Sabina (06: Eva tomando el sol)
Nadie vió nunca una sirena tan desnuda en un balcón.
La letra: http://www.joaquinsabina.net/2005/11/06/eva-tomando-el-sol/
Eva no camina por la habitación. Los ángeles no caminan. Eva vuela, desnuda, por el aire viciado de polvo y de rayos de sol tardío. Eva vuela por la habitación y abre las puertas del balcón. El sol baña su cuerpo perfecto. Sonrío desde la cama, donde Eva me ha dejado, desnudo, tras hacerme el amor como sólo ella sabe, brutal y romántica al tiempo, hasta dejarme agotado.
Antes de salir, me guiña un ojo con picardía. Y sé lo que viene a continuación. Cuatro campanadas. La Iglesia cercana eleva al cielo de barrio su cuádruple lamento anunciando la cuarta hora de la tarde. Me asomo, sibilinamente, a la ventana, escondido tras las cortinas, y me dispongo a contemplar el concierto de ventanas abriéndose, de cortinas corriéndose, de maridos asomándose a la ventana y de tiernos adolescentes espiando silenciosamente por el cristal de su habitación.
Todos los ojos del mundo caben en el edificio de enfrente. Y todos, ardientes y masculinos, buscan a Eva. Buscan y encuentran a la inmoral mujer de cuerpo perfecto que, como cada tarde, se tumba desnuda en el balcón sin flores del piso que ocupamos.
Miento al decir que en el balcón no hay flores. Sí que hay. Hay una flor, desnuda y lasciva, de cuerpo moreno, que posa en el balcón para excitar a todo un edificio. Hay una flor y se llama Eva. Y hay otra flor en esa flor. Una flor bajo el vientre de Eva.
Suspira la mujer en el balcón, y a mí se me encienden todos los instintos. Sé lo que está haciendo. Sé que le excita excitar, le eleva la temperatura saber ojos desconocidos fijos en ella. Y no se priva de demostrármelo. Dejo de mirar por la ventana para fijar mi vista en el espejo del fondo de la habitación. Eva lo colocó allí. Eva lo puso en ese lugar para que yo pudiera verla en su balcón.
Está preciosa, bañada por el sol brillante, acariciada por el aire suave de la primavera. Casi me parece ver la brisa dibujar su cuerpo, trenzándose entre los deditos de sus pies, subiendo por sus largas piernas, serpenteando entre los vellos de su sexo, trepando por su vientre, chocando y delineando las dos protuberancias perfectas que son sus pechos firmes, ahora aplanados por la postura, sobándole luego el cuello hasta acabar por aprenderse su cara angelical, y acabar su viaje en el pelo corto de Eva, volviendo luego a formar parte del viento que recorre la calle, reuniéndose con la corriente.
Eva, en su balcón, comienza su show. Se acaricia los pezones y me levanta la verga. Arquea su cuerpo y me levanta la verga. Gime y boquea, tomando aire, y me levanta la verga. Respira y me levanta la verga. Eva es y por eso me levanta la verga, a mí, y a todos los que miran por la ventana.
Sus dedos van bajando por su cuerpo. Se enciende. Eva se enciende, solitaria en el balcón, para que todo el mundo la mire encenderse. Cierro los ojos y casi me parece escuchar un mar de braguetas bajándose, de vergas saltando a la mano de su portador, de prismáticos fijándose en cada gotita de sudor de Eva.
A mis oídos llega un quejido de labios de Eva. Se masturba. Eva se masturba en el balcón. Y para ello no usa sólo sus dedos. Además se sirve de las miradas. Coge todas las miradas que se fijan en su cuerpo perfecto bañado de sol y con ellas se hace un hombre de aire, un hombre que la penetra, una polla gigantesca que la atraviesa y yo, mientras, la miro follarse a ese ser invisible desde mi cama.
Gime Eva. Se acaricia los pechos. Show gratis para los ojos y prismáticos que, desde el edificio de enfrente, la miran masturbarse. Decenas de pollas desconocidas se masturban tras las cortinas. Algunos, sólo los más listos y valientes, se atreven a observarlo todo con una cámara de vídeo, para poder ver, noche tras noche, a ese cuerpo perfecto que jamás tendrán y que por piedad divina se les ofrece a la vista cada tarde a las cuatro.
Sigue ella, ajena a todo. Ajena a todo lo que no sea su cuerpo y las miradas que atrae. Ella exhibe, alguien mira. Todo el mundo se masturba. Sueñan, al otro lado de la calle, con estar sobre mi chica, con follársela. Sueñan, al otro lado del río de asfalto, con entrar en el cuerpo de Eva, con darle todo lo que pide, con llenarla de polla y de semen. Y ellos sólo sueñan, pero yo aguardo. Yo sé, con la experiencia de cada tarde, lo que me espera, y sólo me queda excitarme, mirándola autosatisfacerse en el espejo.
Las manos de Eva repasan su ser, redibujan su silueta. Se acaricia los pezones erguidos de su torso plano, se estremece, se soba todo el cuerpo, hunde su mano en la pequeña mata de vellos de su pubis. Frota. Jadea. Frota. Gime. Se derrite en caricias propias mientras el mundo se detiene, deja de girar para verla masturbarse.
Dos de sus dedos desaparecen en su sexo. Y yo la veo y medio mundo también la ve. Muecas tras las ventanas, movimiento de cortinas, Eva gime y alguien, mirándola, se corre en su casa. Eva sigue gimiendo, y yo soy el único que la oye, y sólo uno de tantos que la ven.
Eva arquea su cuerpo, mueve sus caderas... empieza a sudar. A cada roce se le eleva más la temperatura, y con ella, también a los que, como yo, la miran sin poder acercarse para calmar nuestras ansias con su bendito cuerpo moreno. Ella cierra los ojitos entre gemidos y supongo que se imagina los cuerpos que la observan más cerca. Convierte las miradas en dedos que la tocan, convierte sus propias caricias en pollas que la penetran, que la llenan, que se la follan. Eva gime en medio de una orgía multitudinaria donde sólo está ella. Ella y las miradas de sus voyeurs.
Goza Eva con su sexo rebosante de dedos, flujo y miradas. Se siente mujer sola en el mundo, primera mujer, coño único, hembra primigenia. Eva sin Adán que quiera probar del fruto prohibido. Eva mostrándose, haciendo un llamamiento a su serpiente, a Adán, y cientos de dioses mirándola. Eva total, reina del paraíso.
Su movimiento se recrudece. Menea las caderas, acompañando a sus dedos, gime y jadea sin pausa, arquea la espalda, abre y cierra los ojos. Se acerca el clímax, clarines y timbales, solo de triángulo mágico en el bajo vientre de Eva, coro multitudinario de zambombas en una apoteósis final del edificio de enfrente... sinfonía de gemidos, jadeos, manos que se agarran a las cortinas, cuerpos que tiemblan, espaldas que se arquean, todo dirigido por la batuta de Eva, que se corre entre gritos de éxtasis.
Mantiene la postura Eva durante unos segundos. La espalda arqueada, las caderas en lo alto, su cuerpecito delgado doblado como un junco, disfrutando de un orgasmo furioso. Luego, se deja caer, agotada, en el suelo del balcón.
Siento que la verga me va a explotar. La sábana se ha convertido en un remolino de arrugas bajo mis manos, y la polla se me ha transformado en roca sufriendo de mi ansia de querer y no poder, de querer irme hacia Eva y no hacerlo. Se levanta ella, y regresa a la habitación. Me observa, desnudo y erecto. Sonríe. Su cuerpo aún caliente intenta calmar la respiración agitada. Sin decir una palabra, se sube a la cama y me monta. Mi verga se desliza fácilmente en su coño caliente y húmedo. Me folla. Eva me folla.
Eva me folla y yo me muero de placer. Eva gime, tomando del fruto prohibido, sirviéndose de la serpiente y de Adán. Toma, Eva, soy tu Adán. Toma Eva, soy tu Adán.
Suenan golpes en la puerta. No me importa. Deben ser los ángeles que vienen a cumplir la ira de Dios por haber okupado sin permiso el Edén. Que se pudran a las puertas de nuestro paraíso. Toma Eva, soy tu Adán.
Tocan a la puerta, mientras me follo a Eva. Ella abre las cortinas de la ventana bajo la que está la cama y, de nuevo, deja que el mundo la vea gozar. Eva me folla. Eva se exhibe. Eva me excita. Eva me lleva al orgasmo.