Russell

Experiencias sexuales de un sádico.

La vida en Arroyomiel era plácida, tranquila, sin ningún tipo de complicaciones. Russell hacía varios meses que se había mudado allí buscando la paz que anhelaba desde hacía ya mucho tiempo. No era un hombre de ciudad, nunca lo había sido, y sólo la relación con Rosa le había mantenido en la gran ciudad por más de dos años. Una relación que empezó como todas, con dudas pero con ilusión, con precaución pero con lujuria, pero que poco a poco y tras varios estallidos de rabia, terminó de la peor manera.

Los gustos sexuales también llegó un momento en que cada vez se apartaban más y más. Russell se fue volviendo cada vez más sádico. Al principio Rosa accedía por complacerle, y porque él a su vez la complaciera a ella en sus gustos, perversos, pero no sádicos. Pero cuando el sadismo empezó a volverse más y más violento, cuando los golpes, los azotes y las palizas se convirtieron en algo recurrente y casi diario, Rosa vio que había llegado el momento de cortar por lo sano, o algún día la cosa no tendría solución ni vuelta atrás. Así que cortaron. Lo habían intentado hablar muchas veces, pero sus caminos, no sólo en lo sexual, sino en todos los sentidos, cada vez eran más divergentes, cada vez se alejaban más; no era cuestión de echar culpas, pues ninguno era capaz de reconocer las suyas. La única solución era acabar, por duro que fuera.

Terminada la relación, Russell se fue de la ciudad, ya no había nada que le atara allí. Y encontró una casa en un pequeño pueblo en las montañas, un lugar tranquilo, lejos de todo. Llevaba unos meses viviendo allí, llevando una vida totalmente retirada del mundo, salvo por su trabajo, que le obligaba a coger el coche todos los días y recorrer varios kilómetros para pasar varias horas encerrado en una gran sala rodeado de gente. Pero en cuanto acababa la jornada, cogía el coche y volvía rapidamente a su casa en Arroyomiel, a su refugio. Cada vez se fue alejando más de la gente, y tampoco le importaba. Ya casi no se relacionaba con sus compañeros del trabajo, cosa que por otro lado tampoco necesitaba.

Su única ventana al mundo era su ordenador e internet. Mantenía contacto, incluso desde que salía con Rosa, con varias chicas a las que conocía en chats relacionados con la sumisión y el sadomasoquismo. Su gran ilusión era tener una esclava sexual, y hacer con ella todo lo que soñaba, todo lo que imaginaba, sin importar las consecuencias, ni para ella, ni para su cordura. Los contactos que mantenía apenas le calmaban. Eran como una droga suave para alguien que tiene una enorme adicción: te mantienen tranquilo un rato, pero en seguida se pasa el efecto.

Con ellas practicaba todo tipo de perversiones, con algunas solo por chat, con otras llegó a tener una relación mucho más estrecha, por medio de webcam. Las perversiones y la degeneración abarcaban todo el espectro, violencia física y psicológica, las mujeres pasaban a convertirse en meros objetos, juguetes con los que calmar sus ansias de placer. La mayoría de las chicas que participaba de esos juegos lo hacía porque realmente lo quería, eran tan degeneradas como Russell. Y Russell no era feliz hasta que no coseguía una sumisión total por parte de sus esclavas. Y de muchas ellas lo consiguió.

Una de ellas llegó a estar más de 24 horas pegada a la pantalla del ordenador, desnuda y arrodillada, esperando a que su amo se dignara conectarse y hablar con ella. A todas las hacía azotarse, humillarse, o incluso comerse sus propios excrementos. Cada una tenía una peculiaridad especial, y eso las hacía diferentes unas de otras: una disfrutaba más con la violencia física, otra con la humillación, otra con los insultos, etc. Y Russell lo practicaba todo, no había límites en su imaginación para la perversión, pero lo que más le gustaba era la violencia sádica. Una noche consigió que una de sus contactos, a través de la webcam, se clavara agujas en los pezones, desnuda, y sangrando por la nariz tras habérse golpeado a sí misma bajo las órdenes de Russell; la erreción de Russell esa noche fue la más grande que había tenido en toda su vida, ni siquiera con Rosa había tenido una así; se corrió una vez casi sin tocarse, y tres más casi consecutivas. Al día siguiente no podía quitarse la imagen de su perra con los pezones ensartados y la nariz sangrando. En ese momento se dio cuenta que el ordenador estaba muy bien, pero que, o lo vivía realmente, o no podría resistirlo.

Por esa época un matrimonio joven se mudó a una casa casi en frente de la suya. El hombre trabajaba mucho, y casi no le veía, pero la mujer, desde el primer día que la vio, le volvió loco. Estaba embarazada, y más tarde supo que se llamaba Patricia. La primera vez que la vio, había salido a comprar unas cosas en una tienda cercana; la vio desde la ventana del salón, llevando un vestido largo de tirantes y unas sandalias. Estaría de unos seis meses y la tripa ya se le notaba mucho; era delgada y de estatura media, con unos pechos pequeños que se marcaban perfectamente bajo el vestido, y que dejaba claro que no llevaba sujetador; era morena y llevaba el pelo recogido en una coleta. En cuanto la vio, Russell la deseo.

Russell no tenía mucha relación con sus vecinos y tampoco era algo que le preocupara, al contrario, no le interesaba, pero desde el momento en que vio a Patricia, ya solo quería entrar en contacto con aquel matrimonio joven. Provocó los encuentros casuales en la calle e incluso les invitó un par de veces a cenar en su casa y poco a poco se fue formando una pequeza confianza entre ellos y Russell. Pero cuando se encontraban, apenas si podía contenerse para no mirar descaradamente a Patricia, y admirar su piel suave y blanca, su tripa que crecia a ojos vista, sus pechos, su boca. Patricia le provocaba unas erecciones increibles y ya solo soñaba con el momento en que la dominara y sometiera a todos sus antojos. Tenía que follar y someter a aquella belleza embarazada o reventaría.

Lentamente fue acumulando mucha información sobre el matrimonio, sus horarios, sus trabajos, sus rutinas y costumbres. Y cada vez más fue encontrándose con Patricia "por casualidad" cuando ésta salía sola a pasear. El marido de Patricia tenía unos horarios de trabajo terribles y además viajaba mucho, por lo que dejaba a su mujer sola durante mucho tiempo, a veces días enteros. A ojos de Russell era una presa fácil, muy fácil, como un cervatillo que rondara la guarida de un depredador. Y eso es lo que era Russell, un depredador de mujeres.

Por las noches seguía chateando con sus contactos, con sus esclavas, pero muchas noches simplemente se sentaba a oscuras pensando en Patricia y se masturbaba. Sólo imaginársela desnuda, a cuatro patas chupándole la polla, sus pequeñas tetas colgando y su enorme tripa rozando el suelo, le provocaba una erección que le dolía. Por el día y también por la noche, les espiaba, incluso se compró unos buenos prismáticos para poder verla a través de las persinas medio cerradas o las cortinas. Lo que conseguía ver hacía que tuviera unas pajas fantásticas. Durante todo ese tiempo, Russell se había comportado como el vecino perfecto, amable, simpático, servicial, siempre dispuesto a ayudar o hacer algún favor. Patricia le tenía una gran estima, igual que su marido, e incluso saber que Russell estaría cerca cuando él trabajaba, le hacía sentirse aliviado, por si su mujer tuviera algún problema. Sabían que Russell estaría allí para lo que fuera. No podían ni imaginar que Russell guardara algún tipo de pensamiento que no fuera el del perfecto vecino, y mucho menos sospechar lo pervertido y degenerado que era. Por supuesto eso le hacía una gracia enorme a Russell.

Una tarde Russell vio que Patricia salía a dar un corto paseo, y salió para preguntarle por su estado. Ese día estaba guapísima, con un vestido corto de verano, de tirantes, sin sujetador; Russell no pudo por menos que admirar los pezones marcados bajo la ligera tela. Llevaba unas sandalias planas y sus piernas, sus pies, sus brazos, parecían incitarle. Russell le preguntó por su estado, ya estaba de siete meses avanzados y la tripa estaba enorme. Patricia le dijo que se encontraba muy bien, y riendo le confesó que lo único que le preocupaba era los extraños antojos que tenía. Russell rio con ella, pero no podía apartar la vista de su cuerpo y su fantasía le hacía imaginar mil y una situaciones, la imaginaba de mil formas posibles, y se empalmó. Esa tarde hacía mucho calor, y tras acompañarla a un corto paseo por la zona, le propuso tomar un té helado en su casa, a lo que Patricia accedió encantada. Durante el paseo, le había dicho que su marido había tenido que salir de viaje otra vez, y que no volvería hasta el día siguiente. Viendo cómo una gota de sudor resbalaba por su cuello y se deslizaba entre sus pechos, Russell se dijo que esa tarde ella sería suya. Quisiera o no.

Entraron en casa de Russell y éste sirvió las bebidas en el salón. Pero Russell no bebía, pese a sostener el vaso junto a su boca, sólo tenía ojos para el cuerpo de Patricia, para su tripa y para sus pechos. Se puso a recordar todos los videos de embarazadas que había visto, y estaba deseando sacar al sádico que llevaba dentro para dar rienda suelta a todas sus perversiones con ella. Le preguntó si podía tocarle con cuidado la tripita, a lo que Patricia accedió encantada, como hacen todas las embarazadas, encantadas de que las toquen la tripita. Russell se pegó mucho a ella y apoyó con cuidado la mano sobre su tripa, por encima del vestido. La acarció suavemente, mirándola con lujuria. Levantó la vista y Patricia le estaba mirando a los ojos y lo que vio en sus ojos verdes fue el deseo de una mujer que ansía sexo, mucho sexo. Ella misma le preguntó casi susurrando si le gustaría tocarle la tripita sin el vestido de por medio. Russell no necesitó responder, seguía mirándola a los ojos, mientras Patricia se subía el breve vestido dejando al aire las braguitas y después la tripa. Se sujetó el vestido justo por debajo de los pechos y dejó que Russell le acariciara la tripa.

Aquella situación cada vez era más erótica, ninguno de los dos hablaba, Patricia no dejaba de mirarle a los ojos, y Russell alternaba los ojos verdes de Patricia con su cuerpo, mientras su mano recorría delicadamente toda la redondez de su tripa; ya había dejado el disimulo, y miraba todo su cuerpo como el que mira un trozo de carne, jugoso y tierno, momentos antes de comérselo. Y a Patricia parecía que aquella mirada la excitaba. Muy lentamente se había ido subiendo el vestido, y ya dejaba al aire la parte baja de sus pechos, sin llegar a los pezones. La mano de Russell seguía recorriendo su tripa, pero lentamente fue deslizándose hacia abajo, Patricia sabía sus intenciones, pero no dijo nada, ni se movió, sólo emitió un liguero suspiro cuando notó los dedos de Russell acariciar sus braguitas; después esos dedos se metían lentamente por debajo hasta llegar a la zona más húmeda, mojada y sensible de todo su cuerpo.

Russell acarició la entrada de su coño por debajo de las bragas, y sintió lo mojada que estaba, metió un dedo y lo sacó empapado. Acercándose a su oído, la preguntó cuánto hacía que no tenía sexo como Dios manda; Patricia casi se avergonzó al confesar que hacía más de dos meses que no tenía nada de sexo con su marido, solo un casto beso de buenas noches, nada más, y que ella necesitaba sexo, mucho sexo, y que estaba completamente desesperada. Russell le dijo que su desesperación había llegado al final, mientras le metía con fuerza dos dedos hasta lo más profundo de su coño. Patricia gimió como quien sabe que por fin va tener lo que lleva anhelando demasiado tiempo y sin esperar a que se lo pidieran, se sacó el vestido por la cabeza, mostrando sus pechos. Con los dedos mojados, Russell se los acarició, y al tocar sus pezones, se los empezó a apretar con fuerza, más cada vez, hasta que Patricia soltó un ligero grito. Russell la preguntó, sabiendo ya la respuesta, si quería que parara, y Patricia, gimiendo, le dijo que no. Russell le apretó un pezón aún con más fuerza, el otro pecho lo agarró con fuerza con la mano y el pezón lo mordió hasta que a Patricia se le saltaron las lágrimas. La hizo quitarse las bragas y la ordenó ponerse de rodillas, a cuatro patas, mientras él se desnudaba. Cuando la vio así, se dio cuenta de que su sueño se había cumplido, se había hecho realidad, y supo que podría hacer con ella todo lo que se le antojara.

Patricia estaba en el suelo, desnuda, y ni siquiera pensaba en su marido, como si la hubieran hipnotizado, lo único que sabía era que aquel hombre al que hasta ahora había considerado como el más pacífico y bueno de las personas, la había apretado los pezones hasta hacerla casi llorar de dolor, la había desnudado y la había obligado a ponerse a cuatro patas, como una perra, y ahora se desnudaba delante de ella, y lo único que llenaba su cerebro en ese momento, eran las ganas tan grandes de sexo que tenía. Russell se plantó delante de ella con una enorme polla colgando, y se la acercó a la boca para que se la comiera. Pero Russell no quería simplemente que se la mamaran, quería dominar y tener el control total, agarró de la coleta a Patricia y se puso a follarla la boca, con tanta violencia y rapidez, que a penas tenía tiempo Patricia de tomar aire cuando la polla salía de su boca. Al rato Russell fue alternando chupadas con bofetadas, le metía la polla en la boca con fuerza y al sacarla, siempre agarrada del pelo, la soltaba una bofetada, y de nuevo se la metía en la boca, y así una vez y otra, aumentando la violencia de las bofetadas, hasta que un hilo de sangre empezó a correr desde su nariz, pero Russell siguió con esta alternancia, hasta que la cara de Patrica acabó totalmente amoratada y Russell se corrió, pero apuntando con la polla a la tripa de Patricia, y llenándola toda de semen.

Con la cara vibrando de dolor, Patricia se puso a extenderse el semen por toda su tripa, mirando con una sonrisa a Russell. Aquella imagen fue más de lo que Russell pudo resistir, su polla se empalmó de nuevo, segundos después de haberse corrido, nunca antes le había pasado tan rápido, pero ver a aquella perra de rodillas, pasándose todo el semen por la tripa tan grande, con la cara roja, gotas de sudor y sangre bañándola, le hizo rechinar los dientes de lujuria y perversión, y se fue corriendo a por un cinturón con el que azotar a aquella puta. Cuando volvió, Patricia se había tumbado en el suelo y se lamía las manos mojadas de semen y se masturbaba metiéndose los dedos en el coño. Russell le apartó las manos con violencia y la ordenó volver a ponerse a cuatro patas. En cuanto la tuvo así, agarró el cinturón con fuerza y empezó a azotarla las nalgas. Marcas rojas iban saliendo en la suave y blanca piel de Patricia, ella gritaba y gemía, pero en ningún momento hizo el amago de apartarse o pidió que parara, ni siquiera lo suplicó. Gritaba y lo hacía con furia, mezcla de dolor, rabia, y placer. Y cuanto más azotaba, y más rojas se iban poniendo las nalgas, más se excitaba Russell, más dura se le ponía la polla y más fuerte golpeaba.

Las tetas de Patricia colgaban, los pezones duros apuntando al suelo, hilos de saliva resbalaban de su boca, mientras sus nalgas y su espalda se llenaban de marcas. Russell estaba totalmente ido, los ojos inyectados en sangre, observando a aquella belleza, con su enorme tripa casi tocando el suelo, su cuerpo desnudo temblando bajo los latigazos con el cinturón, jadeando, más parecido a un animal. Paró cuando ya no pudo azotarla más, casi no sentía el brazo.

Se agachó junto a ella para lamerla los hilos de sangre de nalgas y espalda. Tocó el interior de sus muslos, y comprobó que estaban mojados, no sólo de sudor; Patricia estaba empapada, los azotes, mezclados con la lujuria, con las ganas, con la necesidad, la habían hecho corrrerse. Pero Russell aún quería más, cuanto más dolor infligía, más excitado se encontraba, y se dio cuenta de que Patricia lo deseaba tanto como él. Sin dejarla moverse, a cuatro patas, la cogió con fuerza los pezones entre los dedos y apretó hasta hacerla gritar. Siguió apretando hasta que Patricia gritó, lloró y maldijo de forma salvaje, entonces, montándose encima de ella como pudo, se la clavó en el culo. Su marido pocas veces la había follado el culo y era algo que ella en secreto deseaba con ganas. Cuando Russell la empaló, el dolor del ano se mezcló al de los pezones, y al que aún conservaba en las nalgas y la espalda. Los dos empezaron a jadear y gritar de placer, Russell follándola con violencia y furia. Tenía la polla más dura que nunca, y era como si la penetrara con una barra de hierro. Tras un buen rato así, Russell no pudo aguantar más y se corrió de forma espectacular, llenándola el ano de semen. Aún dio unas cuantas sacudidas más antes de separarse de ella y caer al suelo completamente rendido, con el corazón latiéndole como un caballo desbocado. Los dos sudaban como animales, y Patricia, con todo el cuerpo dolorido, al que ahora se añadía el ano, casi reventado, se arrastró hasta Russell y se montó encima de él, aprovechando que la erección había sido tan violenta, que todavía seguía como si no se hubiera corrido. Russell recorrió la tripa de Patricia mientra esta se acoplaba sobre su polla y empezaba a moverse rítmicamente sobre él, luego la apretó de las tetas con fuerza y así estuvo hasta que ambos se corrieron casi simultaneamente. Russell no se explicaba cómo podía correrse tanto de forma tan seguida, nunca una mujer le había provocado de esa manera.

Patricia quedó tumbada sobre él, jadeando y sudando los dos, con la polla aún dentro de ella, hasta que poco a poco fue perdiendo dureza y ambos se fueron relajando. Patricia por fin se levantó, fluidos resbalando por sus muslos, y fue al baño para orinar. Russell la siguió al poco, encontrándola sentada en la taza, con las piernas separadas, soltando su chorro de pis. La imagen era lo más erótico que había visto nunca. Se cogió la polla con la mano, apuntó al cuerpo de Patricia, y se puso a mear él también. La orina bañaba todo el cuerpo de Patricia, sus tetas, su tripa, brillaban por el amarillento líquido que fluía hasta caer dentro del inodoro y mezclarse con su propia orina. Russell la cogió de la nuca y la agachó, y Patricia no dudó en meterse en la boca la polla, para que el chorro de orina la llenara toda, y beberlo. Cuando terminaron se ducharon juntos, y se fueron a la cama. Russell pasó toda la noche follándola y practicando con ella aún más perversiones, sólo teniendo cuidado con su tripa. A la mañana siguiente Patricia se fue a su casa, para intentar curar y disimular como pudiera todas las marcas y moratones que adornaban su cuerpo; tenía que evitar por todos lo medios que su marido notara nada extraño. Pero a partir de ahora, ya no la preocupaba que a su marido no le apeteciera follar con ella por estar embarazada, había encontrado a alguien que estaba encantado con hacerlo, y con hacer además cosas que nunca había imaginado hacer, pero que en el fondo, soñaba con que algún día se las hicieran.