Sabías que tu amigo me excitaba (IV)
En una noche dedicada al deseo, tras haber disfrutado de la infidelidad y de sus sexos, descubriré el placer de sentirme observada y a merced de extraños
Nada más entrar en el sex shop me sentí observada. Me gustó. No había mucha gente, apenas tres o cuatro hombres, mayores. Noté que me seguían disimuladamente con su mirada, desnudándome, envidiando a mis acompañantes. Sus ojos recorrieron mis piernas, mi vestido, el encaje del sujetador que se dejaba entrever en mi escote... Les dejé recrearse en los movimientos de mi cintura y de mi culo. Los exageraba, provocándolos. Casi podía oir la banda sonora acompañando mis caderas, como en una película. Primer plano de mis tacones, tac, tac, cac; primer plano de mi trasero, bum, bum, bum. En su cabeza, ellos machachándosela, fap, fap, fap.
Habíamos quedado que cada uno compraría una cosa. Sería nuestro recuerdo de aquel día especial. Cada vez que lo usásemos, entre nosotros, solos o con otra gente pensaríamos en aquel día en que me entregaste a tu amigo.
El primero en elegir fue él. Me llevó de la mano a la sección de vibradores. Yo me apoyé en su espalda mientras él buscaba el regalo perfecto. Le besé el cuello lascivamente fijando la mirada en el viejo del final del pasillo que había perdido todo interés en la compra y se concentraba en nosotros. Pervertido.
- ¿Qué te parece este?
Señaló una perfecta imitación de un gran falo negro. Veinte centímetros de placer vibratorio, rematados en una ventosa tras los huevos. Me imaginé ensartándome con él pegado al suelo, subiendo y bajando sobre el juguete, quizá con otra polla en la boca.
Se parece a la tuya - dije, agarrándole el paquete.
Así me recordarás cuando no esté.
“Cuando no esté”. Sus palabras resonaron en mi como losas. Le besé. “No te vayas nunca”, pensé, sin atreverme a decirlo en voz alta. “Fóllame siempre”, pensé. Ya estaba duro. Uno de sus dedos comprobó que yo ya estaba húmeda también.
No.
No uno de sus dedos.
Tú te habías acercado por detrás. Toda la tienda vio que, mientras le besaba, tú metiste un dedo bajo mi falda.
- Mi turno - dijiste.
Sonreimos maliciosamente.
Señalaste un pequeño vibrador que se pegaría a mi clítoris con unas correas. Eres malo. Pequeño, discreto, se podría llevar debajo de la ropa. Malvado. Activado a distancia con un control remoto.
- Será divertido.
Tener orgasmos a vuestro criterio será agotador, seguro.
Me tocaba a mi.
- Dadme un minuto.
Me acerqué al hombre que no dejaba de mirarme, y me puse a elegir juguetes a su lado. Primero me limité a estar cerca, para que oliese mi perfume y mis flujos. Seguro que conseguí levantar su erección sólo con eso. Él, avergonzado, fingía buscar algo. Después me incliné a mirar un aparato casi en el suelo como las chicas malas, sin flexionar las rodillas, ofreciéndole mi culo en pompa. Os vi reiros. Le vi conteniéndose de agarrarme el culo.
Después me coloqué entre la estantería y él. Casi le tuve que apartar, pero ni se quejó. Mantuvo el roce de mi cuerpo. Me estiré para coger una caja arriba, lo que hizo que mi vestido, pegado a él, se subiese un poco. Noté algo ligeramente duro. Ni remotamente destacable como las vuestras, pero me divirtió excitar a un viejo allí. Esta noche soñaría que en ese momento se la sacó para clavármela, aunque en realidad se contentó con el regalo del roce.
Os llamé, y él se apartó, como esperando represalias. Pero no mucho, para seguir oyéndome.
Había seleccionado un kit BDSM, con esposas, correas, collares… Me imaginaste caminando esposada, con un collar, a vuestra merced.
Yo te imaginé a ti.
Cuando pagamos, al hombre de la caja le costó contener la risa. Se lo había pasado en grande con mi espectáculo.
- Tomad estas invitaciones.
Extendió dos tarjetas. “Espectáculo erótico en vivo. Consumición incluida. Entrada doble.”, de un conocido local, con fama de prostíbulo.
¿Podemos llevárnoslo puesto? - dijiste, ante mi sorpresa, señalando tu juguete con mando a distancia.
Sí, claro - respondió él, tras verificar que la puerta estaba cerrada.
Lo montaste y me lo ofreciste. Se ponía por los pies, como unas braguitas. Pero tuve una idea mejor.
Lo cogí, y fui al final del pasillo. Hasta el hombre.
- ¿Me ayudas a ponérmelo?
Él estaba rojo. Temblando. Ni se atrevió a hablar. Olía a sudor. Se arrodilló. Pasé un pie por las correas, luego el otro. Su cara quedaba a un palmo de mi pubis. Comenzó a subirlo por mis piernas. Cuando llegó al límite de mi vestido, sin dejar de mirarle a los ojos, me lo levanté, despacio, revelándole mi sexo poco a poco. Él siguió colocándolo, hipnotizado por mi coño, hasta que quedó perfectamente situado para darme placer.
- Graci...- le dije al ponerse en pie, pero antes de que pudiese acabar la palabra, el juguete comenzó a vibrar. Desde el mostrador, el vendedor lo había encendido. Me pilló por sorpresa, y me tuve que apoyar en el hombre. Vibraba rápido y fuerte. Comencé a gemir casi al instante. Él me miraba paralizado.
Te acercaste y te pegaste a mi, para notar mi cuerpo temblando. Me besaste. El hombre casi no respiraba. Yo gemía, rendida al juguete controlado por aquel extraño.
Sabía que no harías nada hasta que me corriese.
Y me corrí.
Sin vuestras manos ni las mías, a la vista de los clientes de la tienda, apoyada en aquel desconocido hombre que olía a sudor, me dejé llevar por el orgasmo.
Grité.
Nos reíamos al salir. De los juguetes, y de aquel hombre al que dejamos con una mancha de semen en el interior de su pantalón. No lo olvidaría jamás. Como nosotros aquella noche.
Media hora más tarde, al entrar en el primer bar, mi boca todavía sabía a vuestro semen. En cuanto salimos del sex shop y giramos la esquina me acorralásteis en un portal de una casa deshabitada. Me besásteis, hambrientos. Eran casi las once, y llevábais desde que salimos de casa calientes por mi culpa. Nos enrollamos como adolescentes mientras tu amigo vigilaba que no viniese nadie. Después entramos y os la comí prácticamente a oscuras. Unos minutos más tarde os vaciábais sobre mi lengua, ansiosos. Una mamada rutinaria, pensé. Una doble mamada rutinaria.
Ahora me apetecía un chupito para cambiar de sabor. Me sorprendió la naturalidad con la que llegué a esta conclusión.
Os miré desde la barra. La música estaba estúpidamente alta, y la luz, exageradamente baja. Casi no os veía a pocos metros de mi, y apenas escuchaba mi propia voz. Tuve que gritar al camarero para pedir mi copa, no me oía. Se acercó más a mi.
Casi había olvidado que llevaba el vibrador pegado a mi clítoris. Vosotros no. Lo encendisteis un instante, mínima potencia todavía, e instintivamente me mordí el labio inferior. El camarero seguro que lo malinterpretó: junto a la copa puso dos uñas para tomar juntos. No dejó de mirar mi escote, como animado por mi gesto anterior. Cerdo. Cuando me ofreció brindar, pegué mis brazos a mi cuerpo, para resaltar mis tetas, mi canalillo. Cerda. Tonteé un poco más. Apunté su número en el móvil. No me dejó pagar.
Noté su mirada clavada en mi culo al perderme en la marabunta de la pista de baile. Vosotros os reíais con el mando entre las manos.
Me perdí entre la gente unos minutos, sola. Algún grupo de chicos se fijaba en mi, y alguno incluso amagaba con bailar a mi lado. Algún grupo de chicas se fijaba en mi, y alguna incluso amagaba con bailar a mi lado. Sonreí. El sexo aquella noche se había implantado en mi cabeza de una forma tal que chicos y chicas eran indistinguibles para mi coño. Sé que alguno de esos chicos me follaría si pudiese. Sé que alguna de esas chicas también. Podría disfrutar ambos, quizá incluso a la vez. Me humedecí sólo de pensarlo. Tomé un trago.
Tus manos me abrazaron por detrás, y me besaste el cuello.
¿Hasta dónde llegaremos? - preguntaste, como leyendo mis pensamientos.
No lo sé - respondí.
Tu amigo, delante, me agarró por las caderas, y zanjó la conversación despejando mis miedos.
- Quién sabe. Disfrutemos.
Os pegásteis a mi y comenzamos a movernos al unísono. Denominar a ese movimiento bailar habría sido mucho decir, pero nuestros cuerpos al menos se balanceaban al ritmo de la música. Mis manos, arriba, para que nada se interpusiese entre vuestros abultados paquetes y yo. Vuestras manos, en mi cuerpo. En mis hombros, en mis caderas. Magreada en el medio de la pista, éramos la envidia de muchos allí. Muchos querrían ser vosotros y tener una chica a su antojo. Otros querían compartir a su pareja con su amigo. Otras querrían sentirse así, deseadas. Otras…
… otras desearían tener el juguete vibrando entre sus piernas, como yo ahora. Se paraba y se encendía, calentándome poco a poco.
Se paraba y se encendía.
Vuestras manos en mi cuerpo.
Se paraba.
Vuestras manos en mi.
Una pregunta.
¿Quién controla el mando?
Un suspiro. Un primer gemido ahogado. Un beso en mi nuca, un beso en mi hombro.
Me di la vuelta y te abracé.
- ¿Ves a quién lo tiene? - me preguntaste. Casi no podía abrir los ojos. El juguete vibrando en mi clítoris me bloqueaba la mente, me mordía intentando no gemir. Tu amigo me apretaba hacia él. Por si el juguete fuese poco, su verga en mis nalgas me ponía aún más cachonda. Joder, le habría dejado partirme el culo allí mismo.
Intenté mirar a mi alrededor. El camarero estaba ocupado atendiendo, no parecía posible que fuese él.
Subió la intensidad.
Cerca de nosotros, un guarda de seguridad, enorme, negro, nos miraba de reojo. ¿Quizá él? ¿O quizá era mi mente, deseando probar además una polla negra?
Volvió a subir la intensidad. Cada vez me costaba más no gemir.
Al otro lado, una chica rubia, ignorada por su novio, no me quitaba ojo. ¿Quizá ella? ¿Quizá le gustaba verme así, o simplemente se imaginaba empalada entre vosotros, como yo?
Se puso a máxima velocidad. Me correría en instantes. Restregaba mi culo y mi coño contra vosotros, buscando más roce. Ójala vuestras pollas estuviesen dentro de mi.
No te preocupes, luego te follaremos - dijiste, leyendo mi cuerpo.
¿Quién es?
Una cuarta persona introducida en el juego sin que yo supiese quién era, ni poder hacer nada. La vibración se perdía bajo la música, y mis gemidos se perdían en tu hombro, en el que había apoyado la cabeza. Me abrazaba a ti con fuerza, y mordía tu camisa para no gritar como una perra. Iba a acabar en instantes. Tú me besabas el pelo.
Tu amigo se separó, y otro cuerpo le sustituyó.
- ¿Te corres?
Una voz femenina me preguntaba. Unas manos pequeñas y suaves me acariciaron las nalgas, buscando notar la vibración del juguete a través de mi cuerpo.
Un dedo se introdujo en mi culo.
Unas tetas se pegaron a mi espalda cuando me corrí.
- Sí…
Era frustrante no poder gritar. No poder gemir. No poder clavarme vuestras pollas. A merced de aquella desconocida, me corrí. Temblé, sudé, mordí. Me corrí. En medio de la pista de baile. Supongo que alguien lo notaría, pero en ese momento no podía pensar en nada.
Ella me besó dulcemente en la espalda mientras acababa. Tú sonreías. Cerré los ojos. Noté mis flujos resbalando sobre el juguete hacia mis muslos.
Ella te devolvió el mando y me volvió a besar la espalda.
- Preciosa - me susurró, al separarse de mi. Extendí mi brazo hacia atrás pero no llegué a atraparla.
La encontraría.