S.

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre crímenes. "S." de SIRENA. ¡Cómo puede complicarse un asesinato por culpa de un entrometido!

Se acercó sigilosamente al hombre mientras éste buscaba las llaves del apartamento en los bolsillos de su parka verde. Su plan inicial era rajarle el cuello de oreja a oreja mientras aún estaba entretenido rebuscando en lo hondo de su chaqueta, pero al final, el tipo percibió el movimiento con el rabillo del ojo y se giró.

Lo que vio fue a un hombre joven mirándole, tenía un rostro agradable, la piel morena, era rubio y el pelo le caía a ambos lados de la cara. Justo cuando le miró a la cara, el joven sonrió de felicidad, y el gesto le iluminó el rostro; el cambió en la expresión le hizo parecer aún más hermoso, sus ojos azules refulgieron de puro gozo. Por un momento, sólo durante un segundo, aquella sonrisa y el gesto hicieron pensar al hombre que se conocían, que aquel joven venía a saludarle: "¡George!" diría el extraño y le tendería la mano para estrechársela. George bajó instintivamente la vista hacia la mano derecha del desconocido esperando recibirla y vio el gran cuchillo...

-¿Qué...?- empezó a decir, y S. lanzó el arma contra el rostro del tipo sin dejar de sonreír, dibujando en el aire un arco corto y tajante, pero, por algún extraño motivo, George fue capaz de retirar un poco el rostro, no mucho, pero si lo suficiente como para que la hoja del arma alcanzase a hacerle un corte en el cuello aunque sin demasiada gravedad. La sangre brotó, el hombre se llevó la mano derecha a la herida e intentó gritar pero sólo logró articular un gemido ahogado.

S. dejó de sonreír y avanzó un paso blandiendo el cuchillo ante los ojos del hombre, Si gritas te mato decía su expresión, Y si no también pensó George, parecía un chiste y la idea casi le hizo sonreír. La hoja volvió a cortar el aire y el maldito individuo volvió a apartarse a tiempo, ¿cómo podía ser aquello? Esta vez ni siquiera le rozó. S frunció el ceño y enseñó los dientes apretados en un gesto de perro rabioso. Dos mechones de pelo le cubrían los ojos y gran parte de la cara, pero aquel gesto... los labios se habían retraído sobre las encías dejando a la vista los dientes en una expresión crispada, George pensó en un tiburón y la idea le dio el impulso final para gritar.

-¡Socorro!- La sonrisa de S. se ensanchó y los dientes rechinaron mientras invertía el movimiento inicial del brazo y lanzaba la hoja hacia atrás dibujando de nuevo un arco al tiempo que lanzaba todo el cuerpo hacia delante con el único objetivo de alcanzar finalmente al jodido tipo. Aquella situación se había vuelto realmente incontenible, George había empezado a gritar y a pedir socorro, pronto algún vecino curioso saldría a mirar qué era lo que pasaba y si eso ocurría, la situación se iba a complicar mucho, y eso, evidentemente, no le convenía.

El movimiento de S fue certero, iba directo a su objetivo, pero en el último momento, George trató de apartarse de nuevo, levantó una mano y le golpeó en la muñeca, produciendo que el arma se desviase y le rajase la frente. Esta vez si fue un corte profundo y produjo que George aullase de dolor. La sangre manó a borbotones de la herida resbalando por la frente hasta los ojos, cegándole. La idea de acabar con el tipo sin ruido se había ido definitivamente al carajo, ¿Cómo coño había dejado que la situación se complicase de aquel modo?, ¡mierda! Sólo era un tipo viejo... Debería haber sido fácil, debería haber salido todo como lo planeó.

S. lanzó de nuevo el arma, el hombre retrocedía a trompicones por el pasillo tratando de limpiarse la sangre de los ojos; seguro que más de una de las ratas que vivía en aquellos apartamentos contemplaba la escena por las mirillas de las puertas, algunos incluso podrían estar ya marcando el número de la poli... S. proyectó una última vez su cuerpo hacia delante y la hoja cortó el cuello de George degollándolo. La sangre, brillante y roja, se proyectó hacia la pared manchándola y el tipo calló hacia atrás. S. hubiera afirmado que estaba muerto antes de tocar al suelo; de cualquier modo, eso daba igual. El cabrón ya estaba frito y bien frito... Por fin. Ahora tenía que salir de allí, esfumarse. Se agachó y limpió el arma con la camisa de George, Bonita camisa, cerdo, y cara, pensó S. mientras dejaba limpio el filo, tenía que largarse, pero antes hundió los dedos en el espeso charco de sangre que se estaba formando alrededor del cuerpo del tipo y escribió un mensaje en la pared:

No habrá clemencia en mi redención