Sábado noche
¿no os ha pasado ningún día que os habéis sentido como poseídas por un furor sexual fuera de toda norma? Cierto que para algunas, entre las que me encuentro, esa "norma" es siempre elavada... Pero ciertas cosas deberían hacernos desconfiar y pensar que... quizás hay alguién detrás de todo ello. DARK
Lucía se metió en la ducha, y yo terminé de secarme en su habitación. Todavía no entendía cómo me había liado para esa fiesta, otra más de sus malditas fiestas de gente estirada que me resultaban mortalmente aburridas. También a ella, estoy convencida, pero siempre seguía insistiendo. Al final le podía el qué dirán, y eso no lo soporto, ella tiene mucha más personalidad que todo eso... aunque hay que reconocer que sus contactos de esas fiestas siempre nos habían abierto puertas de lo más interesante... Pero lo cierto es que, como siempre, me había enredado para acompañarla. ¿Por qué nunca era capaz de ir sola si tanto la gustaban? Lo peor, que casi siempre me acababa tocando a mí acceder a acompañarla, el resto de nuestras amigas eran más fuertes... O quizás es que a mí ella me compensaba luego de una manera mucho más especial...
Lo cierto es que, justamente hoy, yo no quería otra cosa que eso, que me compensara, jiji. Llevaba toda la semana súper caliente experimentando mi nueva faceta de sumisa, y el colofón de haber sido violada por un perro enorme todavía provocaba fuertes humedades en mi coño de sólo pensarlo. Ninguno de mis líos de esta semana había estado a la altura como para aplacar una calentura que sólo podía ir a más. Evidentemente, Lu era una apuesta segura, ella sabría calmarme. Pero sabía que está noche, después de la fiesta, como mucho lograría compartir su cuerpo con uno o dos tíos, de los que no podría esperar gran cosa. Hay que joderse.
Dejé caer la toalla, y quedé desnuda frente al espejo de su armario. No sé, fue ver el montón de su ropa junto a la puerta del baño y volverme loca, yo estaba caliente, claro, a pesar de haberme pajeado en su ducha hacia un rato... Cogí sus braguitas y me las llevé a la cara. No era ni mucho menos la primera vez que hacía algo así, claro, pero esta vez todavía mantenían su humedad... "vaya, parece que Lu está particularmente cachonda hoy también, como yo". El nivel de suciedad de su prenda íntima era mayor, con mucho, de lo normal. Lamí la mancha con la lengua, emborrachándome de su sabor, de su olor... Joder, estaba tan reciente que era casi como estar con ella abierta de piernas en mi cara! Lu siempre tarda muchísimo en ducharse, seguro que también se estaba masturbando, además, así que no me corté y, tumbándome sobre su cama, metí las manos entre mis piernas mientras frotaba la cara en sus bragas abiertas, empapadas en ella, desplegadas sobre su cama. Cuando me quise dar cuenta, estaba machacando mi coño y mi culo, con mi cuerpo sacudiéndose en fuertes convulsiones sobre la cama. Fue una paja desabrida, casi violenta. La excitación fue creciendo al ritmo de mi enfado, mientras constataba que, seguramente, eso iba a ser todo lo que obtendría esa noche de ella.
En fin, me dio tiempo a correrme, a recuperarme, e incluso a vestirme. Pantalón negro ceñido, braguitas de encaje, muy pequeñas y con importantes transparencias, además de una abertura longitudinal que dejaba accesible mi raja de arriba a abajo. Para completar, una camisa blanca, de un tejido bastante traslúcido y un buen escote, aunque no fuera necesario: la trasparencia lo decía todo, teniendo en cuenta que había prescindido del sujetador. Al fin y al cabo, a las fiestas de Lucía íbamos a lo que íbamos, eso hace tiempo que lo había aprendido.
Cuando salió de la ducha, desnuda como la diosa que es, yo estaba mirando internet en mi teléfono. La miré de reojo, disfrutando disimuladamente de su cuerpo. Ella echó una ojeada a sus bragas, que yo había dejado tal cual sobre la cama, bastante deshecha ahora. La mancha oscura de mi saliva en la tela hablaba por sí misma, pero aquello era tan normal entre nosotras que ni siquiera se molestó en comentarlo. Al contrario, volvió a insistir con lo de mi coño. Cuando me desnudé para ducharme, se quedó alucinada al verme completamente depilada. Hacía años que no me afeitaba entera, desde la larga época que pasé así. Y, precisamente, porque era ella quien me lo pedía siempre. Al final me cansé, me gusta mi pelito, y como sabía que ella me iba a seguir follando con pelo o sin pelo, dejé mi cuerpo al natural. Sólo de vez en cuando me afeitaba todo o parte, y casi siempre por darle gusto a ella o a otra persona. Por eso ella, que bien me conoce, estaba tan pesada ahora intentando que le dijera quién estaba detrás de esta inesperada depilación. -- Vamos Lau, dime por quién te has pelado el coñito. ¿Rebe? -- Escucha, quiero leerte una cosa... - contesté, ignorándola. -- ¿Qué dices? ¿Me vas a leer un cuento ahora? Vamos, dime quién coño... -- ¡No es un cuento! Es un... no sé, un relato... -- ¿Uno de las historias de tu vampiro? Jeje, ¿el salido ese que quiere atarte a un altar vestida de cuero y azotarte con un látigo disfrazado de Drácula? -- ¡Calla! Eres idiota. Y no tienes ni idea. Si no quieres no te lo leo... - le dije, más enfadada de lo necesario. Más que nada porque además de enfadada estaba molesta. -- Vaaamos...
Y así, mientras ella se iba vistiendo (su mínimo tanguita rojo, y un vestidito corto y ceñido, con un escotazo abierto casi hasta el ombligo... Aunque Lu no tiene mucho pecho, sus tetas son duras, casi perfectas de forma, y estaba sencillamente impresionante; tampoco me extrañaba, y a estas alturas de nuestra vida común estaba más que resignada a volver a quedar eclipsada por ella, si bien tampoco me importaba, yo sé bien que tengo mis propios recursos, mis propias armas, y no sería la primera vez que acababa sacándole ventaja), empecé a leerle uno de los relatos de lo que estaba viviendo mis últimos días, concretamente la lección con la que el Amo terminó por someterme definitivamente o, al menos, conseguió que deseara por primera vez esa sumisión...
-- Joder Lau, - me dijo cuando acabé - pues qué quieres que te diga... ¿Un poquito exagerado no te parece? No sé, creo que ni siquiera te pega ese... sadismo, o como coño se llame.
No le dejé seguir. Me pegué a su cuerpo y la besé, me había puesto a mil leyéndole aquello, había sido como volver a vivir cada uno de los episodios con ella mirando. Lu abrió la boca y me recibió, me dejó hacer en su boca, me permitió tocarle los pechos bajo la fina tela de su vestido. Tampoco se opuso cuando mis manos empezaron a buscar debajo de su faldita. Estaba chorreando, sin duda mucho más de lo que habría mojado por nuestro pequeño magreo de haber estado serena. Las imágenes de mi cuerpo sometido habían elevado exageradamente su temperatura, dijera lo que dijera. Y su extraordinaria receptividad a mis caricias y mis besos me dio alas por un momento. Si conseguía calentarla un poquito más, podíamos olvidarnos de la fiesta. Estaba ya pensando en cómo suplicarle que me atara cuando me pidió abruptamente que parara, justo tras introducirle el primer dedo. Me separó mientras lo pedía. Me sorprendió su cara, que había perdido su habitual aplomo, la distante entereza que esperaba encontrar, como siempre. Pero no, esta vez estaba acalorada y con el gesto descompuesto. Se recolocó la faldita, ajustándose el tanga por debajo, y el escote, metiendo sus pequeñas tetas en lo más hondo del vestido. -- Anda, vámonos, que no quiero llegar tarde. Y, tal como estas hoy no sé yo. El vampiro ese te tiene salida tía. -- ¿De verdad que no quieres quedarte? - le pregunté, ya sin tapujos. -- No. Quiero irme, y ya. Si no quieres venir conmigo lo entenderé. Otro día seguimos con esto ¿vale?, me cuentas todo lo que tienes en tu oscura cabecita y... nos divertimos un poco - dijo, dándome un besito conciliador.
Naturalmente dije que sí. Las siguientes horas fueron ni más ni menos que lo esperado. Resumiendo, un repertorio de salidos sin interés mirándome las tetas mientras hacían visibles esfuerzos por preguntarme mi nombre, y no directamente si me moría de ganas por follarles. Reconozco que a veces me gustaba entrar en el juego, aún en las fiestas de Lu, pero esta vez no tenía el día. Fui escapando de baboso en baboso hasta que encontré uno que quizás no lo era tanto. E, incuestionablemente, estaba más bueno. Ahora fui yo la que no quise hablar demasiado. Seguía caliente y, lo que es peor, mortalmente aburrida. Combinación fatal en mí que ya sé cómo acaba siempre... Así que, a la tercera frase hecha del tipo aquél, fui yo quien le besó con la boca bien abierta y trayendo sus manos a mis tetas. A partir de ahí todo fue un poco más fácil. Él tío estaba, efectivamente, bastante bueno, y quería follar como objetivo prioritario esa noche tanto como yo. Además, como pude comprobar en medio del magreo, no estaba nada mal dotado… Tras esa pequeña comprobación, ya no quise perder el tiempo ni un minuto más. Le dije que iba un momento al baño, y salí en busca de Lu, con la vana esperanza de que estuviese libre y quisiera venir con nosotros. Absurdo, por supuesto. En medio del gentío que, cada vez más, atestaba la fiesta, pude vislumbrarla al fondo de la sala. Hablaba con un tipo imponente, alto y fuerte, del que poco más podía ver ya que se encontraba envuelto en la penumbra en el rincón donde se encontraban. No sabía si Lucía había hecho ya presa definitiva, pero parecía un espécimen más que apetecible. Me consolé pensando que el guapito que me había tocado no estaba nada mal, y además era más bien el tipo de Lu, más que mío. Pero lo que pude sopesar su polla hacía que se me hiciera la boca agua. Regresé junto a él, que se mostró casi sorprendido de mi vuelta, cosa que no me hizo suponer nada bueno, pero a esas alturas yo ya no pensaba en nada más que follar.
-- Llévame a tu casa, anda - casi le escupí la orden. Prácticamente no abrí la boca durante el trayecto, aunque tampoco me dio mucha oportunidad. Era un tipo bastante pereza, pinito de aspecto, pero sin demasiado gusto, y aparentemente muy seguro de sí mismo (lo que contrastaba bastante con la cara de sorpresa que puso al verme volver tras desaparecer buscando "el baño". Tampoco tenía ganas de hablar, así que le dejé soltar su rollo mientras intentaba refrenar los impulsos de mi cuerpo. Necesitaba el sexo como una droga. No entendía por qué, pero leerle aquella historia a Lucía me había encendido por completo. Me sentía poseída por una fuerza superior a mí.
Al llegar al portal empecé a besarle, en el ascensor intenté desnudarle (cosa que me impidió hacer, visiblemente nervioso y muerto de vergüenza) y no duró más allá de cerrar la puerta de su casa tras de mí antes de que me abalanzara sobre su cuerpo y empezara a morderle y lamerle con furia, arrancándole su ropa mientras me despojaba de la mía como buenamente pude.
Cuando me quise dar cuenta, él se reía pero con expresión nerviosa, casi asustada, y prácticamente me apartó de él. Estaba cubierto de saliva y arañazos por todas partes. Yo estaba en braguitas, que poco tapaban, pero tenían suficiente carga erótica como para que mereciera la pena dejármelas. Por la abertura de la ingle sentía mis jugos rezumando hacia los muslos. Él se había quedado en calzoncillos, unos bóxer blancos de marca, y era tal su excitación que los tenía insoportablemente abultados. Realmente tenía una polla grande. Intenté arrancárselos, y él se apartó riendo, diciendo que yo era una niña mala y otras estupideces que no le pegaban lo más mínimo. No era precisamente el tipo de hombre al que le dejaría dominarme pensé, recordando al Amo con una punzada de deseo...
Cuando me quise dar cuenta, el idiota se había separado de mí, diciendo que nos vendría bien tomarnos una copa y relajarnos para conocernos mejor... "¡Hay que joderse!, me dije, sudorosa, con las tetas hinchadas como dos globos, deformadas por la tremenda erección de mis pezones, vestida únicamente con unas braguitas de lencería de auténtico infarto. Y él andando como un auténtico borracho para intentar disimular la brutal erección que se clavaba en sus calzoncillos abultadísimos...
Me di la vuelta, pasando de él, y me puse a buscar el dormitorio. Estaba cabreadísima, y acababa de darme cuenta de que el cabreo no era por él, ni siquiera por Lucía. Era por mí. Tuve claro que no tenía que estar allí, mi lugar era otro... Sentí entonces un mareo insoportable. Mi cabeza se llenó de colmillos, dedos ávidos y frías mazmorras, cadenas, esposas, vendas y fustas, miles de manos de miles de cuerpos buscando el mío, buscando tocarme, gozarme, violarme, y perros, perros enormes y oscuros como la noche... Estaba borracha, a pesar de no haber bebido ni una gota de alcohol. Estaba borracha de sexo.
Abrí una puerta, y me sorprendió un bronco ladrido. -- Tranquila, sólo es Otto, mi perro. Es un pastor alemán, de los grandes, pero casi tonto de puro bueno... No podía ser... un perro. Cerré aquella puerta y seguí hasta el fondo del pasillo.
Sin darme cuenta, había entrado en el dormitorio. A tientas busqué la cama, y a duras penas conseguí dejarme caer de bruces contra el colchón. Me faltaba el aire. Oí entonces cómo el idiota encendía la luz y dejaba su copa encima de algún mueble. En realidad, pensaba en él como "el idiota" porque no recordaba su nombre. De hecho, creo que nunca lo supe. No me di cuenta de que le estaba ofreciendo lo mejor de mi anatomía hasta que noté sus manos sudorosas posarse sobre mis nalgas. Ni recordé la abertura de mis braguitas hasta que sentí su lengua afilada recorriendo mi raja.
-- Oooooohhhh - aquello me sorprendió, y muy gratamente. Por un momento, pensé que la noche se enderezaba al mismo tiempo que lo hacía mi clítoris. Su lengua pegajosa siguió recorriendo mi vulva, estrenando su afeitado integral... mmmmmm, hacía tanto tiempo, casi no recordaba lo distintos que eran los matices...
Mi coño se apresuró a expulsar líquidos como para apagar un incendio. O como para provocarlo. Esperé que aquellos manjares obrasen su esperado efecto afrodisíaco en mi amante. Entonces, le escuché gemir primero, luego jadear, farfullar. Se detuvo un instante eterno, y luego volvió su lengua. O eso debía ser, porque parecía otra... De repente, lamía como un gatito bebiendo su leche. Mi coño se secó, incapaz de mantener esa farsa. Molesta, me revolví, y me levanté. El idiota mostraba una generosa mancha en sus bóxer. ¿Sería posible? ¡Se acababa de correr sin siquiera dejarme tocarle! ¿Pero que coño había hecho, pajearse mientras me mamaba? Pero si casi no me había dado más de dos lametones... -- Ven, túmbate en la cama... - le ordené con tono imperioso y desagradable. Estaba furiosa. Él, en cambio, parecía extasiado, como si se hubiera pegado el mayor polvo de su vida, y me obedeció si dudarlo. Parecía divertirle. Pese a que se acababa de correr, su pene mantenía una vigorosa erección que seguía abultando sus calzoncillos. -- ¡Eh! ¿Qué haces? - me preguntó al verme rebuscando en cajones y armarios... -- ¡Cállate! ¿Tienes una cuerda? -- ¿Una cuerda?
Abrí un armario y descubrí sus corbatas. "Perfecto, morboso incluso", me dije. El pobre tipo alucinaba, aunque en realidad era incapaz de reaccionar. No estaba preparado para lo que le estaba haciendo, y se limitó a reír nerviosamente mientras le ataba las muñecas sobre la cabeza. Podía sentir su aliento caliente y húmedo en mis pechos, pero me resultaba casi más desagradable que excitante. Procuré centrarme, había estado con gente peor, por motivos diversos, que este idiota. Y lo cierto es que, casi desnudo, por el momento ganaba puntos, tenía un cuerpo auténticamente delicioso... Le empujé hasta tumbarle, y até con fuerza las manos unidas al cabecero. Ya que había corbatas de sobra, le até cada pie a una pata de la cama, bien separados. Mis precisos movimientos me hicieron acordarme del Amo atándome a mí, y no pude evitar un fuerte estremecimiento de deseo... -- ¿Qué vas a hacer? -- ¿Tú que crees? - le dije mientras subía a la cama, y me erguía sobre su cuerpo, apoyada en mis rodillas - ¿robarte? -- ¿Te va este rollo? Igual vas a querer luego que te azote, nena... -- Si eres bueno igual no tengo que azotarte yo a ti - le dije, en un tono mucho más seco de lo recomendable. Intentó moverse, y vio que estaba mucho mejor atado de lo que pensaba. Al sentirse inmovilizado por completo, por un momento se asustó, se lo noté en la mirada. Pero su falo se alzó en los calzoncillos todo lo que pudo y más... Sabía donde estaba la cocina, no me costó encontrar allí unas tijeras. Me resultó divertida su mirada de horror cuando me vio a aparecer con las tijeras de pescado y llevarlas junto a su apéndice más preciado. -- Tranquilo amoooor, - dije acariciando su polla sobre la tela - ¿no pensarás que iba a querer hacer daño a esta preciosidad verdad? sólo quiero liberarla... - y fui cortando la tela del calzoncillo a ambos lados de su sexo para poder quitárselo ya que, atado como estaba, me era imposible hacerlo de otra manera. Su falo emergió con furia - ¡Joder, vaya preciosidad que tienes aquí! - exclamé, acariciando su polla. Era grande, larga más bien, más de veinte centímetros, no demasiado gruesa, pero muy hermosa. Enredé los dedos entre el vello de su pubis, sopesé los cojones, grandes, que se removieron agitados por mi contacto. El glande echaba líquido transparente sin parar, y los restos pegajosos de su reciente corrida cubrían todo el tronco. - Bueno, polla bonita.. ahora quiero que acabes lo que me estabas haciendo antes... - y fui reptando por su abdomen, arrastrando mi pubis bien pegado a su cuerpo, su tripa, su pecho, con la vulva abierta esparciendo su pringue por toda su piel... Cuando llegué arriba, me incorporé un poco, me abrí del todo y me dejé caer con fuerza sobre su cara. Le pillé con la boca abierta, justo cuando iba a gritar y se vio inmerso en mi oscuridad más profunda. Su lengua entró de manera natural en mi coño, abierto de par en par, mis labios, mi ano y mi clítoris se frotaban contra sus labios, su nariz, su barbilla. Empecé a moverme rítmicamente sobre él, girando, echándome adelante y atrás, arriba y abajo, con fuerza, con ganas... él intentaba gritar, supongo que respirar también, no sé, fuera lo que fuera lo que intentaba hacer con su boca, su lengua, su cara, todo se relejaba en mi sexo de tal manera que algo parecido a una comida perfecta estaba sucediendo allí abajo, pese a ser yo la que estaba haciendo todo el trabajo. El pobre intentaba patalear, bracear, escaparse, siquiera moverse... la sensación de poder y la excitación acumulada me hicieron correrme rápido. Lo increíble fue su reacción.
Cuando empecé a vaciarme en él, me levanté un poco para dejarle respirar, tampoco quería que se ahogara... pude ver cómo mis flujos manaban directamente sobre sus labios, e iban entrando en su boca. Él se relamía, con los ojos en blanco, extasiado, como si nunca jamás hubiera probado algo parecido... y estoy convencida de que jamás lo había hecho. El tipo soltó un hondo gemido y, cuando me quise dar cuenta, noté tres fuertes trallazos de un líquido espeso y caliente golpeando mi espalda. Al girar la cara, sólo pude ver los restos de su orgasmo, la polla temblando con fuerza, dura como una barra de hierro, terminando de eyacular ya de manera más apacible pero bastante copiosa... "Vaya, he estado con eyaculadores precoces, pero lo de éste merece un premio, aunque parece que no le falta vigor al tipo..." pensé para mí, divertida.
-- ¿Te ha gustado eh? - le dije envuelta en el éxtasis de mi corrida. -- Tía, eres un volcán... te he hecho correrte bien ¿verdad?
"Como si tu hubieras hecho algo, amor" estuve a punto de decirle. Bajé un momento de la cama, y me quité las braguitas, casi destrozadas a esas alturas, además de absolutamente empapadas. Estábamos los dos desnudos por completo, y la imagen era agradable. Siempre me estremece la sensación de intimidad tan fuerte que siento en estos momentos, aún con gente como él, que no me dice nada...
-- ¿Por qué no me sueltas para que te folle? Creo que debes recibir tu merecido Laurita... - vaya, él sí recordaba mi nombre ¡ups!
No me molesté en contestarle, tan sólo me puse a cuatro patas sobre él, cabeza abajo en la cama, y empecé a lamer su polla, limpiándola de los abundantes restos de semen que la cubrían. Su sabor era delicioso, el tipo se estremecía con cada pasada de mi lengua, y cuando me la metí entera en la boca empezó a gritar. La imagen de mi culo y mi coño abiertos delante de su cara debían estar ayudando a sacarle de quicio, jijij. No intentó, pese a todo, hacerme nada por su parte, es cierto que tenía la movilidad muy limitada, pero también era cierto que, si bien estaba en lo físico espléndidamente dotado, algo me decía que mentalmente no era capaz ni de imaginar el número 69.
Llegó un momento en que me vi tragando polla con tantas ganas que pensé que se la iba a arrancar. Le oí gritar, no jadear ni gemir, gritar, y me dio miedo estar pasándome, notaba mis colmillos muy salientes y afilados esa noche, con ganas de sangre, pero me resistía a acabar con él, me había propuesto intentar controlarme un poco más con eso... Además, notaba que el sabor de sus líquidos se iba espesando, y viendo su trayectoria consideré adecuado darle un respiro antes de que una nueva corrida pudiera hacer que se viniera abajo. Chorreando baba y sus líquidos seminales, dejé escapar a su polla. El tipo emitió un hondo suspiro...
-- ¿Me vas a soltar ya, Laura? -- Cállate. - Cogiendo una nueva corbata, le amordacé, haciéndole un fuerte nudo contra su boca abierta. Creo que me empezó a insultar ahí, pero me daba igual, no podía entenderle, ni siquiera oírle. Y no quería oírle para nada.
Me bajé de la cama, sin ni siquiera mirarle más allá de su miembro empalmado. Me arrodillé a sus pies, se lo agarré y empecé a besarlo, a sobárselo y a lamerlo. Despacio, disfrutando, golosa. El estaba desquiciado, daba la sensación de estar pasándolo incluso mal pero, sinceramente, me daba igual. Tampoco había hecho nada para merecer un trato diferente, y le estaba haciendo un servicio magnífico.
-- Después de hoy tu vida será una mierda, amor... nadie ya te hará una mamada como la que te voy a hacer yo... - le dije, metiéndome la sin problemas hasta los huevos. Se le mamé un largo rato, ajustando la presión y la velocidad cada vez que notaba el más leve indicio de que podía correrse. El hombre parecía al borde de sus fuerzas, le estaba dejando seco literalmente. Cuando me dio la sensación de que su miembro estaba casi aletargado después de un largo rato de intensa mamada, con mis manos empecé a masajearle los huevos, que estaban cubiertos por los ríos de saliva que caían de mi boca, llena a rebosar de su sexo. La nueva sensación hizo despertar otra vez a su cuerpo. Poco a poco fui extendiendo el masaje, su pubis, la zona del perineo, cara interior de los muslos y glúteos, alrededor de su ano... Mi saliva escurría por la raja de su culo, ayudándome a lubricar. Naturalmente, para cuando se dio cuenta de que le había metido el primer dedo, ya era tarde, porque le estaba metiendo el segundo. No dudaba que debía ser una experiencia nueva para él, su limitación era tal que debía estar odiándome por hacerle aquello. No sería el primero, tampoco, hay tanto machito suelto... Pero no ha habido ninguno que le haya hecho algo así y no haya disfrutado como nunca. La mamada completa combinada con la penetración anal es una de las prácticas que más éxitos me ha dado siempre con los hombres...
Entre lo que debían ser los gritos de protesta de aquel cuerpo que se retorcía, fui acabando mi trabajo. Me animé a meterle hasta cuatro dedos, ese idiota no merecía menos... Como era de esperar, sus quejas se fueron volviendo jadeos cada vez más intensos. Esta vez sí, conseguí disfrutar de su corrida completa. Levanté la cara, sonriente, con el semen escurriendo por las comisuras de mis labios. "Sólo por esto la noche ha merecido la pena", me dije, ya más animada.
Me dispuse a rematar antes de marcharme. Mi coño estaba pidiendo guerra, y el tipo estaba tan cachondo por lo que le acababa de hacerle que todavía la tenía completamente empalmada... -- Ahora sí que vas a saber lo que es bueno... - le solté, gateando hacia él con expresión felina y relamiéndome los colmillos. Estaba sudando completamente cuando me clavé en su polla. Me lo follé como cuando me follo a un consolador, y uno de los buenos, grande, realista, bello, con un tacto y una temperatura perfectos... y menos movimiento y pasión que la mayoría de ellos. Pero teniendo una buena polla, de nada me hacía falta el hombre que le colgaba al otro lado. Mi coño es capaz de cosas que la mayoría de los hombres no son capaces ni de soñar, hace mucho que aprendí que hay ciertas maneras de "moverse" por dentro también y, además, estaba tan empalmada que la estimulación de mi clítoris era electrizantemente estimulante, por no hablar del menor roce sobre mis pezones, que me provocaba espasmos en lo más hondo de mi vientre. Me dejé llevar, gozándome a fondo y dándome placer como si realmente estuviera sola. Me había corrido ya un par de veces cuando abrí los ojos y recordé que el tipo seguía allí. Me miraba con los ojos fuera de sus órbitas mientras yo misma me sobaba los pechos como una auténtica puta. Sin dejar de follarle, o follarme, más bien, le solté las manos. Me vendría bien un poco de estímulo externo... Como suponía, el tipo se abalanzó sobre mis tetas, machacándomelas soezmente como si su vida dependiera de ello. -- Carloooooos... mmmmm ¡me matas mi amooor! - decidí darle un poco de juego al pobre chico. Lo de llamarle Carlos era sólo una cuestión estadística, muchos de los hombres con los que he estado se llaman así. Y si no era su nombre, me daba exactamente igual. Que se quedara con la idea de que le follaba pensando en otro, casi mejor. Me lancé a la cabalgada final sobre su verga, saltando y empujando hasta sentirle clavado en mis entrañas. Fue allí, en lo más hondo, donde se derramó por completo, una vez más. A pesar de llevar toda la noche haciéndolo, pude sentir de inmediato como me colmaba por completo, hasta el punto que por los labios me empezó a escapara a borbotones el preciado líquido. Había que reconocerle un vigor de verdadero semental...
Podía llevar bastante más de media hora montándole, aunque no me había dado ni cuenta del paso del tiempo, había estado como en éxtasis. Unido eso a la tensión sexual tan brutal que me había atenazado durante toda la tarde-noche, mi cuerpo terminó por caer, agotado, sobre el colchón.
Bastante después, me despertó Carlos, o quien fuera, incorporándose para desatarse los pies. Debía estar hecho polvo, tanto tiempo atado. Noté que se levantaba, con dificultad, como si el cuerpo no le reaccionara. Yo estaba hecha un ovillo en un rincón de la cama. Me estiré, quedando boca abajo, y aparenté seguir dormida. Él se puso unos calzoncillos limpios, y se metió en la cama. Abrió las sábanas, con cuidado para no despertarme, me tapó, y se metió dentro conmigo. Afortunadamente no me abrazó. No me apetecía. Me habría ido a casa, la verdad, pero estaba tan mortalmente agotada que necesitaba un descanso. Notaba como sus líquidos escurrían sin freno mezclados con los míos, manando abundantemente por la boca de mi coño. Sí, sería mejor que yo también me pusiera unas braguitas, pero no pensaba levantarme... además, mis braguitas abiertas... ¿de qué iban a servir? ya había hecho alguna vez la tontería y, evidentemente, era como tratar de protegerse tras una puerta abierta. Tampoco me importaba por quedarme expuesta a él. Total, ¿qué iba a hacer? ¿violarme? Francamente, si se animaba a follarme el culo en medio de la noche iba a ser más bien una sorpresa agradable. Era divertido mandar, ser la Ama un rato, pero me gustaba más que fueran otros los que me hicieran cositas, la verdad.
Me desperté bruscamente. Era noche cerrada, miré el reloj de la mesilla, que marcaba las cuatro y pico de la madrugada. Me sentía completamente recuperada. Me incorporé en la cama. No tenía ni sueño, ni ganas de dormir. Si acaso, un poco de hambre. Miré al desconocido que dormía junto a mí, profundamente. Era raro, aunque lo había vivido ya tantas veces que tampoco me preocupaba. Me daba pereza seguir allí, así que lo mejor sería juntar fuerzas para marcharme, aprovechando que el tipo dormía y no tenía pinta de ir a despertar en mucho rato. Aunque antes pensaba asaltarle la nevera, por lo menos tomar algo de pan y embutido, o queso. Me rugían las tripas. Me paseé desnuda por la casa, me preparé un sándwich en su cocina, y me fui al salón a tomármelo. El tipo vivía en un piso alto, con bonitas vistas sobre los tejados de la ciudad. Comí con ganas, desnuda en sofá. Las migas de pan me hacían cosquillas en mi coño rasurado cuando caían de mi boca.
Y en esas estaba cuando el maldito perro ¡me dio un susto de muerte! salió de las sombras sin que yo me lo esperara lo más mínimo, y se levantó para ponerme las patas encima. Pensé que venía por mi comida, claro, aunque lo cierto es que sentir su contacto en mi cuerpo desnudo me excitó levemente. No pude evitar pensar en Semental, claro. Aparté instintivamente el sándwich, Otto se impulsó más hacia mí y, cuando me quise dar cuenta, me estaba lamiendo las tetas... ¡joooodeeeeer! Le ofrecí los restos de mi bocadillo, pero ni se molestó en olisquearlo, sólo siguió lamiendo y mordiendo mis tetas, podía sentir sus afilados colmillos dando placer a mis abultados pezones, casi como si fuera un aprendiz del mismísimo Dark. No me lo podía creer, y lo mejor es que me estaba poniendo verdaderamente cachonda. Pensé que quizás mi excitación era lo que había hecho que el perro se pusiera así, pero lo cierto es que... había venido directamente a mí desde el principio! Nunca quiso la comida, eso estaba claro, y me estaba comiendo las tetas ahora como pocos han sabido comérmelas, desde luego... y mucho menos el pasmado ese que me había tirado esta noche. Otto seguía buceando en mis pechos, y yo no pude evitar abrazarme a su cuerpo. Estaba en tensión, puro músculo en tensión, caliente, sudoroso, peludo, un enorme pastor alemán deseando follarme... le acaricié la cabeza y, poco a poco, le fui guiando al que debía de ser su objetivo: -- Aquí, aquí Otto, aquí está lo que buscas... - abrí bien las piernas. La peste a sexo era tan evidente que el pobre animal casi se vuelve loco, y más aún cuando pudo comprobar que yo le estaba ofreciendo el festín en bandeja. Por decirlo de alguna manera suficientemente descriptiva... bueno, se notaba que no tenía la experiencia de Semental, claro, pero... qué forma de mamar, de comer, de lamer, de morder... se enfureció con mi clítoris y mis labios menores que colgaban de mi coño abierto, su lengua entró sin oposición alguna en mi lubricado y abiertísimo coño, parecía que quería meterme todo su hocico, y yo me estaba deshaciendo... Por tercera vez, en una misma semana, esto era una locura, una auténtica locura, a mí, que nunca me gustaron los perros... -- Espera, espera Otto, por favor... - me costó sacármelo de encima, lo cierto es que no lo conseguí, más bien acabé escurriéndome entre su cuerpo y el sofá, resbalando hacia el suelo gracias a su sudor que lo bañaba por completo. Fue un movimiento difícil, más que nada porque había hecho presa en mi sexo y no tenía ninguna intención de soltarlo, pero cuando me dejé caer resbalando, en un ligero descuido fruto de su exitación, conseguí quedar en una posición mucho más favorable... porque lo mejor de la noche estaba por llegar, por fin iba a darle a mi martirizado cuerpo el alivio que llevaba todo el día buscando. Otto había vuelto a hundir su hocico entre mis tetas, pero yo notaba ya su polla hinchada entre mis piernas. Era normal que no supiera hacérmelo en esa posición, lo mejor sería ponerme a cuatro patas para que me montara por detrás, como Semental, pero si de algo estaba segura es de que el animal no iba a soltarme ya, ni siquiera para que le facilitara el asunto. Eso sí, tenía muy claro que aquella bestia se había propuesto follarme, lo quería tanto como yo y no iba a parar hasta conseguirlo... -- Así, Otto, muy bien... Así perro bueno, vamos, sube, sube un poco más... - Empecé a acariciarle el lomo, la cabeza, y el perro poco a poco fue aflojando, acomodándose a mi cuerpo. Procuré abrirme al máximo y bajé todo lo que pude. Y así, poco a poco, sintiendo el fuerte aliento y las ganas cayendo sobre mi cara al ritmo de su respiración jadeante, acabamos encajando en la postura adecuada. Sólo faltaba una pequeña ayuda... Deslicé una mano por su costado, rebuscando a tientas por aquella anatomía desconocida, y encontré por fin su polla dura, tensa, vibrante, empapada, resbaladiza... el pobre perro se deshizo de placer al sentir que le tocaba la verga. Empezó a lamerme la cara y a empujar. Su duro miembro se me clavaba en las ingles, provocando un desagradable dolor. Afortunadamente, mi último encuentro con el perro del Amo me había permitido conocer mejor la anatomía canina, y pude finalmente conducirle a mi entrada, y su instinto animal hizo el resto. Temblando, empujó con eficacia y precisión su polla en mi interior, y empezó a moverse frenéticamente, rapidísimo, gimiendo y lengüeteando en mi cara, en mi boca, gimiendo, muerto de placer. Mi cuerpo se había convertido en fuente del más absoluto placer para aquel ser, y nuestra compenetración era extrañamente sorprendente, absoluta...
Me abandoné a la sensación de su polla creciendo y creciendo sin freno en mi interior, mientras la empujaba con fuerza una y otra vez a velocidades inasumibles para un humano. Me sentí morir cuando su verga empezó a hincharse de veras, como un globo, -recordé lo que me había contado Dark sobre las pollas de los perros - él parecía casi quieto ya, muy pegado a mí, en un movimiento mínimo pero vertiginoso en su velocidad. Empecé a aullar de placer, incapaz de controlar mis sensaciones desatadas. Lo que me estaba haciendo esa bestia superaba todo lo que había podido sentir antes... Mis gritos se volvieron atronadores, acompañados de sus ladridos histéricos.
Carlos, o como coño se llamara, apareció ante mí con la cara desencajada por el pánico. La escena debía ser digna de su peor pesadilla, o del mejor de mis sueños húmedos... Definitivamente, pertenecíamos a universos distintos, pensé mientras el idiota gritaba e intentaba tirar del perro para sacármelo de encima. Instintivamente me abracé al cuerpo del animal, pero lo cierto es que el propio Otto no estaba dispuesto a que el idiota le interrumpiera aquel sublime momento. Cuando el tipo le puso la mano encima, su perro le soltó una dentellada que a poco le arranca media mano...
Con la mano ensangrentada en alto, y llorando como una histérica, el idiota gritaba mi nombre y el de su mascota sin decidirse a hacer nada... Mientras su perro me seguía follando, casi privada de movimiento y de voluntad bajo su cuerpo, fui yo la que tuvo que tranquilizarle para conseguir que nos dejara follar en paz. Le expliqué con las palabras del Amo como funciona la polla de los perros, le hablé de lo que estaba pasando en mi interior en ese momento, de lo imposible que resultaba sacarme a Otto de encima ahora sin destrozarme con ello las entrañas. Presa del horror, el falso Carlos cayó al suelo, temblando y babeando, completamente anulado. Me olvidé de él y me centré en mi inesperado amante, que seguía follándome con precisión, con aquel monstruo en el que se había convertido su sexo llenando hasta el último rincón de mi vientre. Mis manos tomaron su cara, se la llevé hacia la mía, y le obligué a lamerme la boca mientras me jodía. Abrí la boca y saqué mi lengua, ensayando una suerte de beso mientras unos, dos, mil orgasmos empezaban a reventarme como en un espectáculo de fuegos artificiales.
El idiota se levantó y salió corriendo. Me pareció oírle vomitando, entremezclado con los aullidos del perro y mis propios alaridos. Todo se fue calmando poco a poco, creo. Yo quedé prácticamente desmayada. Otto aguantó de pie, sobre mí, dentro mío, hasta que su miembro se redujo lo suficiente como para poder salir. Noté su semen saliendo a borbotones de mi cuerpo cuando me liberó. Mis orgasmos habían sido tan enormes, tan definitivos, que fui incapaz de moverme durante un rato. En todo momento el perro me acompañó, haciéndome cariñosos ruiditos y lamiendo mi cuerpo, mis tetas, mi pubis, mi cara, mis piernas. Yo le acariciaba agradecida. Ya quisiera que me trataran con tanto cariño mis amantes después de follarme la mitad de bien que él, pensé divertida.
Cuando por fin me pude levantar, le pedí que me dejara y, sin más, se marchó de allí moviendo el rabo alegremente. Era increíble, había aparecido de la nada, me había follado como nadie, dándome justo lo que mi cuerpo llevaba todo un día pidiendo a gritos y, al acabar, desaparecía sin medio problema... ¿Podía ser más perfecto?
Bueno, estaba el tipo, ese Carlos, o lo que fuera.
Y yo, que ahora, literalmente, olía a perra. Quería irme, pero no podía salir así. Notaba restos de babas y semen del perro y del tipo por todo mi cuerpo. Me dirigí a su habitación. Él estaba allí, a oscuras, sentado en el borde de la cama, sollozando como una niña.
-- Necesito darme una ducha - le dije en tono imperativo, señalando la puerta del baño. Él me miró sin verme, y no dijo nada.
El agua caliente sobre mi cuerpo me sentó bien. La abrí a tope e hirviendo, como me gusta, quemando mi piel y llenando el baño de vapor, hasta sentir que me falta el aire y me abraso como si estuviera entrando en el deseado infierno... Escuché la puerta abrirse a mis espaldas. No me apetecía verle, pero estaba en su casa, al fin y al cabo. Sólo esperaba que no llorara... -- ¿Estás bien, Laura? -- Más que bien. Te resultará difícil de comprender, pero ha sido maravilloso. -- ... -- Solamente espero una cosa, Carlos, que no salga de aquí ni una palabra de lo que ha sucedido, ¿vale? Lo mejor será que cada uno lo guarde en su cabecita, o lo olvide directamente, según prefiera...
Continué duchándome de espaldas a él. Para mi sorpresa, de pronto le sentí abrir la puerta de la ducha, y entrar conmigo. Se había desnudado, y pegó su cuerpo al mío encajando su pene erecto entre mis nalgas, paralelo a mi cuerpo y apuntando hacia arriba. Me abrazó por detrás, sobándome los senos, y empezó a frotar su cuerpo contra mí, restregándome su larga y hermosa polla por la raja del culo. Yo estaba todavía tan estimulada por el descomunal orgasmo con el perro, que me encontré, para mi sorpresa, excitándome peligrosamente.
Todo acabó cuando el idiota se corrió otra vez entre mis nalgas. -- Laura... Lo que has hecho es... es... horrible...
Aquello fue demasiado. Me giré y clavé mis colmillos en el delicado cuello de aquel tipo, sorbiéndole todo su vigor. Sólo en el último instante decidí frenar. Al fin y al cabo con su miserable vida tenía suficiente castigo. Más allá de esta noche sólo le esperaba el recuerdo. Le agarré con fuerza del cuello y le levanté en alto pegado a la pared, dejándole suspendido por unos instantes. Siempre había querido hacer eso... ¡una no es una vampira para no aprovechar estos momentos!
-- Te he dicho que olvides lo que ha pasado aquí esta noche. Ya deberías haberlo hecho Nunca jamás vuelvas a mencionarlo. - Después del mordisco su cuerpo era como un pellejo vacío. Le dejé caer, y se golpeó contra el suelo, haciendo un ruido sordo, como un fardo. Quedó medio arrodillado, pero caído hacia delante, con el culo elevado hacia la puerta del baño y la cabeza en el suelo, entre mis piernas. Me entraron unas ganas tremendas de mear, y no me corté. Aquel tipo no se merecía más. Ese líquido sería incluso un regalo para él.
Cuando estaba terminando de hacer pis sobre su cabeza, apareció Otto desde las sombras de la habitación. Inmediatamente se acercó a su amo, me miró con cariño, y empezó a olisquear el culo del hombre. Yo me agaché para acariciarle.
-- Otto, perrito bueno. - Me besé con él, y luego me devolvió una mirada inteligente. - Sí - le dije, llevándole el hocico hacia el ano de su amo - ahí es donde tiene que ir.
Inmediatamente empezó con los lametones y, en la postura favorable de aquel cuerpo tirado en el suelo, el perro lo tuvo mucho más fácil para penetrarle.
Me sequé, me vestí, y salí de la casa escuchando los ladridos del perro y los estertores del tipo. Juraría que eran estertores de placer…
Salí a la calle, con la misma ropa que llevaba, excepto las braguitas. Estaban tan mojadas que consideré mejor no ponérmelas, aunque mi cuerpo seguía expulsando líquidos todavía, fruto de la desbordante corrida del perro. Además, me hacía gracia dejarle un regalito a Carlos y, sencillamente, me apetecía ir sin bragas esa noche.
En la calle lo primero que hice fue buscar un taxi, a pesar de ser consciente de que había dejado mi bolso en la casa de Lu y no llevaba encima ni un céntimo. Pero quería volver a casa, y no era la primera vez que debía enfrentarme a un problemilla así, no era algo de lo que debiera preocuparme.
Enseguida encontré un taxi, milagrosamente parado en una esquina oscura. Me asomé por la ventanilla abierta del copiloto y, procurando sacar partido de mi escote y la inexistencia de sujetador, le pregunté al taxista, con la más dulce de mis voces, si habría alguna manera de poder llegar a casa habiendo olvidado mi cartera. -- Claro que sí criatura, sube - me contestó, girando la cabeza hacia mi y asintiendo en señal de satisfacción. A pesar de todo, no pude verle la cara, era corpulento, muy alto y de complexión fuerte, su cabeza quedaba pegada al techo del coche y envuelta entre las sombras. Tampoco me lo pensé más, y me giré para abrir la puerta trasera. -- Por ahí no, preciosa. Prefiero que lo hagas por delante...
Me extrañó su petición, y aún más el tono en que la hizo, pero algo en su voz me obligó a obedecerle sintiendo que, ciertamente, era eso y no otra cosa lo que yo misma deseaba hacer.
Arrancó antes de que le dijera dónde estaba mi casa, cosa que no me preocupó, ya que coincidía que llevábamos la dirección correcta. En cualquier caso, por algún motivo estaba más excitada que nerviosa. Avanzamos en silencio, siempre por las calles vacías y oscuras. Miré al taxista, sintiendo un vago temor por primera vez, pero la oscuridad en torno a su rostro me impedían verle bien. Era casi como si la sombra surgiera de su propio cuerpo, por un momento sentí como si estuviera medio borracha, ante la extraña percepción de la realidad que estaba teniendo. Cuando volví a girar la cara para fijar mi vista en el asfalto, me di cuenta que tenía la mano derecha de aquel hombre cerrada con fuerza sobre mi muslo izquierdo, con el meñique y todo el lateral de la palma apretando sin pudor contra mi entrepierna. Me abrí un poco más y él respondió de inmediato, posando ahora todos los dedos sobre mi coño. Sentí cómo se me inflamaba el sexo y el corazón empezaba a desbocarse. Me abrí por completo, y el me agarró la entrepierna apretándola con fuerza, antes de empezar un vigoroso y diestro masaje. Yo temblaba y callaba. El calor y el placer empezaban a llegar...
Me corrí la primera vez con su mano, gimiendo con ganas, y sólo entonces fui consciente de que el taxi se había detenido, aparcado en una pequeña calle oscura y abandonada. Pude reconocerla, mi casa estaba a la vuelta. Giré mi cabeza, y una enorme verga completamente empalmada me estaba esperando desde hace no sabía cuánto tiempo. No pude evitar abrir la boca, llena de deseo.
Sin más, el taxista diestramente llevó mi cabeza hacia su miembro duro y empujó mi nuca para que me lo introdujera en mi boca. Lo hizo obligándome, eso me excitó. Lamí su pene desde la base hasta la punta y me lo metí entre mis labios friccionándolo contra ellos para hacer que sintiera más. Se le escapó un gemido provocando en mí una oleada de placer. Mi boca apretaba aquel miembro erecto como si fuera un helado de un sabor delicioso que quisiera deleitar en mi sentido del gusto.
Sujetaba mi cabeza con firmeza moviendo sus caderas hacia mí, como haciéndole el amor a mi boca. Su pene tocaba el fondo de mi garganta privándome un poco de aire. Cada vez lo hacía más duramente y más rápido, sentí su sabor en mi boca, no había terminado, tan sólo estaba lubricando.
Yo me sentía tan mojada, que deseaba que me poseyera en aquel instante. Pero no paraba de hacérselo a mi boca. Me abrí y bajé los pantalones. Sin bragas, mi cuerpo era perfectamente accesible, y yo misma empecé a darle lo que reclamaba con urgencia. Metí un dedo en mi vagina de nuevo, viendo que él quería terminar donde se encontraba. Acaricié mi clítoris rápido y con firmeza mientras él seguía obligándome a chupar. Mi clímax llegaba y no podía dejar de tocarme cuando me interrumpió bruscamente para obligarme a ponerme a cuatro patas como una perra.
Noté su saliva cayendo por mis nalgas y con una dura embestida introdujo su polla en mi culito, dilatado por la excitación. Bombeó con una fuerza brutal mientras agarraba de mi pelo duramente. No había miramientos ahora, tan sólo había un hombre forzando a una chica y abusando de su poder.
Pero aquello me excitaba más y mientras yo seguía tocándome llegué al orgasmo entre jadeos y gemidos. Lo que le provocó su clímax al taxista y llenó todo mi culito de aquel fluido caliente y blanco. Al sacar su pene ese líquido chorreó por entre mis piernas.
-- Puedes irte. -- Espera, - le pedí, mientras trataba de subirme los ajustados pantalones. -- ¡Sal!
No sé por qué sentí miedo de aquel hombre que acababa de hacerme el amor y cuyo rostro era incapaz de ver. Abrí la puerta y salté fuera como pude. El arrancó con la puerta casi abierta todavía. Con los muslos empapados en semen dificultando la tarea, subí como pude mi pantalón hasta lograr embutir mis piernas y culito en él. En medio del proceso, apareció andando por la calle un chico joven, casi un niño. Me quedé de piedra, frente a él, con todo al aire todavía. Pero el crio puso cara de pánico y salió corriendo. Yo terminé de recomponerme y corrí hacia mi casa, en la dirección contraria, y no paré hasta, resoplando, cerrar la puerta de mi hogar.
Solamente entonces me di cuenta de por qué tenía esa inexplicable sensación de temor: nunca había llegado a decirle al taxista mi dirección... y nunca, nunca llegué a verle la cara. Sentí que me ahogaba. Abrí la puerta de la terraza y salí fuera, necesitaba imperiosamente aire. Allí en la terraza empecé a serenarme, a pensar, pero cuanto más pensaba más me aterraba lo que, finalmente, estaba alcanzando a comprender. La noche era fresca, a pesar de lo cual sentí un calor súbito e insoportable. Me quité los zapatos, me arranqué la camisa empapada en sudor, y me saqué como pude los pantalones chorreantes de semen. Estaba completamente desnuda en mi terraza, al acecho de miradas extrañas. Eso nunca me ha importado, por lo cual la situación me permitió relajarme poco a poco. Y hasta fijar mi atención en ese hermoso ejemplar de murciélago que, cruzando la noche, vino a colgarse en la estructura del toldo de la terraza. Me pareció que me miraba. ¿Acaso necesitaba más pruebas?
Entré en la casa. Sólo en ese momento pude completar el puzzle que había sido mi vida desde esta tarde. El Amo, siempre el Amo. Había estado jugando conmigo en todo momento. No debí entregarme a su perro cuando él se fue, no debí hacerlo. Sabía que tenía cámaras grabando en todo momento, supongo que eso me pareció hasta divertido entonces. Aunque daba igual, porque ahora entendía que él lo sabía siempre todo. Ahora entendía lo que significaba realmente estar dentro de mi mente. ¿Acaso no se había presentado ante mí y en mí cada vez que así lo había querido? Poseída por él tuve relaciones de todo tipo con chicas y chicos, así como él ha habitado mis noches a voluntad desde que nos conocimos. Y hoy yo le había ofrecido a mi amiga, le había prometido que le iba a entregar a Lu. Y le había fallado, pero más que nada porque al final había sido yo misma quien había cambiado de opinión, decidiendo que esta noche la quería sólo para mí. Ni siquiera eso había conseguido. Y él, viendo mi comportamiento, había decidido jugar conmigo toda la noche. Yo solita me enredé con ese idiota, es cierto, pero era siempre Dark quien me manejaba como una marioneta mientras le ataba, le castigaba y le follaba. Luego el perro, con razón sabía lo que me gustaba, sabía cómo follarme... Dudé por un momento si el Amo se habría rebajado a ocupar el cuerpo de un animal aunque fuera para algo tan glorioso como el sexo más sublime, o sencillamente había manejado al pobre perro como cuando, con todo el sadismo que yo misma deseaba para ese pobre hombre, lo lanzó al final contra su propio amo. Sin duda ese último gesto lo hizo para complacerme, estoy segura. Y luego me lo cobró... junto con la carrera del taxi. Me conoce bien, sabe que soy lo suficientemente puta y adicta al sexo como para tener claro que no iba a tener que usar ningún truco en ese coche para conseguir su propósito. Tan sólo esconderse. Porque ni siquiera se molestó en disfrazarase, ¿para qué? Había sido siempre él, aunque yo no hubiese visto su cara y mi estupidez y mi ceguera me hubieran impedido reconocer su cuerpo. Ahora el Amo estaba fuera, esperándome. Había venido a buscarme. Tampoco era necesario, sabía bien por mí misma lo que tenía que hacer, su deseo se había dibujado nítidamente en mi mente. Quizás por esos era también, justamente, lo que yo deseaba... o, simplemente, es que no podía querer otra cosa. En momentos como este me daba cuenta del verdadero poder de Dark: podía estar en todas partes pero, sobre todo,podía estar dentro mío siempre que lo quisiera. Mi mente era un libro abierto para él y, ciertamente, tenía todos los medios para usarme a voluntad siempre que se le antojara. Su poder era aún mayor de lo que yo nunca había imaginado, y eso me hacia sentir todavía mayor atracción hacia su persona. Había sido pretenciosa al pensar que por recibir el don tras su mordisco podía a aspirar a todo de la noche a la mañana. Él tenía poderes que yo no imaginaba siquiera y, visto lo visto, los que ya conocía tenían un alcance mucho mayor de lo que yo pensaba. Me sentí afortunada de pertenecerle, porque eso me permitiría aprender. Ansié como nunca una nueva lección, sabiendo que era donde desplegaba sobre mí sus mejores artes. Era consciente de los peligros que implicaba, sus lecciones eran brutales, pero tenía mucho que aprender, y la comparación entre esas clases demoníacas frente a cualquier follada normal, aunque fuese tan excelsa como las suyas, era infinita. Sabía que él tenía su ritmo y que no aceptaría acelerarlo, seguramente por seguridad para mi propio cuerpo, que a estas alturas se estaba revelando como algo muy valioso para él. Pero, al menos, haría todo lo posible por incrementar el ritmo y la intensidad de sus lecciones. Necesitaba aprender y quería hacerlo cuanto antes.
Recorrí mi pequeña casa, desnuda, hasta entrar en mi baño. Si iba a entregarme a él debía estar limpia y, a pesar de haberme duchado, todavía olía a perro y, lo que es peor, olía al dueño del perro. Me di una ducha ardiente aunque no muy corta. Me costó no tocarme, pero mi prioridad era otra, quería salir de casa cuanto antes. Me sequé y me miré en el espejo. La follada del perro y la del propio Dark me habían dejado una sensación de plenitud que se reflejaba en mi cuerpo. Estaba guapa. Apetitosa. Casi me provocaba deseo a mí misma... mmmmm jiji. Miré mi sexo: el vello estaba empezando a brotar después de mi afeitado integral. Sé que en mí el proceso es rápido; pensé repasármelo un momento para complacerle, sabiendo lo que le gusta sentirme así, a pesar de mis propias preferencias. Justo lo que casi siempre le había negado a Lu... pero ella no es mi Ama. No había tiempo, en cualquier caso. El aire de mi casa empezaba a quemarme.
Me vestí. Sabía bien qué tenía que ponerme, aunque mi vestuario tuviera quizás alguna limitación: por supuesto, sin ropa interior; había que sacar partido a mi coño y ano depilados... una mini de color casi rojo, de tela (me temo que el látex no está entre mis preferencias, aunque lo vestiré cada vez que él lo desee) medias con liga y portaligas, botas de tacón alto y una blusa negra ajustada de amplio escote. Así, con el pelo negro suelto, parecía suficientemente la mismísima Vampirella.
El siguiente paso podía ser con mucho el más difícil, aunque a mí no me costó darlo: el deseo era grande y mi confianza, a esas alturas, absoluta. Salí a la terraza. El murciélago me miró con sus ojillos brillantes. No me detuve, fui hasta el peto de ladrillo que protegía el perímetro de la azotea, y me encaramé. Me estiré para guardar el equilibrio. Sentí el aire frío de la madrugada en mi coño abierto y húmedo. La ciudad parecía desierta. Sabía que el pequeño vampiro me miraba. Podía estar tranquilo: no había miedo, no había dudas; sólo deseo.
Salté. Sin más. Y todo sucedió como tenía que suceder.
Empecé a caer hacia arriba. El aire se aligeró y la velocidad se hizo insoportable. Pude ver al murciélago cruzando el cielo negro a gran velocidad para servirme de guía. Aunque no me encontraba perdida, me estabas llamando en todo momento...
Llegué a tu castillo con las primeras luces del alba a punto de rozar sus torres siempre sombrías. El paisaje estaba nevado en la lejanía, mientras que el entorno más cercano simplemente se hallaba cubierto de escarcha. Yo, por mi parte, ardía. Escuché tu llamada en mi mente guiándome hacia la puerta negra que se acababa de abrir y, sin dificultad, encontré el enrevesado camino que llevaba a tu mazmorra como si siempre hubiese vivido ahí. Antes de llegar crucé un inmenso y señorial vestíbulo presidido por el lienzo en que un enorme vampiro devoraba a una mujer comiéndole el coño sujetándola de las piernas, mientras ella, ajena a la maldición que se cernía sobre su cuerpo, se desvivía por comer el enorme miembro de su verdugo. Tu cuadro. Mi cuadro. Los dos, imponentes en nuestra desnudez, en nuestra lucha sexual que ya parecía eterna, ancestral... Bajé los últimos tramos de la larga escalera que descendía a tu infierno.
-- Hola Amo - saludé al entrar. Tú te volviste. Estabas desnudo, completamente desnudo e imponente en todo tu esplendor. -- Te estaba esperando. No supe que responder. -- Hace tiempo que te espero, y me prometiste que no vendrías sola... -- Amo... -- ¿Qué? -- No he podido. No sé que ha pasado. Aceptaré el castigo que tengas para mí. Si crees que estoy preparada para una nueva lección... -- Sí... Sí. Claro. Una lección, claro, eso es lo que quieres... - al girarte, pude ver que había alguien más en la mazmorra. Un delicioso cuerpo de mujer colgaba atado a la gran cruz de san Andrés que presidía la pared del fondo. Tenía la cabeza envuelta en una capucha de seda negra. Tú avanzaste hacia allí. -- ¿Quién es Amo? ¿Es la zorra del otro día acaso? ¿Te complacería que acabáramos lo que dejamos a medias? - supe que no sería todo tan fácil. Sólo la perspectiva de llegar a culminar lo empezado con aquella hembra imponente hacia que se me hiciera la boca agua... Te paraste junto a su cuerpo. Allí, más cerca de la luz, pude observarte mejor, y mi deseo por tu cuerpo de volvió insoportable. Caí de rodillas delante tuyo, cerrando fuerte los ojos para no llorar.
Primero me embriagó el fuerte olor de tu sexo. Luego sentí un latigazo de aire sobre mi rostro. Tu deseo había hablado. Supe que cuando abriera los ojos tu verga estaría erguida para mí, esperando mi saludo. Abrí los ojos y te besé tres veces, con tanto respeto como pasión.
Sólo entonces, tras presentarte los debidos honores, me volví a mirarla a ella. Y la sangre se me heló en las venas. Conocía demasiado bien ese cuerpo, que durante años había sido la encarnación del deseo para mi: su piel morena, sus pechos pequeños pero perfectos, duros, sus pezones oscuros, abruptos, juguetones, siempre erectos, su carne firme y deseable, todo un cuerpo emanando aroma de sexo por cada uno de sus poros... Su coño rasurado, inconfundible para mí, el pubis suave, terso, los pequeños labios mayores, casi inexistentes, que nada podían hacer para contener a sus labios mayores, desmesurados y elegantes como alas de mariposa, casi negros de tan oscuros, húmedos y brillantes, de textura gelatinosa y sabor embriagador, protegiendo y abrazando el botón de su clítoris, que mostraba la fuerza de su excitación asomando su piel más íntima y delicada como un destello brillante y sonrosado entre los oscuros pliegues de su sexo.
Arrodillada ante ti, supe que reías, satisfecho, a pesar de que no aparté mi mirada de aquel cuerpo brutalmente inmovilizado y privado de su voluntad. No podía hacerlo, no podía dejar de mirarla, la imagen era demasiado poderosa: la que siempre había sido para mí una diosa, encarnación del sexo, la que siempre había ido un paso por delante y a la que consideraba imposible de doblegar cuando sus caprichos iban por caminos distintos, estaba ahora frente a mí completamente sometida. Por fin pude vislumbrar un pequeño destello de lo que ocurre en tu mente, entender el vasto placer que produce el poder absoluto sobre alguien, especialmente cuando ese alguien es tan deseado...
No sé si tenías dudas de que la hubiera reconocido o, sencillamente, querías ver la expresión de nuestros rostros al mirarnos a los ojos cuando le quitaste la capucha. -- Lau... - dijo Lucía, clavando sus preciosos ojos en mi cuerpo desnudo. Su rostro no desvelaba expresión alguna.
Había sido una estúpida orgullosa pretendiendo jugar contigo después de haberte ofrecido a mi amiga. ¿Cómo no había comprendido ya que si tú quieres algo sencillamente lo coges? Por supuesto, eras tú aquel hombre grande e imponente por el que se deshacía mi amiga en la fiesta. Te tomaste la molestia de seducirla, delante mío incluso, para que ninguna de las dos te pudiéramos reprochar nunca nada. Naturalmente, fue ella la que se entregó a ti, del mismo modo que, por ganas de jugar o por puro vicio, te las ingeniaste para que yo misma te entregara mi cuerpo al final de la noche dentro de aquel taxi. Siempre un hombre grande, atractivo y misterioso. Siempre con su cara envuelta en sombras. Siempre Dark.
Todo estaba decidido ya, entonces. No sabía lo que me esperaba, pero tenía claro que el guión de mis próxima horas, o días, así como el de mi amiga-amante, estaba escrito desde hace tiempo en tu mente. Ahora ibas a empezar a ejecutarlo con tu habitual precisión. Volví a girarme hacia ti. Inmediatamente mis ojos se cerraron al sentir la venda apretarse fuertemente contra mi cara. Tus manos ejecutaban sus acciones como en una danza. Al anudarme la venda sobre la nuca, pegaste por un momento tu verga a mi cara. Sabía que no debía hacerlo, pero el deseo a esas alturas era tan insoportablemente incontenible... Chorreando por el coño como una perra, abrí la boca comiendo y lamiendo tu sexo a la desesperada. No te molestaste ni en apartarte ligeramente, te bastó con apartar un poco mi barbilla para empotrar la mordaza en mi boca, que quedó abierta, inmovilizada y dolorida. No me moví un milímetro mientras me amordazabas, ni cuando cerraste el collar de tu cadena.
Por un momento, el silencio, la oscuridad... ¿Estabas buscando otros juguetes? ¿Estabas acaso preparando a Lu?
Durante ese breve lapso de tiempo, no pude oírte, ni olerte, ni sentirte en absoluto. Sólo escuchaba mi respiración, y la de Lu, sólo podía oler la peste de nuestros sexos desatados, sólo podía sentir mi sudor y los regueros espesos que corrían por mis muslos, sólo podía ver el sexo de ella, como un altar, mamando también sin freno, a borbotones, como nunca antes lo había hecho, ni siquiera para mí, sus preciados líquidos.
Noté entonces, al fin, el tirón de la cadena que me obligó a ponerme de pie.
"Bien" pensé, "empieza la fiesta."