Sabías que tu amigo me excitaba (V)
La chica que provocó mi orgasmo en el bar, entre mis dos amantes, se convierte en una obsesión. Pronto se envuelve en un misterio que desvelaremos a costa de subir aún más la apuesta, a cambio de todo el placer que se puede obtener en sus manos.
Alrededor todo eran caras extrañas. Sólo mis dos amantes, mi novio y su amigo, entre una multitud ajena a mi. Muchas chicas, y nada que vincular con mi orgasmo. Sólo su voz llamándome
preciosa
. Sólo el tacto de sus manos en mi culo. Sus besos en la espalda.
Mis rodillas todavía temblaban por el orgasmo. Me encontraba excitada y perdida.
Me dijiste que no sabías quién era. Símplemente os pidió el mando a distancia del vibrador. Quizá os vio jugar con él cuando me acerqué al camarero en la barra y lo encendísteis. Os dijo que después me rodeáseis. Me la describiste, pero no encajaba con nadie en el bar. Pantalón de cuero, top negro. Pelirroja.
Fui a preguntar al camarero. Zorreé como una puta para ponerle cachondo y sacarle la información. Tenía que conocerla, era el único camarero, y la chica debía ser un bombón que no pasa desapercibido con facilidad. Pero me decía que no, que nada. El hijo de puta mentía, seguro. ¿Pensaba que le comería la polla para que me lo dijese? Cabrón.
Al volver con vosotros seguíais sin tener noticias. Joder, me estaba volviendo a calentar sólo con pensar en ella.
Recibí un mensaje. Una afirmación. “No quieres conocerme”. Miré al camarero, y me guiñó un ojo. Seguro que le mandó mi número. En el nombre de su perfil, “Alex”.
“Sí”, contesté. Sólo esas dos letras. Algo en ella me imponía, me coartaba.
Pasó un eterno minuto. Vosotros charlábais, copa en mano, mirándome. Yo me encontraba ansiosa, hasta que un segundo mensaje acabó por derribar todas mis expectativas.
“Dolerá”
¿Dolerá? ¿Dolor físico? ¿Sexo duro? ¿O tan solo forzaría aún más nuestros límites? ¿Cómo de malo podría ser lo que una pequeña peliroja nos hiciese? Te pregunté qué hacer. Dijiste que adelante, que este era el día de las locuras, que mañana pensaríamos qué repetir. Estabas tan entregado a la aventura como yo. Contesté al mensaje, y te besé.
El siguiente no tardó en llegar. Una pregunta. En mi movil apareció escrita, como un espejo, la pregunta que nos rondaba desde que me pusiste la polla en la boca mientras tu amigo me penetraba.
“¿Hasta dónde estáis dispuestos a llegar?”
Se lo enseñé a ellos. En un claro gesto, ambos delegaron en mi la responsabilidad. Antes de que dijese nada, un nuevo mensaje. Una dirección, no lejos de aquí. Y una provocación.
“Si venís, los tres aceptáis quedar a mi merced, bajo mis órdenes”.
Quién sabe si me arrepentiría de mis dos palabras.
“De acuerdo”.
El cuarto de hora que tardamos en llegar se me hizo eterno. Casi no hablamos, ansiosos por llegar lo antes posible y follar. Sólo follar. Mi cuerpo mandaba.
Llamamos al timbre y subimos a un tercero sin ascensor de un edificio viejo en el centro. La puerta de su piso, sin embargo, estaba restaurada y era elegante, majestuosa, extraña rompiendo los patrones de un viejo papel pintado verde. Tras unos segundos de espera, se abrió, despacio. La figura que apareció tras el umbral no era menos majestuosa que la puerta. Un negro enorme, talla de jugador de baloncesto quizá, metro noventa, aproximadamente. Rapado. Vestido con un pantalón de cuero y una camiseta blanca, ambos muy ceñidos. Guapo. Musculoso. Me sentí pequeña cuando me habló.
“Buenas noches. Sabéis lo que habéis aceptado.”
Nos miró de arriba a abajo, en silencio, analizándonos. Nosotros no nos atrevimos a hablar, superados por la situación.
“Sólo nos dirigiremos a ti. Ellos deben obedecer sin más. Todavía estáis a tiempo de iros”.
Nos miramos, pero nos mantuvimos allí. Mi coño palpitaba expectante.
“Dile a tu novio que entre con la bolsa que lleváis. Vosotros dos, esperad”.
Joder.
Joder.
La puerta se cerró mientras echabas una mirada hacia nosotros. Estabas tenso. Después, silencio.
Besé a tu amigo. Quizá para relajarme. Quizá para buscar la seguridad de sus labios. Quizá para consolar mi calentura. Sus labios se me antojaron cálidos. Me abrazó. La excitación hacía que mis tobillos apenas pudiesen sujetar mi cuerpo.
El negro rompió la frágil tranquilidad de nuestro beso. “Pasad”.
Tras cerrar la puerta me dio un sonoro azote. Fuerte. Sus dedos se habrían marcado sobre mi piel, que se estremeció. Abrí la boca sorprendida, sin emitir un sonido.
“Al fondo”.
Atravesamos un largo pasillo de suntuosos muebles. Eran modernos sin ser aburridos y minimalistas, con un toque clásico. Sin fotos ni nada personal. Al fondo, de una puerta entreabierta, salía algo de luz.
Entramos a una estancia grande, cuadrada, quizá treinta metros cuadrados de lo que quizá una vez fue un salón, pero ahora ciertamente no. En el centro, al fondo, una gran cama. En ella, tú, tumbado boca abajo, desnudo, con las manos esposadas a tu espalda. Un antifaz tapaba tus ojos, y una bola, tu boca. Vendido. La caja que compramos descansaba abierta en un rincón. Te veías dominado por nuestros propios juguetes. Inmovilizado.
“Desnudate”.
Me quité los zapatos, y desabroché botones del vestido hasta que pudo caer al suelo deslizándose por mi piel. Me quité también el vibrador, que todavía llevaba puesto, quedando desnuda ante aquel desconocido negro.
“Desnúdale”.
Me acerqué a tu amigo y comencé a desabotonarle la camisa. Le di un beso, pero el negro me propinó otro fuerte azote.
“Nada de besos. Harás sólo lo que nosotros te digamos”.
Le fui quitando el resto de la ropa hasta que ambos estuvimos desnudos.
“Arrodilláos”.
Nos arrodillamos, obedientes, al lado. Los tres respirábamos agitados, y era lo único que se escuchó en la habitación hasta que la puerta, cerrándose, anunció la llegada de alguien más.
Ella.
Se situó detrás de mi, y me besó el cuello. Ese gesto me bastó para reconocerla.
“Vais a probar cosas que jamás habéis probado.”
El negro se quitó la camiseta, para disfrute de mis sentidos. Era un atleta. Una estatua. Un dios.
“Vas a disfrutar. Lo que vas a vivir borrará todo lo que te hayan hecho”.
El negro se quitó el cinturón y se bajó el pantalón, enseñándonos un espectacular falo que casi le colgaba hasta la rodilla, grueso y venoso. Mis pezones se pusieron duros como diamantes.
¿Quieres comérsela?
Sí…
¿Quieres que te folle?
Sí…
Cariño, desde la cama, atado y vendado, no veías esa polla. No me veías a mi desnuda, delante, cachonda. No podía hacer otra cosa que suplicar que me dejase probarla.
- Entonces dile a vuestro amigo que empiece a chupar.
Tu amigo me miró con los ojos fuera de las órbitas. Una mezcla de miedo y sorpresa que hizo que su erección se bajase. Ella, todavía detrás mio, llevó una mano a mi coño. Estaba empapada. Miré a tu amigo como pidiendo perdón.
Chupa.
Joder… - dijo él. Ella fue la que esta vez me dio el azote.
Sin palabras. Serás castigada cada vez que alguien incumpla las normas. Ellos son tu responsabilidad.
Chupa - repetí.
Con mi mano derecha le acaricié la polla, para compensar el sacrificio que iba a hacer. Para agradecerle comenzar con el negro. Para animarle. Para excitarle.
Cerró los ojos y acercó su cabeza a aquella descomunal verga. Dio un par de torpes lametones que apenas surtieron efecto.
- Enséñale cómo se hace.
Acerqué mis labios, sin mover mi mano de su polla, a la punta de la verga del negro. Demasiado perfecta para mancillarla con mis dedos. Mi lengua recorrió toda su inacabable extensión, hasta que mi nariz rozó el vello de su pubis. Así estuve tres o cuatro veces hasta detenerme en la punta y separar los labios para recibirla en mi boca. Mi mano notó cómo la erección de tu amigo comenzaba a recuperarse, pero lo que mi lengua notaba del negro era una auténtica fuerza de la naturaleza. Fue como meterme una barra de mármol caliente entre los dientes. Mi coño se derretía con cada centímetro que saboreaba. Vi una pequeña mano empujando la cabeza de tu amigo hacia mi. Le indicó que le lamiese el tronco. Nuestras bocas se encontraban. Engullía cuanto podía, y él lamía y chupaba el resto que no conseguía comer yo. Y era mucho. Mi mano seguía masturbándole, aunque esa erección ya no bajaba. La excitación estaba venciendo a su cerebro heterosexual, y comenzaba a disfrutarlo. Por un momento me la saqué de la boca para coger aire, y él me relevó. Ver la verga del negro perdiéndose entre sus labios fue sorprendéntemente excitante.
Tú, inmovil en la cama, te perdiste el momento en que solté un gemido al notar los dedos de la chica adentrándose en mi coño, que era ya una cascada de flujos.
- Lo estáis haciendo muy bien.
Me besó en la espalda.
- Toma.
Desde detrás, sin revelar su identidad todavía, me ofreció la gran polla de latex que compramos en el sex shop. No necesitó decirme qué hacer con ella. La puse en vertical sobre el suelo, con la ventosa. Tu amigo no dejó de chuparle mientras me ensarté con el consolador. Ahora era él el que se masturbaba a si mismo. Bajé sobre el consolador hasta estar llena de él. El negro se giró hacia mi, poniéndome su polla, más grande que el juguete, en la boca. Casi me desencajaba la mandíbula. Hasta mi garganta, hasta que no podía más, todavía quedaba más de la mitad fuera. Tu amigo, sin necesidad de ordenarle nada, vino a ayudarme.
- Muy bien.
Me follé, cariño. Me folle porque estaba sobreexcitada, me follé con el consolador mientras comía golosa aquella verga. Ella, detrás de mi, me metió un dedo en el culo. Y me corrí. Te habría gustado verme, pero tuviste que conformarte con escuchar cómo me corría en su mano, en mi juguete, agarrada a la descomunal verga del negro con una mano mientras con la otra pajeaba la, hasta entonces, insuperada polla de tu amigo.
Y se corrió. Buena parte fue directamente a mi garganta. Otra, a mi cara. Bufió al descargar sobre nosotros. Aquellos enormes huevos se vaciaron sobre tu novia, y sobre tu amigo, al que salpicó. Mi mano notó cómo se corrió él también. Cerró los ojos, y sin avisar, se corrió en mi mano, en el suelo.
El negro, con la polla todavía goteando, se apartó de nosotros. Y por fin la vi a ella. Se puso delante nuestro, y se arrodilló delante de tu amigo. Era una preciosidad. Joven, rondaría la veintena. Delgada, ojos azules. Pecosa. Un bonito corsé rojo realzaba su pecho. Unas braguitas negras tapaban su sexo.
Tu amigo seguía con los ojos cerrados.
- No te averguences - le dijo ella, acariciándole el pelo. - A todos os gusta.
Le besó con ternura, y lamió las gotas de semen que manchaban su mejilla.
- Lo has hecho muy bien.
Se giró hacia mi, y sus ojos me hipnotizaron. Me lamió el semen que resbalaba por mis tetas, deteniéndose en mis pezones. Me limpió la cara. Y cuando hube estado limpia, me besó. Me abrazó, pegando mis tetas a las suyas, y sus manos fueron a mi culo. Sin dejar de besarme, apretó un poco más para clavarme en el consolador. Y me corrí de nuevo. Lo que escuchaste fue mi gemido ahogado en su boca. Mis flujos caían por el latex haste el suelo, junto al charco que tu amigo había preparado. Apretó mi clítoris. Grité de placer.
No sé cuánto tiempo nos besamos. Disfruté sus labios como disfruto los tuyos. Como los de tu amigo. Como disfruté chupar la verga a ese negro. Como su mano en mi clítoris, como el juguete en mi coño. No sé cuántas veces aquellas yemas me hicieron acabar, ante la mirada de ellos, en tu presencia.
No sé cuánto lo disfruté, pero no fue nada comparado a lo que vino después.