Sabías que tu amigo me excitaba
Tu amigo vino a casa a comer conmigo y hacerme compañía un día que tú no estarías. *** Si os gusta, habrá continuación
Cocinó para mi. Como te indicó aquel día que dijiste que no vendrías a comer, vino a hacerme compañía, y no me dejó hacer nada. Me sentó en la cocina, encendió el fuego, y empezó a preparar un fantástico solomillo. Lucía imponente. Si no hubiese sido tu novia y él tu amigo creo que me lo habría follado en el mismo momento en que se remangó y comenzó a trocear la verdura. La partió como un gran cocinero, concentrado, rápido, fuerte, preciso.
Mientras, yo iba bebiendo del vino que había traído, y pensando en que por la noche, cuando volvieses, te follaría pensando en él.
Durante la comida estuvimos hablando de todo un poco. Anécdotas, trabajo, amores… Yo le interrogué sobre el sábado pasado, cuando se fue a casa de una preciosa rubia que conoció en el bar.
- Un caballero no presume de sus conquistas - me dijo intentando esquivar el tema.
Yo insistí, e insistí. Insistí hasta que me dijo que ella le quitó la ropa en el mismo salón. Pedí más detalles cuando me contó que lo hicieron por toda la casa. E incluso le pregunté cuando me dijo que ella quedó un poco dolorida.
- ¿Por la cantidad o por el tamaño?
Claramente el vino se estaba apoderando de mi. Pero más que el alcohol me afectó su respuesta.
- Por ambas - dijo, guiñándome un ojo.
Él se dio cuenta de que, sentados en el sofá, mi vestido se estaba subiendo demasiado. También se dio cuenta de que yo me había percatado ya de ello.
No me dejó ni levantarme a recoger la mesa. Cuando hubo metido todo en el lavavajillas, me hizo una propuesta.
Te invito a una copa en el bar - me ofreció.
Mejor te invito yo en el mueble bar.
Mientras sacaba los vasos y las copas él fue a por la cubitera.
- A ella le gustaron los hielos.
Reimos. Después, le miré.
- ¿Qué la hiciste?
Se acercó a mi. Muy cerca. Nuestros cuerpos se tocaban. Olía su colonia. Opium. Se puso a mi espalda, y rodeándome, me tapó los ojos. Su brazo rozaba mi pecho. Yo respiraba acelerada. Se me escapó un tímido gemido cuando posó el hielo en mi nuca. Me hizo encogerme. Siguió moviendo el cubito alrededor de mi cuello, haciendo un collar. Noté cómo al ponérmelo por delante perdí el habla. Paró ahí unos segundos. Noté una gota resbalando desde mi cuello hasta mi escote. Él, alto, desde detrás, tuvo que tener una visión perfecta de la gota colándose en mi sujetador, hasta perderse entre mis tetas, realzadas para la ocasión. Pero la humedad se trasladó a mis bragas.
- Joder - dije.
Él se separó y me sonrió. Se alejó como si no hubiese notado nada. Sirvió dos copas mientras yo le miraba y recuperaba el aliento, seria. Quizá demasiado.
Disculpa si te he molestado, no suelo quedarme a solas con las novias de mis amigos, quizá me he propasado.
No, no - respondí - Hay confianza - dije, quitando hierro a mi más que evidente excitación. Noté su paquete también más abultado de lo normal.
Mucho más.
Él parecía haberse quedado preocupado. Quizá para tranquilizarle, o quizá para provocarle, seguí.
- No te preocupes, de verdad. ¿Alguna cosa más que puedas contarme de la cita sin sobrepasarte con la novia de tu amigo? - reí.
Los tragos empezaban a hacer efecto.
- Pues la verdad es que tuvo la forma más peculiar de decirme que me acostase con ella que nunca había tenido. Me contó que estuvo de viaje por Perú, y que en un poblado, una vieja le regaló un collar. Y le dijo que tuviese cuidado con él, porque la mujer que se lo ponía se acostaba sin poderlo evitar con el hombre que tuviese enfrente.
Yo no pude parar de reir.
- ¿Y cómo era el collar?
Tu amigo fue a su abrigo y sacó la cartera de ahí.
- Me lo regaló, y desde entonces siempre lo llevo encima, ¡nunca se sabe!
Lo puso sobre la mesa, riendo, y cogió su copa.
- ¿Te gusta?
Era una sencilla cuerda negra con tres cristales en el medio. Lo cogí. Era extrañamente bonito.
Le miré.
Dio un sorbo más. Yo di un profundo trago a la mia antes de pasar la cuerda alrededor de mi cabeza. El frío del cristal me recordó al hielo. Las cuentas descansaban sobre mis tetas. No podía parar de mirarlas.
Me acerqué a él.
Eres la novia de mi amigo.
Es el collar.
Me senté a horcajadas sobre él, y nos besamos.
La copa que está rota en el salón se debe a cuando me tumbó sobre la mesa. Mi vestido subió hasta mi cintura, dejando mis braguitas expuestas a su mirada. No se molestó en quitármelas. Tan solo las apartó para comenzar a lamerme. Encajó su cabeza entre las piernas y me comió el coño como nunca me lo habían hecho, o eso pensé en ese momento. Estaba terriblemente cachonda, y notar su áspera lengua contra mi coño me emputeció más todavía. Sus manos jugaban en mis tetas, sin bajarme el sujetador, dejándolo a la vista. Yo me mordía los nudillos con una mano para no gemir como una auténtica perra, pero con la otra mano le apretaba más contra mi.
Con mi primer orgasmo no paró. Se levantó pero me penetró con dos dedos, y me folló con ellos con fuerza. Zas, zas, zas, zas, zas… Su pulgar jugaba con mi clítoris. Sus gordos dedos me abrían y prolongaron mi orgasmo durante uno o dos minutos hasta acabar en uno aún más fuerte con el que le mojé entero. Parecía que orinaba sobre él, pero era lo que sus manos me producían. No podía morderme más, me habría arrancado los dedos, así que grité y grité mientras él me miraba satisfecho.
Tu amigo me cogió en brazos. Tan solo sentir su fuerza creo que me volví a excitar.
Me llevó a la cama. Mirándome seguro desde el pie de la cama sacó un pañuelo. No dijo ni una sola palabra hasta que me vendó los ojos.
- Túmbate.
Obedecí, dócil. Esclava.
- Soy tuya.
Las palabras salieron de mi sin pensarlo.
Me quitó las bragas.
Durante un par de minutos no supe más. Después escuché ruido. Parecía sacar algo de su bolsa. Cuerdas. Con ellas me separó las manos y las piernas.
- ¿Hola? ¿Juan?
Me sobresalté. Parecía hablar por teléfono.
Contigo.
- ¡Qué tal! Me estoy tomando una copa en tu casa con María, espero que no te importe.
Tras un poco de silencio, durante el que supongo que le hablaste, respondió.
- Ahora te la paso, un momento.
Noté unos cascos en mis oídos. Me ponías el manos libres para que hablase con él.
- Hola, cariño.
Estabas locuaz. Me contaste cómo te había ido el día, mientras yo estaba atada en nuestra cama. Yo te conté lo rica que estaba la comida, y que nos habíamos puesto una copa de tu botella. No le conté cómo me puse cachonda al verle usar los cuchillos, ni el numerito del hielo. Ni el collar. Ni cómo me metió un consolador mientras todavía hablaba contigo. Ni, mientras me contabas que no llegarías hasta la noche, que me tuve que morder para no gritar al notar cómo me follaba con una polla de plástico que había traído. No confesé que cuando me dijiste eso conté las horas que tendría para estar con él. Para que no sospechases te pregunté, como siempre, qué querías de cenar. Y no te conté que al decirlo él comenzó con mi clítoris de postre.
Colgaste, y él paró, dejando mi siguiente orgasmo también en suspenso. Al hacerlo, puso música en los cascos. No oía nada. No podía moverme. Estaba totalmente a su merced.
Inmovilizada y aislada con la música, no podía hacer otra cosa que pensar en la situación. Sabías que había algo en él que me excitaba. Lo habías notado en algún día de fiesta. Creo incluso que un día que me emborraché acabamos los tres hablando del tamaño de su polla. No sé si lo soñé, pero cuando la noté sobre mis labios supe que mi imagen mental no estaba desencaminada.
Me quitó los cascos a la vez que empujaba su sexo entre mis labios.
Me hizo jugar con mi lengua en su glande, su enorme glande. Me daba golpecitos sobre ella. Me ordenaba. Lame. Abre la boca. Chupa. Me habría gustado agarrarla. Masturbarla con las dos manos. Pero estando atada no podía más que abrir la boca y dejarme follar los labios por esa verga.
No me había sacado el consolador. Quizá para abrirme.
Se puso sobre mi, con las rodillas a los lados de mi cabeza. Con una mano comenzó a pellizcarme el clítoris.
- Chupa.
Sus dedos jugaban en mi coño.
- Chupa.
El consolador entraba y salía de mi.
- Chupa.
La polla en mi boca, apenas su glande, no me dejaba gritar.
- Traga.
Se corrió despacio, en mi lengua. Intentando no atragantarme con su abundante corrida, que, no sé cómo, conseguí tragar sin soltar más que una gota por la comisura de mis labios. Recogió sa gota con un dedo que limpió en mis pezones. Gemí.
Se apartó de mi.
Me trajo un vaso de agua que me ayudó a beber, pero sin soltarme ni quitarme la venda.
Gracias.
¿Todavía quieres ser mia?
No lo dudé. En ese momento no era tu novia. Era un coño húmedo, esperando a ser violada por su amante.
- Sí.
Me sacó el consolador.
Escuché tela rasgándose justo antes de notar el frío contacto de lo que parecían unas tijeras sobre mi piel. Me cortaba el vestido. Zas, zas, zas. Rozaba mi piel intencionadamente. Mis pezones reaccionaron. Mi sujetador se libró de su hoja por tener cierre delantero, que soltó liberando por fin mis tetas. Zas, zas. Con un par de cortes más, y un tirón, quedé desnuda ante él. Esa mañana, casualmente, me había rasurado.
Casualmente.
- Tienes un pecho precioso.
Lo acarició con ternura primero. Después las apretó, antes de trabajar mis pezones. Sus labios pasaron de mis ellos a susurrarme al oído.
- Te voy a follar.
Mi clítoris saltó como un resorte al oir esas palabras. Se puso sobre mi. Su polla, ya recuperada, comenzó a separar mis labios al penetrarme. Gemí con cada milímetro que entró en mi cuerpo. Y fueron muchos. Y con cada milímetro que su grosor me partía. Y fueron muchos más. Si no hubiese estado atada le habría desgarrado la piel de placer.
Me besó. Casi no pude corresponderle, disfrutando de su tranca. Admito que lo había fantaseado a veces, pero la realidad superaba los sueños. Su polla superaba mis expectativas. La presión de su cuerpo me hacía estremecer. Me penetró una, dos, mil veces. Despacio, haciéndome disfrutar cada segundo.
Yo también había fantaseado con esto - susurró, aumentando el ritmo. Yo no podía hablar.
Hoy vas a ser mi puta - y volvió a subir la velocidad.
Hoy cumplirás todos tus deseos - y subió aún más.
Y ahora te vas a correr - y me lo hizo hacer. Me hizo acabar follándome como un animal. Un toro entre mis piernas me hizo gritar. El mayor orgasmo de mi vida, la mayor corrida imaginable mientras él me penetraba sin inmutarse, como una máquina, lejos de acabar. Yo gritaba, juraba, maldecía, le amaba, le odiaba… Me volvería adicta a la polla de ese hijo de puta.
Salió de mi con calma. Al notar la punta separándose de mi piel ya la extrañé.
- No te preocupes, vas a tener polla de sobra.
Me desató, despacio. Quizá por seguir vendada todos mis sentidos estaban más receptivos. Entre ellos, mi clítoris. Un simple roce bastaba para hacerme gemir.
- Ponte a cuatro patas.
Lo hice. Su polla se coló entre mis labios, pero esta vez la pude agarrar. Dos manos y todavía podía chupar un buen pedazo de carne. Lamía desatada. Me sentía primitiva, básica, pasto de mi deseo. Me excitaba intentar hacer disfrutar a ese macho. A veces me la sacaba para masturbarle con todas mis fuerzas. Me habría gustado ver su mirada intentando torpemente meterme más y más en mi boca. Apenas conseguí la mitad.
Noté algo frío chorreando en mi culo.
- Te estoy echando lubricante, no quiero que acabes como la rubia y esta noche no puedas follarte a tu novio.
No pensaba en ti. Lo admito. Sólo pensaba en chupar esa verga. En que me alegré cuando la sacó de mi garganta para dirigirse tras de mi. Para follarme. No estaba pensando en ti cuando le pedí que me la metiese hasta el fondo. Cuando me cogió del culo para empezar a entrar y salir de mi, con mis manos retorciendo nuestro edredón.
No pensaba en ti cuando me cogió el pelo para que levantase la cabeza y curvase mi espalda, para que viese mis tetas bamboleándose en el espejo. Cuando sus embestidas hacían a sus huevos chocar con mi clítoris.
Estaría viendo el collar. Probablemente la historia era mentira y sólo fue la excusa para que yo empezase.
No pensaba en ti cuando me dijo que dejase de gemir y comenzase a chupar. ¿Chupar el qué?
No pensaba en ti cuando me di cuenta de lo que me estaba pidiendo. Cuando, sin dejar de ser follada por tu amigo, otra polla se coló en mi boca. La agarré. Casi tan larga como la suya. Dura. Algo más estrecha.
Él me quitó la venda, pero no necesité abrir los ojos para distinguir tu pene llegando hasta mi garganta mientras él me agarraba por las caderas. Me mirabas sonriente. Después hablaríamos.
Ahora, follemos.
¿Queréis saber qué pasó después?