Ruth

Mi primer día de vacaciones, mi mujer y yo dándonos un respiro, me encuentro en la playa a una amiga suya en la misma situación que yo

Después de varias semanas de mucho estrés en el trabajo y algunas peleas con mi mujer, me encontré solo el primer día de mis vacaciones. De mutuo acuerdo y aprovechando que mi suegra se encontraba enferma, decidimos darnos una semana para respirar y descansar el uno del otro. Así me desperté aquel día, con los rayos del sol de septiembre dándome en la cara, disfrutando de un cálido despertar. Después de desayunar tranquilamente y en silencio, leyendo los periódicos en la Tablet, me di una buena ducha, me afeité, recorté mi vello púbico y decidí ir a comer a algún chiringuito de la playa para luego quedarme toda la tarde tumbado en la arena gozando de la brisa marina.

Era miércoles y muchos veraneantes se habían vuelto ya. Aunque la playa a la que solía ir nunca se abarrotaba (ventajas de las playas nudistas), sí que se notaba un aumento de afluencia sobre todo en las dos semanas del medio de Agosto. Ese día corría una brisa que debió de desanimar a muchos de acercarse porque cuando llegué no había ni la mitad de gente que solía haber. Fiel a mi costumbre y armado con mi sombrilla, me descalcé y fui caminando por la orilla hasta la zona en la que habitualmente me pongo. Llegué hasta una pequeña roca solitaria que llama la atención porque no hay ninguna otra en la orilla de una playa que mide 3 kilómetros de largo y que es el punto en el que abandono la orilla para buscar un sitio tranquilo en el que tumbarme.

Vi que había una toalla y una sombrilla por lo que me alejé un poco más y clavé el palo de mi sombrilla en la arena. Me desnudé, me puse una gorra para proteger la cabeza del sol, extendí la toalla e iba a colocar la sombrilla cuando oigo una voz familiar que me llama por mi nombre. Al girarme me encuentro con Ruth, una amiga de mi mujer que hacía por lo menos dos años que no veía.

  • Hostia, Ruth, cuánto tiempo!!! Y José y los niños?

  • Hola, estoy en mi día libre de familia - me respondió – y tu mujer?

  • Pues con su madre que está un poco pachucha y bueno también necesitaba unos días para ella sola

Seguimos charlando un par de minutos de pie, los dos desnudos intentando no bajar la mirada. Lo curioso es que yo a ella la había conocido en esa misma playa hacía más de 10 años presentada por una amiga en común. Me invitó a tumbarme con ella y acepté. Supongo que los dos buscábamos romper con la rutina del día a día y pasar una tarde de playa con un amigo ayudaría incluso más que hacerlo en solitario. Así que fui a por mis cosas, puse mi toalla al lado de la suya y, aprovechando que teníamos cada uno una sombrilla, usamos una para el sol y otra la pusimos en la arena para protegernos un poco de la brisa que de vez en cuando se transformaba en molestas ráfagas de viento que llevaban granos de arena. Pude fijarme entonces en su cuerpo desnudo. A sus 40 años y dos hijos, había perdido la tersura que yo recordaba, pero seguro que a ella, si se fijaba en lo mismo, pensaría parecido. Con mis 40 años, aunque seguía en forma, estaba claro que mi cuerpo no era igual a cuando tenía 30 años. Pero me seguía pareciendo muy atractiva.

Ya colocados, empecé a ponerme protector solar mientras seguíamos charlando y poniéndonos al día. Cuando llegué a la espalda, ella me preguntó si necesitaba ayuda y

le dije que sí porque si no iba a dislocarme un brazo intentando cubrir toda la espalda. Estaba sentado en la toalla y me pidió que me pusiera boca abajo. Lo hice y ella me extendió crema por la espalda. Aún tenía las manos frías del baño que se acababa de dar. Me dio también crema en el culo pero lo hizo de una forma tan natural que nada raro se me pasó por la cabeza.

Ella se tumbó boca abajo y nos quedamos como dos lagartos al sol. Frases sueltas o alguna pregunta de rápida respuesta era lo único que luchaba, junto al romper de las pequeñas olas, por anular el silencio que reinaba en la playa. Me acordé que tenía un par de cervezas en una neverita portátil e invité a Ruth a una. Las bebimos y seguimos medio amodorrados. En un momento en el que pasaron como 15 minutos sin cruzar palabra, me incliné sobre su cara para averiguar si dormía. Ella entre abrió los ojos un poco al notar mi acercamiento y me susurró con voz de gatita mimosa que estaba en la gloria. Yo la avisé que tenía que ponerse crema o darse la vuelta porque llevaba mucho tiempo sin hacer nada de las dos cosas y su respuesta fue que no pensaba moverse y si no me importaba echarle el protector. Yo estaba ya un poco cansado de estar tumbado así que me incorporé, cogí el bote de crema de su bolso, la eché en mis manos y empecé a extenderla por sus hombros y espalda.

Sin ser consciente mis manos no se limitaban a cubrir su piel con la crema sino que también masajeaban. Supongo que salió la afición a dar masajes que tengo. Notaba su cuerpo muy relajado, sin ninguna tensión, prueba evidente que realmente estaba en la gloria como decía ella. Me pareció oír que decía algo y me incliné para preguntar y me susurró que tenía unas manos fantásticas, que era la guinda perfecta en ese momento recibir un masaje por lo que, animado por sus palabras, seguí masajeándola usando la crema protectora como si fuera aceite de masaje. En un momento en el que estaba arrodillado a su lado, masajeando el costado, se despertó mi conciencia sexual al darme cuenta que mis dedos pasaban muy cerca de sus tetas. Ruth tiene unos pechos bastante grandes y al estar presionados contra la toalla sobresalían por los lados. Discretamente, como quien no quiere la cosa, los acaricié con la punta de mis dedos. No observé ninguna reacción en ella, su cuerpo seguía igual de relajado. Pero algo en mí sí reaccionó y empezó a coger un volumen que, sin ser muy explícito, era revelador por lo que volví al centro de su espalda y seguí descendiendo hasta el nacimiento de sus nalgas.

Al finalizar con la espalda, acerqué mi boca a su oreja y le pregunté en voz baja si quería también en las piernas. Si no te importa fue su respuesta. Con una camiseta le limpié las arenas que tenía en los tobillos y me puse a ello. Doblé su pierna, apoyé su pie en mi muslo y masajeé su gemelo. Hice lo mismo con la otra pierna sin poder evitar miradas furtivas a su entrepierna. Ruth es delgada por lo que, aunque tenía los muslos juntos, desde mi posición, podía entrever su rajita. Sentí ganas de acariciarla pero deseché la idea. Ella estaba casada, yo también y lo peor es que los dos conocíamos a nuestros cónyuges y más de una vez habíamos quedado todos juntos.

Me puse a la altura de sus muslos, me unté de nuevo las manos con la crema, e inicié el masaje de la parte del cuerpo que más me gusta masajear. Mis manos subían por el centro y bajaban por los lados. Dejaba una distancia prudencial para no tener

tentaciones locas pero al tercer movimiento me di cuenta que ella había separado los muslos lo suficiente como para que mi mano pudiese llegar hasta su rajita. Noté también algo de humedad pero preferí no pensar en eso. Sin embargo, mis manos debían de pensar otra cosa porque fueron más atrevidas que mi cerebro. Ahora subían por dentro del muslo y bajaban por el centro. Al llegar al final del muslo sin querer hacían un pliegue en su piel y era ese pliegue el que rozaba sus labios que respondían abriéndose. Me pareció oír ligeros gemidos saliendo de su boca. Seguí, ahora queriendo, provocando ese roce entre su piel y sus labios vaginales. Ella debía de estar pensando que eran mis dedos pero no lo eran y lo cierto es que su coño estaba cada vez más húmedo y sus labios se desperezaban. Miré a nuestro alrededor. La gente más cercana a nosotros no podía ver porque nos ocultaban de ellos la sombrilla puesta de paravientos. Ruth separó un poco más sus piernas y elevó un poco su trasero. Eso no podía ser otra cosa que una invitación a seguir.

Mis manos llegaban a su pliegue pero ya no bajaban de nuevo por el muslo hasta la rodilla sino que seguían subiendo por su culo. A la tercera pasada decidí hacer una última comprobación de seguridad y le dije que esperaba que no le importase que incluyera su culo en el masaje pero que me encantaba masajear culos y que no podía evitar la tentación. Ella me dijo que siguiese, que estaba disfrutando y así lo hice, convirtiéndolo en un masaje sexual 100%. Mis manos amasaban sus nalgas, las separaban, mis dedos acariciaban desde su raja hasta su clítoris siguiendo hasta la entrada de su vagina que cada vez estaba más húmeda. Mi polla palpitaba de la excitación y mis dedos resbalaban casi hasta penetrarla, algo que sucedió al poco por los abundantes jugos que salían de ella y que lubricaban mis dedos. Primero uno, luego dos y finalmente tres de mis dedos la masturbaban mientras mi otra mano no paraba de acariciar su culo y la parte interna de sus muslos. Ruth gemía, mordía la toalla para no llamar la atención mientras movía su cadera para acompañar las entradas y salidas de mis dedos de su coño que más que masturbarla ya la follaban. Y en eso estaba pensando, en penetrarla, cuando su pelvis empezó a temblar y se vino en un orgasmo que me pareció eterno.

Cuando se quedó inmóvil saqué cuidosamente los dedos de su interior y los lamí uno a uno. Ella tenía la cara escondida en la toalla. Yo me senté con la espalda apoyada en la sombrilla que hacía de paravientos y encendí un pitillo. Vi que cogía sus gafas de sol, se las ponía y se puso de costado. Estaba roja como un tomate. Yo la miré y le hice la señal de silencio poniendo un dedo en mis labios y le dije:

  • Esto no ha sucedido nunca

Ella me sonrió, se puso a 4 patas, se acercó a mí, me cogió el pitillo, dio una calada, me lo devolvió y se tumbó de costado. No veía sus ojos con las gafas de sol pero tenía la impresión que estaba mirando mi polla. Seguía empalmada. Vi que su mano se deslizaba por la toalla entre mis piernas y que se quedaba justo debajo de mis huevos. Y empezó a acariciarlos. Yo la miraba pero ella a mí no hasta que sus dedos empezaron a recorrer mi polla. Entonces sí que me miró. Y me dijo:

  • Esto tampoco va a suceder nunca

  • No tienes que hacerlo

Ella no contestó, sólo se puso el dedo en los labios indicándome que estuviera callado.

Y empezó a masturbarme. Lo hacía muy despacio, al principio solo con dos dedos, luego con toda la mano. Se incorporó un poco, apoyando su cabeza en su brazo flexionado sobre la toalla y se acercó un poco más. La masturbación era suave y lenta que detenía de vez en cuando para acariciarme los huevos. Hacía casi una semana desde mi última paja y estaban más grandes de lo normal. Entre la situación, el masaje que le había dado, el sol, que hubiera gente en la playa que pudiera vernos, el morbo que ella me estuviera masturbando hacía que estuviera excitado como no recordaba en mucho tiempo. Cada vez que asomaba una gotita por el glande ella la extendía con su dedo índice.

  • Tienes los huevos así de grandes o es que están a reventar?

  • Las dos cosas, aunque más la segunda

Siguió con su pausada masturbación. Me gustaba que lo hiciera tan despacio porque pensaba que era una señal de que ella también disfrutaba. Se incorporaba cada poco por si venía alguien. Luego se quitó las gafas de sol y se tumbó boca arriba, su hombro debajo de mis huevos, mi muslo encima de su cara. Le dije que me iba a correr. Ella ralentizó el movimiento de su mano mientras la agarraba con más fuerza. Notaba como mi semen empezaba a ascender desde la base de mi polla. Gracias a la presión que ejercía tan bien por primera vez en mi vida sentí como se acercaba el momento del orgasmo más del instante habitual y exploté brutalmente, con una camiseta en la boca para que no se enterase toda la playa. Mi semen cayó en su cuerpo. El primer chorro alcanzó su pubis, los siguientes, cada vez más flojos, dejaban su rastro en su barriga, sus tetas, su hombro y su mano. Los dos primeros rozaron su mejilla. Ella no se detuvo hasta que extrajo todo de mi interior. Dejé de sentir las piernas, mis pies se enfriaron. Acaricié su cabello.

  • Ha sido impresionante, Ruth

Ella no dijo nada. Seguía tumbada en la misma posición. Me llamaba la atención que no se limpiara. Me pidió un pitillo y se lo pasé ya encendido. Encendí otra para mí y fumamos en silencio. Observaba su cuerpo manchado de mi orgasmo y la excitación empezó a regresar. Me di cuenta que, aunque me había corrido muchísimas veces sobre el cuerpo de una mujer, era la primera vez que ella se quedaba a gusto sin limpiarse. Acabamos de fumar y ella se sentó.

  • Habrá que bañarse- dijo mientras se levantaba y empezaba a caminar hacia la orilla. Parecía no importarle cruzarse con alguien y la viese así. Yo la seguí. El agua estaba fría así que fue nada más que un chapuzón. El sol empezaba a descender y casi no quedaba gente en la playa. La temperatura ya no era tan agradable. Le pregunté si quería tomar algo. Aceptó. Recogimos nuestras cosas. Ella se puso un pareo y yo el bañador y la camiseta. Fuimos al chiringuito y bebimos una cerveza. Hablamos de todo menos de lo que acababa de suceder. Ella sacó su móvil y a mí me llegó un mensaje. Lo abrí. Era

suyo. No sabía que tenía mi teléfono. Era una pregunta muy simple: “¿quieres follar?”. La miré. Tecleé sí y respondí a su mensaje.

Su coche estaba más cerca. Nos subimos, busqué en google el motel más cercano y nos dirigimos a él. Pagamos la habitación, subimos y sin más preliminar hice lo que me pidió. Me tumbé boca arriba en la cama, ella se puso sobre mí, sin quitarse el pareo, y follamos a su ritmo cadencioso. Se movía en círculos, subía y bajaba lentamente y se acariciaba las tetas por encima del pareo y nos corrimos los dos a la vez. Nos quedamos allí abrazados, sin hablar, disfrutando del momento hasta que sus manos volvieron a acariciarme y a despertar mi excitación de nuevo. Me daba cuenta que, cada vez que me acariciaba la polla, venía a mi cabeza el recuerdo de la playa y era suficiente para tenerla lista de nueva. Ella fue al baño y volvió con el bote de gel.

  • Fóllame el culo

Usando el gel a modo de lubricante la preparé. Mi polla entró. Muy despacio. Ella apretaba mucho y gasté el bote entero pero al final entró toda.

Dos horas después, ya de noche, salimos de la habitación. Ella llevaba el pareo porque no había subido ropa del coche. Condujo hasta el lugar dónde estaba aparcado el mío. Estacionó su coche al lado del mío, nos bajamos. Me acerqué a ella y la besé por primera vez. Entrelazamos nuestras lenguas en un beso muy húmedo y nos quedamos abrazados a la luz de la luna. En ese momento, sonó su tlf. Era su marido. Le dijo que se había encontrado a Laura en la playa y que habían cenado juntas y que salía ya para casa. Colgó y me miró:

  • Esto no puede acabar así

  • Qué quieres decir?

  • Que ha sido demasiado bonito, has sido demasiado generoso y cuando tienes una aventura extra matrimonial no es para eso

  • No lo sé, Ruth, es la primera vez que le soy infiel a Carmela

  • También es mi primera vez

  • Pues serán así entonces estas cosas

  • Pues si son así me voy a enganchar a ellas y no quiero. Estropéalo por favor

  • No te entiendo Ruth

  • Sé un cerdo, aprovéchate de mí, haz cosas que no me gusten

  • Pero Ruth, estás loca? Yo quiero quedarme con un buen recuerdo

  • Hazlo por favor, te lo suplico o lo acabaré contando

  • Ni se te ocurra por lo que más quieras

  • Pues haz lo que te pido

  • Estás segura?

  • Lo estoy

No veía sentido a lo que me decía pero no me iba a costar hacer lo que me parecía que estaba sugiriendo. Le arranqué el pareo, la puse contra el coche y la penetré una vez más, sin miramientos, haciéndolo rápido, insultándola, diciéndole que era una puta, una zorra viciosa y dándole azotes en el culo. Me metí tanto en el papel que estaba de nuevo a punto. Me salí, la puse de rodillas y me corrí en su cara. Me subí el bañador, monté en mi coche y me fui.

Al llegar a casa comprobé el móvil antes de acostarme. Tenía un mensaje suyo que decía gracias.

Continuará