Sábado por la tarde

En su lucha por el amigo que les gusta, dos bellas chavalas nunca hubieran imaginado que sus amigos pudieran verlas desnudas.

¿Seré capaz de contaros lo que ocurrió aquella tarde de Junio? Pasados los años puedo decir que ya nunca volví a ser la de antes. Tampoco es que mi comportamiento posterior haya sido licencioso ni mucho menos depravado, pero desde aquel día he sabido que en mi interior habita un raro espíritu que me hace capaz de realizar actos presuntamente impensables para mi persona.

Acabábamos de cumplir los 18 años entre juegos más o menos inocentes que en la perspectiva de los años 80 tomábamos por atrevidos y dignos de ser contados en voz baja, fumando rubio mentolado en el salón de la asociación juvenil. Allí campabamos a nuestras anchas los sábado por la tarde sin otra obligación que dejarlo limpio y recogido para la catequesis del domingo por la mañana.

El sol recalentando la fachada, el olor a sudor cuando nos rozábamos... se respiraba en el ambiente el final del curso, lo que suponía para muchos dejar el instituto e iniciar un excitante periodo universitario. Aquel día, a los habituales de la tertulia sabatina se había unido Juanjo, un chaval que nos llevaba 2 años y ya estaba en la Uni. Había salido con un par de nosotras, con Sole y con Letizia, pero algunas de las más pequeñas habían alardeado con la discreción más delatora de haberse enrollado con él en las fiestas patronales. A mí me gustaba mucho, no por su físico, que no era muy alto y tampoco podré decir que fuera guapo, pero se le adivinaba músculo, era altanero, seguro de si mismo y sobre todo tenía aquella forma tan convincente de hablar… Nos habíamos enterado que durante el curso había salido con un par de chicas de su Facu pero según se decía, nada serio, así que estaba libre. Era mi objetivo numero uno de aquel verano.

Dándole caladas al mentolado estábamos en corro oyendo hablar a Juanjo, Sole con su novio Berto, Letizia, vestida con una blusa de cuadros rojos y blancos anudada a la cintura y unos vaqueros blancos de pirata, Jose y Tino, dos hermanos inseparables bastante populares en el Insti y Rebeca, una chavala rotunda en carnes y en hechos, embutida en un pantalón de pinzas negro y una blusa blanca semitransparente a través de la que se divisaba un sujetador crema reforzado.

Os diré que tuve unos excelentes 18 años, sin un gramo de sobra y sin que tampoco faltara. Nunca necesité del gimnasio para que mis 172 cm de altura, rematados en una melenita negra azabache no desdijeran de mis 95 cm de pecho, mi cintura bien torneada y unas caderas de las que ningún chico se quejó. Animaba el conjunto aquel día con unos shorts vaqueros y un top rojo rebajado con una camisa blanca de lino.

Hacía calor en aquel bajo alargado y estrecho cuyas ventanas daban a un patio. Con los postigos de madera medio cerrados, disfrutábamos de una agradable penumbra. Estábamos dispuestos alrededor de una mesa (una tabla de aglomerado sobre una caja de cartón antediluviana, había aguantado allí, sin quejarse , toda nuestra adolescencia), sentados en unos sillones bajos colocados uno al lado del otro, en L. Habíamos estado jugando al ping-pong, deporte habitual en esas tardes, como denunciaban dos raquetas y una pelota muertas sobre la mesa y las leves gotas de sudor en la cara de Tino, que estaba ganándome una partida interrumpida por el calor y el tedio.

Al incorporarnos a la conversación general se hablaba de los planes que había para el verano y de la posibilidad de organizar una acampada a alguna playa del norte:

  • y siempre acabamos haciendo planes para que éstos (por Tino y Jose) se acaben rajando- decía Rebeca con su vozarrón.

  • Mira quién fue a hablar, que siempre te saltas los planes en cuanto ves un paquete que te gusta- respondía Jose, buscando la aprobación de su hermano.

No era habitual que habláramos así, al menos no antes de las 3 de la madrugada. El calor debía estar haciendo estragos. Rebeca le devolvió un corte de mangas y una risotada retadora.

  • Pues yo – dijo Juanjo- he medio quedado con un par de tías de la Facu y con otro amigo para ir en Agosto a Salou pero ya me animaba a irme unos días, especialmente si venis también vosotras.

Y al decir esto no pudo evitar mirar a Letizia, que por cierto no le quitaba los ojos de encima y estaba encantada con el interés que suscitaba.

  • Por nosotros perfecto, así podemos escaparnos unos días con la excusa de que vamos todos, porque si no, el padre de Sole no nos deja ir, seguro – dijo Berto, comiéndose con los ojos a Sole.

  • ¿Qué pasa, que no hay forma de beneficiarse tranquilamente a la Sole aquí? Si tan quemado vas te presto mi casa, que este finde no hay nadie...- decía Rebeca con la peor de sus sornas- aunque a mí me parece que lo que pasa es que no se deja

  • ¿Qué coño sabrás tu? – respondía Berto azorado, manteniendo la sonrisa de malditalagraciaquemehacesbocazas que a uno le sale unos segundos antes de quedar en ridículo. Tan en ridículo que su novio no pudo por menos que terciar: - Oye guapa, nosotros como todos, en cuanto se puede, hay tema

  • Seguro que sí, en cuanto podéis, unos besos a tornillo, una sobada de tetas y a esperar a otro sábado…- seguía mal metiendo Rebeca en medio de unas risas que tenían más de expectante que de divertidas. Se estaba pasando, como siempre: Estoy por decir que no habéis metido nunca, vamos, que eres virgen todavía.

La risotada fue ahora general, incluidos Berto y Sole, rojos como un tomate mientras asentían de forma retadora: "Si, si… como algunos otros que hay por aquí". Y alguien dejó de reírse a gusto ante el cariz que estaban tomando las cosas y por lo que pudiera caerle.

Yo había tenido dos novios reconocidos además de algún otro lío ocasional tras alguna fiesta épica. Con Fernando había llegado a follar por lo menos en dos ocasiones que recuerde y en una, incluso, tuve cerca el primer atisbo de un orgasmo. Daba por sentado que Juanjo había tenido sus cosas con alguna de la Facultad y de Letizia sabía que pese al aspecto enrollado y lo provocativa que podía llegar a ser, no había pasado del sobeteo con él. Las chicas nos contamos esas cosas.

Pese a la digresión, la conversación había vuelto a sus derroteros anteriores si bien el bochorno en el local había aumentado bastante. Rebeca se abanicaba con una hoja de papel su gran escote, sentada sobre uno de los sillones con las piernas ligeramente abiertas, aumentando la base de sustentación.

  • Podríamos ir a la costa de Almería. Nuestros padres tienen allí un bungalow y a lo mejor nos lo dejaban un fín de semana- decía Tino.

  • Está un poco lejos eso – dijo Juanjo- y tendríamos que ir en autobús… en el coche no cabemos todos.

  • Pero sería impresionante, está en una playa enorme muy poco urbanizada. Seguro que ahora apenas hay nadie – animaba su hermano- Estaríamos a nuestro aire en la playa. Nos podemos bañar en bolas por la noche. ¡Total, no hay quien te vea!.

La propuesta era atrevida. Lo había dicho porque sí, para dar ejemplo de soledad, pero era Junio, teníamos 18 años y un motín hormonal. Fue por eso que todos nos enderezamos en el asiento y exclamamos cosas tales como: "¡eso, cojonudo, en bolas todas…! Porque a ninguno se nos pasaba por la imaginación quedarnos desnudos delante de nuestros amigos, delante de Juanjo, que apenas se sonrió y miró a Letizia más allá de la tela de su blusa. Parecía ser ella la víctima de ese verano. Era más de lo que mi yo podía soportar. Aquella niñata...

  • Pues yo me apunto- me oí decir e inmediatamente 12 ojos se clavaron en mí, que estaba de pié, apoyada en uno de los sillones frente con frente con Juanjo, a la izquierda de Letizia.

  • ¿A lo de Almería o a bañarte en bolas?- dijo Tino.

  • A lo que sea.- respondí azorada pero rápidamente.

  • ¡Anda guapa, tú no te pones ni en top-less, y menos delante de éstos!- dijo Rebeca con tono desafiante, paseando la mirada a través de los reunidos, señalando especialmente a los dos hermanos.

  • Hombre, de noche y en el agua – contemporizaba Berto- a lo mejor nos animábamos….

-… bien cargados de güisqui.- dijo Tino y todos volvimos a reírnos. En este punto todo el mundo sudaba. Letizia se llevaba nerviosa un dedo a la boca y Berto intercambiaba rápidas miradas con su novia, Sole, que por lo demás parecía divertida. Rebeca era la que mejor aguantaba el tipo. Estoy segura de que disfrutaba con nuestra turbación. Una vez, hacía dos años, había ido con unas amigas a la playa y en una pequeña cala nos atrevimos a quitarnos el top del bikini. Aguanté dos minutos, justo hasta que una pareja que tomaba el sol a 100 metros se levantó mínimamente para darse crema.

En el silencio que se sucedió pude observar lo mal que los pantalones ocultaban la incipiente erección de los chicos. Empezaron a cruzarse las piernas y Tino carraspeaba nervioso. No me perdían ojo. Yo había empezado aquello e iba a quedar mal delante de los colegas y del tío que me gustaba si no encontraba en segundos una salida airosa, o mejor, original:

  • Bueno, quería decir….que el desnudo no es tan importante… Es natural…¡Mirad las artistas, cuando se desnudan en una película…! O una modelo, ahí quieta delante del pintor…horas...y no tiene por qué pasar nada.- Mis palabras me sonaron al principio como si fueran de otro, pero a medida que hablaba iba captando la atención de los demás y particularmente de Juanjo, que empezó a mirarme cada vez con mayor curiosidad y sin ningún recato, imaginándose ya los pinceles en la mano.

Lejos de molestarme, un nudo caliente comenzaba a desatarse por debajo de mi ombligo y empecé a ser consciente de cada poro de mi cuerpo, del fino tacto del sujetador sobre mis pezones erizados.

  • Oye chata, que nos conocemos bien – dijo Letizia, que se había dado cuenta del cambio de actitud de Juanjo – y tu no te has puesto en bolas delante de nadie. ¡Pero si llevas años escamoteando la ducha en las clases de gimnasia...! No vengas dándotelas ahora de liberal.- Era cierto, me mojaba el pelo y marchaba a casa a ducharme, pero lo hacíamos casi todas porque la clase de gimnasia era siempre a última hora. Aunque no encontraba un argumento que explicara mi falta de naturalidad ante mi propia desnudez y la de mis condiscípulas, intuía que mi reticencia era compartida por ellas y no nos hacíamos preguntas al respecto. Pese a ello, solía llevar mi pubis muy bien arreglado, dejando un espeso triángulo de pelo acaracolado por lo que pudiera pasar, o es la costumbre de no dejar al albur nada de lo que atañe a tu figura.

Estaba desatada una guerra sin cuartel por el macho. Juanjo luchaba por disimular la excitación que comenzaba a apoderarse de su miembro y buscaba la forma de que el momento no se perdiera entre juegos dialécticos:

  • Letizia, si ella lo dice…,¡a lo mejor no le importa hacer nudismo! ¡A mí tampoco!.

  • Ni a mí.- espetó Letizia como un resorte, con una sonrisilla entre pícara y avrgonzada.

-¡… Pues hala, a quitarse la ropa tocan!- resumió Rebeca sacándose de golpe la blusa que llevaba por el cuello, dejándonos ver un sujetador enorme y el ombligo oculto por su generoso michelín. Luego se levantó y ondeó la prenda alrededor de la concurrencia – ¡Vamos chicas, calientapollas la última!- Aquello se había salido definitivamente del guión, no sabíamos qué había más allá.

Sole y los chicos la vitoreaban en su vuelta al ruedo. Berto animaba a Sole en bromas a que la imitara y Tino y Jose empezaron a soltarse la hebilla del cinturón. Sole entonces se puso de pié y comenzó a contonearse, moviendo las caderas al compás de un saxo improvisado entre la algarabía general hasta que, cuando fue evidente que su tardanza en desabrochar el botón del pantalón ocultaba el deseo de no hacerlo, Berto fingió abalanzarse sobre su novia para evitarlo, al tiempo que le soltaba un sonoro beso en los labios.

Letizia y yo nos mirábamos por encima de la escena, sopesando nuestras fuerzas con la media sonrisa colgada de los labios. Juanjo no nos quitaba el ojo de encima. Cuando Letizia se puso de pié y echó mano al nudo de su camisa, el corazón me estranguló la garganta, pero un fuerte arreón que surgía de mi útero me obligaba a estar lista para la refriega. Creí que no lo iba a hacer e incluso ella dudó un instante en el filo de separar ambas manos y aflojar el nudo, pero cuando vio que todos fijaban allí su mirada y abandonaban la visión de los pechos de Rebeca, cuando la misma Rebeca, atónita y divertida, se paró en seco a mirarla, comprendió que no había camino de retorno y que si no lo hacía quedaba sentenciada entre sus amigos. Temblando de excitación y miedo, roja como un tomate, deshizo el nudo y giró sobre sí misma, desplegó el vuelo de su camisa como si fuera una vela y lentamente se dio la vuelta para enseñarnos un sujetador de encaje morado cuyos tirantes sostenían unos pechos de mayor tamaño que el que todos dábamos por sabido.

Terminó de quitarse la camisa entre los aplausos de todos y Sole corrió hacia la puerta del local para correr el pestillo. Satisfecha de su triunfo, Letizia se puso en jarras. Estaba preciosa, con la cara encendida y la mata de pelo cayendo a un lado de la cara. Juanjo se la comía con la mirada. Jose se abandonó totalmente a la visión y abrió las piernas dejando ver una erección descomunal que debía estar ya doliéndole.

Si tenía que ocurrir algo, ahora me tocaba a mí. Pensé en mi padre, en lo nervioso que se ponía cuando en los últimos años mis bikinis menguaron para provocar las miradas cuando íbamos a la playa.

"Total, no es más que eso- pensaba para mí – Éstos están hartos de verme en la playa y además…¡qué coño!". Llevaba que ni pintado para la ocasión el conjunto nuevo de encaje negro, con aquellas cazoletas que me elevaban los pechos y les hacen parecer mayores, junto con las braguitas mínimas de talle bajo que no quería comprarme mi madre.

Me incorporé y fui caminando despacio hasta colocarme frente a frente con Letizia, que seguía exhibiéndose entre los sillones y la mesa de ping-pong.

Lentamente, mirando alternativamente a Juanjo y a ella, llevé las manos a mi espalda y mediante un movimiento de mi cuello eché hacia atrás el pelo al tiempo que iba soltando de uno en uno los tres corchetes del top. Rebeca, con su blusa en la mano y desentendida de su facha me lanzó una mirada cómplice y aprobadora. El resto del mundo no contaba.

Letizia sonreía nerviosa, viendo escaparse su ventaja inicial. Con un click saltó el último de los corchetes y el top rojo se vino a mi mano, todavía ocultando el encaje negro. Cuando lo dejé caer a lo largo de mi torso, hasta sujetarlo al lado de mi cadera izquierda, ascendió desde mi vagina una oleada de placer hondo y caliente y sentí justo entonces cómo mis jugos se enfriaban al contacto con mis braguitas. Estaba lanzada y nada me iba a parar. Además nadie había visto nada, seguía conservando mi camisa desabrochada sobre los hombros, lo que me daba alguna ventaja.

Una nueva salva de aplausos recompensó mi gesto y yo también adopté como mi contrincante una postura en jarras. Letizia estaba muy nerviosa buscando desesperadamente una salida digna.

  • No vale, porque tú llevas todavía puesta la camisa – dijo, como si aquello fuera un juego de prendas adolescente. Como si aquello no fuera la vida.

  • ¡Tiene razón, tiene razón la Leti...!- gritaba Berto. "Podía callarse este crío"- pensaba yo para mis adentros viendo que la situación ya no estaba tan clara.

Juanjo, para este momento debía de haberse dado cuenta de que el asunto le tenían a él como eje, porque estaba empezando a encontrarse en la gloria con dos bellezas quitándose la ropa para él. Estaba claro que ningún otro de los presentes podía quitarnos ya el protagonismo. Por eso se decidió a forzar un poco más la situación:

Chicas, podeis dejarlo donde está. Así no habrá vencedoras ni vencidas. Pero por nuestra parte – dijo dirigiéndose al resto- no nos importaría que os dejarais las bragas en la pelea- con el consiguiente regocijo general.

  • Si quereis seguir en ello, por mí no hay problema"- ¿cómo podía yo estar hablando así, envenenada?- pero también vosotros teneis que empezar a quitaros la ropa.

Evidentemente no había huevos para aquello. Al final éramos nosotros, una panda de adolescentes inseguros a los que les gustaba hablar y alardear pero que en el fondo eran incapaces de dar un paso adelante cuando la situación lo requería. Uno a uno fueron esbozando un sonrisa y bajando la mirada a mis ojos desafiantes que fueron pasando por cada uno de ellos, como la goma sobre la línea que haya escrito un lápiz. Sólo al llegar a Letizia observé que me devolvía la mirada. Aquello había sido una competición entre las dos pero de alguna manera ambas éramos ganadoras y compartir la victoria nos unía.

Pero Juanjo no era como los demás y la ocasión se la estaban pintando calva. Su orgullo personal y su superioridad manifiesta sobre el grupo no le permitían que aquello acabara así.

-Pues yo no voy a cortarme un pelo.- y con un rápido movimiento se desabrochó el pantalón y tiró del cinturón. Con ambas manos se bajó los pantalones mostrándonos a todas un bulto más que generoso bajo sus boxers a rayas.

Atronó de nuevo la clap mientras terminaba de sacarse los pantalones quitándose sin desabrochar las deportivas. "¡Macho, macho...!" coreaban y Juanjo, con ambas manos entrelazadas por encima de la cabeza saboreó su momento. Más todavía cuando con movimientos insinuantes, y no lo hacía mal el tío, comenzó a desabrocharse la camisa botón a botón, lanzando besos a Sole y Rebeca, que no perdían fotograma. Tino, su hermano y Berto pretendían escandalizarse gritando con falsetre histérico y tapándose el rostro con las manos. Cuando le faltaban tan sólo dos botones, introdujo dos dedos dentro del elástico del boxer y amenazó con bajárselos. El mero hecho de pensar que aquella pija con cuya imagen me había estado masturbando un trimestre entero surgiera de aquellos calzoncillos especialmente dedicada a mi persona estaba provocando un torrente en mis bragas.

Así que cuando por fín terminó de quitarse la camisa y la tiró teatralmente sobre Rebeca me bastó una sóla mirada de provocación por su parte para que, subiéndome encima del sillón, comenzara a mi vez a ondular el cuerpo mientras mi lengua salía de la boca para mojar aquellos labios que parecía que me iban a estallar de calentura. De mi boca salía un murmullo gutural in crescendo que acrecenté al bajar el cierre del pantalón y desabrochar el botón, con lo que mi fina lencería negra quedó a la vista de todos. No exagero si digo que los chicos babeaban. Jose, escondido detrás de su hermano, se tocaba disimuladamente y parecía a punto de estallar. Letizia estaba muy nerviosa pero denotaba también gran excitación. Giraba su torso al compás, pero no se había unido al rítmico palmeo que animaba y celebraba mis maniobras. Lentamente, juntando ambas piernas y sacando el culo, terminé de bajar el pantalón y lo saqué aprovechando para quitarme las sandalias. Agarrando las puntas de la camisa de lino blanco, quedé en jarras ante el aplauso general de aprobación.

-Bueno, Leticia, te toca...- vino a decir Juanjo, mirándola fijamente a los ojos y agarrándose de nuevo el elástico. Estaba muerto de ganas de empezar a pajearse.

-Es hora de que veamos tus argumentos, monjita.- fue un golpe bajo el que le dí. Probablemente ella sabía que en cuestiones de sexo, pese a su talante pretendidamente más abierto, yo había llegado más lejos. Aquello era nuevo para ella y ni en sueños podía haber imaginado...

-¡Sois unos cerdos,... los dos!- y para mi sorpresa, sin pretender realizar un baile erótico pero sin hacerse de rogar, lentamente, sin pausa, comenzó a desabrocharse el pantalón con la cara absolutamente encendida, hasta que se quedó allí, en bragas y sujetador delante de todos. Llevaba una bragas blancas, de talle alto rematadas por una pequeña florecita en el centro de la goma. Inmediatamente que se hubo desnudado, pareció obillarse sobre sí misma y con los brazos y las manos pretendía taparse. Era ridículo, porque todos nos habíamos visto en traje de baño, pero ahora el silencio era sepulcral. Incluso Juanjo estaba absorto, mirando la que había armado y sin poderse creer que tenía medio desnudas a dos bellezas de 18 años coladas por él.

-Bueno Laurita, al final eres la que más vestida te has quedado. Deberías de mostrarnos tus encantos sin tanto recato.- dijo Tino con una voz que pugnaba por no quedar abortada en la garganta.

Pero no había llegado hasta allí, probablemente poniendo en entredicho una reputación que evidentemente había dejado de importarme para que aquellos niñatos me vieran las tetas. Darles argumentos para hacerse gallardas a mi salud durante los cinco años siguientes. Además, entendía que ahora, la dueña de la situación era yo y tonta sería en no aprovecharla.

-¡Te vas a quedar con las ganas, cabrón! Habeis tenido la oportunidad de quitaros la ropa vosotros y ahí os habeis quedado, como pollos asustados. No vais a tener ahora el premio. Vosotros dos,- dije dirigiéndome a Leticia y Juanjo- si todavía os quedan ganas de seguir jugando, seguidme!- y a la vez que sin demasiado aparato me dehacía de la camisa, quedandome en sujetador y bragas negras, me metí en la habitación que había a mi espalda y que solía usarse como aula para los más pequeños.

Encendí la luz y entré. Como no había ventanas y no entraba el sol, estaba más fresco que el salón principal. Volví la puerta tras de mí pero sin cerrarla del todo, retando a mis compañeros a entrar. El aire frío me devolvió a un estado mental previo en el que me pregunté qué demonios estaba haciendo, medio en bolas, un sábado por la tarde. Como la puerta no se habría estuve tentado en pensar que Juanjo y Letizia se habían rajado y yo era la ganadora. Después de todo, tampoco había perdido tanto. Era como haber estado en la playa con los chicos.

Pero allí entraba Juanjo, en gallumbos, con una sonrisa de oreja a oreja en los labios, mirándome desafiante. No llegó a cerrar la puerta, porque tras él venía Letizia como una oveja que caminara hacia el matadero, con los brazos ocultando en parte su estupenda anatomía. Su piel se erizó al contacto con el frío. Era la viva imagen de la vulnerabilidad.

Nos quedamos los tres mirándonos. Con la puerta cerrada pasara lo que pasara todos tendrían que creer lo que nosotros decidiéramos contarles. Así pensado, lo más sencillo era esperar un rato y salir después de esa misma facha diciendo que nadie se había cortado. Al menos esa era la esperanza de Letizia. Lo malo es que yo veía mi oportunidad de llevarme al tío más deseado del barrio y Juanjo estaba en una situación que ni había soñado.

  • Bueno, ya sabeis a qué estamos aquí. ¿Quién empieza?- preguntó Juanjo. No apartaba las manos del elástico del boxer y tiraba de él hacia fuera para ocultar en lo posible su erección.

  • Oye, ya que nadie va a ver nada, a lo mejor podíamos...- intentaba argumentar Letizia.

  • De eso nada, bonita. Lo vamos a echar a suertes y el que pierda, se quitará una de las prendas que le queden. Vamos a ver quién tiene las tetas mejor puestas.- Estaba iracunda, dispuesta a ahondar en la herida abierta.

  • Sois muy listas vosotras. Os quedan dos prendas todavía y a mí sólo una. Teneis que empezar vosotros la fiesta.

  • Mala suerte,-se atrevió a decir Letizia- si te toca el primero, te desnudas tu y asi las que ganamos somos nosotras.

No estaba entre mis intenciones la de dejar escapar a la niñata con vida, pero la perspectiva de bajarme las bragas, húmedas como estaban, delante de Juanjo todavía vestido no me agradaba en absoluto, así que busqué rápidamente con la mirada algo con lo que organizar un sorteo y reparé en las tizas que estaban bajo la pizarra. Había justo tres, de diferentes tamaños. Sin dejarle tiempo a Juanjo para que pensara, decidí que quien sacara la tiza más pequeña sería el primero en proceder y luego, iríamos por orden de tamaño.

La primera en probar su suerte fue Letizia. Tenía las manos sudorosas cuando rebuscó con sus dedos en mi palma para cogerla. Abrió a continuación la suya para enseñarnos su trofeo y casi se le escapa un sollozo cuando comprobó que el tamaño no era el esperado.

  • ¡¡Puff...!!- y volvió a su postura, con los brazos por delante del cuerpo.

Juanjo procedió a continuación, con gesto seguro. Su tiza era manifiestamente más grande que la de Letizia. Entonces abrí mi mano para ver algo que yo ya sabía. Que me había quedado con la más pequeña.

  • Pues bueno...- había perdido y me costaba caro. Sin hacerme de rogar llevé ambas manos al cierre del sujetador y clavando la mirada en ella, lo desabroché. Antes de sacármelo por los brazos, observé la mancha de humedad que pugnaba por poner de manifiesto la excitación de Leti que contrastaba con su cara, roja como un tomate.

Me sentía superior. Habían quedado expuestos mis pechitos, que poca gente había visto hasta entonces, delante del hombre que me ponía y mi rival. Juanjo devoraba con la vista mis tetas, de un tamaño mediano, con la areola levemente levantada y con los pezones a punto de estallar. Sabía que allí en pie, con mis braguitas negras, era una diosa para él. Un silencio espeso se abatió sobre nosotros. Letizia nos miraba a ambos alternativamente. Había abandonado aquella postura pudorosa y ahora no sabía dónde poner las manos. Las restregaba nerviosa a lo largo de su flanco hasta la cintura. Tenía ya una marca roja allí.

Finalmente ambos la apremiamos con la mirada a continuar el juego. Arqueaba la espalda y movía los brazos sin sentido, adelante y atrás. Había perdido todo su saber estar. Era una chiquilla destronada. Se llevo las manos a la trabilla de su sujetador blanco y con gestos inseguros hizo presa en el broche. Muy nerviosa, no acertaba a desatarlo. Juanjo parecía empujarla con la mirada y en un gesto de estúpido esfuerzo sacaba la lengua como si quisiera ayudar.

Finalmente Letizia acertó a desabrocharlo y el sujetador quedó pendiente de sus hombros. Movía la cara a un lado y a otro, negándose a perderlo.

-¡¡Venga, termina de una vez monjita!!- le espeté sin ninguna consideración. Y rompiendo a llorar, sin cuidarse de volver a abrochar el corchete, se dio a la fuga por la única puerta de la habitación.

Nos quedamos quietos, con los músculos en tensión como dos luchadores dispuestos a ganar el centro de la cancha. Yo estaba dispuesta a todo. Mi deseo era dejarme hacer, llegar donde nunca había llegado, ser penetrada una y otra vez. Quería que se avalanzara sobre mí y me cerrara la boca con sus labios, mordérselos hasta hacerle pagar, por capullo. Y luego ser suya allí mismo, sobre uno de aquellos pupitres infantiles. Pero no se decidía. Podía también arrancarme las bragas y ser yo la que le despojara del calzoncillo. Arrodillarme y chupar aquella polla que sólo llegaba a imaginarme. Pero seguía allí parado, esperando.

  • Te toca.

Era verdad, ahora le tocaba a él y debía quedar desnudo. Le hice salir de un sueño pero no daba muestras de flaqueza. Con ambas manos en las caderas comenzó a bajar el boxer muy despacio, hasta que un palo duro y enhiesto dificultó el descenso de la prenda. No aguantaba más. Un resto de dignidad me impidió ayudarle a desnudar aquella polla. Me sonrió, la sonrisa pícara que le marcaba el hoyuelo de la barbilla, la que me había llevado a diferenciarle entre los demás chavales del barrio.

Lo hizo. Pasó el elástico del calzoncillo por encima del pene y me lo ofreció en una imagen nunca soñada, largo, gordo y rugoso con el extremo sonrosado prácticamente expuesto. Cayó la prenda y se quedó allí, inmóvil.

Me mojé los labios, avancé hacia él dos pasos. Él seguía inmóvil, abría mucho los ojos y respiraba por la boca en grandes bocanadas. Había que seguir el juego hasta el final. El último movimiento sería mío. Me paré a tres metros y lentamente bajé mis bragas empapadas hasta quedarmelas en la mano. La humedad de mis flujos llegaba a la cara interna de mis muslos mientras avanzaba.

Frente a él, le dejé un beso en los labios mientras mi mano recogía aquella polla y masajeaba el prepucio adelante y atrás con rítmo cada vez más frenético. No hablaba, se dejaba hacer. Cerró los ojos y suspiró, pareció abandonarse. Entonces, levanté mi pierna y con la rodilla doblada rodeé su torso, abriendo así mis labios. ¡¡Cómo ansiaba tenerle dentro...!!!

Unos años más tarde, 15 años para ser exactos, volví a mi ciudad después de varios meses de no hacerlo, alejada por mi trabajo. Era Junio y hacía también mucho calor. El sol caía a plomo en las calles vacías. Era sábado por la tarde.

Por la acera, en dirección contraria se acercaba una mujer robusta. Andaba de forma resuelta, moviendo a cada paso sus anchas caderas y unos brazos carnosos. A través de su vestido veraniego, demasiado floreado para mi gusto, se adivinaban unos grandes pechos que guardaban el compás sin complejos. Su rostro se fue haciendo familiar a medida que se acercaba.

¡Hola Rebeca!, cuánto tiempo, chica...

¡Laurita? Cagüen tal! Los años que hace tía.

Si.

No había salido de la pequeña ciudad de provincias, se había casado y tenía tres hijos. Estaba como siempre. Me invitó a un café y le conté mi vida. La universidad, la beca en Londres, la vuelta a España para ganar la tercera parte... unos padres ya mayores que eran lo único que tenía en el mundo a parte de mis publicaciones.

  • ¿Te acuerdas? De aquella tarde en la cripta de la parroquia.

  • Siiii...¿cómo voy a olvidarlo?- No lo había olvidado, viniendo por la carretera lo había rememorado dos o tres veces- Éramos jóvenes y probablemente idiotas.

  • Tú, de idiota nada, hija. No sabes lo que te he envidiado todos estos años. Tuviste dos pelotas y te llevaste lo mejor de la tarta.

  • Ja, ja... tu también te hubieras atrevido.

  • ¡Ni lo dudes!, pero yo no tenía ni la mitad de aquel cuerpo tuyo. No tuve la oportunidad. Te lo tiraste, verdad?

  • No.

  • ¡¡No? No jodas, tía. Te echaste atrás...! No es eso lo que imaginamos.

  • Fue él.

  • ¿Cómo que fue él?

  • Pues sí. Estábamos allí los dos, en bolas. Yo estaba dispuesta a todo y en el último momento...

  • ¡Salió corriendo!

  • Si.

  • ¡Los tíos!

  • Ya sabes...