Sabina (03: ¿Quién me ha robado el mes de abril?)

Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón...

La letra: http://www.joaquinsabina.net/2005/11/06/quien-me-ha-robado-el-mes-de-abril/

El hombre del traje gris no destaca en la oscuridad de las tortuosas callejuelas. Al igual que no lo hace la piel oscura de la prostituta que ha elegido esta noche. Pasan desapercibidos, ella y él, en la penumbra del callejón. Ella, las bragas en el suelo, las piernas semiabiertas, la grupa ofrecida al cliente. Él, la bragueta abierta, la corbata desatada, y su verga bombeando en el coño de la africana.

Jadeos, resoplidos. Elogios (mentiras), gemidos. Ni siquiera hay eco en la oscuridad. El hombre del traje gris penetra a la puta, gastándose lo poco que le queda de dinero y honra. El callejón huele a mugre, semen y orín, pero a ninguno de los dos parece importarle. Resolla el hombre al oído de la puta, que aguanta estoica sus últimas arremetidas. Borbotones de semen inundan el preservativo, que como tantos otros, acabará, muerto e inútil, en el suelo del callejón.

El hombre del traje gris paga y se va.


La muchacha de melena rubia mira la libreta que tiene en sus manos, y disimula haciendo como que copia lo que su maestro va dictando. No es verdad. Ella recuerda. Recuerda y hace lo imposible por no llorar.

La noche mordía las ventanas. Las sábanas eran cálidas pero ella sentía frío en su cuerpecito desnudo. Y miedo. Néstor la abrazó, también él desnudo, y su verga erecta le arrancó un escalofrío cuando la tocó. "Tranquila, cariño. Juro que tendré mucho cuidado. No quiero hacerte daño." dijo su novio. Ella sonrió, con esa sonrisa inocente que tienen todas las quinceañeras. Besó a Néstor con dulzura, asintió con la cabeza y se tumbó en la cama. Él la besó con cariño. Ella se dejó hacer. Ahogó en su puño el grito de dolor que brotó de su cuerpo cuando Néstor atravesó su himen. "¿Te duele?" preguntó él, y ella afirmó con la cabeza. Pasaron minutos hasta que pudo murmurar "Sigue". Fue su primera y última vez.

Una lágrima rueda por su mejilla y se precipita sobre su bloc.


Una mujer de grandes pechos se abandona a los envites de su amante ocasional, un hombre que acaba de conocer. A sus cuarenta años, la vida ha hecho estragos en su cara, a base de arrugas de amargura que empobrecen su belleza. Sus tetas tiemblan a cada embestida del joven cajero del supermercado, al igual que hace dos días lo hicieron con el tendero y una semana antes con su vecino del cuarto.

La mujer intenta el placer en cada movimiento, aunque sabe que no lo va a lograr. Sabe que no busca orgasmos, sino la apremiante y deprimente necesidad de contacto humano, de sentirse viva. En pocos minutos, jadeando como un caballo exhausto, el joven se corre en su interior. Cuando se despiden en la puerta de la casa de la mujer, él promete volver. "Seguro", le dice ella, aún a sabiendas de que no lo hará.

Los sollozos de su nieto llaman a la joven abuela.


-¡Éste crío!- dice la mujer tomando al pequeño, que gateaba por la habitación, en brazos.

Con una mueca triste mira el destrozo que ha hecho su nieto con los álbumes de fotos. Todas las instantáneas yacen desperdigadas por el suelo. Toda su vida por los suelos, piensa.

Sus ojos dan con una fotografía especial. No hacía tanto tiempo que la tomaron, abril de dos años antes, y sin embargo... ¡Qué felicidad la de aquellos tres rostros! ¡Qué familia perfecta!

Su marido, con su eterno traje gris, aún no se había marchado.

Su hija, con su melena rubia brillando al sol, aún no había conocido a Néstor, el padre de su hijo.

Ella abrazaba a los dos, disfrutando del maravilloso sol de abril.

Los tres sonreían.