Sabina (09: Juana la Loca)

Desde que te pintas la boca... en vez de Don Juan te llaman... Te llaman Juana la Loca...

La letra: http://www.joaquinsabina.net/2005/10/27/juana-la-loca/

La noche se viste de negro y don Juan se desviste de hombre. Observa su cuerpo delgado ante el espejo. Ningún pelo que afee la vista, ninguna cicatriz, ningún músculo marcado en su delicado cuerpo. Sonríe. Le quita la peluca al maniquí de su tocador y se la coloca él. Pero, con la peluca, él ya no es él. Él es ella. Juan es Juliette.

Completamente desnudo, empieza a maquillarse cuidadamente. Carmín rojo para sus labios, uniformiza el pintalabios boqueando como un pez, lanzando, como al descuido, un beso sinvergüenza a su reflejo. Sombra de ojos, azul, muy azul, Juliette tiene que deslumbrar con su mirada hasta cuando parpadea. Algo de rímel, un último toque a las pestañas, sonrisa seductora, y Juliette ya está maquillada.

Se viste con nada y menos. Unas braguitas de cuero, resistentes para poder salvaguardar sin mucho escándalo aquello que lo retiene en el cuerpo equivocado, un sujetador con relleno a juego, medias casi transparentes, y zapatitos de tacón imposible.

Por último, se aplica una loción para que su piel destelle bajo las farolas, y para que, al tacto, sea hechizo de seda para los dedos de turno que la toquen. Y ya está, Juliette ya está lista para comerse la noche y todo lo demás que haya que comerse.

Agarra su bolso y mete unas últimas cositas en él. Las llaves de casa, un par de preservativos, un tubito de vaselina, esposas “por si acaso”, y justo cuando está a punto de cerrarlo, bajo el inventario se asoma la esquina de una foto.

¡Qué sentimental se vuelve Juliette! La recoge y la deposita, casi con devoción, sobre el mueble de la entrada, y sale por la puerta intentando apagar una lágrima mientras se arrebuja en un grueso abrigo que, dentro de nada, tendrá que quitarse.

Sobre el mueble, apoyados perfectamente en la pared, Luisito, el pequeño de la familia, Nerea, la mayor, y Sandra, su exmujer, sonríen abrazando a Juan. Y Juliette, por dentro, mientras baja las escaleras, como cada vez en la que ve la foto, se muere porque la abracen a ella como abrazaban a Juan.

Si Luisito supiera de dónde salió el dinero para comprar su bicicleta… El claqueteo de los tacones sobre las aceras inundadas de noche persigue a Juliette por el camino… Piensa en Nerea, en su dulce Nerea. ¡Qué guapa estaba el día de su graduación en el instituto!… el aire frío besa la cara del travestido y se lleva con él las últimas dos lágrimas

Algo le tenía que reconocer a Sandra, se había tomado muy bien el divorcio, cuando él le explicó qué sentía por dentro, cuánto tiempo llevaba poniéndose sus braguitas, incluso las de Nerea, a escondidas. Ella valoró su sinceridad y tuvieron un divorcio calmado, sin gritos ni desplantes. Además, prometió no contar nada a los niños.

La gente mira a Juliette al pasar, los más valientes se atreven a piropearla. Obviamente, casi todos desconocen el secreto que guarda Juan entre las piernas de Juliette. Pero es que la rubia Juliette es mucha mujer y nadie que no la conociera diría que nació, creció y folló como hombre… como Juan.

Las callejuelas del barrio viejo de la ciudad trasladan su taconeo al eco, que como cada noche, sale a repetirle los sonidos a la madrugada. Se espeja el cuerpo femenino de Juliette valiente en los cristales, escaparates y ventanas, de tiendas cerradas, bares abiertos, clubes de luces entreabiertas y portales altivos y orgullosos que la reflejan porque no tienen otra opción, que si por ellos o sus dueños fuera, la pobre Juliette no gozaría ni de reflejo en los espejos, para que no llegue a creerse esa mentira que ella, que él, que “ello”, quiere construirse.

Afortunadamente, a Juliette no le importan los vecinos remilgados (bien sabe que más de uno de ellos se pasa luego por su zona a que ella misma o alguna de sus compañeras le hagan un buen trabajito por detrás. Incluso alguno que otro de sus educados, estudiosos, aplicados, universitarios y mariquitas hijos hacen lo mismo que sus papás, aunque ambos lo desconozcan). En fin, a Juliette no le importa la opinión de sus vecinos y, a Juan, si alguna vez le importaron, en cuanto se puso la peluca de Juliette se olvidó de ellos.

El hombre-mujer se hunde en la sombría decadencia de su barrio gris. Hace muchos años, un Juanito niño e introvertido caminaba solo hacia el colegio sobre estas mismas baldosas. Seguía allá delante, una esquina, otra esquina, se encontraba en la avenida abarrotada de sol y de gente y la cruzaba para entrar en aquél edificio oscuro, de ladrillos picados, pocos amigos y demasiados enemigos. Aun cuando el niño Juan no comprendía por qué tenía enemigos, no había hecho nada para tenerlos más que ser él mismo. Ser el niño débil. El de las lágrimas, el de los ademanes femeninos.

Años le costó a Juan controlar su cuerpo, negarle los gestos que, por sentimiento, le correspondían. Así llegó a la Universidad y conoció a Sandra. Ella fue su primera y única mujer. Su amiga, su confidente, su novia, su esposa, su ex esposa, su amiga.

El vómito de luz amarillenta de un farol saluda a Juliette a su calle de siempre. Putas, declaman los vestidos lascivos de sus compañeras de profesión. Putos, replican los bultos de sus entrepiernas.

  • ¡Juliette, reina! ¿Qué te pasa que vienes con esa cara?- se acerca a ella con gesto exagerado y tacones imposibles una de sus compañeras.

La pregunta, devolviéndola a la realidad, azota el rostro de Juliette. El resucitar su colegio del olvido la había oscurecido de melancolía. “¡Juana Juanita! ¡No tiene colita!” los niños rodeaban a Juan. Luis, Paco, Beto, Robe… todos le rodeaban y se burlaban de él.

  • ¡Juliette!

  • Ay, lo siento, nena… estaba acordándome de algo…- murmura Juliette, aceptando y compartiendo los falsos besos de mejilla entre compañeras.

Las mujeres comienzan a hablar. Malos tiempos para el negocio. Mucha inmigrante bonita y desesperada. La sobrepoblación de putas comienza a llevar sus cuerpos morenos  latinos hacia otras zonas. Como la suya.

Los travestis se miran. Sonríen con picardía femenina y miran de reojo. Al otro lado de la calle, escondido en la zona de penumbra entre la oscuridad del callejón que se mete más allá y la luz ocre de la farola que tiene al lado, un hombre se oculta tras su gabardina y un sombrero. Y las mira.

  • ¡Vaya personaje!- le confía Juliette a su compañera.

  • Venga, cariño… todo tuyo… Estrénate pronto esta noche…- le responde, con una sonrisa en su cara sobremaquillada, Vanessa.

  • Gracias, princesa…- sonríe también Juliette y se despide de su compañera.

Cruza la calle con ondear de caderas y sonrisa repleta de dientes. El hombre la ve llegar y tiembla. Mira al fondo de la calle, como pensándose la huida, pero decide quedarse. “Valentía, Alberto, hay que ser valiente.”

  • Hola, cariño… ¿quieres pasar un buen rato?

  • Sí… eh, claro… digo no… digo

  • Uyyyyy… ¿Estás nervioso, cariño?- trina alegre Juliette, acercándose más al hombre y acariciándole la mejilla como si de un perro se tratase. La mujer se fija entonces en la cara del hombre, y a su mente, cada vez con más fuerza, se renuevan las malditas cantinelas de su infancia

“¡Juana, Juanita!”

  • B…b… ¿Beto?- Juliette retira la mano automáticamente, como si se hubiera dado cuenta que la estaba metiendo en un nido de serpientes

  • Hola, Juan…- murmura el hombre, que se quita su sombrero y, avergonzado, mira para otro lado

  • ¿Q… qué haces tú aquí?- Juliette no se da cuenta, pero ha empezado a temblar. Tiene miedo. El mismo miedo que tenía cuando era niño, las mismas lágrimas asomándose al ventanal de su mirada, azul como los mares más profundos.

  • Pues… verás… a mí… no te lo tomes a mal… me gustan las mujeres, estoy seguro… vamos, o eso creo… quiero decir… he estado toda mi vida follándome a mujeres… hostia, perdón, lo siento.

  • No lo sientas.- Juliette recobra la compostura. Obliga a su corazón a frenar, a su miedo a desaparecer y a sus lágrimas a regresar al lugar de dónde nunca habían salido.- ¿Qué es lo que buscas?- añade, muy convencida.

  • Yo… verás… ya te lo he dicho, me gustan las mujeres… pero

  • Pero quieres que una mujer te dé por el culo. ¿No?- Juliette no se reconoce en sus propias palabras. Quizá no es ella quien habla, sino Juan. Juan adulto o Juan niño, lo mismo da, pero su inflexión es claramente masculina.

  • Sí. Eso quiero.

Traga saliva Beto, Alberto, Don Alberto. Sonríe Juliette, Juan, Juana-Juanita.


  • Entra… es por aquí…- el picaporte tiembla bajo la mano de Alberto. El hombre está pálido, sin color bajo su anacrónica gabardina

  • Tranquilo, cariño…- el tono de voz femenino de Juliette parece calmar al hombre. Pasan los dos a la casa de Alberto y Juliette parece querer devorarla toda con la vista. Grande, espaciosa, qué gusto decorándola

Lo primero que hace Alberto, antes incluso de colgar sombrero y gabardina, es tumbar una foto del mueble del recibidor para que su “visita” no la vea. Pero a Juliette no le hace falta verla para saber quién sale fotografiado en ella. Un sonriente Alberto, al lado de una mujer con sonrisa de esposa feliz y confiada, rodeados ambos por dos coma tres hijos según las estadísticas

  • ¿qui… quieres tomar algo antes?- la voz aún le tiembla a Alberto. Quizá, si no estuviera en su propia casa, haría tiempo que habría escapado a la carrera.

  • Sí, ¿Por qué no?- sonríe Juliette, y sus ojos se pasean por el cuerpo de Alberto. Los años no pasan en balde, y menos para quien no se cuida tanto como Juliette, pero no se le puede negar que Alberto sigue teniendo su punto atractivo.

Demasiadas cervezas han añadido centímetros al perímetro de su vientre, y las canas, las primeras canas incipientes, ya hace tiempo que han tomado asiento en las patillas y las raíces del cabello del hombre. Pero sus facciones redondeadas, sus labios que se vuelven seductores en la sonrisa, y no en el temblor que ahora los domina, sus ojos profundamente negros… Sí, es un hombre atractivo.

  • Sí, ¿Por qué no? Un vasito de leche no me vendría mal. Juliette, Juan, empuja a Alberto que, sorprendido, no puede evitarlo y cae hacia atrás, al sofá donde queda sentado.

  • Pero… ¿Qué haces?- Alberto pregunta pero no le hace falta respuesta para saberlo. Los dedos largos y finos de Juliette desabrochan su pantalón con habilidad, y bajan la bragueta. La tela de los calzoncillos saluda abombada; una incipiente erección comienza a abultarla.

  • Vaya… ¿tu amiguito quiere guerra?- la vocecilla feminizada de Juliette arranca un estremecimiento en la verga de Alberto. Con sonrisa perversa, el travestido pega un estirón que obliga a Alberto a moverse para facilitarle la maniobra, y baja los pantalones y la ropa interior hasta los tobillos.

La verga, morcillona y en franco ascenso, cabecea, con el glande asomando tímidamente por entre su bufanda de piel, y Juliette se relame con gesto goloso.

El primer lengüetazo toma por destino el frenillo, punto por demás placentero, que consigue elevar la verga a su máxima expresión.

Juliette abre los labios e inclina la cabeza. La carne entra en su boca, y su lengua da cuenta de ella, canjeando el sudor sexual del tieso bálano, por cantidades ingentes de saliva ardiente.

  • ¿Te gusta, cariño?- dice Juliette bajo su falsa melena rubia, liberando su boca, que es sustituida por su mano, que continúa el trabajo con premura pero delicadeza.

  • Sssssss…- logra murmurar Alberto mientras observa al techo. No quiere ver, no quiere mirar, que un hombre le está haciendo la mejor felación de su vida. Aunque se disfrace de mujer, aunque se maquille y se ponga escote, aunque se perfume y se ponga peluca… Alberto sabe que, entre sus piernas, hay lo mismo que entre las suyas. Quizá más grande, más pequeñas, más larga, más gruesa, más corta, más caliente… pero lo mismo. Una polla dura y dos grandes cojones.

Un dedo de Juliette sube por el interior del muslo de Alberto, que lo deja libre. Intuye a dónde quiere dirigirse, y aunque un último ramalazo de masculinidad le insta a detenerlo, él sabe que ha de llegar allí, y lo deja libre.

Mientras los labios de Juliette engullen verga plácidamente, el dedo bordea el escroto y se hunde entre las nalgas, doblándose para alcanzar su destino.

Gruñe Alberto, pero la yema del dedo se cuela y empieza a dar vueltas, como si hubiera perdido el rumbo, ensanchando el agujero y sobando, al tiempo, la oscura zona del reborde de su ano. La boca de Juliette sale y lame los cojones.

Alberto comienza a gemir. Las gotitas de líquido preseminal que se forman en la punta de su rabo acaban, invariablemente, en la garganta de Juan. Un segundo dedo acompaña al primero y bordea el área antes de introducirse, como su compañero, en el oscuro y limpiado agujero del hombre.

Alberto arquea su cuerpo, su verga se clava en el paladar de Juliette, los dedos de ésta logran llegar más hondo con la nueva posición, se hunden hasta el fondo mientras la lengua le da un último repaso al invasor caliente de la boca.

Juliette retuerce los dedos en el interior de Alberto y succiona, con su verga en su interior.

Se corre. Irremediablemente, con un gruñido que anunciaba su respiración enloquecida y sus gemidos cada vez más frecuentes, Alberto se corre en la garganta de Juliette, la garganta de Juan.

Juliette saca los dedos del cuerpo de Alberto, que cae en relajación, y los chupa con glotonería, aun cuando el agrio sabor del semen apague cualquier otro sabor añadido.

  • En fin… Vamos a ver qué hacemos con ese culito…- musita Juliette, levantándose y ayudando a levantarse a Alberto. Con gesto visceralmente femenino, se aparta unos mechones rubios de la cara.- ¿Dónde está tu habitación?

  • Ahí, es la segunda puerta a la izquierda.

Juliette entra y comienza a desnudarse. Alberto entra tras ella, sin pantalones ni calzoncillos, y se quita también la ropa que le queda. Observa la espalda de Juliette, y se fija en su culazo. “Porque sé que tiene polla… que si no…”. Piensa el cliente.

  • Ponte a cuatro patitas, campeón, que te voy a enseñar lo que es un beso negro.- Comenta Juliette, girándose y mostrando asimismo el tieso vergajo que se gasta, desprovisto de cualquier rastro de vello y duro y grande como nunca.

  • S… sí, claro.- Alberto obedece y se sube a la cama. “A cuatro patas…”, piensa, “¡Qué posición más vergonzosa!”. Extrañamente, pese a haberse follado infinidad de mujeres en esa posición (y más de la mitad de ellas jóvenes prostitutas), jamás había pensado que esa posición pudiera ser vergonzante.

Juliette se arrodilla en el suelo, tras el culito de Alberto, y acerca su boca al mismo. Su melena rubia se aproxima, en vista cenital, a las nalgas del hombre. “¡Juana, Juanita!” grita Beto niño en su cabeza. “¿Y para qué tanta burla, y para qué tanto desprecio, y para qué tantas risas cuando la maestra nos quería hablar de Juana la Loca, si ahora estoy a punto de comerte el culo antes de follarte?”, le responde ella, Juliette, al niño, en su mente. Y Beto niño, azorado, se queda callado y no contesta.

  • Mmmmmmm…- gime Alberto cuando siente la boca de Juliette mojar su ano.

La lengua de Juliette cobra ciencia y concupiscencia por ella sola. Comienza a lamer y a humedecer toda la zona. El rosado ano de Alberto palpita, boquea ya como un pez fuera del agua, ansioso por recibir algo en su interior.

El hombre se estremece. “Placer anal”, las palabras le martillean la conciencia, la lengua de Juliette le martillea la cordura, su verga comienza a despertar nuevamente, sin que nadie la toque, sólo con ese húmedo órgano sobre su cuerpo.

Un dedo. Dos dedos. Juliette lo penetra con dos dedos nuevamente, comenzando a bombear y ensanchar lo suficiente por ellos mismos, sin necesidad de usar más lubricante que el que ya ha usado anteriormente, en el sofá.

Se retuerce Alberto de gusto, con ambos dedos en su cuerpo. La otra mano de Juliette se engarfia sobre su verga, y Alberto vuelve a gemir.

  • Ahora queda lo mejor…- musita Juliette mientras extrae sus dedos del dilatado ano de Alberto.

Apunta la verga plastificada por un preservativo al boqueante agujero y empuja. A pesar del grosor, se desliza fácilmente unos centímetros.

  • ¡Ay!- se queja Alberto cuando el glande de quien lo penetra se encuentra una estrechez en las profundidades de su recto.

  • Ni “ay” ni nada…- replica Juliette, y empuja sin vacilación su cuerpo hacia el de él, mientras con una mano le agarra de la verga y otra maneja sus caderas.

  • ¡AAAHHH!- aulla de dolor el hombre, intentando escaparse. Pero Juliette, con fuerza de hombre, lo mantiene inmovilizado.

  • Tranquilo, Beto, ya pasó lo peor…- sonríe con malicia Juliette y empieza un metisaca a grandes velocidades.

“Juana, Juanita”, tararean los niños en sus recuerdos.

“Juana, Juanita”, se burla Beto niño.

“Juana, Juanita”, se burla, en su imaginación, Alberto adulto.

“Juana, Juanita”, repite Juliette mentalmente, y cada palabra es una embestida poderosa dentro del ano de Alberto, que oscila entre el dolor y el placer.

“Juana, Juanita”

El sudor comienza a extenderse por la habitación. Los aromas se agrian, el sonido de caderas chocándose se deshace del silencio con facilidad. Los quejidos y los gemidos de Alberto lo acompañan.

  • No… por favor… más… más lento… no tan rápido…- ruega el hombre, que siente su interior arder, el látex del preservativo incinerarle las entrañas, dada la velocidad que lleva tras de él Juliette, quien esta noche tenía que ser mujer y está siendo hombre vengativo, o quizá un tercero, uno que no era ni una cosa ni otra, ni Juliette ni Juan, sino Juana, Juana de rapidez enloquecida, Juana la Loca.

“Juana, Juanita”, “Juana, Juanita”, “Juana, Juanita”, “Juana, Juanita”, “Juana, Juanita”… Juliette sigue penetrando el cuerpo de Alberto sin piedad. Y cada vez más rápido. La verga del hombre, sin embargo, no pierde dureza, e incluso se estremece con cada embestida.

Por eso, cuando la velocidad de Juliette, que obvia las quejas de Alberto, llega a su momento crítico, y una de las manos del hombre-mujer toma posición y comienza a masturbar a Alberto, el hombre no puede más y estalla en un nuevo orgasmo, al que le sigue Juan, con un gemido muy femenino, que llena con chorretones de semen la punta del condón.

Las manchas quedan empapadas del semen de Alberto y pequeñas gotas de su sangre. Él, por su parte, queda derrotado, exhausto, sobre la cama, temblando aún a causa del orgasmo, y con el ano abierto y palpitante, enrojecido de puntitos de sangre a causa del duro tratamiento de Juliette, pero satisfecho por el trabajo recibido.

Juliette marcha al cuarto de baño y tira el condón al inodoro. Al volverse, se enfrenta con su gemelo en el espejo. Ya queda poco del maquillaje que tan afanosamente se había puesto esa noche. El pintalabios se había corrido, seguramente por la polla de Alberto tras la mamada, y el azul de sus párpados parecía borrado por el sudor. Pero su peluca se mantiene en su sitio, y sólo necesita atusarla un par de veces apra que quede igual de perfecta que siempre.

Por primera vez en mucho tiempo, quizá a causa de la sonrisa de suficiencia sexual que esboza, Juliette, aun con la peluca, que no se ha quitado en todo el tiempo, descubre en su reflejo a Juan. “¡Guapo!” sonríe con gesto sinvergüenza, y regresa al comedor para vestirse.

Coge de la cartera de Alberto, que se ha quedado dormido como un bendito, el pago de esa noche, y antes de salir de la casa, justo cuando ya está en la puerta, vuelve atrás y, en el mueble del recibidor, devuelve a su estado natural la foto de la familia de Alberto.

En ella, Alberto sonríe, junto a una mujer con sonrisa de esposa feliz, que sostiene en sus brazos a un niño que no alcanzará el año. Delante de sus padres, otros dos niños, niño el más mayor y niña la siguiente, miran hacia el frente con sonrisas patrocinadas por alguna promesa de helado por buen comportamiento, y trajes estrenados para el recuerdo imborrable de la familia de Alberto.

  • ¡Qué pena que sea más mariquita que yo!- Piensa Juliette, antes de abandonar la casa.

  • ¡Uuuuuuuyyyyy, reina, qué carita de puta satisfecha que traes!- Vanessa, que nació como Ramón, agita las manos con sus ostentosos gestos cuando la ve llegar con una sonrisa

  • No ha estado mal.- responde Juliette, con sonrisa traviesa. Vanessa, Ramón, también sonríe, pero brevemente. Su cara adopta un tinte serio y murmura.

  • Han venido preguntando por ti.

  • ¿Quién?- Vanessa no responde más que señalando a sus espaldas, y cuando Juliette se gira, se encuentra de frente con una cara que le es conocida.

  • Quiero que me folles.- murmura.

  • ¿Sandra? ¿Pero…?

  • Como Juliette o como Juan, me da igual. Pero quiero que me folles como me follabas. Nadie me lo hace como tú.- concluye su ex mujer encendiéndose un cigarrillo.