raso. Es verano pero no tardaremos en tener frío. Asumo el liderazgo y me atrevo a hablar con los guardias que nos custodian… Necesitamos ropa, mantas o algún tipo de abrigo. Al rato vienen mujeres con mantas… Nuestra sorpresa es mayúscula al ver a nuestras esclavas (las esclavas trasmontanas que nos daban servicio: cocina, limpieza…) vistiendo nuestras ricas túnicas. ¡¡¡Qué pasa aquí!!! Ya no se consideran esclavas. Los esclavos y esclavas trasmontanos han sido algo habitual en nuestra vida. Los soldados dorados hacían incursiones en su territorio para capturarlos. Ahora creen que las cosas van a cambiar. ¡¡¡No puede ser!!! Ellas han nacido para ser esclavas, esas túnicas les quedan mal.

Las mantas que han traído son viejas, sucias, no huelen bien…

  • Son nuestras mantas, suma sacerdotisa -me dice la gobernanta al marcharse.

Pasamos una mala noche, intentando dormitar, juntando nuestros cuerpos para ganar calor. Oímos gritos varias veces. Traen a soldados dorados prisioneros tras la batalla del puente. Magullados, algunos heridos, con las corazas rotas; también maniatados, conducidos a garrotazos por sus captores que son también los nuestros.

Con las primeras luces del alba veo un espectáculo esperanzador. Desde la muralla vuelven a disparar bolas de fuego, esta vez hacen blanco en algunas posiciones avanzadas que los negros habían establecido en los caminos hacia las puertas. Mis compañeras y yo lo celebramos jaleando… La alegría se nos congela al momento al ver como nuestros captores se ríen. Ante nuestras caras de incredulidad, uno de ellos nos lo explica:

  • Los vuestros acaban de consumir su reserva de munición incendiaria. Acaban de destruir puestos avanzados hechos de paja, un poco de madera y mucha tela negra.

Esa munición se elaboraba con un raro aceite que necesitábamos comprar a mercaderes fenicios. Estos diablos nos siguen ganando. Parece que de verdad los dirigiera un dios maligno.

Entonces llegó otro soldado, parece que mandaba sobre los otros.

  • Vosotras, todas a la cola, nos dijo.

Los soldados nos señalan el camino mientras empuñan una especie de garrotes. Todas comprendemos que mejor ser sumisas. Lentamente, bajamos del montículo. Hay una larga cola de prisioneros y nos colocamos al final. Veo cómo liberan a otras presas mientras a nosotras nos vigilan estrechamente. Estamos en medio de los árboles… al avanzar un poco veo el final de la cola. Los primeros son los soldados vencidos. Un hombre les está colocando grilletes en los tobillos. ¡¡¡Dios!!! Nos van a encadenar como a esclavas. Oí a los soldados negros hablar entre ellos: “estamos liberando a viejos, mujeres y a quien no se resistiera… el rey cree que no se rebelarán, deberíamos esclavizarlos a todos”. El hombre se da cuenta de que lo estoy escuchando y me dice a la cara:

  • Las sacerdotisas eran muy importantes aquí. Os va a tocar llevar cadenas de esclavas.

Pasa tiempo, mucho tiempo, la cola avanza muy lentamente. Los guardias nos miran con desconfianza, nos enseñan una y otra vez los palos en señal de amenaza. Todas tenemos cara de funeral… del nuestro, seguramente… Me entran ganas de echar a correr. Sé que es totalmente fútil… descalza y con las manos atadas no iba a ir muy lejos. Los guardias parecían implacables, duros, sin piedad alguna.

Por fin nos llega el turno. Mis compañeras están aterradas, paralizadas… Yo también, pero sé que debo dar un paso al frente. Me adelanto y me arrodillo donde está trabajando el herrero. Noto un objeto en mi tobillo izquierdo, intento ignorarlo mirando al frente, noto los martillazos, golpes violentos sobre el metal, me quedo todo lo inmóvil que me es posible, tengo miedo a un martillazo sobre mi pie, los golpes me hacen temblar todo el cuerpo. El proceso continúa con el tobillo derecho, de nuevo aguanto inmóvil y sin mirar.

Al terminar me levanto lentamente, con miedo, no quiero mirar hacia abajo. Al menos me sueltan las manos. Camino lentamente, siento que no puedo hacerlo de modo normal. Noto como la cadena me impide separar los pies. Los grilletes alrededor de mis tobillos son incómodos y pesados. Cuando me alejo un poco de las demás, me siento en el suelo. Por fin, me atrevo a mirar a mis pies…

Ahí estaban… grilletes de esclava. Hechos de hierro, asegurados con remaches colocados con martillo. Oigo los martillazos, están encadenando a mis compañeras. No puedo evitar llorar, intento que mis compañeras no me vean. Debo permanecer fuerte, al menos parecerlo… Seguimos prisioneras en el jardín, en nuestro jardín. Intentamos curar a los soldados heridos. Ellos tampoco entienden nada. El mundo se ha vuelto del revés. Los trasmontanos, que sólo huían ante las incursiones, habían creado un ejército cruel e implacable.

Muy frecuentemente, todos subíamos al montículo a ver los alrededores de la ciudad. Los trasmontanos habían limpiado los restos de la batalla. Se habían apropiado de las armas abandonadas, de algunos caballos… Mantenían el cerco siguiendo la orilla del río. Había refuerzos en los puntos clave: caminos, zonas cercanas a las puertas, puerto fluvial, el gran puente…

El algunas partes se veía soldados trabajando en algo, no se podía distinguir en qué… Yo sé que Océana depende del suministro de agua del río a través de conducciones subterráneas. Si lo averiguan y las destruyen, la ciudad no durará más de un par de días.

Al caer la noche, empezamos a sentir frío… Como no tenía mucho que perder, me dirijo al que parecía el oficial de mayor rango:

  • ¿Tú eres el que manda aquí?
  • Mando un poco…
  • Quiero hablar con el que más mande de vosotros.

El tipo se ríe y se va hacia el edificio del templo… El templo-palacio donde habíamos vivido desde adolescentes. Yo me vuelvo al lugar donde habíamos dormido, tocaba dormir al raso otra noche.

De repente oigo una voz. El oficial estaba de vuelta y me llamaba.

  • Ven -me dice.
  • Yo -respondo, un poco asustada.
  • Sí… El que más manda te va a recibir.

Lo sigo… tengo miedo pero ahora no me puedo echar atrás. Me lleva al salón noble, allí donde nos reuníamos en consejo. Allí, sentado en mi silla, sí… en mi silla, hay un hombre… con el mismo uniforme de los soldados, sin el casco, sin armas, parece estar descansando… Yo lo conozco, es el hombre que me apresó… Vuelvo a ver a Altea desangrada.

  • Eres tú el que manda, asesino -le digo.
  • Déjanos solos -le dice él al otro oficial.
  • No sé si es seguro quedarse sólo con ella -dice el hombre.
  • Asegúrala y vete.

El oficial hurga en su zurrón y saca un lazo de cuerda, me ata las manos y se va. Yo me quedo sola con aquel monstruo, el jefe de los monstruos…

  • Soy Ánibas, suma sacerdotisa de la divina Sabina. Si quieres recibir una maldición menor a la que mereces, libéranos de inmediato, levanta el sitio de la ciudad y vuelve detrás de las montañas -algo dentro de mí me impulsaba a ser extremadamente imprudente.

El hombre ríe a carcajadas… suelta un par de comentarios mientras ríe… “vanidosos hasta la muerte” dice varias veces…

  • A mí me llaman Herón, rey Herón de los norlándicos. Norlándicos, NO trasmontanos.
  • ¡¡¡Qué!!! El rey Herón es un anciano… debe estar a punto de morir.
  • No, a punto no, mi padre murió hace dos lunas. Yo estoy terminando su obra.
  • ¿Su obra?
  • La conquista de Océana, la unificación de la isla en un solo reino.
  • ¿Estás loco? Sois trasmontanos, no podéis competir con el ejército dorado.
  • Ayer el ejército dorado perdió a su flamante caballería… Mi padre concibió la creación de un gran ejército hace más de cinco años. Años que estuvimos seleccionado hombres, entrenándolos, forjando armas… Lo peor fue seguir aguantando las incursiones en busca de esclavos en nuestros pueblos fronterizos. Podríamos haber dado batalla pero nos delataríamos. Ahora veremos cuanto tiempo resiste la ciudad.
  • Resistirá, contratacarán… os esclavizarán a todos.
  • ¿Para qué has venido?, ¿A ver si me rindo ante una esclava encadenada?
  • Yo no soy una esclava…
  • Ahora mismo lo pareces… ¿Quieres algo más, aparte de pedirme la rendición?

Sí, quiero algo más. La verdad me he dejado llevar por el orgullo y la rabia. Me recompongo, vuelvo a mi propósito inicial:

  • Vamos a morir de frío ahí fuera. Hay una gran sala vacía a la entrada del templo, dejadnos dormir ahí. Dejadnos vestirnos, nos capturasteis con ropa de baño.
  • ¿Quién dormiría en la gran sala?
  • Las mujeres y los heridos…
  • Concedido.
  • Así, ¿Sin más?
  • Si eres razonable, yo también. Además, un líder siempre debe ser generoso.

El sol y la luna, el día y la noche… De este hombre no se consigue nada por las malas. Por las buenas será más fácil. Algo dentro de mí se enciende y continúo.

  • Quiero que firmes un trato.
  • ¿Qué trato?
  • Si ganáis la guerra, liberaréis a los prisioneros.

El rey se queda pensando… Al fin habla:

  • Deberán pasar dos años mínimo y deberán jurar lealtad al nuevo reino.
  • Es razonable.
  • Pero incompleto…
  • ¿Qué queréis decir?
  • Ese favor es muy grande, ¿Me podéis dar algo a cambio?

¿Qué le puedo dar? Ya me lo han quitado todo. En ese momento, me doy cuenta de que estoy medio desnuda y que él me mira de arriba a abajo. ¡¡¡Nooo!!! No puedo, soy la virgen de Selenia. Si me entrego a un bárbaro seré maldita. La contradicción perfora mi mente. Seguramente, la ciudad caerá en unos días. Si los nuestros ganan diré que me forzó.

Me cuesta hacerlo con las manos atadas pero lo logro… me quitp la venda dejando mi pecho al descubierto, desato los cordeles del tapacoños y dejo caer el triángulo. Cierro los ojos, espero un sacrificio…

Lo noto. Ha agarrado mis ataduras y me arrastra hacia él. Noto sus labios en mi boca, ¡¡¡Ahhh! y su lengua dentro… Nunca había tenido ahí una lengua de hombre. La suponía más áspera, es suave, cálida, húmeda… Siento su mano en la nuca, su otra mano en los pezones. Manos ásperas, duras, fuertes… seguramente, podría matarme con ellas. ¡¡¡Ahhh!!! Me besa en el cuello, juega con mi pelo, sigue jugando con mis senos. No me gusta reconocerlo pero estoy empezando a disfrutar.

¡¡¡Ahhh!!! Me toca en la entrepierna, ha humedecido sus dedos con saliva… Lo hace suave, despacio, disfrutando cada movimiento… Noto como mis líquidos empiezan a fluir. Me empiezo a retorcer, a gemir. En mis convulsiones, tiro de las ataduras, me duele, pero es un dolor placentero… Horrible reconocerlo pero me empieza a gustar ser su prisionera. ¡¡¡Ahhh!!! Me la está chupando… Yo estoy de pie, él de rodillas… Le acaricio la cabeza… sigue chupando, suave, primero lento, después rápido.

¡¡¡Qué mierda!!! Ha parado… Me tumba en el suelo, me rodea con sus brazos desde mi espalda. ¡¡¡Ahhh!!! ¿Qué es esto? Sé lo que es… desde atrás está metiendo su miembro duro en mi vagina. Empieza despacio… muy despacio… con cuidado… va subiendo de velocidad… ¡¡¡Ahhh!!! me gusta, sé que algo se va a romper. ¡¡¡Ahh!!! Lo noto… ya no soy una virgen consagrada a Selenia… y estoy copulando en su templo, la diosa me lo hará pagar. ¡¡¡Ahhh!!! No quiero pensarlo pero me gusta mucho… noto calor… un calor que viene de dentro, que me retuerce como nunca. ¡¡¡Ahhh!!! Noto como él eyacula, me corro con gran escándalo…

Descansamos sobre el suelo. Me ha desatado las manos, pide que traigan comida.

  • Soltarás a los prisioneros.
  • Sí, a casi todos.
  • Sé que deberás retener a los más importantes: los reyes, los nobles, los generales…
  • Y la suma sacerdotisa.
  • Lo sé -al decirlo no puedo evitar un par de enormes lágrimas en mi mejilla, él me las seca, pero no dice nada.

Nos autorizan a dormir bajo techo. Nos dan ropa, la antigua ropa de las antiguas esclavas. Donde estamos podemos ver el río, la ciudad y los soldados negros. Los vigilamos día y noche. Descubrimos en qué estaban trabajando, están construyendo varias torres de madera con ruedas. Sabemos que esas torres se usan para asaltar las murallas. La ciudad debe estar pasándolo mal, lleva casi un mes sin suministros.

No estoy orgullosa pero cuando no puedo dormir pido ver a Herón. Ir a hacer el amor con el hombre que me encerrará y tirará la llave es un poco raro, pero es lo único que me hace olvidar lo que pasa.


Las torres de asalto parecen listas. Los hombres de negro están muy excitados, el asalto es inminente, seguramente será al amanecer. Busco a Herón por la noche, hoy no me dejan salir del salón donde nos encierran para dormir.

Llega la mañana… vamos al “mirador” por si se produce el ataque. ¡¡¡Ehhh!!! Los soldados trasmontanos entran pacíficamente en la ciudad. Las puertas están abiertas.

Por la noche un grupo de soldados se acercó en barco al acantilado del lado norte. Silenciosamente lo escalaron y degollaron a los pocos guardias que encontraron. Lograron abrir una puerta y la caballería negra entró a todo galope. En poco tiempo la ciudad fue rendida sin apenas bajas.

Nos llevan a la ciudad. A nosotras al palacio real. Los reyes habían huído… descendieron por el acantilado y huyeron en barco. Mis compañeras serán esclavas en palacio… limpiar, cocinar…

Yo sé que voy a correr peor suerte. No me equivoco. Un oficial me ordena seguirlo. Me lleva al cuartel de palacio, sede de la guardia real. En los subterráneos hay una cárcel, una mazmorra excavada en los cimientos del edificio.

Me desnudan, sólo me dejan vestir un tapacoños de cuero negro. Me encadenan las manos y el cuello con una infernal combinación de hierro y me encierran en una celda horrenda, parece una tumba y yo estoy en ella, enterrada en vida.

Mi celda parece una cueva enana, excavada toscamente bajo lo que debe ser una de las paredes del edificio. La puerta está rematada con un arco de piedra, creo que eso es lo que evita que el edificio caiga sobre mí. La puerta es una reja de hierro oxidado. He medido mis dominios con mis pasos. Pasos cortos porque sigo arrastrando cadenas con los pies. Son unos seis pasos de fondo por apenas tres de ancho. Duermo sobre un montón de paja. En el techo hay un minúsculo tragaluz circular que es mi único contacto con la luz del día.

No puedo echar la culpa a los trasmontanos de construir este infierno. Fueron los míos. Este subterráneo siempre se usó para los prisioneros “especiales” del estado. Ahora se sigue usando para lo mismo.

Llevo una semana aquí, la puerta se abre. ¡¡¡Ehhh!!! Es Cassandra, una de mis sacerdotisas. ¿Qué hace aquí? Viste una túnica corta de tela sencilla, por encima de las rodillas. Sigue arrastrando cadenas, lleva una argolla en el cuello, es lo que la define como esclava.

Ella me cuenta que le han encargado ocuparse de mí… traerme comida, mantenerme limpia, hacerme compañía… Me cuenta que mis compañeras no viven tan mal, el trabajo en el palacio no es excesivo… Eso sí, casi todas llevan todavía los grilletes en los pies. ¿Casi todas? Dos de ellas se han unido carnalmente a oficiales de la guardia. Seguirán llevando la argolla durante al menos dos años pero les han quitado los grilletes. Todas están intentando hacer méritos para lo mismo.

Cassandra viene cada día y me mantiene informada. Los prisioneros de guerra han sido asignados a diferentes trabajos. La política es la misma con todos. Arrastran cadenas hasta que su responsable se fía de ellos. Les han informado del acuerdo, parece que se va a respetar.

Aquí en la cárcel, no soy la única prisionera, oigo gritos y lamentos de otras celdas. Según Cassandra, los nobles menos importantes, los que no pudieron huir con los reyes han sido encarcelados aquí. Los jefes del ejército también. Yo soy la única autorizada a ver a una persona del exterior… y a tener comida diferente a pan y agua. Hasta parece que mi celda es la menos inmunda, las otras son aun más pequeñas, oscuras y, sobre todo, húmedas.

  • Algo tienes para que no te traten tan mal -dice Cassandra- a los demás prisioneros los muelen a palos a la mínima, a tí no se atreven a tocarte.

Respondo con el silencio… Sé que todo eso se debe a mis encuentros carnales con Herón. Pero tengo sentimientos contradictorios. Por mucho que me traten mejor, sigo enterrada en vida. Aunque si le dicen a los otros presos como me tratan seguro que lo prefirirían. Pero yo soy la suma sacerdotisa… la tercera persona más importante de Océana, después del rey y el primer ministro. Por encima del comandante en jefe del ejército. Si Océana cae en desgracia, mi sitio es éste… Por penoso que sea, mi deber es soportar el cautiverio.

Cassandra me dice que los reyes y sus ministros han llegado al reino de Tartesos. Atravesaron toda Iberia de norte a sur. El rey Argantonio los ha acogido… pero también ha enviado una embajada a Herón reconociéndolo como rey, unificador de la isla y elogiándolo como genio militar. La isla comienza a conocerse como reino de Norlandia y Océana ha sido distinguida como su capital.

Un día, Cassandra entra corriendo. Viene alegre… Le acaban de liberar los tobillos. Era la última de las sacerdotisas encadenada, bueno la penúltima. Al rato me confiesa que desde hace poco se relaciona con un capitán. Que le ha ofrecido casarse en cuanto pase el plazo y le quiten la argolla…

Me alegro por ella, la felicito, pero no puedo evitar caer rendida sobre la paja. El tiempo de Océana como ciudad-estado pasó. La historia nos ha pasado por encima, los bárbaros son ahora sus habitantes.

Cassandra me quita el triángulo de la entrepierna… No lo esperaba, con ella nunca había tenido contacto carnal. Cierro los ojos mientras siento sus labios y su saliva, primero en los pezones, en el ombligo… ¡¡¡Ahhh!!! En el coño… Fue algo suave, lento, delicado… me retorcí lentamente, mezclando mi llanto por mi suerte con el placer que subía desde mi sexo. Ella quedó tumbada sobre mí el resto del día…

Cassandra ha continuado visitándome a diario. A diario, me ha consolado con la maestría de su lengua. Un día me doy cuenta. Su barriga delata su estado. Está embarazada… La vida sigue… Una sacerdotisa virgen que traiciona a la diosa y tiene un hijo con un guerrero trasmontano sería considerada una criminal, sería torturada y ajusticiada. Ahora es una buena noticia… Oceánicos y transmontanos  se funden en una sola raza, un sólo país. Realmente, nunca fuimos diferentes genéticamente… Océana era rica y el resto de la isla pobre, ahí estaba la diferencia.

Cassandra ha tenido a su hijo. No la he visto en semanas. Me siguen dando buena comida y no me pegan pero sin ella puedo volverme loca. Al fin aparece, todavía gordita pero hermosa, coloreada, rojiza...

  • No llevas el collar, ¿Cuántos meses llevo aquí? -pregunté, consciente de que había perdido completamente la noción del tiempo.
  • Año y medio… Al nacer el niño me casé con el capital y me quitaron el collar. Muchos esclavos y esclavas están siendo liberados antes del plazo.
  • Me alegro…
  • Yo, tengo una noticia… -dice ella dudando.
  • No vendrás más...

Ella no contesta, sólo me abraza y las dos nos echamos a llorar. Pasamos esa tarde juntas pero después de eso, sólo quedaba la soledad.


Tras semanas sola en la celda, un día me ordenan salir. Veo a los otros prisioneros “ilustres” fuera de sus celdas. Un oficial nos informa. Se celebra el cumpleaños del rey, Herón nos entrevistará uno a uno en persona, si lo merecemos podría haber indulto.

Estamos desnudos y encadenados. Literalmente nos envuelven con sábanas haciendo una especie de vestidos. Atan cordeles a modo de cinturón y tirantes.

Salimos del subterráneo… el aire puro nos resulta extraño, casi agresivo. La luz es mucho peor… todos nos tapamos los ojos con las manos.

Nos llevan al edificio principal. Nos hacen formar una cola.

  • Tú la última -me dice un guardia.

Veo como van entrando en el salón del fondo, uno a uno. Cada uno está un rato dentro y después sale, arrastrado por un guardia. Salen llorando, derrotados, camino de nuevo de su celda.

Por fin me toca el turno. Entro y allí está Herón. Viste sencillo, no de guerrero, tampoco de rey. Pide que nos dejen solos. Me mira a los ojos y me dice:

  • ¿Por qué debo liberarte?
  • No debes…
  • ¿No quieres ser liberada?
  • Claro que quiero… pero debo seguir aquí. Soy la suma sacerdotisa, soy lo que queda de Océana libre. Debo aceptar la prisión. Debo morir en ella.
  • Océana es libre y es capital de Norlandia. Entiendo tu determinación pero es un sacrificio sin sentido.
  • ¿Alguno de los otros ganó la libertad?
  • No, algunos se mostraron altivos y otros suplicaron como hipócritas.
  • ¿Has hecho todo esto para liberarme a mí?
  • Sí…
  • No puedo aceptarlo...

Él se levanta, se baja de la tarima, se me acerca… siento su aliento. Siento el impulso de escapar, también el de besarlo… Me besa él a mí… Cierro los ojos. Siento como manipula los cordeles del “vestido”, me desnuda… me toca… me recorre con la boca, con la lengua. Los pezones, la entrepierna…

Me coloca sobre el suelo. Difícil estando encadenada… pero lo consigue. Me penetra desde atrás… ¡¡¡Ahhh!!! Acelera rápido, yo me caliento rápido… ¡¡¡Ahhh!!!

Allí tumbados, después del orgasmo seguimos hablando:

  • ¿Por qué quieres liberarme?
  • Necesito una reina.
  • ¿Reina?, no puedo serlo, una sacerdotisa de Selenia reina de los trasmontanos.
  • No, una alianza entre los dos pueblos. Además…
  • Además, ¿Qué?
  • No hay otra como tú… No me han faltado candidatas, pero no hay otra.
  • Si acepto liberarás a los otros presos.

Sonríe… le gusta que negocie con él, lo sé. Contesta en su línea:

  • Vale pero serán desterrados. Los enviaré a Tartesos, le pagaré a Argantonio para que los alimente pero que no los deje volver. Si vuelven a pisar la isla los ejecutaré en la plaza.
  • Me parece justo...

Estoy en el jardín del templo, donde todo empezó. Ahora palacio de campo. Ya nadie adora a Selenia… Era una embaucadora, no pudo evitar la conquista de Océana. Aunque a lo mejor hizo bien, todos vivimos mejor ahora, la ciudad está como nunca, calles limpias, mercados llenos…

Soy Ánibas… Suma sacerdotisa del gran templo, esclava, prisionera… ¡¡¡Reina!!!