Sácatela

Elia era creativa y morbosa, y de esa combinación surge el erotismo mágico.

Cuando entramos al salón Isa ya dormía en el sofá, así que bajamos la música para no despertarla y nos sentamos en el suelo junto al equipo de música. Elia echó los brazos atrás y se apoyó sobre las manos. Cerró los ojos y movía la cabeza suavemente. Yo escuchaba la canción y la miraba. Me sentí afortunado de ser quien era y tener lo que tenía. Salió de su ensimismamiento.

—Ufff... Esta canción es genial, hasta me excita.

—Pues soy la única opción que tienes, así que tú sabrás si cambias la canción o la sensación.

Rió.

—A las malas si no me gusta la oferta me masturbo — dijo con intención juguetona.

—Eso está bien, igual te acompaño.

Me miró y abrió las piernas. El vestido se le subió hasta la parte superior de los muslos. Yo miré sus piernas abiertas y después a ella.

—¿Harías algo por mí? —Preguntó.

—¿Suelo fallarte?

—No, pero hay que empezar de alguna forma, ¿no?

—¿Qué se te antoja esta vez?

—Una idea, te voy diciendo.

Subió el vestido hasta sus caderas y cruzó las piernas al modo indio. Se inclinó hacia delante y abrió un cajón. Sacó una bolsita de marihuana y me la dio.

—Hazte uno.

Miré en el cajón y saqué papel. Lié el canuto y se lo pasé.

—Dale tú, mi padre dice que es de primera.

Encendí el canuto y le di una calada. Parecía buena, sí. Le di un par más y se lo pasé. Ella fumó tranquilamente, estaba ensimismada, como en una nube, centrada en la música y haciendo pequeños movimientos casi imperceptibles. Fumaba con la cabeza echada hacia atrás y expulsaba el humo hacia el techo. Me lo pasó. Bebí un trago y agarré el porro. Sabía bien este estado. Elia se acercó a mí y pasó su mejilla por mi hombro, como si fuera una gata.

—Enséñamela. —Dijo en mi oído.

—¿Qué te apetece?

—Vértela.

—¿Sólo eso?

—Bueno, y que te toques para mí.

—Qué cabrona eres, así en frío me da vergüenza, Isa podría despertarse en cualquier momento.

—¿Ves? Salió el ex.

—No es eso Elia, es que nunca me he hecho una paja para nadie, me resulta raro.

—Eso es mentira. Isa dice que cuando salíais juntos se lo pedías y ella a ti.

—¿Habéis hablado de eso?

—Y de mucho más. Venga, ¿tú crees que con lo que le está pasando le va a preocupar que yo vea como te la cascas para satisfacer mi curiosidad?

—Sé que os habéis enrollado, pero no sé si esto... No quiero tener enfrentamientos con ella, la valoro mucho.

—Lo sé. Hazme caso, lo tenemos más que hablado. ¿Quieres una prueba?

—¿Cómo?

—Tienes un lunar redondo y grande sobre la polla, si la miras de frente en el lado izquierdo. Estás operado de fimosis y, según ella, al tener descubierto el glande, se te ve una polla de lo más bonita. ¿Sigo?

—Sí. —Respondí mientras me iba poniendo a tono bajo el pantalón.

—Vale. Te encanta el culo, es tu zona favorita. Morderlo, lamerlo, azotarlo... ¿Quieres que te diga la cara que pones?

—¡Joder! ¿También te ha contado eso?

—Sí. ¿Me la vas a enseñar?

La miré y la besé en la boca, le metí la lengua un poco, me había encendido. Después desabroché el pantalón.

—Esta postura es muy incómoda. —Dije poniéndome de pie. —Ven.

La cogí de la mano y la llevé hasta el sillón, que estaba separado unos tres metros del sofá donde dormía Isa. Me Bajé los pantalones hasta las rodillas y me senté aún con los calzoncillos puestos. Se notaba la erección, era imposible disimularla. Le pedí que se sentara en el brazo del sillón y así lo hizo. Se bajó los tirantes del vestido, que ya era un cinturón, porque se arrollaba todo en su cintura, y se quitó el sujetador, dejándome ver sus bonitas tetas y sus bragas.

—Saca el arma pistolero. —Inquirió con voz pícara mientras se pasaba la mano por el coño, sobre las bragas.

Agarré el calzoncillo y lo bajé hasta donde estaban los pantalones.

—Quítatelos y deja tus piernas libres.

Obedecí. Me quité las botas y me desnudé de cintura para abajo. Mi polla quedaba en el aire, completamente erecta.

—Acaríciatela. —Me ordenó.

La cogí y comencé a manosearla de arriba a abajo. Siempre me había gustado tocármela, aunque la sensación de hacerlo para Elia me resultaba extraña, pero ya estaba entregado a la causa. Nos habíamos besado, tonteado mucho, incluso cambiado en el mismo espacio con alguna broma jugosa, pero no habíamos llegado nunca a este punto. Ella miraba como me la cascaba lentamente mientras se acariciaba el coño aún por encima de las bragas.

—Me gusta tu polla, tenía razón Isa, es bonita.

—Gracias. A ella también le gustas tú, me lo está diciendo, ¿no la oyes?

—Sí, pero quiero verla contigo, hoy quiero que sea así.

Empecé a frotarme más rápido.

—Así, dale fuerte para mí. —Dijo mientras se ladeaba las bragas y me mostraba el coño húmedo, tocándoselo para motivarme.

—¿Te gusta lo que ves?

—Mucho. Tendré que frecuentarlo algún día no lejano. Me apetece.

Estaba siendo engullido por el momento y no podía pensar en nada más.

—A veces me toco pensando en aquella vez que estuviste mirando cómo me follaba a Charly.

Al oír esto paré.

—¿Cómo?

Ella rió mientras seguía acariciándose despacio.

—¿Crees que no me di cuenta? ¿Por qué crees que hice tantas posturas? No pares.

No supe qué decir, fue una casualidad, salí por el pasillo hacia el baño y al pasar por la puerta de su habitación estaba abierta y los vi. Me quedé hasta el final viéndola follar desde el quicio de la puerta.

Seguí agitándomela y ella se puso de pie frente a mí, facilitándome la vista. Se arrodilló entre mis piernas.

—Me gusta la cara que pones, estás guapo, cabrón.

Me pasó las manos por los muslos hacia arriba, colocó la cabeza sobre mi polla y me dijo que me detuviera. Cuando lo hice dejó caer saliva sobre mi glande.

—Sigue. —Inquirió.

Siguió tocándose y observándome.

—No voy a tardar mucho. —Dije.

Ella me levantó la camiseta.

—Correte, quiero ver como explotas.

Aceleré el ritmo y unos segundos después eyaculé sobre mi abdomen ante su mirada. Ella acercó la mano derecha, cogió un poco de semen y se lo llevo al coño para masturbarse. Había agilizado el ritmo y por su cara y sus gestos no tardaría.

—Estoy muy cachonda, me voy a correr.

Me acerqué a su cara que empezaba a contraer los músculos faciales.

—Córrete como una loba, quiero verte.

Empezó a gemir fuerte y a tener leves espasmos, se dejó caer sobre sus talones y se encogió de placer.

Mientras jadeaba reposando el orgasmo pasó su mano por mi vientre empapándola de semen y se la llevó a las tetas. Después me la agarró y se la metió en la boca, le dio un par de lametones y se separó. Nos quedamos así, uno frente al otro, mirándonos.

—Vamos a limpiarnos. —Dijo levantándose.

Fuimos al baño y abrió el grifo del lavabo. Yo me acerqué, ella mojó su mano y me limpió los restos de semen. Luego yo le limpié los restos de sus tetas mientras ella lo hacía entre sus piernas.

Volvimos al salón. Isa seguía dormida y decidimos llevarla a una cama. La dejamos en una habitación, la desnudamos y la tapamos. Volvimos al salón. Cogí mis calzoncillos y mis pantalones del suelo.

—No te los pongas —sugirió- Vamos a la cama.

Nos metimos en su cama, era pequeña, mis pies asomaban por el extremo.