Sabías que tu amigo me excitaba (III)
La tarde más sexual de mi vida iba a dar a su fin, y tenía que pensar en mi siguiente paso, con mi novio y su amigo esperándome desnudos en nuestra cama. ¿Qué quiero hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Hasta dónde queremos llegar?
Doce horas antes estaba en esta misma ducha, aburrida. Aburrida hasta el punto de acabar fantaseando y masturbándome para pasar el rato. Recordándote a ti pero fantaseando con tu amigo. Doce horas antes este coño sólo goteaba el agua de la ducha, mezclado con el pelo que recortaba de mi pubis. Ahora, gotea vuestro semen. El tuyo se derrama desde mi pecho. El suyo cae desde mi coño y fluye por mis piernas hasta el plato, donde se mezclan hasta el desagüe.
Me gusta.
Durante años hemos tenido sexo de casi todo tipo. Apasionado, aburrido, rápido, lento, rutinario, original… Hoy eso había sufrido un punto de ruptura. Tú planeaste mi infidelidad. Yo disfruté su polla. Tú disfrutaste viéndome entregada. Yo, veros sumisos.
¿Hacia dónde caminaríamos ahora?
Primero pensé en hablar contigo a solas. Darte las gracias por semejante regalo. Por semejante ariete partiéndome en dos. Semejante morbo. Pero no lo vi apropiado, te dejaba de lado.
Desués pensé en marcar las reglas antes de seguir. ¿Pensabas follarte a otras? ¿Lo harías conmigo o sin mi? ¿Puedo follarme a cualquiera? ¿Puedo repetir con tu amigo? Pero pensé que rompería la magia del momento. Anhelaba el transcurrir natural de los acontecimientos.
Se me pasó por la cabeza decirle que se fuera, para hablar contigo tranquilamente, ordenar las cosas, pero quería notarle cerca.
Quizá pedirte a ti que te fueras para quedarme un rato a solas con él.
Quizá veros con otra chica.
Quizá veros follar.
Sin haber decidido nada todavía me puse una toalla alrededor de mi cuerpo y volví al dormitorio. El suelo seguía empantanado por la batalla, con ropa, lubricante y semen por todas partes. Vosotros seguíais desnudos sobre la cama.
En la televisión se me veía a mi. Habíais puesto el vídeo grabado por la cámara. Se me veía en cruz, atada, aislada con la música a todo volumen en los cascos. Penetrada por él. Y tú, al lado, pajeándote. Sentado en la silla en la que después te ató. Mi vestido, cortado por la mitad, olvidado a tus pies junto a las tijeras.
Por primera vez en mi vida me vi teniendo un orgasmo. Era gracioso. Era excitante. Era hermoso, verme vencida, descontrolada, por el sexo. Me gusté al verme desnuda y sola en la cama cuando salió de mi. Me gusté al verme a cuatro patas penetrada por él. Y me gusté al verme con tu polla en la boca.
En ese momento me di cuenta de que era una tontería pensar en reglas o hacer planes. Simplemente dejé caer la toalla y me senté entre vosotros.
Durante unos minutos estuvimos relajados, los tres limitándonos a ver las imágenes.
Primero te dije algo al oído. Nos besamos
Después bajé por el colchón, hasta quedar entre sus piernas. Restregué mi cara contra su polla. Una gatita buscando las caricias de su amo. Un amo recibiendo las caricias de su gatita. Una lengua juguetona que busca su leche.
En la televisión tú ya estabas atado, sentado, y yo, entre tus piernas. En la cama, a tu derecha, yo ahora estaba entre las suyas. Con tranquilidad por primera vez, comencé a lamerle. Quería tener sexo convencional, al menos unos minutos. Comprender la magnitud de su verga. Oirle disfrutar.
Primero le lamí, desde la base del tronco hasta la punta, embadurnándole bien con mi saliva. Mi cara también acabó empapada. Fui aumentando su impaciencia, viendo cómo sus ojos iban pidiendo más. Todavía no estaba totalmente dura y pude meterme más de la mitad en la boca.
“Sois estupendos”, dijo, agarrándome la cabeza acompañando mi mamada. Sin pedir más, sólo agradeciendo mis atenciones. Yo le miraba. Él sonreía. Yo chupaba. Tu, con tu polla ya dura, me mirabas. Disfrutabas viéndome cachonda. Sin manos, sólo mi cabeza subiendo y bajando por un miembro tan duro como mis pezones.
Me noté de nuevo húmeda.
Subí por su cuerpo, y nos besamos. Con cariño. Con sexo.
Él me acarició las tetas sin separar sus labios de los míos. Captando su propio sabor en mi piel.
Sabías que me moría por empezar de nuevo. Tú te pusiste detrás, y dirigiste mi coño a su polla. Se la agarraste y la colocaste en mi entrada. Yo me eché hacia atrás, suspirando.
“Sí…”.
Os dije que me dejáseis moverme sola unos minutos. Adelante, atrás, adelante, atrás. Mis pezones rozando su cuerpo. Él, quieto. Tú, mirando. Yo haciéndome follar por esa verga. Dentro, fuera, dentro, fuera. Despacio y profundo. Mi nuevo consolador, grande, cálido y duro.
“Ah…”
Me erguí, apoyando mis manos en sus hombros. La putada de las pollas descomunales es que es complicado conseguir acariciar el clítoris. Cabalgar una polla normal hace que el movimiento de caderas sea muy placentero, al acariciar el clítoris con el pubis del hombre. Con tu amigo, sencillamente, no podía. Vosotros os manteníais quietos como os había pedido, así que fue mi mano la que buscó esas caricias. El espectáculo para tu amigo era espléndido, con tu novia follándole y masturbándose. una mano en las tetas, otra en el coño. Y con cara de querer más, manteniendo la mirada fija en él.
Me respetaste hasta mi primer orgasmo. Me viste temblando sobre él. Gritando, extasiada. Saboreándolo.
Cuando me hube corrido, tras dejarme caer sobre su cuerpo, noté de nuevo el frescor viscoso del lubricante por mi espalda, bajando por mi ano, hasta resbalar por sus huevos.
Él, quieto.
Yo, expectante.
Tu dedo que entra. Tu dedo que gira.
Su polla aún dura en mi coño, sin correrse.
Dos dedos. Ligero dolor. Quietos hasta que remite. Después me abren.
Se retiran. Frescor de lubricante preparándome para recibirte.
El calor de tu polla entrando en mi, separado de la polla de tu amigo sólo por una fina membrana.
Mi primera doble penetración. Dos vergas llenándome.
Primero fuiste tú solo. Él quieto. Yo empalada en él, inmóvil. Tú comenzando a follar mi culo. Un poco más cada vez. Él besándome. Tú ganando un centímetro en cada empujón, hasta que vuestros huevos se rozaron. Hasta que te pudiste inclinar sobre mi y besarme la espalda, totalmente dentro de mi.
Después, los dos. Mis dos amantes comenzándose a mover, acompasados, compartiéndome. Una muñequita a vuestra merced, regalada a vuestras pollas.
Placer, mucho placer. Orgasmos. Muchos. Incontables.
“Partidme.”
Me apoyo en el colchón para gemir.
“Soy vuestra.”
Me apoyo en él para besarlo.
“Os amo.”
Me abro un poco más el culo para recibirte mejor. Mis tetas van a explotar aplastadas contra él.
Dentro, dentro, dentro, dentro. Sin descanso. Más adentro, más adentro, más adentro, más adentro. Nunca pensé que esto se sentiría así. Me volveréis adicta.
“Folladme.”
Grito. Me quedo sin respiración. Mis ojos se ponen blancos al correrme una y otra vez.
Mi mano atrás para notar tu cuerpo follando mi culo.
Él corriéndose. Llenándome de nuevo. Gritando. Mi toro. Mi ariete. Mi animal.
Sonríe viéndome empujada por ti pegada a él.
Sólo dos más y acabarás.
Me clavo las uñas en el culo.
Uno más.
Gritas.
Mis manos tocan tus piernas al correrte dentro de mi. Te vacías gritando, notando mi ano comprimiéndote. Exprimiéndote. Mi amor. Mi novio. Mi vida.
Son las siete de la tarde. Tres horas de sexo casi ininterrumpido.
Nuestros ojos se cierran.
Es difícil separar la barrera entre el sueño y la realidad cuando estás tan cansada y rodeada de cuerpos. Uno muy familiar. Conociendo el otro. Vierto vuestro semen en las sábanas. De vez en cuando me despierta una caricia. De vez en cuando, un beso.
Te amo.
Os deseo.
Tres horas más tarde, el taxista mira el asiento de atrás con sorpresa. Lo bueno de vivir en un pueblo cerca de Madrid es que es fácil conseguir intimidad. Basta con montarte en un coche para diluirte en la inmensidad de la gran ciudad. Si llamas a un taxi sabes que no te conocerá. Sabes que no preguntará por qué hay una morena con un vestido corto, entre dos chicos, besándolos a ambos nada más sentarse.
- ¿A dónde les llevo?
Una hora antes habíamos decidido ir a cenar y a pasarlo bien. Diseñamos un gran plan. Cuando os hubísteis preparado, me vestísteis a mi. Elegisteis un inocente vestido rojo, liso, veraniego. Con botones desde el escote hasta casi el ombligo. Me desabroché uno. Lo justo para que se viese el collar de tu amigo, y me fui a peinar. Al volver, tú me besaste. Me desabrochaste otro botón. Y otro, dejando una apetecible vista de mi pecho. Él se levantó y me besó. Me desabrochó un cuarto botón, que ya dejaba ver mi sujetador negro, de encaje.
Y se arrodilló.
Sus manos subieron por mis piernas, hasta la goma de mis bragas. Las bajó. Me las quitó. Se levantó, y se las guardó en el bolsillo. Me lo habría follado ahí mismo tras ese gesto, pero era tarde. Me conformé con besarle mientras mi mano le rozaba el paquete.
“Vamos”, dijiste.
Nos dábamos el lote como quinceañeros cuando él dijo el destino al taxista.
“Al sex shop de Lavapies”.
Al decirlo, mi boca pasó a él.
“Joder…”, dijo el taxista cuando, mientras besaba a tu amigo, colaste la mano dentro del vestido.
“¿Es vuestra amiga?”, preguntó. Tú le guiñaste un ojo.
“Es mi novia”. Mi mano iba hacia el paquete de tu amigo.
Ajustó el retrovisor. Apostaría a que hizo el viaje más largo de lo necesario, y aún así fue corto. Tuve ganas de comeros. Tuve ganas de follaros. Pero el taxi era incómodo, y sólo pudimos rozarnos. Comenzar la excitación de aquella noche. Disparar mi humedad y endurecer vuestras pollas.
Al llegar, nos dio su número “para la vuelta”. Tu amigo le dio mis bragas. Él nos invitó a la carrera. Bajé colocándome el vestido, dándole una rápida visión de mi coño. Tú me diste un azote.
“Gracias”, le dije.
Allí, tres gotas recién caídas en el océano de la gran ciudad, comenzaban una noche de locura. Allí, tres gotas resbalaban por mis muslos. En la puerta, unos cuantos hombres, de cuarenta en adelante, nos miraron cuando os besé de nuevo antes de entrar.
¿Qué os habríais atrevido a hacer vosotros a partir de ese momento, entregados a este nuevo sexo?