Sábado sabadete
Invitamos a Juan a pasar a la sala y allí se desprende de la chupa. Debo reconocer que es un pedazo de hombre, de esos que con su sola presencia alteran los instintos, los bajos, se entiende.
Marta y yo estamos aburridas, es sábado por la noche y fuera hace frío y llueve. No nos apetece salir y tampoco tenemos ganas de aburrirnos mirando la televisión. A Marta se le ocurre hacer algo diferente, especial y divertido, y se pone a consultar los anuncios de contactos del periódico local.
Me sorprende mucho su iniciativa, pues en el año que llevábamos juntas como compañeras de piso, nunca ha dado muestras de ser una mujer muy liberal que digamos, de hecho, yo la considero más bien chapada a la antigua, así que me figuro que se trata de una broma que no irá más allá.
_Chico joven, alto guapo y bien dotado _lee Marta en voz alta_ ¿Qué te parece si llamo? _me pregunta.
Y yo me encojo de hombros indiferente. Ella, muy resuelta, marca el número de teléfono que figura en el anuncio.
_Hola, buenas noches. Llamo por lo del anuncio de contactos del diario.... ¡Ah!... Sí... Ya... Entiendo... Pues perdone, no sabía. Adiós.
Marta me mira y hace un gesto de frustración.
_Es gay, sólo trabaja para hombres _me explica volviendo acto seguido a leer_ Hombre joven y viril, servicio hotel y domicilio. Se admiten tarjetas. ¿Qué te parece éste? _me consulta_ Si es viril, se supone que atenderá a señoras, ¿no te parece?
_Eso creo yo _le respondo con desgana, su juego empieza a aburrirme. Marta coge el teléfono y marca, la escucho hablar de lejos, pues yo he ido al cuarto de baño a buscar el frasco de laca para pintarme las uñas. Al regresar a la sala, Marta da nuestras señas: "Sí, octavo, primera", cuelga con cara satisfecha.
_Ya está _comenta muy ufana_ Vendrá dentro de una hora. Pagaremos el servicio a medias, nos toca a cuatro mil por barba.
_Tú desbarras _le replico algo molesta_ ¿Vamos a pagarle a un tío para que venga a lucir su palmito?
_No, boba. Vamos a pagarle a un experto en sexo para pasarlo de miedo.
_¡Ah! No, no cuentes conmigo. No quiero líos _me desentiendo.
_No puedes dejarme colgada, ha accedido a un trío. ¿No tienes ganas de probar algo excitante, para variar?
_¡Un trío! ¿Los tres? _clamo_ Tú estás loca.
_Sí, por eso precisamente se llama trío, porque participan tres personas. Y no me he vuelto loca. ¿Tú no estás harta de acostarte con manazas e ignorantes que no son capaces de encontrarte el clítoris ni aunque les des un mapa y una brújula?
En eso Marta tiene razón. Yo también he tenido la desgracia de topar con algunos negados egoístas a los que toda la pasión se les va en alardes, porque lo que es a la hora de la verdad, nada de nada.
Me pregunto cómo me he dejado engatusar por Marta, pero reconozco que la experiencia es de lo más tentadora, y ya se sabe: para vencer la tentación, nada mejor que caer en ella.
A la hora convenida se presenta Juan, ése es el nombre que nos da, es un tiarro imponente, con un cuerpazo esculpido a base de horas de machaque en el gimnasio. Viste unos tejanos gastados y tan ceñidos que no hay que adivinar qué oculta debajo, es evidente; una camiseta blanca de algodón le remarca el torso, la parte de él que se deja ver a través de la cazadora de cuero entreabierta. Trae el pelo meticulosamente despeinado con gomina y un par de rosas que nos regala nada más entrar.
Confieso que yo estoy algo cohibida, pero nunca he visto a Marta más en su salsa. ¡Caramba con la mosquita muerta! Invitamos a Juan a pasar a la sala y allí se desprende de la chupa. Debo reconocer que es un pedazo de hombre, de esos que con su sola presencia alteran los instintos, los bajos, se entiende.
Marta saca del mueble bar unas copas, la botella de martini y una caja de bombones que le regalaron por su reciente cumpleaños y que no se ha atrevido a empezar para no romper su dieta disociada.
Nos sentamos, Juan y yo uno en cada extremo del sofá, Marta, en el sillón de enfrente; llena las copas y bebimos. Yo apuro la mía de un trago, admito que la necesito para darme valor.
Marta coge un bombón de licor, se arremanga la falda hasta la cintura y se lo acerca a los labios, a los de abajo. Yo la miro perpleja, no lleva bragas, ha puesto los pies en el asiento del sillón y nos muestra sus intimidades con todo descaro.
Yo me muero de vergüenza, ¿qué pensará Juan? Lo miro de reojo y no me parece molesto, más bien diría que disfruta del espectáculo. Marta se introduce el bombón en la vagina lo humedece y lo saca para lamerlo.
_¡Uuuuum! Está rico. ¿Quieres probar? _invita a Juan.
Esto es excesivo, una guarrería, pero Juan entra en el juego, se desnuda enterito y se arrodilla entre las piernas de Marta. Deseo evaporarme, hacerme invisible.
_Venga, Clara, anímate _me incita la muy asquerosa.
Pero yo, en lugar de secundar su iniciativa, me sirvo otro martini y me lo bebo de un tirón. Cuando me atrevo a mirar, el bombón estaba medio derretido entre los muslos de Marta, Juan se lo come a lametones deshaciéndolo lentamente y extendiendo el chocolate por los labios y los rizos de Marta, hasta que la capa externa se funde y el licor se mezcla con la humedad de Marta y la saliva de Juan.
Ella gime de placer y yo dudo si unirme a ellos o dejar que disfruten a su antojo, pues parece que se entienden bien. Decido irme, esto se está pasando de la raya, pero Marta, adivinando mis intenciones, evita que me marche.
_Quédate, nunca me ha acariciado una mujer y me apetece mucho.
Voy a soltarle una barbaridad, pero Juan viene hacia mí con la cara manchada de chocolate y comienza a acariciarme dulcemente. Tiene su verga alzada a media hasta delante de mis narices... El martini empieza a hacerme efecto, a desinhibirme, de modo que mientras él me desnuda, yo me meto en la boca ese pedazo de carne suave y cálida.
_Eres muy mala amiga _me reprocha Marta_ Te estoy esperando.
Marta continúa abierta de piernas, mostrando la mezcla pringosa que es su sexo dilatado y rojo. Interrumpo mi labor con Juan para atenderla a ella y empiezo a tocarla con cierta timidez, a recorrer los recovecos de su intimidad. Juan se nos une y la besaba en la oreja y en el cuello. Le desabrocha la blusa y le amasa los pechos, la besa en la boca y comparten el chocolate que todavía le mancha la comisura de los labios.
Estoy húmeda, mojada, penetro a Marta con los dedos y se me hunden más y más adentro. Lo peor es que me gusta, me encantaba sentir cómo su coño se desliza por mis manos y aproximo la lengua a su clítoris erecto.
_Me encanta, sigue, no pares _grita Marta, y siento las contracciones rítmicas de un orgasmo detrás de otro_ Más rápido, más fuerte _suplica.
Me maravilla su resistencia y me ahogo entre sus muslos víctima de sus espasmos incontrolados. No sé cuántas veces se ha corrido.
Juan se halla de pie mirándonos, con la verga rígida y grande, enorme, y aprovecha el descontrol de Marta para clavársela hasta el fondo de las entrañas. Mete, saca, vuelve a meter... Yo soy generosa por naturaleza, pero opino que Marta ya ha recibido su parte y reclamo la mía. Juan comprende que yo soy de las dos la que más necesita sus favores y se concentra en darme placer.
Nos tumbamos en el sofá y con la punta del pene me roza apenas el coño. Una, dos, tres pasadas suaves, para a continuación penetrarme un poco. Marta se ha recuperado y viene a besarme los pechos, sus dientes mordisquean y juegan con mis pezones. Juan entra sin prisa, decidido, me ataca con furia, sin consideración. Yo gimo enloquecida, sus envestidas son violentas, cada vez más salvajes.
El placer me desmaya y cuando me reanimo, veo a Marta sentada frente al televisor, vestida con el pijama.
_Ha sido una pasada _le digo_ ¿Y Juan?
_¿Qué Juan? _me responde ella extrañada.
_El chico que... _me callo inmediatamente. Me temo que la soporífera película me ha dejado traspuesta.