SABRINA: Pagando por una perra (3 de 4)

Amarrada y expuesta, la sobrina se convierte en una perrita sacaleche para quien pueda pagar por ella. ¿Le gustará?

Nota: Leer los capítulos anteriores para conocer el contexto. Contenido sensible.


—A ver, señores, vamos a hacer esto con orden y como buena gente civilizada —Narciso se tomó la molestia de bajarle el volumen a la fuerte música de reguetón que tenían puesta en unos parles que algún invitado a la “fiesta” trajo consigo, su voz sonaba potente y firme—. Tenemos números según las reservaciones y nosotros vamos a avisarles cuando sea su turno, una vez terminemos la primera ronda pueden repetir. Mientras, disfruten la música, la cerveza y Luis acá nos trajo unas sorpresitas para pasarla aún mejor, ¿no es así, Luis?

—El que quiera unos gramos o unos porros que me busque —respondió alguien más en el fondo, seguramente Luis—. ¡Las putitas se disfrutan mejor con una buena esnifada!

—¿Puedo llamar a unas amigas? No quiero aburrirme mientras espero mi turno y quizá los amigos quieran compartir también —sugirió otro invitado, Ciso hizo una mueca.

—Todo el que quiera entrar paga, sin importar si quiere usar a la perra o no —explica con un gesto, rascándose los huevos y dándole un sorbo a la cerveza—. Ya, ya, súbele a la música y ¡a disfrutar esta perra!

Sabrina abría los ojos y parpadeaba, los sonidos alrededor aun le eran confusos, pero olor a cerveza, cigarros y marihuana era inconfundible, la música estaba muy fuerte y las voces bailaban a su alrededor, pero escuchó el último grito de Narciso con claridad.

—…¡a disfrutar esta perra! —Abrió los ojos de golpe y recordó dónde estaba y cómo había llegado allí, el primer puñetazo de Ciso la hizo dócil y les permitió amarrarla sin problemas, pero los siguientes la dejaron noqueada. Los insultó de todas las formas posibles, ellos le dijeron que cerrara la boca pero Sabrina continuó insultando y maldiciendo como un camionero ebrio hasta que se hartó la paciencia de los hombres que seguían organizando su “fiesta”, entonces Narciso le dio una pequeña paliza hasta que la dejó inconsciente y…

Allí estaba, atada aún, vestida aún, pero rodeada de demasiadas personas para saber cuántas con exactitud, la música del conejo malo retumbándole en los oídos, la misma que en otras circunstancias bailaría moviendo su culo sobre alguna afortunada bragueta, pero en ese momento sólo era un adorno de centro de mesa e incluso alguien se había atrevido a burlarse de ella y colocarle un cenicero en la espalda y una lata de cerveza, al despertar y moverse ambos se cayeron de su espalda.

—Buenos días, Sobrinita —dijo Narciso, apareciendo en su rango de visión, caló un cigarro y le echó el humo en la cara, ella tosió—. ¿Descansaste bien? Espero que sí porque tenemos muchos clientes listos para que los atiendas, ¿recuerdas al viejo Catarino? Pues quien diría que está dispuesto a pagar lo que sea sólo por comerte el coño y lamerte los pies, ¡los pies! ¡Viejo verde! —gritó dirigiéndose a su derecha, justo donde su padre estaba dormido, siendo usado como pizarrón de algunos vagos que se unieron a la fiesta, llenándole la cara con penes y las palabras: “mi hija es una perra barata”—. ¡Ven aquí!

Catarino llegó caminando con energía pero a pasitos cortos, casi parecía un muñeco mecánico con su overol desgastado y su barriga desinflada debajo. Sonrió pero no tenía dientes, se frotó la verga sobre la tela jean y continuó sonriendo hasta que con la misma mano acarició la cara de Sabrina, ésta se apartó e intentó morderle los dedos.

—¡Eh! ¡Tss! Quieta perra —dijo el tío, dándole un zape en la cabeza—, sin morder.

—¡Que te jodan, mierda! ¡Y a ti, viejo asqueroso! —espetó hacia ambos, cargando un gargajo y escupiendo hacia ellos, la saliva llegó al suelo. Ésta vez Ciso le dio en la mejilla una palmadita inocente.

—Anda ya, Catarino, disculpa a la perrita, le falta entrenamiento —dijo hacia el anciano, éste desapareció de su vista y Narciso volvió a arrodillarse para hablarle—. Pórtate bien, como le muerdas la polla a alguien te atizo los pezones con una pinza, ¿estamos, perra? Aquí estás para ser usada y generar dinero, que te entre en esa cabeza peliteñida de mierda.

Mientras Narciso hablaba sintió un par de manos callosas y arrugadas en su espalda, justo sobre su cadera, luego en su trasero y un par de palmadas la hicieron agitarse con sorpresa, alrededor se desató mucha algarabía y la rodearon hombres por doquier, sus vecinos y conocidos del barrio.

—¡Qué comience la fiesta!

Catarino le bajó el pantaloncito con la misma energía que su tío la primera vez que la cogió, develando un coño rasurado y rosadito con restos de su corrida seca y su culo generoso coronado con un ano apretado y obscuro. Un viento helado le generó escalofríos pero luego la lengua tibia del anciano llenó ese espacio y los pelos de su barba larga le hicieron cosquillas en las piernas.

—¡Suéltame, viejo pendejo! —protestó sacudiéndose y moviendo sus caderas, pero esto en lugar de molestar al anciano lo tenía encantado puesto que la jovencita le restregaba ella misma sus labios vaginales en la boca—. ¡Suéltame!

Catarino la tomó de los piecitos y sintió cómo liberaba una pierna, aprovechó esto para dar una patada hacia atrás y como una burra noquear al viejo de un golpe. Atrajo la atención de su tío ante las risas de los invitados al ver al viejo echado en el sofá, dormido.

—¿¡Qué coños… ?!

—Eh, Ciso, que si la perra no se controla nos devuelves el dinero, ¡eh! —advirtió alguien, y Narciso, ante la perspectiva de perder la pasta tomó control de la situación, volviendo a amarrar a Sabrina y ésta vez añadiendo más cuerdas a su espalda y una bandana en su boca para evitar que hable.

—A ver, cuando te vayan a follar la boca te suelto, pero te lo advierto, perra infeliz, si muerdes a alguien me las vas a pagar con sangre. ¡Que siga la fiesta, vamos! —gritó hacia la multitud luego de amenazarla y el siguiente dio un paso al frente—. No te preocupes por ella, ya la vacuné, dale, ¡disfrútala, hombre!

—Hola, perrita, me llamo Luis. Me tienes como una barra de hierro, preciosura, ¿sientes mi verga? —En efecto, Sabrina sentía en sus labios vaginales un tibio dedo gigante que la frotaba, luego sintió como rompían su ropa interior con fuerza.

—¡Yo quiero las braguitas! —gritó alguien, y al parecer echaron a la suerte la ropa.

—Te la voy a meter por el culo, perra —dijo Luis.

—¡El culo es mío! —advirtió Lore en algún lado.

—¡Nada de anal hasta que Lore la desvirgue! —sentenció el tío, fumando un porro con una de las zorras que otro de los amigos había llamado—. ¡El que se la meta antes no sale de aquí con la polla entera!

—Vale, vale. Por el coño será, perrita. Siénteme, ¡eh!, todo esto te voy a meter. —murmuraba sujetando su culo y dándole empellones con la verga, pero Sabrina no estaba ni cerca de estar húmeda, así que Luis escupió en su coño e hizo el esfuerzo de metérsela, pero estaba muy apretada y muy seca. Ella no cooperaba—. ¡Vamos, perra, afloja!

—¿Qué?

—Que no se deja la perra ésta, no se moja, ¿qué le pasa? Dijiste que a ella le gustaba esto, quiero una perra, pagué por una perra.

—A ver, a ver, calma, sólo le falta un poquito de motivación, por eso puse a Catarino primero, para que la mojara pero ya ves… Tengo una idea…

La conversación se desarrollaba a su espalda como si ella no estuviese, o como si fuese un cenicero en la mesa que no escuchase, pero estaba casi desnuda y expuesta a punto de ser usada en una orgía masiva donde su tío cobraba hasta entrada, estaba atada, amordazada y pronto estaría completamente desnuda porque no la dejarían conservar su pequeña blusa mucho tiempo para usarle también las tetas, Sabrina lo sabía, pero odiaba con todas sus fuerzas a su tío y no quería dejarlo ganar, sin importar que tantas ganas de verga tuviera no quería que él ganara sobre ella.

—¿Tienes un gramo a la mano?

—Eh, no seas así, hombre, te la voy a cobrar.

—Agradece que te estoy dejando traerla y hacer negocio, perro —advirtió Atonio—. Dámela… A ver… Ponla aquí en ésta hojita… Yo la agarro y tú se la echas… Perrita —dijo hacia ella, Sabrina agitó su cabeza a los lados pero no podía girar, comenzaba a sudar ya por la tensión en sus músculos y los nervios—, aguantame el culito, no lo aprietes que te va a gustar.

Sabrina en lugar de tranquilizarse se asustó, pensó que la violarían por el culo, pero sólo sintió cómo su tío le abría las nalgas y un airecito entraba en su ano, luego la soltaron. Tardó unos segundos nada más en descifrar qué le estaban haciendo y como no podía hablar sólo sintió el efecto abrupto de la cocaína que le acelera el corazón y la hacía sentir como una puta supermujer capaz de romper las cuerdas y liberarse.

—¡Ah, sí! Le está haciendo efecto, mírala.

—Le gusta la coca a la perrita. ¿Quieres pasarla rico, perrita? ¿Mmm…? —Luis apareció en su campo de visión cascándosela con una mano y con la otra apartándole el cabello del rostro—. Eres tan bonita y tengo tantas ganas de cogerte, ¿quieres que te coja, perrita?

Sabrina aceleraba su respiración y entrecerraba los ojos sintiendo su sangre correr a cientos de kilómetros por hora, escuchando la música y dejándose guiar por los ritmos y latidos, el olor a mariguana y alcohol bailando alrededor. Las manos comenzaron a tocarla y masajearle la espalda y las piernas, unos dedos abrían sus labios mientras una lengua entraba en su coño, todo mientras ella mantenía sus ojos cerrados, rasgaban su camisita y la dejaban expuesta y desnuda. Abrió los ojos, y seguía como antes: con Luis cascándosela frente a ella, la ropa puesta y la droga instalada en su sistema.

—Cógeme.