Sábado peculiar

Como el joven empleado negro del supermercado cambió la rutina de un interminable sábado en casa.

SABADO PECULIAR

Oh, mis adorables negros!!!!!!!!!!, Ustedes ya conocen mi secreta inclinación hacia los hombres de raza negra. Lo cierto es que desde que estuve de vacaciones en la costa de mi país y me involucré sexualmente con el lanchero que me condujo hasta la playa donde mi amiga tenía su cabaña. No había podido estar con ningún otro negro, a pesar de mis deseos de que eso se diera. Es por eso que lo sucedido esa tarde del sábado, fue algo coincidencial, así no lo parezca.

Ese fin se semana resolví descansar en mi casa, razón por la que no quise acompañar a mi esposo a nuestra hacienda. Al parecer él entendió mis razones y decidió viajar en compañía de nuestros hijos. Se marcharon desde el viernes y solo regresarían en la tarde del domingo. Decidí dedicarme a leer y a descansar como hacía tiempos no lo hacía. Quise estar sola, por lo que permití a mi empleada doméstica salir desde muy temprano ese día para que estuviera mayor tiempo con su familia. Esa mañana desperté muy tarde, encendí la tele y con modorra, intenté ver esos programas matutinos que son lo peor. Leí algunas revistas que tenía acumuladas y entre mis sábanas recordaba con nostalgia los primeros años de mi matrimonio, cuando aun era feliz con mi esposo. Quise evocar el momento del comienzo de nuestra crisis de pareja, pero los pensamientos tristes fueron dando paso a los recuerdos gratos de mis encuentros con Armando, mi primer amante negro, el hijo del jardinero de nuestra hacienda y cuya historia relaté en pasada ocasión.

La tranquilidad de esos pensamientos y la calma que se respiraba en casa, como hacía muchos años no acontecía, hicieron que volviera a conciliar el sueño. A eso de las 11 de la mañana, desperté algo sobresaltada al escuchar el ruido de un auto cerca de la entrada de la casa y pensé que era mi esposo con los niños que habían decidido adelantar su regreso. Comprobé que se trataba solo de otro vehículo y quise prepararme algo de comer pues ya el hambre estaba haciendo efecto en mí.

Ya en la cocina evidencié con preocupación, que la empleada doméstica, al haber salido tan temprano ese día, había olvidado comprar algunas provisiones que hacían falta en el mercado. No quise alejarme de esa sensación de tranquilidad por la soledad que se que muchos de ustedes han tenido y que añoran repetir, por eso no quise vestirme y salir a comprarlas al supermercado que queda a algunas calles de mi casa y preferí utilizar su servicio a domicilio.

La verdad es que de estas tareas se encargaba la empleada doméstica, yo no estaba muy familiarizada con ello. Telefónicamente me comuniqué con el almacén y a la recepcionista hice el pedido. La encargada me notificó que no tardarían mucho en llegar los víveres, pero como casi siempre ocurre, la demora fue mayor a la inicialmente indicada. Tomé las cosas con calma, no quería permitir que nada ni nadie perturbara mi tranquilidad ese día.

Al rato escuché que llamaban a la puerta, tomé una bata, me la puse y me dirigí hacia la puerta. Lo hice descalza, pues no me preocupaba por nada en ese momento. Al abrir la puerta me esperaba un chico de unos 22 años, con un overol abierto en el pecho y cargando las bolsas con lo pedido. Me sonrió y antes de que yo hiciera algún comentario por la tardanza, me explicó que antes del mío, debió entregar otros pedidos en lugares más distantes. Le pedí que pasara y los llevara hasta la cocina. Lo cierto fue el chico me impactó favorablemente. Debía medir unos 180 centímetros de altura, con la cabeza rapada como lo acostumbran a usar ahora los chicos de su edad, algo musculoso y al estar descubierto el overol en su parte superior, dejaba ver unos pectorales muy bien definidos. Su cara aun parecía de un joven que comienza a pasar a la madurez. El chico me desarmó con su amplia sonrisa y sus dientes perfectos. Pero lo más impactante es que era un chico de raza negra.

Lo seguí hasta la cocina y pude comprobar que sus glúteos eran potentes y redondos, como lo son los de la gran mayoría de los negros. El chico entregó el pedido, recibió el dinero y con la misma amplia sonrisa con que había llegado, abandonó la casa. Pero no pude lograr que abandonara mi pensamiento en toda la tarde. Hizo que me sintiera muy inquieta y a pesar intentar distraer mi mente en otras cosas, siempre volvía a mí el recuerdo de ese chico.

Ideé muchas formas para volverlo a ver. Estuve tentada de vestirme para ir al supermercado a intentar mirarlo una vez más, pero lo deseché. Al finalizar la tarde no aguanté mas y tomé la decisión de hacer un pedido a la tienda con la esperanza que fuera el mismo chico que atendiera el pedido. Lo solicitado fue algo tan tonto que aun ahora me asombre de ello: La clásica azúcar, con el agravante que en el pedido anterior ya venía incluida y no me había dado cuenta.

El pedido no demoró tanto como la primera vez, pero el desear que fuera el mismo chico que lo trajera hizo que el tiempo se triplicara para mí. Corrí hacia la puerta al escuchar el llamado y gracias a mi deseo, en la puerta estaba nuevamente él con la misma amplia sonrisa.

Me dijo que estaba de suerte pues el mío había sido el último despacho que se había hecho y que él se había ofrecido a traerlo pues quedaba en el camino a su casa. Le agradecí el gesto y le invité a seguir para que tomara un refresco. El no se hizo rogar y creo que fue debido a la manera como me había vestido para la ocasión: Tenía puestos unos pantalones muy cortos y ajustados que dejaban ver mi trasero en todo su esplendor. Una blusa muy pegada al cuerpo complementaba mi vestimenta que dejaban poco a la imaginación. Debo insistir en que a mi edad – 36 años y después de haber tenido 2 hijos- mi figura se conserva espléndida gracias a mi rutina de ejercicios en el gimnasio. Él llevaba puesto aun el overol.

El chico fue más descarado esta vez que la primera que estuvo, y me observó sin disimulo. No puedo negar que esto me calentó mucho. Estuvimos hablando sobre cosas banales mientras terminaba su refresco, lo hizo muy despacio a propósito. Al ver las fotos de la familia en una mesita de la sala, me preguntó por ellos. Le dije q estaban ausentes y que había decidido aislarme por ese fin de semana de todo el mundanal ruido.

A esta altura me encontraba bastante excitada con la presencia de Rafael, así me dijo llamarse. La verdad es que no quería que se marchara, por lo que le ofrecí una cerveza, argumentado para ello un especial agradecimiento por el favor recibido. Creo que este ofrecimiento fue entendido por él como una insinuación, pues el chico sonrió y aceptó la cerveza. Además me recordó sarcásticamente que en el primer pedido venía incluido el azucar. La conversación fue pasando a algo más personal. Me contó que tenía novia, que vivía con su madre, que trabajaba para ayudarle en el sostenimiento del hogar, etc.

Yo lo acompañé también con una cerveza y nuestra conversación cada vez se hacía más animada y mas relajada para ambos. Me dirigí al estereo puse unos compactos de la música que escuchan mis hijos. Observaba fijamente su cara y mientras él me hablaba, yo solo pensaba en la extraña sensación que este chico causaba en mí y que hacía que mi corazón palpitara más rápidamente. El tema de su conversación era trivial. Quería impresionarme al intentar tocar temas muy serios, pero la verdad sea dicha, no me interesaba para nada conversar. Sentía una imperiosa necesidad de acariciar ese rostro casi juvenil, de besar esos gruesos labios que por la experiencia que he tenido con otros hombres negros, sabía que podrían lograr en mí cosas insospechadas.

El chico, un poco tímido esta vez, tomaba su cerveza y cada vez que lo hacía quería ser yo quien sintiera esos labios en mi cuerpo. Creo que mi cara tenía una expresión muy sensual, la verdad estaba muy excitada y creo que eso se nota a primera vista en una mujer. Como forma de romper un poco más el hielo, le pregunté por sus hobbies, me comentó que le gustaba mucho practicar deportes, que asistía regularmente a un gimnasio cercano cada vez que el trabajo se lo permitía. Eso me dio pie para decirle que me parecía que tenía un pecho muy bien formado. El se sintió un poco avergonzado cuando le pedí el favor de dejármelo tocar.

Como tenía un poco abierta la parte superior del overol, deslicé suavemente mi mano sobre esos macizos pechos. Estuve tocándolos de una manera muy sensual, lo que evidenció un aumento en la excitación de Rafael. Noté como su respiración aumentaba a medida que mi mano palpaba su piel. Se dejó tocar recostado en el sofé y cerraba los ojos como intentando lograr una mayor sensación. Tomé la iniciativa, pues sabía que él no se atrevería a hacerlo y lo besé. No se si fue la expectación o en verdad mi deseo era muy fuerte, pero al posar mis labios en los suyos, sentí un devaneo que casi me hace perder la conciencia.

Me arrodille sobre él, poniendo mis piernas a cada lado de su cuerpo y con las manos acariciaba su cabeza mientras mis labios se saciaban con los suyos. El instintivamente pasó sus manos por mis caderas y las agarró fuertemente causándome un placentero dolor.

Levanté mi blusa y le ofrecí mis pechos: Los lamió como si fuera un perro hambriento, succionó fuertemente mis pezones, lo que hizo que yo comenzara a retorcerme de placer. Quería ser acariciada por un hombre, quería sentir un hombre, quería ser poseída por un hombre, quería ser la mujer de un hombre, quería ser la puta de un hombre.

En cada uno de los remezones, sentía una gran excitación de Rafael, su pene era ya todo un trozo de hierro que luchaba por salir de su escondite. Me sentaba sobre él. Lo enloquecía con mi movimiento. El intentó liberarlo, pero se lo impedí. Quería tener yo ese privilegio. Me arrodillé y lentamente terminé de desabotonar su overol, encontrando un boxer ya humedecido por el sudor y por las gotas que emanaban de su pija. Lo bajé un poco y salió una gran cabeza, su pene era bastante grueso y provocativo. Lo tomé en mis manos y comencé a pasar suavemente mi lengua por su superficie. El chico se retorcía del placer que estaba recibiendo y con sus manos dirigía mi cabeza intentando que yo lo tragara. Lo hice desesperar a propósito y pasé a lamer esas grandes bolas que le colgaban. Lanzó un quejido muy fuerte y me agarró el cabello bruscamente obligándome a tragarme ese tronco. Lo succioné tal como él quería por varios minutos.

A estas alturas mi concha era un mar de fluidos. Sin mediar palabra me levanté, me despojé de toda mi ropa y me senté nuevamente sobre él. Agarré esa barra de hierro caliente y la introduje lentamente para evitar que me causara dolor. Sentí como entraba cada centímetro de esa pija y lo hice lentamente para disfrutar de ese momento. Cuando ya la tuve totalmente adentro, me quedé inmóvil un buen rato, tratando de asimilar sus dimensiones. Dios... como la disfruté!!!!!!!!!! Comencé a subir y a bajar mientras Rafael me agarraba fuertemente las nalgas y dirigía las embestidas. El chico aun tenía puesto el overol, lo que me causaba mayor calentura. El sudor acumulado de su cuerpo causaba en mi una mayor estimulación, el olor a macho siempre ha sido mi favorito, mejor que cualquier loción o perfume. Me agarre de su cabeza mientras él se dedicaba nuevamente a mis tetas, lo hice para tener un punto de apoyo en la posición que me permitía disfrutar más de ese chico. Su palo era un lanza que apuñaleaba insistentemente mi interior y me hacía gozar. Aumenté el ritmo incrementando así mis sensaciones hasta que sentí un orgasmo interminable. Arañé su fuerte espalda y lancé un quejido que a mí misma me extrañó.

Rafael no tenía intención alguna de quedarse quieto. Se levantó de un solo golpe y con él me levanto también a mí, depositándome en el sofá. Agarró su excitada verga y montándose sobre mí, me la introdujo de un solo golpe. Esta vez sí me sentí un poco de dolor, pero igual estaba demasiado excitado como para controlarlo. Me besó desesperadamente y comenzó a mover su cuerpo sobre el mío. Como pude agarré sus nalgas, las mismas que me habían impactado cuando lo vi entrar a mi casa. Eran fuertes y muy duras. Las acaricié, las toqué y sentí cada embestida de su miembro en mi interior. Me relajé y me dedique a disfrutar sintiendo como mi cuerpo le brindaba placer a ese muchacho. Se pene era un gran tronco que salía y entraba con gran fuerza y llegaba muy adentro de mí. La fuerza que Rafael imprimía en cada movimiento parecía introducirse a través de ese poderosa herramienta negra. Sus vaivenes fueron cada vez más frenéticos hasta que estalló en un fuerte orgasmo. No eyaculó adentro, lo hizo sobre mi estómago, lo que agradecí pues no estaba preparada para evitar un potencial embarazo. Sus chorros de leche mojaron mi cuerpo y se esparcieron sobre él causando una imagen muy erótica. Se avalanzó sobre mí y nuestros cuerpos quedaron impregnados de su caliente y espesa leche.

Rafael no podía creer lo que había pasado. Todo fue tan rápido que no tuvo tiempo de asimilarlo. Lo sentí nervioso y preocupado. Un poco aturdido por lo vivido, pero tomé su cara y lo besé demostrando con ello que todo había sido consentido por mí y que lo había disfrutado tanto o más que él.

Estuvo acostado sobre mí un largo rato, mientras yo cariñosamente acariciaba su cabeza y él tocaba y besaba mis pechos. Cerca de la media noche, y después de haber dormitado un poco, Rafael decidió que era hora de marcharse. Se levantó, terminó de acomodarse el overol y dándome un beso se marchó.

Yo continué acostada en el sofá, con una extraña sensación de gusto por lo que había pasado y de remordimiento por no haber tenido fuerzas para controlar mis ganas. Pero pude comprobar que mi voluntad es frágil frente un macho negro

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