Rubén, Jaime e Iván

Rubén y Jaime conocen más a fondo a su nuevo amigo.

Rubén, Jaime e Iván

La postura no era la más cómoda. Me coloqué lo mejor que pude, ya tenía experiencia en situaciones similares. De hecho, no era la primera vez que amanecía con las manos atadas y el culo dolorido. Sin embargo, no fue eso lo que me despertó. Tampoco el ruido no tan lejano de coches pasando por la calle que se colaba caprichoso por la ventana entreabierta. Ventana que además de dejar pasar el ruido callejero, permitía pasar impunes los primeros rayos de sol de aquella mañana de verano. No, nada de eso fue lo que me despertó. Hizo falta  algo más sutil. Giré la cabeza por encima de mi hombro y abriendo los ojos lo justo volví a ver Rubén. Él y su amigo Jaime se lo habían pasado en grande la noche anterior conmigo, y yo con ellos. Pero Rubén quería más. Tenía su polla gruesa y dura entre mis pies, y no hacía más que sobármelos y mojarme los calcetines con las gotas que su pene no quería para sí.

Pese a que estaba bastante enfadado porque me habían dejado con las manos atadas y la boca llena de calcetines sucios, aquello me estaba gustando. No sabría decir si tanto o más que a Rubén, que no dejaba de gemir con la paja que se estaba haciendo a mi costa.

-MMMMMM si mmmm como me pones cabronazo –dijo en voz muy baja.

Seguía y seguía follándome los pies muy despacio, estaba disfrutando de cada momento. Yo conseguí durante un buen rato hacerme el dormido, no movía un solo músculo, a pesar de que en ocasiones me hacía cosquillas con sus huevos. Me estaba divirtiendo mucho y prefería que Rubén terminase y me dejase ir, pero no fue así. Mi polla me besaba dura y juguetona el ombligo y para mi desgracia mi violador de pies se dio cuenta.

-¿Estás despierto putita? –dijo parando por un momento.

Me hice el dormido pero los métodos de Rubén fueron muy efectivos para sacarme de la mentira o del mejor de los sueños.

-MMMMMMMMMMMMMMMmmm –grité a través de los calcetines que tapaban mi boca.

Mi polla fue retorcida a conciencia. Abrí los ojos  tanto que incluso me molestó la luz que había en la habitación. En cuanto me soltó la polla le miré jadeante, asustado, respiraba muy rápidamente a través de la nariz, y notaba cómo la sangre se me agolpaba en la cabeza.

-Buenos días putita –dijo soltándome un sonoro cachete en las nalgas.

-MMMMmm –me quejé.

Me giró dejándome boca abajo. Empezó a sobarme el culo con delicadeza mientras se colocaba entre mis piernas.

-Creo que tu culito será más follable ahora que lo pienso –dijo entre risas.

Empezó a restregarme su rabo descapullado y húmedo por mis glúteos. Me hacía cosquillas.

-MMmm –gemí.

-Te gusta, ¿eh, mariquita? –dijo al tiempo que me separaba las nalgas.

Fue describiendo círculos entre mis nalgas hasta que su polla empezó a presionar mi ano. Con más suavidad que la noche anterior empezó a apretar. Sentí como realojaba su miembro dentro de mí una vez más. Di un pequeño gemido inaudible gracias a la mordaza. Me restregué contra las sábanas, mi pene no hacía más que expulsar líquido, no me habían dejado correrme la noche anterior y estaba a plena carga.

-Me encanta tu culito, es mucho más tragón que el de Jaime –dijo conforme apretaba lentamente.

Cuando la mitad de su rabo estaba en mi culito empezó a bombear suavemente, con cada embestida me la metía un poco más.

-MMMMMmmmm Mmmmmm –gemí.

-Uff sí, mm que rico.

Continuó durante un buen rato. Los gemidos, que en un principio habían sido ahogados por el calcetín de mi boca empezaron a ser claramente audibles, y yo no era el único que gemía, Rubén también.

-MMMmm, si, toma, toma, putita –gritaba descaradamente.

Sentí como se iba dejando caer. Su torso desnudo entró en contacto con mis manos, tenía poco bello, moví los dedos un poco. Ambos estábamos en un frenesí de sexo cuando una voz que a ambos nos resultaba familiar nos hizo parar en seco.

-Que dos cabrones sois, no me dijiste que se servía el desayuno en esta cama –dijo Jaime frotándose un ojo con una mano y sobándose el paquete.

Llevaba el mismo bóxer de la noche anterior y los mismos calcetines, nada más. Rubén y yo le miramos.

-Venga deja de quejarte y ven a jugar un rato –le animó Rubén cuando reinició el bombeo en mi culo.

Por un momento Jaime amagó con salir de la habitación, pero se lo pensó mejor. Caminó hacia la cama pisoteando el mar de ropa sucia de Rubén y se sentó en la cama con la entrepierna delante de mi cara. Le miré sonriente, aunque debido a mi mordaza no debió ser muy visible la sonrisa. Su respuesta no se hizo de esperar, me arrancó de cuajo la cinta que me habían puesto en la boca la noche anterior.

-MMMMMMMmmmm –me quejé.

Me sacó los dos calcetines que tenía en la boca. Estaban completamente empapados. No así mi boca que había quedado seca del todo. Durante unos instantes me olvidé de las embestidas que trabajaban mi culo. No tuve tiempo de decir nada, arrimó mi boca a su paquete. El resto ya estaba claro. Empecé a lamérselo como un loco. Era muy divertido buscarle la polla y los huevos a través del bóxer. Rubén, mientras tanto, continuó follándome el culo a saco. Cuando la polla de Jaime alcanzó su máximo apogeo, éste, se la sacó. Estaba brillante, húmeda y maloliente, y eso me excitaba aún más. Me faltó el tiempo para metérmela en la boca. Empecé a dar suaves lametazos.

-Ufff, así así –dijo Jaime acariciándome la cabeza.

-La chupa bien la putita eh –preguntó Rubén.

-Ya lo creo –le respondió.

Yo continué chupando y succionando. Aprovechaba los destellos de placer que me daba mi polla al rozar con mi barriga y la cama. Intentaba frotarme entre embestida y embestida, necesitaba correrme, estaba a tope. Las pollas en mi boca y culo, unido al olor a sudor, a rabo, a ropa usada me estaban volviendo loco. Rubén aceleró el ritmo, me trabajaba el culo a conciencia, y yo transmitía ese énfasis al pene de Jaime. Pude ver por el rabillo del ojo  cómo Jaime le agarraba el tobillo derecho a Jaime y se llevaba el pie hasta su cara y se lo restregaba.

-Mm me encantan estos calcetines tuyos, cabrón, los pondré en mi lista de favoritos –le dijo a Jaime.

-Mi cajón entero está lleno de tus calcetines favor… buaa, cuanto más le das mejor chupa, dale fuerte –gritó Jaime dejando la frase a medias.

Obedeció, vaya que si lo hizo. Empezó a sacudirme tan fuerte que ambos gemíamos a la vez. Noté tras un buen rato, cómo mi culo volvía a llenarse con el semen de Rubén, cálido y abundante.

-MMMm sii mmm que pedazo de polvo, de los mejores –dijo incorporándose.

Mantuvo durante un rato más su rabo en mi culo. Aceleré el trabajo que venía haciendo con la boca hasta que conseguí que Jaime también me dejase su regalo.

-Sí, eso es, mmmm, trágatela toda cabrón –me dijo.

No hizo falta que me lo dijera. Succioné y tragué hasta la última gota. Cuando terminé, Jaime se puso en pie y empezó a rebuscar en un pantalón vaquero que había en el suelo. Rubén me la sacó del tirón, cosa que ni me molestó de lo dilatado que tenía el culo. No perdí detalle de lo que buscaba Jaime. Resultó ser una diminuta llave que le entregó a Rubén. Éste me abrió las esposas y las tiró sobre la mesa del ordenador.

-Gracias -dije girándome y frotándome las muñecas

-Mira como está nuestra putita –dijo Rubén señalando a mi entrepierna.

Mi polla estaba durísima. En cuanto me alivié la molestia de las muñecas llevé mi mano derecha al miembro con la única esperanza de aliviarme, pero fue una mala idea.

-Aaaaauuuuu –grité poniéndome en pie de forma precipitada.

-Nada de pajearte putita –dijo Rubén mientras mie hacía caminar en dirección al pasillo con mi oreja entre sus dedos.

-Ayy, me haces daño, para, necesito pajearme, por favor, te lo suplico –dije casi lloriqueando.

Me sacó de la habitación y me llevó hasta la puerta de la calle.

-No, espera, para –dije asustado.

La abrió y me empujó fuera. Caí sobre el suelo del rellano torpemente, vestido únicamente con una camiseta, unos calcetines y una polla tiesa. Detrás de Rubén apareció Jaime, me tiró mis pantalones y mis zapatillas y los perdí de vista tras el portazo. Miré a la puerta de enfrente. Avergonzado, me puse a toda prisa los pantalones y con las zapatillas de la mano salí corriendo escaleras abajo. Me calcé y salí a la calle. Caminé deprisa, muy enfadado. Esto me pasa por zorra, pensé. Y lo peor es que no era la primera vez que me hacían algo así, hacía pocos meses, una pareja de maduros me llevaron a un descampado y me follaron a gusto dejándome allí tirado. Me tocó caminar durante más de dos horas para volver a la ciudad jurando que no me volvería a pasar algo así, y ahí estaba, caminando hacia mi casa con mi rabo duro entre las piernas.

Para colmo al llegar a mi portal me crucé con un señor muy mayor, con cara de perro que volvía de comprar el periódico. Me miró de arriba abajo mientras esperábamos al ascensor con gesto de desaprobación. Me despedí de él educadamente cuando se bajó en el segundo y me miré en el espejo. Comprendí perfectamente semejante mirada de desprecio. Tenía el pelo revuelto y sucio, la camiseta algo rota, mi pantalón abultaba escandalosamente y llevaba las zapatillas desatadas. Cuando llegué a casa me di cuenta de lo pronto que era. Ni mis padres ni mis hermanos se habían levantado aún, y es que no eran ni las diez de la mañana de un domingo. Corrí hasta mi habitación y me encerré en ella. Con una velocidad que no era propia de mí, me saqué las zapatillas sin dificultad, la camiseta y el pantalón, este último con cierta ansiedad, incluso me caí sobre la cama tras dar unos saltitos antes de lograr quitármelos. Arrancármelos más bien. Me faltó el tiempo para agarrarme la polla y empezar una paja frenética. Al mismo tiempo me metí dos dedos en el culo, sin ninguna dificultad, estaba aún dentro de mí la corrida de Rubén, incluso me llevé los dedos a la boca y la lamí, estaba absolutamente embriagado.

-Oooooohhh mmm.

No duré mucho. Una copiosa corrida impactó en mi pecho y cara. Me la restregué por todo el torso y la cara, lamiéndome la mano después mientras me acariciaba mi polla. Sin embargo todavía no había terminado. No tardé en recuperar la erección. La siguiente paja fue mucho más placentera, me costó más, pero me recree pensando en Rubén y Jaime. Como esos dos machos me habían follado el culo y la boca. Me había cabreado mucho que me dejasen atado y amordazado toda la noche pero a la vez me dio muchísimo morbo. Tras descansar un rato me decidí a darme una ducha. Ducha que como no, acompañé de una paja, y de dos. Al salir del baño con la toalla en la cintura topé de bruces con mi hermano mayor.

-Ya era hora mariquita, ¿se puede dónde has estado esta noche? –me preguntó, como siempre tan amable.

-No te importa gilipollas –le dije cortante.

Me fui a mi cuarto y me puse algo cómodo para andar por casa. Intentaba mantener la cabeza ocupada jugando al ordenador, navegando por internet y chateando con amigos, pero no hacía más que aparecer en mi mente las pollas de Rubén y Jaime. Dejé de masturbarme cuando ya no eyaculaba nada. Me dolía el rabo de tanta paja. Intenté quedar con amigos por la tarde para desconectar, pero ninguno pudo. Y yo seguía muy cachondo, quería volver a ver a mis dos nuevos amigos, y ni siquiera tenía sus teléfonos. Después de pensarlo mucho, me pareció buena idea presentarme en casa de Rubén, y ver qué pasaba. Decidí vestirme lo más provocativo posible. Me puse una camiseta rosa con el cuello abierto, mis vaqueros blancos, que me resaltaban el culo, mis calcetines favoritos, unos morados de Hello Kitty, pensando, como no en Rubén; y unas zapatillas Converse blancas. Preferí no llevar ropa interior, además, mi tanga preferido se había quedado en casa de Rubén. Pensé que quizá sería suficiente coartada para volver allí.

Salí de casa recorriendo el camino inverso que hiciese por la mañana, aunque con mejor presencia, qué duda cabe. Después de casi veinte minutos de caminata me planté frente al telefonillo del portal de Rubén. Por un momento dudé del piso y de la puerta pero finalmente apreté el botón que creí correcto. La breve espera se me hizo eterna. No serían más de diez segundos lo que esperé pero me parecieron minutos.

-¿Quién es? –sonó la voz telefónica de Rubén.

El corazón me dio un vuelco. Titubeé por un instante.

-Sssoy… soy... soy Iván –dije nervioso.

Se hizo un incómodo silencio. Durante un momento pensé que me colgaría, sin embargo, la puerta hizo ese sonido tan característico que invitaba a empujarla. Así lo hice. Cuando el ascensor me dejó en su piso me paré frente a la puerta que había atravesado en bolas hacía tan solo unas horas. Toqué el timbre, esta vez no tuve que esperar, la puerta se abrió y pude ver a Rubén. Estaba casi desnudo, solo vestía un bóxer amarillo que juraría haber visto por el suelo de su habitación esa misma mañana, y los mismos calcetines blancos del día anterior.

-¿Te dejaste algo putilla? –me preguntó cortante, no sin recorrerme con la mirada de la cabeza a los pies, deteniéndose por un instante en los pies, antes de volver a mirarme a la cara.

-Pues la verdad es que sí –dije con una generosa sonrisa-. Me dejé el tanga esta mañana, salí con cierta prisa.

-Entiendo… pero no has venido a recuperarlo ¿verdad?

-No –dije sin perder la sonrisa.

-Vamos, pasa putita –dijo haciéndose a un lado.

Entré y la puerta se cerró tan deprisa que noté el aire en mi nuca. Rubén se fue hasta la cocina. A los pocos segundos apareció en la entrada ahuecando una bolsa de basura negra. En ese momento me di cuenta de que ya estaba tramando algo. Tuve el impulso de abrir la puerta y largarme, pero mi polla me decía a gritos que quería quedarse y ver qué pasaba.

-Dame esa camiseta tan mona que llevas –me dijo haciéndome un gesto con la mano.

Me la quité rápidamente dejando mi torso desnudo, empecé a doblarla y Rubén me la arrancó impaciente de las manos y la metió de cualquier manera en la bolsa. Me miró a los pies, sabía lo que venía ahora, y directamente me agaché y me desaté las zapatillas, me las quité y se las entregué.

-Me encantan tus calcetines. Tienes que decirme donde los compras, le regalaré unos iguales a Jaime por su cumpleaños –dijo sin quitarme ojo de los pies.

-Claro –dije sonriente. Le habían gustado como supuse.

-Los pantalones –dijo.

Me los saqué con cierta dificultad. Eran dos tallas menos de la que  correspondía y me estaban muy ceñidos. Se los di y pronto se unieron al resto de mi vestimenta en el fondo de la bolsa. Continuó por unos instantes mirándome los pies. Pensé que me pediría que le diese mis calcetines pero no fue así. Después se fijó en mi rabo que estaba muy duro mirando al techo. Su sonrisa me puso aún más cachondo. Se dio media vuelta y volvió a desaparecer, esta vez en dirección a su cuarto. Un tintineo ciertamente familiar me adelantó el siguiente movimiento de Rubén. Cuando apareció llevaba las esposas con las que me había pasado atado toda la noche. Esperaba que al presentarme voluntariamente no me atase pero calculé mal.

-Junta las manos –me dijo nada más llegar.

Me giré y puse las manos a la espalda.

-No, hacia delante –dijo agarrándome y poniéndome frente a él.

Eso gano, pensé en ese momento, aunque habría sido preferible que me las atase a la espalda viendo lo que vino después. Noté cómo el frío metal me abrazaba las muñecas. Aún tenía alguna marca de la noche anterior. Por si fuera poco se preocupó de que no se me saliesen por estar demasiado flojas. Incluso me molestaban, aunque preferí no decir nada.

-A cuatro patas putita –dijo dándome un cachete en la mejilla.

Le miré como cuestionándole la orden con la mirada. Pero no había duda. Me puse de rodillas y luego apoyé mis manos sobre el suelo. No me lo esperé, y Rubén se colocó sobre mí y se sentó.

-Camina, vamos hasta el salón –dijo soltándome un sonoro azote en el culo.

Pesaba demasiado para mi pequeño cuerpo, di dos pasos y perdí el equilibro. Ambos acabamos en el suelo. Durante un momento la tensión se rompió al estallar ambos en carcajadas. Creí que me iba a librar de su plan de convertirme en elemento de transporte doméstico pero no.

-Venga, colócate, y esta vez no te caigas putita –dijo mirándome desde arriba.

Me coloqué y al sentarse sobre mí temblé un poco. Empecé a dar pasos muy pequeños porque las esposa no me daban nada de juego. Con varios amagos de irnos al suelo los dos recorrí los pocos metros que nos separaban del salón, aunque parecieron años luz. Me hizo ponerme junto al sofá. Donde Rubén descabalgó y se sentó cogiendo el móvil de la mesita. No me dio tiempo a apartarme ni a mirar a otro lado. Me sacó una foto y se puso a escribir con una sonrisita. Me cabree bastante con eso pero no le dije nada. Seguía empalmado con todo lo que me estaba haciendo. A veces me jodía ser tan zorra.

-Acércate un poco –dijo levantando los pies.

Me coloqué debajo de sus pies y noté como me clavaba los talones la espalda.

-Au, cuidado tío –le dije ya algo molesto.

-Te jodes putita –dijo haciendo aún más presión con sus pies.

Encendió la tele y dejó el móvil. Me esperaba algo más de acción. Durante un rato estuve tentado de pedirle a Rubén que me dejase ir pero aguanté entretenido viendo también la tele. Me sobresaltó el timbre del portero automático.

-Vete a abrir –dijo Rubén.

Le miré con cara de terror. Apartó los pies de mi espalda y me empujó con ellos. Me puse en pie y fui hasta el telefonillo. Me tranquilicé al escuchar al otro lado del aparato a Jaime. Le abrí la puerta y volví al salón.

-Es Jaime –dije mirando a Rubén.

-Ya sé que es Jaime joder, vete a abrirle y le traes hasta aquí.

Me di la vuelta refunfuñado para mis adentros. Dejé la puerta entornada y me puse a cuatro patas esperando que llegase Jaime. Ya de estar puteado al menos intentaría complacer a mis amigos. En cuanto llegó rompió a reír.

-Buen perro –dijo acariciándome la cabeza.

Le sonreí y me coloqué en posición. Se subió sobre mi espalda y con la misma dificultad que con Rubén logré llevarle hasta el salón.

-¡Hola tío! –saludó Rubén.

-Hola

-Cuánto has tardado, encima que mando a buscarte –dijo Rubén buscando la risotada.

-Sí, ya sabes, tráfico. Incluso pensé en acampar en la cocina.

Dejé al graciosillo de Jaime junto al sofá. Se sentó y justo en ese instante recibí una patada en el costado de Rubén.

-Auu –me quejé.

-¿Qué coño te pasa putita? ¿Vas a dejar que mi amigo Jaime se quite el solo las zapatillas?

Me coloqué delante de Jaime y de sus zapatillas Adidas de color azul. Las desaté con cuidado bajo la atenta mirada de mis amigos. Le saqué primero al del pie derecho y a continuación la del pie derecho. Me esperaba encontrar con los calcetines usados del día anterior, como Rubén, sin embargo Jaime había tenido el detalle de cambiarse y llevaba unos blancos con el talón y la punta en azul claro y olían bien. Apenas descalcé a Jaime los pies de Rubén retornaron a mi espalda.

-¿Te acordaste de traer eso? –le preguntó Rubén a su amigo.

-Por supuesto –dijo sonriente.

Se metió mano al bolsillo, le abultaba bastante, no reparé en ello hasta que metió la mano. Y pronto comprendí porqué. Sacó un consolador de unos 18 centímetros de largo. No me explicaba cómo podía llevarlo en el bolsillo de un vaquero.

-Ahí no hace nada, por qué no se lo dejas probar a la putita –dijo Rubén señalándome.

-Sí, no veo porqué no.

Jaime se puso detrás de mí. Me separó las nalgas y metió un húmedo en mi culo.

-Mmmm –gemí.

-No creo que te haga falta dilatar a la putita, esta mañana le hemos dado bien.

-Pues tienes razón.

Noté como el plástico frio del consolador se colocaba entre mis nalgas. Jaime empezó a apretar sin muchos miramientos.

-Auu cuidado porfa –dije.

-Te aguantas –me contestó.

Continuó empujando el rabo de plástico. Notaba cómo se iba haciendo hueco dentro de mi culo. No era lo que había pensado cuando decidí volver, pero me estaba dando mucho morbo, además de por culo.

-Pues ya lo tiene dentro –proclamó Jaime.

Se sentó en el sofá junto a Rubén,  puso sus pies sobre mi espalda y siguieron viendo la televisión. Me quedé un rato aguantando la postura y adaptándome al consolador hasta que Jaime se decidió a pasar a la acción. Comenzó a sobarle el bóxer a Rubén. Tenía una vista casi privilegiada de la escena. Actuaban como si yo no estuviera ahí. Rubén continuó viendo la tele como si tal cosa, y Jaime inclinó la cabeza sobre su entrepierna, sacó la lengua y empezó a pasarla por el bóxer, marcándole con bastante definición el rabo que poco a poco iba ganando centímetros.

-Mmm –gimió Rubén.

-¿Te gusta? –le preguntó Jaime. Aunque no hubo respuesta.

Jaime tiró del bóxer y sacó la polla de Rubén. Gorda y reluciente como la recordaba. Se la metió de lleno en la boca y comenzó una mamada que a juzgar por la cara de placer de Rubén estaba siendo muy buena. Jaime se desabotonó el vaquero y se metió mano a su entrepierna con la mano que tenía libre. Con la suya ya eran tres las pollas duras como piedras en ese metro cuadrado. Tuve la tentación de pajearme, pero separar una mano del suelo habría implicado separar la otra y perder el equilibrio. Miraba el rabo de Rubén con lujuria y deseo y este se dio cuenta.

-¿Qué miras putita? –me preguntó Rubén.

-No… nada… -dije tímidamente.

-¿Nada?, ¿seguro?

Bajó un pie de mi espalda y empezó a sopesar mis huevos dándome pequeños golpecitos. Luego lo pasó por mi rabo duro y pegándomelo a la barriga. Noté cómo me pringaba con mis propias babas.

-Estás cachondo ¿eh putita? –dijo Rubén.

-Mmm sí tío mmm

-¿Te gustaría apuntarte a la fiesta de aquí arriba? –dijo señalando su entrepierna.

Asentí con la cabeza y apartó sus pies. Me moví dejando caer los pies de Jaime al suelo con la consiguiente queja. Rubén se abrió de piernas invitándome a colocarme entre ellas. Así lo hice, me senté sobre mis pies y esperé a que Jaime me dejase hueco. Cuando me vio se sacó la polla de Rubén de la boca y me acerqué. Empecé a dar lametazos, mis babas se unieron a las de Jaime y las de Rubén.

-Vamos Jaime, no te cortes, donde chupa uno chupan dos –dijo Rubén.

Jaime sonrió y empezó a dar lengüetazos a su rabo. Su lengua y la mía chocaban a veces. Nos miramos divertidos.

-Ufff que buenooo una doble mamada, no sabía que molase tanto.

Jaime y yo sonreímos y seguimos dando lengüetazos como si de un helado se tratase al glande duro y brillante de nuestro amigo. Empezamos a estorbarnos cuando Jaime quería para él solo el suculento pastel, y yo también, tenía las de perder.

-Oye putita porque no me comes el rabo y me dejas el de Rubén para mí, ¿te parece? –dijo sacándoselo del todo.

Me limité a asentir con la cabeza. Prefería seguir con el de Rubén, pero mejor eso que nada. Empecé con el de Jaime que estaba morcillón. Poco a poco fue ganando tamaño y los gemidos se fueron sucediendo por parte de los tres.

-Ufff para tío que me corro –dijo Rubén de pronto.

-Pues hazlo –le animó Jaime.

-No, prefiero un culito para eso, ya lo sabes. Qué te parece si te follas un ratito a la putita.

-A la putita le parece bien –dije espontáneamente.

Ambos me miraron y rompieron a reír. Jaime aceptó la propuesta, se levantó quitándose el pantalón y el bóxer, me colocó frente al sofá y poniéndose de rodillas frente a mi culo empezó a follarme lentamente con el consolador.

-MMMm

-¿Te gusta, putita? –preguntó Rubén mientras se pajeaba.

-Uff sii mmm

Rubén me contestó plantándome su pie derecho en la cara. No olía mucho, pero el calcetín estaba currado, muy currado. Mi respuesta fue darle lametazos, como sin duda esperaba. Paré un instante cuando noté que el consolador empezaba a salir lenta y placenteramente  de mi culo.

-Mmmm sí.

-Cambiaremos plástico por carne –dijo Jaime.

Ni cinco segundos permaneció ocioso mi culo, el rabo duro y húmedo de Jaime empezó de nuevo a colonizar mi ano. Justo cuando empecé a gemir Rubén me metió el pie en la boca, estuve tentado de mordérselo, pero no creí que fuera buena idea. Jaime empezó a darme embestidas, muy despacio, disfrutando del momento.

-Me encanta el culito de nuestra putita –dijo Jaime.

-Y a mí el tuyo –dijo Rubén sacando su extremidad de mi boca y poniéndose en pie.

Pude ver cómo se situó detrás de Jaime, que no paraba de sacudirme. Se arrodilló y por el gemido que dio Jaime, supuse que se la estaba metiendo.

-Mmmm uff despacio cabrón –le dijo.

-Tú sigue con tu putita –le contestó.

Noté cómo las embestidas de Jaime cambian de ritmo, iban deteniéndose casi hasta pararse.

-Auu, mira que te digo que tengas cuidado –se quejó Jaime.

-Calla –dijo riendo Rubén.

Estaba claro que Rubén ya había ensartado a su amigo. Empezó a follárselo y este a mí. Durante un rato, el bombeo de uno y otro parecieron sincronizarse, me costaba mantener el equilibrio. Los gemidos se entre mezclaban en un ambiente totalmente depravado. Rubén interrumpió la serenata para lanzar una extraña propuesta.

-El primero en correrse gana –dijo.

La respuesta fue un incremento en el ritmo de las sacudidas por parte de Jaime, que resultó ser de lo más competitivo.

-Mmmm si, si, toma –dijo Jaime.

-Ufff despacio por favor –me quejé.

Aunque inútilmente. Ambos se habían lanzado a la batalla por la corrida final. Los gemidos de los tres se tornaron casi en gritos, el olor y el sonido de los tres cuerpos trabajando a tope llenó por completo mis sentidos. Estaba extasiado. De pronto sentí cómo mi culo se llenaba del cálido elemento. Sin duda teníamos ganador.

-MMmmmm siii toma mmmm gané –dijo Jaime triunfal.

Redujo lentamente el movimiento, aunque continuó con su rabo metido en mi culo. Rubén intensificó la follada que me llegaba a mí también de manera indirecta hasta que de pronto todo paró.

-Ufff mmmm joder –dijo Rubén con tono de satisfacción.

Se desenganchó de Jaime y se puso frente a mí.

-Chupa putita –dijo poniéndomela frente a la cara.

Me la metí de lleno en la boca. Lamí los restos de su eyaculación mientras Jaime se salía de mi culo. Hizo lo mismo que su amigo y me vi en pocos segundos con dos rabos metidos en la boca.

-Mmm la chupa de escándalo la putita –dijo Rubén.

-Ya lo creo –le respondió Jaime.

Cuando el trabajo estuvo realizado, ambos se sentaron en el sofá extenuados. Me quedé de rodillas con una erección tremenda sin saber muy bien que hacer. Rubén se dio cuenta. Me puso un pie en el pecho y empujó hasta que caí de espaldas. Empezó a frotarme el rabo con su pie.

-Vamos pajéate para nosotros putita –dijo apartando el pie.

Acerqué mi mano derecha y por ende la izquierda a mi polla. Empecé a pajearme. El tintineo de las esposa marcaron el ritmo de mi paja. A pesar del maratón pajas que había tenido durante todo el día logré eyacular no poca cantidad.

-Mmmmm

Arqueé mi cuerpo y noté como mi leche me mojaba de nuevo la barriga y el pecho. Fui a limpiármela con la mano cuando Jaime puso su pie sobre mi torso y con movimientos circulares fue empapándose su calcetín con mi semen. Mantuve los brazos elevados durante todo el proceso. Pensé que me haría lamer aquella planta pero no eran para mí. Se giró y levantó el pie en dirección a Rubén.

-Toma, que sé que estos calcetines te gustan –dijo Jaime sonriendo.

-Serás puto cabrón –dijo devolviéndole la sonrisa.

Atónico, contemplé cómo Rubén le lamía el calcetín empapado a Jaime con toda mi corrida. Cuando terminó, se puso en pie y salió de la habitación. A los pocos minutos, regresó con la bolsa de basura que portaba mis cosas y las llaves de las esposas que fueron arrojadas junto a mí.

-Desata a la putita –dijo Rubén.

Jaime me quitó las esposas. Por segunda vez aquél día, me froté las muñecas, en una de ellas tenía incluso un poco de herida por el roce, pero no me dolía, al menos aún. Rubén me tiró la bolsa al lado.

-Vístete –dijo sentándose en el sofá.

Le miré extrañado. Me resultaba extraño tener que vestirme con Rubén y Jaime mirándome. Normalmente hacía lo contrario. Abrí la bolsa y para mi sorpresa encontré mi tanga. Sonriente me lo puse. Luego me puse la camiseta y los vaqueros, que estando sentado en el suelo resultó todo un reto ponérmelos. Por último saqué mis zapatillas. Había algo raro, de una de ellas saqué unos calcetines. Eran blancos, con un puma dibujado, similares a los de Rubén y usados, muy usados.

-Oye estos calcetines no son míos –dije mirando a Rubén y mirándome los pies-. Los míos los llevo puestos.

-Sí que son tuyos, los que llevas son de Jaime –dijo Rubén arqueando las cejas.

-No pero…

Comprendí que era absurdo discutir nada. Me quité mis calcetines favoritos y los dejé en el suelo. Enfadado me puse los de Rubén. Me dio algo de asco, estaban algo tiesos y muy sucios. Preferí no pensar mucho en ello y me calcé las zapatillas. Rubén cogió los que hasta hace pocos segundos eran mis calcetines y se los ofreció a Jaime.

-Feliz Navidad –le dijo dándoselos.

-Pero si estamos en agosto cabrón –dijo Jaime cogiéndolos.

-Bueno, pues considéralo mi regalo adelantado –dijo Rubén riéndose.

Me puse en pie y me dirigí a la puerta.

-Adiós chicos –dije sin más.

-Hasta luego, y no vuelvas a presentarte aquí sin llamar antes –me regañó Rubén.

Asentí y con la mano me despedí de Jaime. Ya bajando en el ascensor caí en la cuenta de que no tenía el teléfono de ninguno de los dos. Saqué mi móvil con la intención de subir para pedírselo y reparé en que tenía una llamada perdida de hacía escasos minutos. Resultó ser de Rubén.