Sabia es mamá.

Mi fantasía siempre han sido las mujeres mayores, desde que soy una niña. Lo que no imaginaba, es que mi madre sería quien me la cumpliría.

Fantaseo con mujeres mayores desde que tengo memoria. Siendo una chica joven, quizá podría resultar bastante extraño, especialmente cuando tengo novio y ya hemos follado varias veces, sumado a que jamás he tenido una aventura o experiencia con ninguna mujer. Y sin embargo, imaginarme las maduritas de cuarenta para arriba frotándome las tetas contra la cara, me pone a mil.

Había encontrado una chica en un foro que sentía lo mismo que yo. Ella se encargó celestialmente de enviarme cantidad infinita de links para saciar mi gusto, y ya que estaba sola en casa, ni me molesté en cambiarme el uniforme de la secundaria para ponerme cómoda frente al computador de la sala.

Comencé a navegar entre fotos obscenas de mujeres maduras, hasta pasar a gifs y vídeos. Filmes donde mujeres entradas en años seducían a chicas jóvenes e indefensas, las obligaban a comerles el coño y después las follaban con los dedos o con arneses. Yo estaba en el puto cielo. Sin recato me deshice de mis braguitas empapadas y comencé a frotarme a dos dedos mientras mi mano libre seguía desplazándose por la pantalla.

Estaba mojada, como no recordaba haberlo estado antes. Era como ver en forma física todas las fantasías que albergaba sólo en mi cabeza. Mi clítoris hinchado me provocaba escalofríos cada vez que lo presionaba con mis dedos, esparcía la humedad de mi caliente coño entre mis labios vaginales, suspirando y gimoteando de placer. Me reflejé en alguna de aquellas chiquillas dulces de mirada inocente que hundían sus bocas en la vagina extasiada de alguna madurita. Cómo deseaba ser yo la que pudiera deslizar mi lengua entre los pezones hinchados de alguna de esas mujeres.

Finalmente, me corrí entre sudorosos y agitados gemidos, sin tener que meterme ni un dedo. Lamí la humedad de mi mano y me volví a acomodar la ropa, cerrando las ventanas y borrando el historial antes de irme a mi habitación. Horas más tarde, volvieron mis padres, habían estado jugando cartas en la casa de unos amigos de la familia. Quizá fuera producto de todo el material erótico que había visto, pero no podía dejar de ver a mi madre con otros ojos.

Mi madre, dicho sea de paso, está muy bien conservada para sus cincuenta años. Tiene las carnes bien puestas, pechos grandes y rellenos, un culazo de infarto. Más de una vez han hecho comentarios mis compañaeros de clase sobre ella, pero era hasta ahora que yo tomaba consciencia de estos. Mirando el escote ajustado que llevaba, mi coño se humedecía mientras cenábamos y yo estaba desesperada por irme a mi cama a darme placer.

Mi padre tuvo que salir por alguna urgencia del hospital donde trabaja y yo me despedí como siempre de mi mamá, con un beso y un abrazo antes de irme a dormir. Aunque, claro, quizá me apreté más de lo debido contra sus enormes tetas, sólo por tentarme a mí misma.

Me desvestí luego de asearme y  me quedé sólo en las bragas y una camisita de tirantes. En la oscuridad y cubierta por mis sábanas, rememoré todo lo que había visto, tocándome por encima de la tela de mi ropa interior. Estaba cachonda perdida.

Me estiré un poco para alcanzar un el cepillo de cabello que siempre mantenía en mi mesita de noche. El mango era redondeado y largo, perfecto para metérmelo mientras frotaba furiosamente mi clítoris, entre mis febriles fantasías. Me follaba con el cepillo entre acallados gemidos, imaginando a todas aquellas mujeres de mi mente como si me tocaran.

La luz de mi habitación se encendió y yo me congelé donde estaba. Escuché la risa de mi madre e instantes después la sábana se movió, revelándome en toda mi obscenidad, con el mango del cepillo enterrado en la vagina, mis tetas por fuera de la camisita y mi mano presionada contra mi entrepierna.

  • N… No es lo que parece…

No me podía mover. Mi madre tomó asiento a mi lado en la cama y retiró mi mano, la que sostenía el cepillo. Lo sacó lentamente, arrancándome un avergonzado gimoteo y lamió el mango húmedo con mis flujos, succionándolo como si se tratara de una verga. Sólo aquella visión logró encenderme aún más si es que era posible.

  • Te he visto, Mari. Vine a buscar mi chaqueta y te encontré masturbándote, viendo todas aquellas cosas. ¿No crees que soy tan guapa como esas mujeres?

No daba crédito a lo que escuchaba, ni a lo que veía. Mi madre separó mis piernas, obligándome a tumbarme de espaldas con estas abiertas, mi húmedo coño expuesto y avergonzada como nunca; además de excitada.- ¿No querías jugar a la casita con otra mami? Pues aquí me tienes a mí, cariño.

Dicho aquello, mi madre se inclinó para hundir su rostro en mi vagina y solté el mayor grito de puro placer que nadie me había arrancado nunca. Ni siquiera pensaba en mi novio en esos momentos, pues la lengua habilidosa de mi madre se deslizaba entre mis labios vaginales, sobre mi clítoris, pugnaba por entrar en mi húmedo orificio.

  • Ma… Mami…- Gimoteé pero ella me propinó una palmada en mi muslo, acallándome de inmediato. Empuñó el cepillo y volvió a hundirlo en mi necesitado coño, comenzando a follarme con este mientras su lengua experta torturaba de puro placer mi clítoris, retorciéndome sobre la cama.

No duré más de unos segundos así, con toda aquella exposición bruta al placer y a mis fantasías. Me corrí entre jubilosos gritos de placer mientras mi madre no dejaba de mover el cepillo ni de lamer toda la humedad que yo producía en medio de mi orgasmo.

  • Buena niña. Pero ahora te toca a ti.

Comenzó a desvestirse frente a mis excitados ojos, dejándome constatar que debajo del vestido no llevaba puesto sostén, sólo una tanguita. Me comí con la mirada sus enormes tetas, a lo que ella rió.- ¿Las quieres probar, mi amor?- Yo asentí como una tonta y ella se sentó, abriendo sus brazos para atraerme hacia sí misma. Desesperada me abalancé sobre aquella rellena teta, introduciendo el erecto pezón entre mis labios para succionarlo, jalando levemente este entre mis dientes conforme lamía y chupaba.

  • Eso, mi niña… Chupa, como chupabas cuando eras bebé.

Gozosa obedecí, dejando su pezón completamente ensalivado antes de pasar al otro. Mientras tanto, ella se deshizo de su tanga y pude ver de reojo su coño peludo, antes de que la humedad comenzara a resbalar entre mis piernas. Mi madre consideró que era suficiente y me obligó a bajarme de la cama, ordenándome que me desvistiera por completo mientras ella se tumbaba donde estuve antes, abierta de piernas y ofreciéndome su entrepierna en bandeja. La boca se me hizo agua.

-Hace mucho tiempo te deseo, Mari. Ese inútil que tienes de novio no podría ponerte tan cachonda como yo, ¿verdad?- Negué de inmediato, esperando impaciente a que me diera permiso de meterme entre sus piernas. Ella hizo una señal simple de asentimiento y me subí a cuatro patas sobre la cama, hundiendo mi rostro en su vagina.

El sabor fue lo primero que sentí, después el calor. Saqué mi lengua y comencé a lamer desesperada mientras mi madre me sostenía del cabello, manejándome a su gusto y su ritmo. Yo no era más que un instrumento, un juguete sexual, una puta cualquiera que le comía el coño a su propia madre. Y me encantaba. Succionaba con gusto su gordo clítoris hinchado, lamía una y otra vez el fluido vaginal que escurría de su caliente orificio, deseaba meter mi lengua en ella pero no me lo permitía. Me levantó del cabello para verme, mi boca hinchada y mi rostro lleno de sus flujos, y me dio una cachetada.- Mira qué sucia eres. Ya que eres una guarra, cómeme el culo también.

Mi madre se puso a cuatro patas sobre el colchón, presionando sus tetas contra este y levantando su culazo en el aire, frente a mi abusada boquita. Puse ambas manos en sus nalgas, amasando y separando estas antes de pegar mi nariz a su ano, deleitada por aquel aroma a sexo y a vulgaridad. Obediente, repasé con mi lengua toda su raja, iba desde su coño húmedo y apretadito hasta su culo, pugnando por introducir la punta de en aquel pequeñísimo orificio. Mi madre gemía como una perra en celo debajo de mí y aquello me impulsaba a seguir haciéndolo, a lamer más, a succionar con más fuerza.

  • Suficiente… Arrodíllate, anda.

De mala gana me separé de ella y me arrodillé en la cama, mientras ella se acomodaba nuevamente sobre su espalda. Señaló su rostro y entendí casi de inmediato, pero ella me detuvo- Ruégame primero. Quiero escucharte pedir que te coma el coño, cielo.

  • Por favor… Por favor, mami, quiero sentarme en tu cara, quiero que me comas el coño. Estoy muy caliente, muy mojadita por ti… -Supliqué, lloriqueé mientras me removía, mi intimidad palpitando de excitación. Mi madre sonrió gustosa y comenzó a follarse con el cepillo que antes había estado en mi vagina, aumentando aún más mi calor.

  • Bien. Ven, siéntate en la cara de mami, te comeré el coño.

Aliviada al punto de lo imposible, acomodé mis piernas a ambos lados de su rostro antes de dejarme caer sentada sobre su boca. Gemí muy fuerte al contacto cálido y sinuoso de su lengua y su boca, no esperé para comenzar a frotarme desesperada contra toda su cara, llenándola de mis jugos vaginales. Gimoteaba y ella gemía contra mi sensible coño, comiéndomelo desesperada.

Un par de minutos así y me corrí entre ruidosos jadeos, suspirando el nombre de mi mami y pegando todo lo que podía mi coño a su rostro, sin permitirla respirar. Me elevé un poco, mi cuerpo aún tembloroso y me acomodé sobre su  abdomen, besándola apasionada y saboreando mi propio fluido en toda su boca.

Aún tenía el cepillo dentro de su coño, a pesar de haberse corrido mientras me devoraba a mí y mi orgasmo. Saqué el mango, postrada obediente para lamer su vagina y limpiarla, como una amaestrada perrita. Succioné también los últimos fluidos del cepillo e hinchada, le sonreí a mi madre.

  • Te amo, mami. Te amo mucho.