Russell 2. Russell y las excursionistas

Russell despliega todo su sadismo y dominación con tres excursionistas.

Tras la experiencia con Patricia, su vecina embarazada, Russell comprendió que lo que realmente le excitaba hasta límites insospechados y le ponía la polla tan dura como no la había visto nunca, era dominar a una mujer, hacerla suya por completo, someterla, infligirla dolor. Su primera gran prueba había sido Patricia, y aún seguía quedando con ella cuando su marido no estaba en casa, pero sabía que en cuanto diera a luz, su lujuria por ella decaería.

Había pasado a un nuevo nivel de satisfacción sexual, y aunque seguía manteniendo relaciones cibernéticas con sus sumisas del chat, ahora necesitaba la realidad más que nunca. Y de nuevo, y como por casualidad, encontró lo que buscaba en Arroyomiel, la aldea perdida en las montañas donde había decidido irse a vivir tras su ruptura con Rosa.

Una tarde, mientras daba un paseo, vio cómo por una de las laderas de la zona sur de la aldea subían tres chicas con mochilas. Eran jóvenes, se las veía muy morenas por el sol y en buena forma física; llevaban grandes mochilas a la espalda, de las que sobresalían esterillas y sacos de dormir. Quizá eran tres extranjeras de excursión por la zona, en busca de un lugar para acampar. La aldea donde vivía Russell estaba muy apartada, aunque no era raro ver excursionistas, especialmente en verano. Pero de todas maneras era una zona muy apartada y muy solitaria, aunque de gran belleza por sus paisajes. Russell las siguió con la vista y vio que se dirigían a la fuente que había en el centro de la aldea, bebían, se lavaban la cara y los brazos, descansaban un rato y continuaban camino hasta una zona despejada de árboles a las afueras del pueblo. Sin duda alguien les habría señalado aquel sitio para acampar.

Más tarde Russell se pasó por la zona donde se suponía que habrían acampado y vio que, en efecto, ya habían montado una tienda de campaña y estaban organizándose con las mochilas. Russell se acercó y las saludó, y al poco estaba charlando amigablemente con ellas. Se trataba de tres chicas austriacas que tras terminar sus estudios universitarios se habían tomado un año sabático para recorrer España con sus mochilas. Dos de ella eran rubias y la otra morena, muy morenas por llevar tanto tiempo bajo el aire y el sol de España, y con unos cuerpos jóvenes que excitaron la lujuria de Russell.

Se llamaban Ulrike, Ilse y Berit, y llevaban las tres shorts muy cortos, camisetas, una de ellas cortada justo debajo de los pechos y las demás sin mangas o con tiranes, y calcetines gruesos y botas para la montaña. Las pequeñas gotas de sudor que resbalaban por sus pieles morenas y pecosas eran un acicate a la lujuria de Russell, que se comportó con toda simpatía y amabilidad, descubriendo que las tres chicas eran también muy simpáticas y muy divertidas, y que excepto en el caso de Ilse, que se expresaba más o menos bien en español, las otras dos chicas lo hablaban muy mal, con lo que la conversación giró en una mezcla de inglés y español, que resultó muy divertido para los tres. Russell les indicó dónde, muy cerca, había un arroyo de montaña, en el que podrían darse un baño, aunque el agua estaría helada, a pesar de ser agosto. Ellas, al ser de Austria, estaban acostumbradas a las bajas temperaturas, y no les asustaba el agua helada, le dieron efusivamente las gracias a Russell, y se fueron allí, con toallas y chanclas para disfrutar del agua y del sol. Antes de irse, Russell les preguntó si les gustaría que les trajera esa noche algo de comida para invitarlas a cenar, y ellas aceptaron encantadas.

Russell se dirigió a su casa para coger los prismáticos, los mismos que había comprado para espiar a Patricia, y fue rápidamente a la zona del arroyo donde supuso que estarían las austriacas. Se agazapó tras unos arbustos y desde allí observó a las tres chicas. Se habían puesto bikinis y estaban en unas grandes piedras lisas entre las que corría el arroyo; dos de ellas se habían quitado la parte de arriba para que les diera el sol, y Russell, con los prismáticos, no se perdió detalle de sus cuerpos. Las tres tenían unas tetas muy grandes, con grandes pezones con enormes aureolas; sus pechos estaban blancos, en contraste con sus brazos, piernas y caras, y ese contraste excitó aún más a Russell. Cuando una de ellas se puso a extender crema por la piel de las otras dos, recorriendo sus tetas con las manos, Russell no pudo más, se abrió el pantalón y se masturbó allí mismo, sin dejar de espiarlas.

Por la noche fue con una bolsa con comida y bebida al lugar donde tenían la tienda de campaña. Las tres chicas le recibieron con risas, abrazos y palmadas; habían extendido un par de esterillas a la entrada de la tienda, y allí se sentaron los cuatro para cenar. Las chicas se habían cambiado y su ropa estaba limpia, llevaban el mismo tipo de ropa informal, camisetas ceñidas y shorts, aunque Ulrike aún conservaba la braguita del bikini, pero se había puesto arriba una camiseta, aunque cuando Russell se fijó, vio que no llevaba nada debajo, al igual que sus compañeras. Ellas no pretendían provocarlo, era su actitud normal ante la vida, pero Russell se vio totalmente provocado por aquellas tres jóvenes bellezas centroeuropeas y durante la cena le costó mucho trabajo no avalanzarse directamente sobre ellas. Estaban los cuatro sentados en círculo, con las piernas cruzadas, y los ojos de Russell se iban hacia la oscuridad del interior de sus muslos, a las tetas y los pezones marcados bajo las camisetas, hacia sus pies descalzos, hacia sus bocas y sus labios. Al terminar la comida, sacó de la bolsa unas botellas de licor y propuso un brindis. Las tres chicas gritaron de júbilo, llenaron los vasos y se pusieron a brindar, una vez tras otra, cada vez por las cosas más absurdas. Russell las seguía el juego, fingiendo beber la mitad de las veces, y rellenando los vasos en cuanto se vaciaban. Sabía perfectamente lo que quería, las quería totalmente borrachas, que no pudieran ni mantenerse en pie. Y ellas no se daban cuenta de lo que estaba pasando, solo disfrutaban de un español muy simpático y de un licor que poco a poco las iba embriagando.

Tras vaciar las botellas, las tres chicas estaban completamente borrachas, y Russell supo que podría hacer con ellas lo que se le antojara. Estaban en un lugar totalmente aislado y solitario, muy lejos de la primera casa habitada del pueblo; lo que pasara allí esa noche, no lo sabría nadie.

Durante los brindis la conversación había subido de tono, se había vuelto más y más picante por momentos, incluso Russell había conseguido dar algún beso a las chicas y alguna que otra caricia, que se lo tomaban todo como si simplemente fuera un juego sin importancia ni consecuencias. Pero Russell decidió que ya había llegado el momento de dejar de jugar. Cogió a una de ellas con fuerza por las muñecas y la atrajo hacia él para besarla; al principio la chica se dejó, pero las manos de Russell la hacían daño en las muñecas y su boca la besaba con mucha fuerza, y empezó a sentirse molesta. Berit se había levantado para ir a orinar tras un árbol cercano, y Ulrike cantaba y reía sin darse cuenta de que su amiga Ilse no lo estaba pasando bien. Russell la besaba con fuerza, la cogió en volandas y la metió dentro de la tienda, guiñándole un ojo a Ulrike, que le devolvió el guiño con los ojos nublados por el alcohol. Russell metió dentro de la tienda a Ilse, la desnudó casi sin encontrar resistencia y abriéndose el pantalón la folló allí mismo. Ilse no comprendía muy bien qué estaba pasando, entendía que estaba follando, pero no era capaz de situarse a sí misma ni nada de lo que la rodeaba. Al poco, el español que la follaba se salió de ella, y al tocarse comprendió que se había corrido dentro de ella; quiso protestar, pero no le salían las palabras.

Russell salió de la tienda abrochándose el pantalón, y vio como las otras dos chicas le contemplaban. Las cogió de los brazos y las metió dentro de la tienda. Seguían borrachas, pero eran conscientes de que lo que estaba pasando no era lo que ellas querían, intentaron rebelarse, pero Russell las golpeó y las tumbó dentro de la tienda, junto a la desnuda Ilse. Sacó varios rollos de cuerda que había traído consigo y una a una y por separado las ató las muñecas a la espalda.

Cuando las tuvo a las tres a su merced, atadas y amordazadas, comenzó lentamente a desnudarlas, oliendo y lamiendo con deleite sus bragas. Cogió a Berit y la hizo colocarse a cuatro patas sobre Ulrike y se puso a azotarla las nalgas con la palma de la mano. Cuanto más fuerte golpeaba, más se excitaba, y Berit intentaba gritar, pero las bragas que le había metido en la boca se lo impedían. Russell paró un momento para desnudarse y estar más cómodo, y continuó azotando a Berit. Las otras dos chicas miraban como en sueños, viendo el sufrimiento de su amiga, su cuerpo desnudo cubriéndose lentamente de sudor, sus nalgas vibrando con cada nuevo azote, y el cuerpo desnudo de Russell, su polla brillante por el semen que había expulsado poco antes, y aumentando de tamaño lentamente. Russell le sacó las bragas de la boca a Berit para disfrutar de sus gritos, pero ésta ya no gritaba, no tenía fuerzas, sólo gemía. Paró un momento y volvió su atención a Ilse, que le miraba con los ojos como platos, atada de muñecas y tobillos, desnuda al lado de Ulrike y Berit, con sus bragas en la boca. La cogió de las tetas y empezó a apretar, la agarró de los pezones y no paró hasta que vio lágrimas de dolor en sus ojos, luego se puso a golpearle las tetas con furia con las manos, hasta que acabaron rojas. Ilse gritaba a pesar de las bragas en su boca, mientras Berit, que se había mareado por los azotes y el alcohol, empezó a vomitar sobre Ulrike, llenándola todo el estómago y el púbis de vómito.

Russell no podía más de excitación, y durante un rato golpeó a las tres chicas  alternativamente por todo el cuerpo, nada quedaba libre de sus manos o de cualquier objeto que utilizara para infligir dolor, caras, tetas, nalgas. Cogió una de las botellas de licor vacías y comenzó a penetrar el coño de Ulrike. Para su sorpresa la chica empezó a gemir de forma descontrolada y Russell soltó la botella; liberó a Ulrike y la chica cogió la botella entre las manos y se masturbó ella misma con furia. Soltó a Berit y la obligó a limpiar con lengua y boca sus vómitos del cuerpo de su amiga, sin interrumpir su masturbación. Los gemidos y jadeos de Ulrike se intensificaron cuando con movimientos aún más violentos de la botella dentro y fuera de su coño, se corrió. Berit la sacó la botella del coño y lamió todos los jugos que salieron de sus entrañas. Russell observaba a las tres austriacas acariciándose la polla, dándose cuenta de que empezaban a disfrutar de aquella noche.

Ilse, que seguía atada, se quejó de que tenía muchas ganas de oirinar, y suplicó que la soltara para salir a hacerlo fuera. Russell le dijo que si tantas ganas tenía, que lo hiciese allí mismo. Sin esperar nada más, Ilse separó un poco los muslos, y tumbada como estaba, dejó que un largo y contundente chorro saliera de su coño. Russell, empalmadísimo, cogió a las otras dos por el pelo y las puso junto al coño de Ilse, para que sus caras se llenaran de orina, y a fuerza de golpes, insultos y amenazas, las hizo abrir las bocas para beber el dorado líquido. Ilse se excitó al ver a sus amigas bebiendo de su meada como dos perras y empezó a acariciarse con ansia las tetas y el coño. Mientras, Russell se había montado por detrás de Berit, y la follaba el ano con fuerza. La dejó y se montó tras Ulrike, para follarla también el culo. Fue alternando a las dos hasta que paró o no podría contener sus ganas de eyacular. Mientras, Ilse había terminado de mear y seguía masturbándose el coño, con las lenguas de sus amigas ayudándola, las tres ya totalmente entregadas a aquella orgía. La tienda era casi un infierno debido al calor que hacía dentro, la mayor parte del cual provenía de los cuerpos sudorosos, además del olor tan intenso que impregnaba todo el interior, olor a orina, sudor, fluidos. Russell cogió sus calzoncillos, sucios de varios días, y se los apretó con fuerza en la cara a Ulrike, por detras mientras volvía a clavársela en el culo. En esa postura tan forzada, la chica casi no podía respirar y el dolor en el ano, el cual lo tenía virgen, era espantoso. Cuando Russell se la metió la primera vez y la sacó llena de sangre, sonrió al saber que al menos una de ellas era virgen de atrás. Pero no pudo contenerse más y por fin se corrió, por segunda vez en esa noche, llenando del ano de Ulrike de semen, justo cuando la chica estaba a punto de desmayarse por la falta de oxígeno. Le apartó la mano con el calzoncillo de la cara, y la chica se derrumbó agotada, dolorida, dando profundas bocanadas en busca de aire. Tras ese segundo polvo, y esperando recuperarse, ató de nuevo a las tres chicas, que esta vez no pusieron casi resistencia, o porque estaban demasiado agotadas y todavía con los efectos del alcohol, o porque a alguna de ellas empezaba a gustarle lo que estaba pasando. Salió de la tienda dejándolas atadas, y bebió un buen trago de una de las botellas que quedaban. Entró en la tienda de nuevo y orinó sobre las tres, dirigiendo el chorro de pis a todas las partes posibles de sus cuerpos, para acabar apuntando a sus bocas. Ellas se resisitían y gritaban pero cuando el chorro las apuntó a la boca, Ulrike e Ilse las abrieron. Después las azotó de nuevo, todo el cuerpo, a las tres, hasta que marcas rojas quedaron por toda la piel. Cogió las botellas vacías y se dedicó a penetrarlas con ellas los coños y los anos. Se aseguró antes de que las cuerdas con las que las había atado seguían resistentes, y gozando con sus gritos y gemidos, las violó sus agujeros hasta que todas se corrieron y sus jugos se mezclaron con la sangre por la violencia con que Russell las penetraba. Las chicas estaban al borde de la extenuación, estaban totalmente agotadas, pero Russell aún quería correrse una última vez. Vio cuál la miraba con más miedo y menos excitación, y esa resultó ser Berit. Se tumbó sobre ella y la penetró. La folló con violencia, con dureza, que se diera cuenta que aquello sólo suponía placer para él, dándola bofetadas y apretándola los pezones sin parar de empujar, hasta llenarla el coño con su semen.

Se retiró exhausto, pasando su polla chorreante por las caras de las tres chicas. Se fijó que Ulrike tampoco había aguantado las ganas de mear y se lo había hecho encima. La tienda apestaba, era algo casi insoportable. Se quedó allí un rato contemplándo a las tres chicas, atadas, desnudas, agotadas, sudorosas, con marcas y moratones por todo el cuerpo, sus coños y anos chorreando. Aflojó un poco las ligaduras que las ataban, salió de la tienda y se vistió. Una hora después se había duchado y dormía plácidamente en su cama. Al día siguiente, desde la terraza de su casa, vio como las tres chicas bajaban, con cierta dificultad, carretera abajo, con las mochilas a la espalda. Una de ellas, creía que era Ulrike, echó una última mirada atrás, y por un segundo juraría que sus miradas se cruzaron, luego la chica volvió la cabeza y siguió caminando cuesta abajo junto a sus amigas.