Rozando el Paraíso 9

Bris obedeció y se apartó la melena para facilitarle la tarea. Orlando ciñó la joya se en torno a su cuello y esta quedó ajustada, pero sin llegar a agobiarla ni impedir ninguno de sus movimientos. Estaba ansiosa por levantarse y mirarse a un espejo. No estaba acostumbrada a ponerse joyas y se moría de curiosidad, pero Orlando se limitó a acariciarle el cuello mientras sacaba una correa del bolsillo del albornoz y la enganchaba a la anilla de la gargantilla.

9

La noche anterior había sido especial. Por fin sabía en qué consistía ser una sumisa y lo más importante; sabía que había nacido para ello. La sensación que experimentó cuando vio por fin la cara de Orlando realmente relajada era incomparable. Lo había dado todo sin recibir nada a cambio. A pesar de que su placer no había sido sexual estaba igualmente satisfecha. Y además sabía que Orlando, como el buen amo que era, la compensaría. Muchas mujeres sentirían que aquello era una forma más de machismo en el que la mujer se veía sometida a todo tipo de caprichos por parte del hombre, pero para ella aquello era distinto. Era verdad que obedecía a su amo, pero lo hacía por propia voluntad, consciente de que de quererlo podría romper aquella relación cuando ella quisiese y para evitarlo él mantenía su dominio en unos límites que ella pudiese soportar, siempre tensando, intentando ir un poco más allá, pero sin romperla y eso era señal del poder que ejercía sobre él. Era perfectamente consciente de sus miradas ansiosas y a pesar de que fuese muy buen actor, ella podía intuir como estaba siempre controlándose para no saltar sobre ella cada vez que la veía. Eran signos leves, cambios ligeros de postura, parpadeos, leves tamborileos sobre los reposabrazos de los asientos, pero suficientes para sentirse orgullosa de llevar a aquel hombre aparentemente frío y autoritario al borde de la locura con solo un gesto.

Así se establecía un juego en el que él intentaba imponer su voluntad mientras que ella se proponía apresurarla y no siempre ganaba él. Estaba casi segura que el fin de semana anterior solo tenía planeado mirar como Lara y ella hacían el amor, pero al final había sucumbido y había participado activamente.

Estaba tan despistada con aquellos pensamientos que las palabras de Mauricio, su jefe, al entrar en el ascensor la pillaron desprevenida.

—Buenos días, Briseida.

—Hola, jefe —respondió Briseida incómoda como siempre que se encontraba con aquel hombre.

Mauricio no le caía demasiado bien. Por supuesto, sus compañeros le adoraban. Para los hombres era un compañero ideal siempre de buen humor y bien dispuesto para correrse una buena juerga, pero con las mujeres era distinto. Las trataba con condescendencia y solo hacía caso a las que le resultaban atractivas, por eso cuando se dirigió a ella no le sorprendió del todo. En realidad llevaba días esperando que aquel baboso se diese cuenta de su cambio de imagen.

—La verdad es que el otro día te vi y casi no te reconocí. Tengo que decir que lo tenías todo muy escondido. —dijo echándole una larga mirada de arriba a abajo.

Bris se limitó a asentir y a observar con desesperación el lento paso de los pisos reprimiendo un escalofrío de asco al oír aquellas palabras. Si hubiese podido hubiese cortado el cable al ascensor con tal de llegar más rápido a los archivos.

—Por cierto, iba a bajarme por los archivos, pero ya que estás aquí, quería hablarte de un encargo importante que tengo para ti, ¿Por qué no te acercas a mi despacho un día de estos y hablamos de ello? Quizás te sirva para un ascenso. —continuó el muy cabrón debiendo creer que era tonta.

Bris se limitó a asentir de nuevo soltando un audible suspiro cuando al final la puerta se abrió. Quizás hacía unas semanas hubiese picado, pero ahora sabía perfectamente de qué iba Mauricio y no pensaba seguirle el juego. Si intentaba pasarse le saldría realmente caro.

Mari no tardó e notar su enfado y no pudo evitar preguntarle que le pasaba. Bris dudó un instante pero al final le confesó su encuentro con el jefe en el ascensor.

—No se te ocurra ir a su despacho. Si quiere algo que venga aquí abajo a ver si se atreve a hacer algo con testigos. —dijo Mari súbitamente seria.

—No pensaba ir ni loca, pero me da que tú sabes algo más que rumores. —intentó incitarla Bris a contar lo que sabía.

Mari miró a un lado y a otro en tono conspiratorio, como si hubiese alguien espiando detrás de cada esquina. Definitivamente aquella mujer había visto demasiadas películas de cine negro.

—No sé si debo, es una historia muy tortuosa y evidentemente solo he escuchado una de las versiones...

—Pero te la creíste.

—Desde luego. Anita no era de las que mentían o exageraban la verdad.

—¿Anita? No recuerdo a ninguna Anita.

—Claro que no. —respondió Mari con un hilo de voz— Se fue un par de años antes de que tu llegaras.

No hizo falta que la empujase más. Mari había empezado y parecía ciertamente aliviada de contarle aquella historia a alguien como si se perdiese si no la transmitía.

—Anita trabajaba haciendo sustituciones en la planta de arriba, en Recepción de Material. Tenía mi edad pero parecía bastante más joven que yo, hacia ejercicio y tenía un estilo muy juvenil, un tanto ochentero, como si le diese pena crecer.

El jefe le echó el ojo y enseguida le dijo que trabajaba muy bien y que era una pena tenerla solo ocasionalmente en plantilla. La mujer se sintió halagada y hasta siguió la recomendación de ese cabrón y se puso a estudiar las oposiciones. Él se mostro paciente, como un ave de rapiña, planeando en torno a su presa y una tarde en la que ya se había ido casi todo el mundo la propuso subir a su despacho prometiéndola que la enseñaría un par de trucos para superar las pruebas. Anita, pensando que ese hijoputa quería realmente ayudarla, accedió y lo que allí sucedió fue... horrible.

—¿Qué pasó?

—Al día siguiente me encontré a Anita llorando ahí atrás, en los archivos. Estaba sentada en el suelo, encogida, gimiendo. Cuando la encontré se sobresaltó y me pidió que no le dijese al jefe dónde estaba. Yo la calmé como pude, la llevé hasta mi puesto y la senté en la silla prometiéndola que nadie la haría nada malo allí. Le di el té caliente que había traído conmigo,  un pañuelo de papel para que se limpiase el rímel corrido y los mocos y le pregunté si podía ayudarla.

—Rompiendo a llorar, me contó lo que había pasado. El cabrón de Mauricio cerró la puerta del despacho en cuanto ella traspasó el umbral y arrinconándola contra su mesa la abrazó y la magreó con desvergüenza. Ella intentó resistirse, pero era menuda, pasaba por poco del uno cincuenta y debía pesar cuarenta y cinco quilos. Él, ante su resistencia, se limitó a reírse y le metió la mano por debajo de la falda mientras le decía lo mucho que le ponía su melena rubia y  cardada. Antes de que se diese cuenta la tenía subida al escritorio con las manos metidas entre sus piernas acariciándole el sexo y solo las apartó para hacer saltar los botones de su  blusa y bajar los tirantes de sus sostén para amasar y chupar sus pechos.

Anita siguió resistiéndose, pero no le valió de nada. Cogiéndola por la melena la obligó a bajarse de la mesa y a arrodillarse mientras se bajaba la bragueta. El cabrón, sin más miramientos, le metió la polla en la boca. Anita en estado de shock se quedó petrificada mientras el metía y sacaba su polla del fondo de su boca a la vez que le decía que era una guarra y le preguntaba cuánto tiempo llevaba deseando meterse su polla en la boca. Tras un par de minutos entre gemidos eyaculó en el fondo de su garganta y la obligó a tragarse todo su semen. En cuanto Mauricio la soltó salió corriendo del despacho del jefe sujetando su ropa mientras el muy cabrón, entre risas, soltaba eso de "otra clienta satisfecha". Huyó sin saber a dónde iba bajando las escaleras hasta que llegó hasta aquí y se escondió de él en el rincón más alejado y oscuro que pudo encontrar. Pasó allí la noche hasta que la encontré a la mañana siguiente.

—Joder, sabía que era un cerdo, pero no un violador.

—Ten mucho cuidado con Mauricio. Si anda detrás de ti no trama nada bueno, no vuelvas a estar con él jamás a solas.

—¿Y qué pasó con Anita?

—Después de aquello dejó el trabajo. Yo mantuve el contacto y la animé a que le denunciase, pero al parecer aquel cabrón le hizo una visita a su casa. Le dijo que sabía todo de ella y que si se atrevía a hacer algo contra él se encargaría de que lo pagase caro y que ningún tribunal lo acusaría ya que era su palabra contra la de él. Finalmente, ante mi insistencia dejó de contestar mis llamadas y ya no he vuelto a saber nada de ella.

—Que mierda...

—En efecto, una mierda. Ese tipo de gente es la que hace de este mundo un sitio asqueroso a veces. Afortunadamente yo nunca he tenido esos problemas, pero no me gustaría que te pasase a ti, sobre todo ahora que pareces tan feliz. Bris no pudo evitar sonreír ante las palabras de su compañera. La verdad era que jamás se había sentido tan feliz y satisfecha, a pesar de que seguía sin saber que era lo que tenía con Orlando ni hasta dónde iba a llegar.

—¿Cuándo vas a traer a tu amigo aquí para que lo conozca?

Bris la miró. La verdad era que se moría por hacerlo, pero jamás se le pasaría por la cabeza pedírselo.

—No sé. Es un hombre... muy discreto. No creo...

—Al menos me podrás contar algo de él. ¿Cómo se llama? ¿A qué se dedica?

—Se llama Orlando. —se rindió Bris al fin— Es ingeniero electrónico.

—¿Ingeniero electrónico? Así que te has ligado a un cerebrito. No sé, a mi me parecen tipos muy ensimismados y bastante aburridos.

—Orlando no es nada de eso. De hecho nunca sé que me tiene preparado...

Y realmente lo de aquel día sí que no se lo esperaba. En cuanto llegó, tan puntual como se esperaba de ella, Orlando le abrió la puerta, la invitó a pasar y le dio un largo beso que hizo que todo su cuerpo se estremeciera.

—Hoy vamos a continuar con tu formación. Aun tienes que mejorar antes de que podamos acudir al Club. Hoy va a venir alguien a ayudarnos.

—Sí, mi amo. —respondió ella obediente mientras entraba en el luminoso salón y tomaba asiento dónde su amo la indicaba, dispuesta a esperar.

La espera no duró mucho. Apenas había terminado de sentarse cuando alguien llamó a la puerta. Orlando la dejó allí mientras bajaba a recibir al recién llegado, preguntándose quién sería. Dos minutos después Orlando volvió con un hombre negro que le sacaba media cabeza, pero la altura no era lo que más destacaba de su presencia. Jamás había visto a un hombre con semejante musculatura fuera de la pantalla de un cine.

—Te presento a Lucho, es entrenador personal, el mejor de la ciudad sin ninguna duda. Más de una vez ha ayudado a actores de cine a prepararse para sus papeles, también es socio del Club y nos ayuda a mejorar el aspecto de nuestras esclavas.

El hombre se le acercó y le tendió la mano. Bris se incorporó a una seña de Orlando y le devolvió el saludo, procurando no fijarse demasiado en sus enormes brazos adornados con complicados tatuajes tribales. Mientras lo hacía no dejaba de sentirse un poco insegura, creía que a Orlando le gustaba su cuerpo tal como era y ahora quería cambiarla. ¿Qué querría de ella?

—Tal cómo me dijiste es verdaderamente hermosa. —comentó Lucho levantando el brazo de Bris y obligándola a girarse trescientos sesenta grados para observar su cuerpo más detalladamente.

—Sí, es muy hermosa, pero creo que tu puedes hacerla perfecta. —replicó Orlando mientras ordenaba a Bris que se desnudase.

Tal y como la había enseñado Orlando, no se apresuró hacerlo. Lo hizo lentamente, pero sin aspavientos intentando ignorar la mirada de interés del gigante. Cuando terminó de desvestirse, Lucho se acercó y esta vez fue él el que se paseó entorno a su cuerpo desnudo observando su cuerpo con atención.

—Pon los brazos en cruz, por favor. —le pidió el desconocido.

Bris solo obedeció cuando Orlando se lo permitió con una señal de su cabeza.

—La verdad es que no hay mucho trabajo, un par de semanas para tonificar brazos —dijo cogiendo entre sus manos el ligero exceso de piel que colgaba de ellos—  y lo mismo para acabar con esa incipiente barriga. Ni siquiera hará falta que haga dieta, solo que limite un poco los hidratos de carbono. En cuanto a las piernas, —continuó cogiendo la piel de sus muslos y apretándola para ver si había signos de celulitis— llevará un poco más, aunque hay suerte, apenas se percibe la piel de naranja.

—No quiero perder tiempo. —dijo Orlando cuanto Lucho terminó su análisis— Si te parece puedes empezar ahora, el gimnasio del sótano está listo. He renovado un par de máquinas. Por lo demás es el de siempre.

Bris seguía de pie intentando no mostrar ningún sentimiento, pero no podía evitar sentirse totalmente incómoda. Desde que era una niña siempre había sido una nulidad en lo del ejercicio físico. Era torpe y tardaba semanas en aprender lo que otros compañeros tardaban unas pocas horas. Aun recordaba con terror lo mucho que le había costado aprender a hacer el pino. Sus torpes intentos por elevar las piernas, el miedo a que sus brazos no pudieran aguantar el resto de su cuerpo hacía que todas sus compañeras se rieran de ella, le gastasen bromas y le jugasen malas pasadas cada vez que lo intentaba para poder seguir martirizándola. Quería decirle a Orlando que lo del ejercicio no era lo suyo, pero sabía que su deber era obedecer. A una indicación de su amo siguió a Lucho escaleras abajo.

Nunca había estado en el gimnasio, de hecho no sabía ni que existía. A pesar de estar en el sótano estaba bien iluminado y contaba con extractores para renovar el aire. Era bastante grande y había dos maquinas de pesas, una de remo, una cinta, un banco de abdominales, una bicicleta elíptica y adosadas a la pared unas espalderas. En la esquina más apartada había una camilla para masajes. Bris miró todos aquellos aparatos con aprensión y se preguntó en cuál de ellos moriría y como lo haría; estrangulada, aplastada, torcida, plegada, asfixiada o de un simple y proletario ataque al corazón.

—Sé que estos trastos son intimidantes, pero no te preocupes, es más sencillo de lo que parece. —trató de tranquilizarla Lucho.

—Yo nunca he hecho ejercicio. —se atrevió a hablar ella por fin.

—No hace falta que me lo digas, se ve en el terror que expresan tus ojos. De todas maneras no parece que tengas ningún problema. Si tienes dos brazos y dos piernas puedes hacer los ejercicios que tengo preparados para ti. Antes de empezar un par de cosas. Yo no soy tu amo, así que no hace falta que me trates con tanto respeto. Sé que en ciertos momentos hasta desearas insultarme, prefiero que lo hagas a que dejes de hacer los ejercicios que te impondré. La única condición que ha puesto Orlando es que debes hacer los ejercicios desnuda. No es muy práctico, pero procurare adaptar los ejercicios para que no te resulten incómodos. En otras circunstancias te exhortaría a que te esforzases al máximo, pero ya sé que lo darás todo, ya que tu amo lo ha exigido. Para empezar te he traído un regalo. Esperó que te guste. —Lucho sacó una caja de su bolsa y se la tendió.

Eran unas zapatillas de running.

—Gracias, —dijo Bris— son muy bonitas.

—Cuando terminemos espero que parezca que ha pasado una manada de elefantes sobre ellas. Ahora, antes de calzarte, inclínate un poco hacia adelante y abre las piernas, por favor.

Bris no entendió la orden, pero estaba tan acostumbrada a obedecer que no se lo pensó, pero cuando las manos de Lucho se acercaron a su sexo e intentaron tirar del consolador ella se apartó y se dio la vuelta.

—Lo siento, pero lo tengo que llevar siempre puesto, es una orden... de mi amo.

—Lo sé, pero no puedes hacer los ejercicios con eso ahí dentro, terminarías haciéndote daño. No te preocupes, Orlando lo sabe y lo entiende.

Bris dudó unos instantes, pero finalmente admitió que con el consolador puesto le sería imposible emplearse a fondo en los ejercicios y se inclinó  de nuevo para permitir que Lucho le sacase el pequeño dispositivo. El hombre lo asió con delicadeza y lo extrajo milímetro a milímetro disfrutando de su incomodidad. Cuando finalmente se lo sacó, sintió como si le faltase algo. Aquel aparato llevaba tanto tiempo dentro de ella que ya lo sentía casi como si fuese parte de su anatomía. Orlando ya no lo activaba tan a menudo como al principio, pero cada día esperaba con una mezcla de temor y expectación el momento en que aquel aparato empezase a vibrar obligándola a retorcerse de placer.

En cuanto se puso las zapatillas comenzó la sesión. Empezaron por unos estiramientos suaves en los que Bris intentó parecer menos torpe de lo que era. Cinco minutos después Lucho la invitó a subirse a la elíptica. Pensó que le daría más vergüenza hacer ejercicio desnuda pero casi inmediatamente se le olvidó. Toda su atención estaba fijada en seguir las instrucciones del entrenador, que por otra parte no parecía especialmente atraído por los bamboleos de sus pechos y los temblores de sus muslos.

Los primeros minutos fueron una tortura, sentía como todos los músculos de sus piernas gritaban y se contraían dolorosamente mientras el resto de su cuerpo sudaba profusamente. Como no estaba preparada para aquello, había traído el pelo suelto y ahora se había convertido en una especie de manta húmeda y asfixiante que le cubría los ojos y se le metía en la boca cada vez que la abría para coger una agónica bocanada de aire.

Tras veinte minutos, cuando pensó que no podría más, la tensión de sus muslos pareció suavizarse y sintió como su respiración se normalizaba un poco, fue en ese momento cuando Lucho aumentó la resistencia del aparato y comenzó de nuevo la tortura. Trató de quejarse, pero apenas le quedaba aliento, sentía que estaba a punto de desmayarse.

La sesión continuó. Lucho no tenía misericordia y apenas la dejaba descansos de diez minutos entre aparato y aparato. Tras casi una hora la puerta del gimnasio se abrió y Orlando entró vestido con una camiseta y unos pantalones cortos.

Al verle Bris recordó las palabras de su amo ordenándola que estuviese siempre arreglada para él y no pudo evitar sentirse culpable allí, desnuda en la máquina de pesas, con el pelo alborotado, las piernas abiertas, sin el vibrador puesto y con el sudor corriendo a torrentes por su cuerpo desnudo. Estaba a punto de parar de hacer abducciones para disculparse, pero él la ignoró y se puso a correr en la cinta.

Continuaron unos minutos más. Bris se esforzó aun más, consciente de la presencia de Orlando. Al borde del desmayo siguió haciendo pesas emitiendo leves gemidos cada vez que expulsaba el aire. Afortunadamente la tortura no duró mucho más y Lucho dio por terminada la sesión de ejercicio justo cuando estaba a punto de pedir clemencia.

Se recogió el pelo brillante de sudor de delante de la cara cuando Lucho le dio una toalla. Agradecida se secó la cara y el sudor que corría entre sus pechos y estaba a punto de subir a pegarse una ducha cuando el entrenador le dijo que aun no habían terminado y la llevó hasta la camilla de masaje.

Casi tuvo que pedir ayuda para subirse de lo agotada que estaba. Lucho le indicó que se tumbase boca abajo y tras secarle el cuerpo con la toalla le aplicó un aceite refrescante y comenzó a masajearle los músculos acalambrados. Aquellas manos enormes trataron su cuerpo con suavidad y cuando se dio cuenta estaba tan relajada que estaba a punto de quedarse dormida. Inconscientemente empezó a ronronear de placer, disfrutando de cada miembro que aquellas manos oscuras acariciaban. Con un ligero cachete la obligó a volverse y sin modificar su gesto un ápice al ver sus pechos y su sexo depilado reanudó de nuevo su tarea. A pesar de la aparente indiferencia de Lucho, Bris no pudo evitar sentir como cada dedo de Lucho dejaba un rastro de excitación allí por donde pasaba. Cerró los ojos intentando evitar aquel torbellino de sensaciones y trató de relajarse concentrándose en el ruido que producían las máquinas en las que Orlando estaba haciendo ejercicio.

Las manos de Lucho se centraron en ese momento en sus piernas y acabaron con toda su concentración. Sintió como relajaban las plantas de sus pies avanzaban por sus gemelos y se clavaban en sus agotados muslos produciendo una mezcla de dolor y placer que terminaron por encharcar su sexo.

Afortunadamente, unos segundos después dio por terminado el masaje y tras despedirse, Lucho subió al piso de arriba para lavarse las manos y salir discretamente de la casa. Bris tardo un par de minutos de levantarse de la camilla. Entre el intenso ejercicio, el masaje y su propia excitación no estaba segura de poder mantenerse en pie. Con cuidado se bajó de la camilla y con las piernas temblorosas se dirigió a la mesilla donde Lucho había dejado el vibrador.

Orlando, sin dejar de hacer ejercicio la siguió con la mirada y observó con detenimiento como se insertaba el aparato. Cuando terminó, se quedó allí de pie esperando órdenes con las manos detrás de la espalda a pesar de que deseaba con todas sus fuerzas sentarse y dar descanso a su exhausto cuerpo.

—¿Te ha gustado la sesión? —preguntó mientras Orlando se ponía en pie y cogía una toalla para secarse el sudor que cubría su rostro y su cuello.

—Sí, mi amo. —se apresuró a contestar.

Él sonrió. Saltaba a la vista que salvo por el masaje que le había dado Lucho, el resto del ejercicio había sido un infierno. Sus piernas temblaban únicamente con el esfuerzo de mantenerse en pie y a pesar de que hacía rato que había terminado, un fino hilillo de sudor seguía corriendo entre sus pechos.

—Tranquila, con el tiempo se hará más fácil y hasta llegarás a disfrutar de ello. Ahora subamos arriba. Creo que ambos necesitamos una buena ducha. —dijo Orlando tomando a Bris de la mano y guiándola escaleras arriba.

Cuando llegaron al baño entraron en la ducha, ella se dedicó a lavar detenidamente el cuerpo de su amo enjabonando toda su superficie y enjuagándolo con cuidado, deseando que le ordenase arrodillarse frente a él y meterse su miembro en la boca, pero la orden no llegó y se tuvo que contentar con acariciar los genitales de su amo el tiempo justo para que quedasen totalmente limpios.

Cuando le hubo secado todo el cuerpo y le hubo ayudado a ponerse un albornoz, su amo salió del baño y la dejó sola. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer y no se demoró un instante. A pesar de que estaba casi agotada se duchó se lavó y se secó el pelo y se dio un toque de rímel y de color a sus labios antes de presentarse ante él.

Orlando esperaba sentado en el sofá escuchando Rapshody in Blue. Frente a él, encima de la mesa del salón había un estuche negro. Bris siguió el gesto de la mano de su amo y se sentó a su lado. Cuando lo hizo no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.

—Yo también tengo un regalo para ti —dijo Orlando cogiendo el estuche y tendiéndoselo.

Bris dudó un momento, aquello no se lo esperaba y no se imaginaba que podía a ser. Parecía el estuche de una joya. Al abrirlo no pudo evitar soltar el aire de golpe. La gargantilla era preciosa. Tenía forma de red que ceñía buena parte de su cuello y en sus intersecciones estaba cuajada de perlas y turquesas. En la parte de atrás además de los cierres tenía una anilla de plata que llamó la atención de Bris por parecer fuera de lugar.

—Gracias, mi amo. Es preciosa. —dijo sacando la joya del estuche y observándola más de cerca.

—Date la vuelta.

Bris obedeció y se apartó la melena para facilitarle la tarea. Orlando ciño la joya se  en torno a su cuello y esta quedó ajustada, pero sin llegar a agobiarla ni impedir ninguno de sus movimientos. Estaba ansiosa por levantarse y mirarse a un espejo. No estaba acostumbrada a ponerse joyas y se moría de curiosidad, pero  Orlando se limitó a acariciarle el cuello mientras sacaba una correa del bolsillo del albornoz y la enganchaba a la anilla de la gargantilla.

Al principio no se dio cuenta, pero con un suave tirón de Orlando le dijo que había empezado una nueva fase en su instrucción. Sin decir una sola palabra más, solo a base de ligeros tirones la obligó a bajar al suelo y a ponerse a cuatro patas con el cuello estirado y la cabeza alta. Manteniendo la correa tirante para que Bris mantuviese la posición, activó el vibrador. Bris gimió y se retorció al sentir el aparato vibrar en su interior y Orlando tuvo que tirar de la correa para que ella se estuviese quieta. Bris se mantuvo en la misma posición a duras penas, sin poder evitar que todo su cuerpo temblara y se estremeciera ante las continuas oleadas de placer que irradiaban de su sexo. Orlando aprovechó para  desembarazarse del albornoz y mostrarle la polla erecta. Tirando de la correa acercó la polla a la boca de su esclava y esta la abrió ansiosa por recibirla. Con lentitud fue acercando la punta de su glande hasta dejarla a pocos centímetros. Bris intentaba adelantarse para tener la polla a su alcance, pero él tiraba de la correa en el último segundo, manteniendo aquellos jugosos labios alejados apenas una par de centímetros de su miembro.

Orlando estaba tan ansioso como ella, pero a la vez estaba disfrutando de los esfuerzos de la joven por llegar hasta él. Bris incapaz de envolver la polla de su amo con la boca optó por acariciarla con la punta de la lengua con la esperanza de que su amo se sintiese complacido y la permitiese algo más. Orlando activó el vibrador de nuevo y ella se estremeció una vez más aunque no dejó de intentar alcanzarle. Finalmente levantó la vista hacia él y le miró suplicante. Aquello le excitó aun más y no pudo evitar meterle la polla en la boca de un solo golpe hasta el fondo de la garganta.

—Gracias, amo. —dijo ella cuando Orlando se separó unos segundos después.

Orlando sonrío satisfecho y tiró de nuevo de la correa acercando a Bris de nuevo a sus genitales. La esclava, obediente, chupó, lamió y mordisqueó su polla y sus testículos llevándole al borde del clímax.

Apartándose de nuevo, se inclinó sobre la joven, que seguía a cuatro patas y se dedicó a acariciarle la espalda mientras rodeaba su cuerpo y se ponía a su espalda. Bris intentó volver la cabeza pero con un tirón de la correa Orlando se lo impidió. En ese momento, sin aflojar la tensión de la correa, con la mano libre se cogió el miembro y lo guió a la abertura del ano de su esclava.

La polla cubierta de saliva se deslizó por el estrecho conducto y atravesó el esfínter con facilidad. El placer fue tan intenso que sin pensar se dejó caer sobre Bris metiendo el resto de su miembro hasta el fondo de un solo golpe.

Bris sintió el escozor y las contracciones de su ano al verse asaltada tan sorpresivamente y no pudo evitar un quejido de dolor. Orlando sin embargo, estaba tan excitado que ni se dio cuenta y tirando de la correa colocó las piernas a ambos lados de su cuerpo y comenzó a sodomizarla con fuerza. Bris estaba al borde del desmayo aguantando el peso de su amo, sus ansiosos empujones y la polla abriéndose paso en sus entrañas provocándole un no muy intenso, pero continuo dolor.

Bris, consciente de su deber aguantó y su amo supo recompensarla. El vibrador despertó de nuevo en su sexo y todo se hundió en oleadas de placer. En cuestión de segundos el dolor se transformo en placer y Orlando apresuró sus golpes. Bris, a punto de derrumbarse agotada, intentó apoyar los antebrazos y el pecho en el suelo, pero él se lo impidió y sin dejar de follarla  tiró de la correa esta vez con todas sus fuerzas. Obligada por la tensión Bris retrasó la cabeza y arqueó la espalda hasta que sus manos casi no tocaron el suelo. La gargantilla se le clavó en el cuello impidiéndola respirar y al placer y al dolor se le unió la sensación de estar flotando. Con tres empujones bestiales Orlando se corrió en su culo, la oleada de semen caliente le provocó un orgasmo tan fuerte que perdió el control de su cuerpo y se derrumbó con su amo encima, la polla dentro de su ano y el vibrador zumbando dentro de su sexo prolongando las oleadas de placer que la envolvían hasta casi hacerla perder el sentido. Tras unos segundos, Orlando apagó el vibrador y tiró de la correa para obligar a Bris a ponerse en pie. Ella lo hizo con dificultad, ahora estaba tan satisfecha como exhausta.  Orlando se acercó y acarició su cara su cuello y su pecho aun jadeante.

Tras decirle lo satisfecho que estaba con ella se puso de nuevo el albornoz y se sentó. Solo entonces con un ligero tirón de la correa le permitió acercarse al sofá y la tumbó en él dejando que la cabeza de Bris reposase en su regazo. Orlando acarició aquel pelo negro y brillante mientras cerraba los ojos y se concentraba en la música de Gershwin.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.