Sabías que tu amigo me excitaba (II)

En la primera parte conté cómo de placentera estaba resultando la sobremesa con el amigo de mi novio. En esta, os cuento los antecedentes de ese día, y lo que ocurrió después. ¿Continuará?

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Aquella mañana me había despertado sola. Ya te habías ido a trabajar, y no volverías hasta la hora de cenar. No tenía nada que hacer. Ni siquiera preparar la comida, porque tu amigo había prometido hacerla.

Tu amigo.

Tras desayunar me fui a la ducha. La verdad es que estaba aburrida. Faltaban varias horas hasta que tu amigo llegase.

Tu amigo.

La noche anterior no habíamos follado. Realmente no habíamos follado en toda la semana, pensé, sin ánimo de reproche. La inevitable rutina. En la mampara de la ducha se reflejaba mi silueta. “Estoy buena, joder”, pensé. Buenas tetas. Todavía firmes. Buen culo. Me miré el coño. Demasiado vello. Cogí la cuchilla y me rasuré la vagina. Tras hacerlo, me recorrí con un poco de gel. Suave. Me gusta el tacto de mi coño.

Siempre he oído que cuando los tíos estáis en casa aburridos os pajeais. Quizá a mi me pasó lo mismo. Me seguí acariciando hasta que el jabón se hubo ido. Y después, seguí. Comencé a masturbarme con el chorro de la alcachofa de la ducha. Excitante, pero no lo suficiente. Lo que habría dado por tener la boca de mi novio en mi coño en la ducha.

“La de mi novio”, repetí, en voz alta.

Recordé la última vez que me lo comiste en la ducha, hacía un par de meses. Entraste sin avisar en el baño, y te metiste bajo el agua conmigo. Te arrodillaste, y sin decir nada cogiste la cuchilla. Me enjabonaste entera, y la usaste hasta que no me quedó ni un pelo en el pubis. Tras hacerlo, metiste mi clítoris en tu boca. De vez en cuando te sales de la rutina. Sonreí.

Cerré los ojos mientras cogía algo de jabón para repetir el rasurado. Nunca fui de fantasear, pero esta vez algo pasó, y cuando comencé con el pubis, miré hacia abajo y no imaginé tus manos.

Imaginé las suyas.

Quedé suave, muy suave. El agua seguía resbalando por mis tetas, y mis manos, por mi coño. Cerré los ojos, y no los abrí hasta que llegó el primer orgasmo de esa mañana.

Me puse la bata y me fui a cambiar. Sobre la cama estaba mi móvil, iluminado.

Dos mensajes.

Él me preguntaba si me gustaba el roquefort. Le dije que sí, pero que no se preocupase. Que lo que me hiciese, estaría bien. Lo que “

me”

hiciese.

En el otro, tú me dabas los buenos días y me preguntabas qué tal. Yo te respondí la verdad: que la ducha me había dejado muy cachonda. Me contastaste con un smiley. Un puto smiley. Estoy cachonda como para que vengas a follarme, joder. O decirme algo guarro al menos, joder.

Me tumbé, y cogí el consolador. En el siguiente mensaje me dijiste que esperase a la noche para un buen polvo. Yo te respondí con una foto. En ella, mi mano introducía hasta el fondo el vibrador. No pensaba aguantar así hasta la noche para calmarme, y menos teniendo visita. Menos viniendo tu amigo.

Tu amigo.

Tu amigo, el que, mientras estoy recordando cómo discurrieron las horas previas, me folla. El que vino supuestamente inocente pero trajo unas cuerdas y un pañuelo para atarme y follarme delante de ti sin que yo me enterase.

En el fondo fue un presagio cuando por la mañana no me calmó ni el tercer orgasmo con el vibrador. Pero ni en mis mejores sueños habría pensado que estaría como ahora, con la polla del semental de tu amigo taladrándome el coño, y la tuya en la boca. Todavía no me atrevía a abrir los ojos.

O quizá prefería disfrutar así el momento, empalada por mis hombres. Tenía los ojos cerrados, pero no necesitaba abrirlos para visualizar vuestros sexos duros haciéndome gozar.

Cuando por la mañana me metí el consolador, pensé que su diámetro era más o menos como el tuyo, y que me gustaría saber qué se siente con algo mayor. Ahora lo comprobaba. Con una verga así te sientes más llena, pero sobre todo más sensible. Casi notas cada vena, cada poro, cuando te penetra. Al menos, eso sentía yo. Todo mi coño abrazando su polla, y mi vagina a punto de estallar.

Y estallé.

Ninguno de los tres hablábamos, así que mis gritos llenaron la sala. Tuve que sacármela de la boca para gritar. Él se salió, y me dejó que temblase sola en la cama. Mi amante detrás de mi, arrodillado, mirando mi culo sacudirse, con su tremenda polla en erección apuntando a mi palpitante coño. Yo, retorciéndome de placer por la follada que acababa de terminar en un gran orgasmo, contrayendo los dedos de todas mis extremidades. Notando los pezones duros contra las sábanas. Y delante, mi novio, con la polla empapada por mi saliva, deseando correrse.

Cuando me conseguí calmar se hizo el silencio. Tu amigo, en un paradójico gesto, salió de la habitación para darnos intimidad. Te había puesto los cuernos con tu mejor amigo. Pero tú lo habías organizado.

Por fin abrí los ojos.

A tu lado había una cámara sobre un trípode, grabando la escena. Tú sostenías tu polla con tu mano.

¿Qué debíamos decir?

Yo lo había disfrutado. Obviamente tú también.

Si hubieses entrado en el salón cuando me puse el collar y me senté sobre él, habría tenido sentido discutir. Que me llamases hija de puta. Habrías tenido razón.

Si hubieses entrado cuando me puso sobre la mesa y me comió el coño, habría tenido sentido que os pegáseis mientras yo lloraba en el sofá, como cualquier niña tonta.

Si hubieses dicho algo cuando me dejé follar, atada, habría tenido sentido que te fueses para siempre.

Pero mientras lo hacía estuviste mirándome. Joder, me viste pidiendo más de su polla.

Nada tenía sentido. Sólo agarrártela y masturbarte. Sólo seguir.

  • ¿Qué quieres hacer? - preguntaste.

  • ¿Y tú?

Te seguí masturbando. Nos besamos. Nuestras lenguas confirmaban que todo iba bien. Lo estábamos pasando bien. Hay gente que juega al padel con su pareja. Otros salen al campo. Nosotros estábamos descubriendo lo que nos gustaba follar. No “hacer el amor”. Follar. Mucho más que follar.

Salí, dejándote solo con tu erección.

Hablé con tu amigo, que estaba desnudo en el sofá, esperando. Su polla caía sobre sus huevos y aún así se veía imponente. Recuperaba el aliento con un vaso de agua.

Me costó convencerle. Le dije que me lo debía. Joder, me había hecho de todo, y más me iba a hacer. Le dije que le compensaría. Aceptó.

Volvimos a la habitación, y seguías con tu erección. Te senté en una silla. Yo, enfrente de ti, en la cama. Vestida sólo con el collar, con las piernas abiertas, enseñándote mi sexo rasurado, como si fuese vuestra niñita. Viendo a tu amigo cogiendo entre las sábanas las cuerdas con las que antes me ató. Mis manos fueron con vida propia a mi coño cuando tu amigo te ató el tobillo izquierdo a la pata de la silla. Era una escena excitante. Un macho dominando a otro frente a la hembra, para montarla sin interrupciones. Se le notaba tenso, tan cerca de tu polla dura cuando te ató el segundo tobillo. Todavía aguantabas firme. La golpeó con una mano, y rió. No hablaste ni cuando te hubo atado las dos muñecas y quedaste inmovilizado.

Me acerqué con el pañuelo de la mano. Giré la cámara hacia ti. Nos besamos como antes, esta vez para dar comienzo a la segunda partida de este juego que tú habías diseñado. Después te pasé el pañuelo por el cuerpo. Amagué con vendarte, pero lo usé de mordaza. Te di la espalda. Agarré la polla, y la froté contra la entrada de mi coño.  No tienes lo que tiene tu amigo, pero tu aguante es encomiable. Por un momento pensaste que bajaría, penetrándome, pero me di la vuelta. Tu erección se mantenía cuando me arrodillé delante de ti para lamerte los huevos, sin dejar de agarrártela, mirándote a los ojos.

Noté un abundante chorro de algo frío cayendo sobre mi espalda. Lubricante. Al menos mostró algo de piedad hacia mi. El líquido fluyó por mi columna hasta mi culo y mi coño. De ahí, a su mano, que lo recogió para extenderlo en mis orificios. Metió un dedo en mi ano y otro en mi coño. Suspiré. Tú veías la operación sin emitir un sonido. Arrodillado, me separó las nalgas.

  • Voy a partir a tu novia.

Me respetó el culo. “Eso es demasiado para mi”, le había dicho antes. Se conformó con volver a follarme. Le viste cómo miraba su polla, entrando y saliendo de mi, con su musculatura marcada por el ejercicio de follarme, a un palmo de ti. Follándome como viste unos minutos atrás, pero ahora el atado eras tú.

No te puse la venda porque sabía que te gustaba verme follada así.

Pero ahora te mandaba yo.

Notaste mi lengua caliente sobre tu polla, por fin. Él me la metía con tal violencia que no podía comerte como había merecido tu aguante. Sus manos habían pasado de mi cintura a mis tetas, y me follaba como a una perra, con su torso empapándose con el lubricante de mi espalda.

Me saqué la polla de la boca y te miré. Me veías azotada por sus embestidas, gimiendo.

Su cara se puso a la altura de la mía. Él también jadeaba. Notaste su aliento en tu sexo.

Estabas tan cachondo que no te resististe cuando dije “chupa” y él metió su polla en la boca. Nos miraste sorprendido, pero ni intentaste hablar.

Él chupaba, torpe. La primera vez siempre es así. Le habría ayudado, pero no podía. No podía dejar de gritar, porque, como compensando su masculinidad, me follaba con todas sus putas fuerzas. No le importaba golpearme en el fondo con su tremendo ariete hasta hacerme daño, pero a mi tampoco, mi coño me dominaba y quería más. Y verle comiéndote no hacía sino aumentar mi calentura.

En ese momento me sentí, por primera vez en la vida, felizmente cerda. No voy a disfrazar el sentimiento con excitaciones tontas u otras metáforas ñoñas. Acababa de meter la polla de mi novio en la boca de su amigo, que me jodía con todas sus fuerzas. Cerda es la palabra. Cerda me sentía. Cerda cuando grité

fóllame, cabrón

, cuando le vi atragantarse comiéndote, cuando te vi cerrando los ojos. Cerda cuando con una mano me frotaba el clítoris y rozaba su polla y sus huevos empapados de mi. Otra polla que no era la tuya me taladraba, y me encantaba. Otra boca que no era la mía te comía, y me encantaba.

Cuando nos corrimos los tres prácticamente a la vez fue, sencillamente, imborrable. El primero fuiste tú. Era imposible que aguantases más. Él se la sacó de la boca, y disparaste tu semen sobre mi. Gritabas de desahogo, corriéndote por fin. Mientras él me folló atada te habías estado masturbando sin correrte. Durante el trío tampoco llegaste, porque yo lo hice antes y no pude seguir. Al acabar sobre mi tus huevos se vaciaron aliviados.

Justo despés le sentí a él, en mi coño. Bufía mientras se vaciaba dentro. No se había puesto condón. Mañana pensaría en eso. Ahora sólo podía pensar en mi corrida. Tu semen chorreando en mis tetas, y el suyo en mi coño. Te miré mientras me corría por enésima vez. Te miré hasta que acabé.

Él no paró. Tras correrse había mantenido la erección, y seguía jodiéndome, agarrándome el culo, haciendo caer su semen en el suelo al entrar y sailr. Puto animal. Bendito lubricante. Bendita polla que me llevaba al puto cielo. Joder. “

Toma, toma”

, gritaba. Sus huevos sonaban al chocar en mi coño.

“Más, más”

, gritaba yo. Sólo paró cuando me volví a correr. No me quedaban fuerzas ni para gritar.

Me dejé caer en el suelo. Tu semen manchaba el collar de tu amigo, escurriéndose desde mis tetas hasta mi costado, goteando sobre el parqué. El lubricante y nuestro sudor casi habían formado un charco junto a mi cuerpo. “Qué pocilga”, pensé. “Qué cerda”. Reí. Os lo contagié. Él se levantó a desatarte. Os tumbásteis en la cama, mirándome, sonriendo. Vuestras pollas descansaban, por fin.

Me subí con vosotros. A él le di un beso en los labios. Hay muchas clases de besos. Ese fue, disculpa la repetición, cerdo. Húmedo. Con mi lengua rozando sus dientes. A ti te lo di apasionado. Él es mi amante. Tú, además, mi novio. Y me acababas de regalar mi total liberación sexual. “Te quiero”.

Me levanté, y me di cuenta de que nada sería igual a partir de entonces. Tú siempre habías fantaseado mucho. Yo, nunca. Pero me equivocaba. En el fondo, me conocías mejor que yo misma. Mi coño, algo resentido, había recibido el pollón de tu amigo con avidez, y mi cabeza no se colapsó al notar tu polla en mi boca. Y después deseé verte comido por él. Habíamos roto barreras, y lo habíamos disfrutado.

“No hagáis nada sin mi”, os dije, guiñando un ojo, yéndome a la ducha. Vosotros os reísteis.

Al abrir el grifo pensé si esto continuaría.