Sábado en la cabaña, con Esther

Dos chicas con novio tienen un encuentro en una cabaña. Mientras sus novios hacen senderismo, ellas hacen el amor acompañadas de su amigo el consolador.

Sábado

Tengo novio desde hace seis años y nunca hasta ahora le había sido infiel. En realidad él y yo bromeamos diciendo que somos uni-sexuales, queriendo decir que sólo nos gusta nuestra pareja.

En eso he mentido un poco. En realidad él me gusta muchísimo, sí que es cierto, pero yo también me gusto: soy un poco narcisista. En mi mente además hay muchas fantasías con otras mujeres. Cosas de las que no hablo con él.

La mayoría de los hombres luchan por tener un trío con su mujer o novia y con otra mujer, que ellas dos se besen y se toquen, que le laman el pene a la vez mientras se acarician los pechos. Pero mi chico no es así. Una lástima, él se lo pierde.

Bien, pues tenemos una pareja de amigos con los que salimos a menudo a la sierra. Nada del otro mundo. Esther, la novia de Abel, tiene una casa que heredó hace tres años, tras la muerte de su única abuela. Así que ellos nos invitan muchísimas veces a ir y pasárnoslo bien. Somos un cuarteto que nos llevamos genial.

Ha tenido que pasar mucho tiempo para que haya esta confianza, porque Esther es la exnovia de mi chico, Carlos. Pero de eso hace más de 8 años y ya lo tengo superado. Abel y ella están en su mejor momento, y mi novio no siente ninguna atracción por ella. Al menos que me haya contado.

Por ser ella ex de mi novio teníamos un cierto roce. Era más problema mío que de ella, pero al final conseguí evitarlo porque es muy buena chica.

El pasado fin de semana, ahora que está cayendo el otoño, fuimos para allá con más ropa que todo este verano. E incluso encendimos la chimenea por la noche. No hay cosa más bonita que sentarse frente al caluroso y crepitante fuego, mientras te encuentras abrazada con la persona que amas, en este caso Carlos. Abel y Esther estaban también muy acaramelados, la verdad.

Tras un viernes noche repleto de risas y bromas, juegos de cartas, películas y momentos de sólo ver el fuego y sus caprichosas formas, decidimos recogernos a dormir. Cada uno en su habitación y felices con nuestra pareja. El sábado por la mañana íbamos a ir a hacer una ruta de senderismo y, si se daba la ocasión, a pescar algo.

La mañana del sábado se levantó preciosa, sin apenas una nube y con muy buena temperatura. El problema fue que me torcí un poco el tobillo al bajar las escaleras y decidí que sería mejor no ir. No me pasó nada en especial, pero no me apetecía acabar con el tobillo como una morcilla por no haber sabido decir que no a un paseíto que sólo duraría un par de horas o tres.

Entonces Carlos, Abel y Esther, unánimemente dijeron que se retrasaba la salida hasta el domingo, si me encontraba mejor. Aquello me sonó un poco mal: tres personas quedándose en casa por mi culpa. Les convencí de que se fueran ellos tres a pasarlo bien y yo les hacía la comida. Peor para ellos, les dije, porque no soy muy buena cocinera.

Con reticencias aceptaron, aunque Carlos me dijo unas doscientas veces si quería de verdad quedarme sola o si prefería que se quedara él conmigo haciéndome compañía. Al final casi le eché entre risas y cerré la puerta sacándole la lengua por el pequeño cristal que tenía la puerta de madera maciza.

Una vez sola empecé a hacer inventario de la comida que teníamos y comencé a idear algún manjar para sorprenderlos a todos. Me fui a la biblioteca de la gran sala y vi un libro de recetas bastante interesante. Les haría pasta y un rico pescado con ensalada. Nada del otro mundo, pero es que no había mucho donde elegir.

Entonces, mientras yo estaba en la cocina buscando alguna salsa para el pescado, oí la puerta de nuevo.

  • Carlos, de verdad, como seas tú y vengas para quedarte es que te tiro el libro que tengo entre mis manos a la cabeza – y me reí – de verdad que estoy bien.

  • No soy Carlos – dijo Esther – es que he pensado que te gustaría que me quedase. Tampoco me apetece mucho salir, me va a bajar la regla y me duelen un poco los ovarios. Se lo he dicho a estos dos y les ha parecido bien. Ellos ya han cogido los palos para andar y se han encaminado hacia la montaña.

No me pareció mala idea pasar una mañana con una de mis mejores amigas, solas, sin parejas.

  • Estupendo, pero a ver si Carlos se va a sentir mal – le dije.

  • No te preocupes, dice algo de que entre mujeres nos entendemos mejor. Me da que ellos también quieren estar solos para hacerse los machos un rato.

Empezamos a hablar de cosas un poco banales. Que si no me gustan las últimas mechas que me han dado en la peluquería, que si el nuevo trabajo está bien, que si mi padre está mejor de la hernia y cosas por el estilo. Pronto empezamos a encaminarnos hacia esa conversación que tanto nos gusta: nuestras parejas cuando ellos no están.

Me comentó que con Abel estaba muy bien, pero que notaba que le faltaba algo. Ellos ya llevaban unos cuantos años y creía que las cosas empezaban a flojear, sexualmente hablando. Yo tuve la misma sensación y se lo comenté.

En la cama empezaba a ser todo muy frío, las mismas posturas, los mismos jadeos. Casi podía cronometrar el tiempo que tardaba mi novio en correrse. Ella asintió, diciendo que le pasaba lo mismo.

Entonces nos servimos unos chupitos de un licor muy rico que tenía Esther en el mueble-bar.

Lo que había comenzado como una conversación entre amigas se convirtió en algo mucho más atrayente. Ella me dijo que a veces pensaba en otras mujeres, en que en lugar de ser Abel quien le metía el pene por el chochito, se trataba de un consolador usado por una hermosa chica. Un rubor empezó a encender mi cara y yo sabía que no era sólo por el alcohol que estábamos ingiriendo. A mí me había pasado muchísimas veces lo mismo. Mientras hacía el amor con Carlos, a veces pensaba en que otra mujer se nos unía, e incluso que él no tenía ya poder sobre mi cuerpo y éste era poseído por una chica, joven, esbelta, guapa y muy atrevida.

Esto no se lo dije, pero a veces era en Esther en quien pensaba, en mis delirios de fantasía sexual. Ella es una chica extremadamente bella, delgada y alta. Tiene un cuerpo de muñeca, suave, sin ninguna marca, ni vello donde no debe haberlo. Yo lo sabía porque somos amigas desde hace bastante y la he visto muchas veces desnuda: en vestuarios, habitaciones, piscina, etc.

Entonces empecé a excitarme más y más. Tiene unos pechos de estos bien erguidos, no muy grandes, pero sí rellenos, con un pezón rosa y perfecto. Encima sus curvas son para ponerse el cinturón de seguridad, a pesar de estar delgada, tiene unas buenas caderas, con una cintura estrechita, como a mí me parece bonito.

Yo soy más joven que ella, tengo 26 años y ella 28, pero no los aparentamos. Es pelirroja natural, aunque ahora está teñida de rubia y tiene los ojos verdes. Yo, en cambio, soy rubia natural y tengo los ojos azules. Llevo mechas rojas. Parece como si quisiéramos parecernos un poco a la otra, o algo así.

Soy más bajita que ella, pero también estoy delgada. Mis tetas son bastante más grandes y muy buen puestas. Pero si de una cosa he de enorgullecerme es de mi trasero. Sé que suscita miradas allá donde voy. Me gusta llevar los pantalones bien ajustados para que todo el mundo desee ver qué hay debajo.

Como decía, la conversación empezó a ir de bien a mejor. Al final me confesó que se moría por hacerlo con una chica, pero que no quería con una desconocida, porque le daría reparo. Tampoco le apetecía mezclar a Abel en esto, así que tenía que ser un "tú a tú" entre dos chicas.

Yo iba más bien un poco contentilla con tanto chupito y estaba empezando a mojar mi tanga, así que se me ocurrió decirle lo que ambas queríamos oír.

  • ¿Y por qué no lo probamos entre nosotras? – En el mismo instante que lo dije comenzó a parecerme una mala idea, sobre todo al ver la cara dubitativa de Esther.

  • También lo estaba pensando – me dijo – pero no sé si pasar de una fantasía a una realidad será fácil.

Quedamos en que si no nos gustaba lo dejaríamos y no hablaríamos con nuestras parejas de lo que ahí estaba a punto de suceder en el salón de aquella cabaña, en medio de las montañas.

Ella tomó la iniciativa y se desabrochó la sudadera con cremallera delantera que llevaba. Dejó paso a una camiseta blanca ajustada. Yo hice lo mismo, salvo que no llevaba camiseta y me despojé de mi jersey para quedarme en sujetador. Nos empezamos a desnudar poco a poco, hasta que yo le desabroché el sujetador a ella y ella a mí.

Dios, estaba buenísima. La envidiaba, pese a no ser yo una chica con mucha envidia. Nos tocamos los pechos con un poco de miedo, como ni no supiéramos lo que eran unos.

  • ¿Cómo es posible que las tengas tan grandes y tan bien colocadas? – me dijo.

Yo me reí y comencé a chuparle las suyas diciéndole que a mí me gustaban así, de tamaño medio.

Aún quedaba un rato para que vinieran nuestros novios, al menos una hora y media, así que deshicimos el sillón y lo convertimos en cama. Una estupenda cama de matrimonio frente a la chimenea para dar rienda suelta a la imaginación de dos amigas desnudas.

Aún quedaba una prenda entre nosotras: el tanga. Me puse encima dejando colgar mis tetas sobre su cuerpo. Le lamí las tetas como no creo que nadie, ni Abel, ni su ex novio (Carlos) le hubieran hecho nunca. Le mordí los pezones suavemente y una mano empezó ha ir desde allí hasta su vientre, poco a poco.

Al final, no recuerdo cómo, terminamos desnudas y sudorosas del placer. Ahora era ella la que llevaba las riendas de todo. Me dejó un momento y salió corriendo hacia arriba para "coger algo", según me dijo.

Cuando bajó de nuevo, apenas unos segundos después, yo estaba tocándome el clítoris con los dedos para que no se me pasase la increíble excitación que tenía. Con lo ojos cerrados. No la oí, porque fue muy silenciosa. Yo seguía ahí tocándome con la mano izquierda el pecho izquierdo; y con la derecha, girando mis dedos entre mi rajita, justo en el botón de la felicidad. Entonces noté algo duro que entraba dentro de mí, por mi coño, algo duro que parecía… Abrí los ojos sobresaltada y allí estaba Esther, metiéndome un enorme consolador de látex con sus manos expertas.

  • Este consolador es un "amigo" con el que Abel me hace disfrutar mientras me chupa el cuerpo y el clítoris.

Me recorrió un espasmo eléctrico de placer al pensar que ese aparato había estado dentro del coñito de Esther, quizás anoche mismo. Mis sospechas fueron eliminadas cuando me dijo que esa misma mañana lo habían usado, antes de bajar a desayunar.

Yo no pude contener aquella electricidad que me recorría y me hacía removerme en aquel sillón-cama y exploté en un jugoso y genial orgasmo, como no recordaba otro.

Entonces, para recompensar que compartiera conmigo aquel "amiguito", dejé que se tumbara y empecé a lamerla el piercing del ombligo. Bajé y bajé con mi lengua, deteniéndome ante todos los pliegues. Hasta que alcancé aquella cueva húmeda que estaba esperando mi lengua. Dejó salir más de un jadeo mientras yo iba desde el agujero de su culo hasta el clítoris, mordiéndole los labios y metiéndole mi lengua hasta donde podía.

  • Más, más – me suplicaba allí, abierta de piernas.

Claro que le di más, cogí aquel falo de plástico y se lo metí en el culo mientras 2 dedos míos entraban por su vagina. Alternaba lametones en el clítoris con un movimiento sexual. Dentro, fuera, dentro, fuera.

La cara lasciva con la que me miraba me puso aún más cachonda y le regalé mi chochito. Mientras yo le comía todo el conejito húmedo y depilado (apenas tenía una pequeña hilera de vello púbico) ella me comía con lujuria y se tragaba todos mis flujos.

Yo no dejé que en ningún momento aquel "amigo" dejara de entrar dentro de ella que se removía pidiéndome más y más. La muy cerda empezó a gritar casi dentro de mi coño.

  • Sí, sí, ¡¡¡¡sigue!!!!

Seguí lamiendo, lamiendo, lamiendo… Chupando con todas mis ganas aquella preciosa vagina para que ella estallara de placer.

Y yo estallé con ella, a la vez. Las dos nos estábamos chupando mutuamente y nos corrimos en el mismo momento. Yo noté cómo mis flujos se los tragaba con voracidad e hice lo mismo. Tragué todo aquello que salía, fruto de su placer, y caí rendida a su lado, abrazándola.

Nos besamos con pasión después de aquello y hubo algún que otro toqueteo más, pero no pudimos consumar nada porque nuestros novios estaban a punto de llegar. Cuando llegaron ahí estábamos, con los delantales, haciéndoles una comida para que se chuparan los dedos, aunque no tan sabrosa como el coño de Esther.

El sábado por la noche acordamos, mientras nos secábamos el pelo juntas, que al día siguiente les mandaríamos a comprar para tener otro rato de intimidad.

Pero eso, amigos, lo leeréis en la próxima entrega.