Rozando el Paraíso 8
¿Os conocéis del Club? ¿Qué Club? inquirió ella intentando saciar su curiosidad con astucia. No había planeado hablarle todavía de la existencia del Club. Pero no siempre las cosas ocurrían como uno quería y aquel momento le parecía tan bueno como cualquier otro para explicarle una parte importante de su relación con ella.
8
El lunes se despertó agotada. Tenía los pezones doloridos y sus orificios naturales irritados por las intensas sesiones de sexo a las que Lara y Orlando la habían sometido el fin de semana. A pesar de todo nunca se había sentido mejor. La sensación de dormir acurrucada como un gato entre los cuerpos desnudos de sus amos había sido grandiosa. Ni siquiera se sentía capaz de describirla. El calor de sus abrazos, sus caricias tranquilizadoras, sus susurros de aprobación hacían que hasta el placer del sexo fuese secundario.
Acalambrada se levantó de la cama. Sintió el familiar tacto del consolador dentro de ella y recordó de nuevo el momento en que Orlando y Lara la follaron a la vez y sintió de nuevo aquella vorágine de sensaciones, placer, dolor, plenitud, orgullo al sentirse merecedora de aquellas atenciones... Su cuerpo volvió a estremecerse y su coño volvió a lubricarse. Sentía una intensa necesidad de masturbarse, pero lo tenía prohibido así que rezó para que el aparato que tenía insertado en su sexo vibrase, pero no lo hizo.
Duchándose rápidamente para evitar tentaciones, se vistió y salió a la calle. Cuando llegó al trabajo, la maldita Mari la miró con aire crítico. A aquella mujer no se le podía ocultar nada.
—¿Sabes que los fines de semana se inventaron para descansar? —le inquirió— Tienes un aspecto horrible, incluso con el maquillaje. Parece que te hayas pasado todo el finde encerrada en una caja con unos perros salvajes.
—Casi casi. —respondió ella con una sonrisa ida mientras se complacía al sentir el ligero escozor en su ano.
—La verdad es que al principio, cuando me enteré de que tenías novio, me alegre por ti, pero ahora me estás empezando a preocupar. —dijo la mujer con sinceridad— Tu vida está cambiando demasiado rápido.
—No te preocupes. La verdad es que nunca he sido más feliz que ahora.
—Eso es lo que me preocupa. No quiero que te hagan daño, hija.
Una oleada de ternura por su compañera la invadió y no pudo evitar abrazarla.
—Pues no deberías preocuparte, ya soy mayorcita y sé lo que hago, De todas maneras, gracias. Eres una buena amiga.
—De acuerdo, ahora que he dicho lo que tenía que decir es cosa tuya. Solo queda una cosa. ¿Ahora me contaras todos los sucios detalles? —Mari siempre sabía cómo quitar dramatismo a las conversaciones.
—Lo siento, pero me sentiría muy culpable si te provocase un ataque al corazón al describírtelos. Yo también me preocupo por ti y eres ya una mujer de cierta edad...
La conversación continuó en ese tono un rato hasta que se cansaron de intercambiar bromas y Bris se dispuso a subir los pedidos a las salas de lectura. Empujando el carrito se paseó por los pasillos con una sonrisa, sintiéndose bella y poderosa al ver como todos los hombres volvían la cabeza y seguían los contoneos de sus caderas al atravesar sus oficinas.
A la hora del almuerzo volvió al parque. Aquello estaba convirtiéndose en una especie de ritual. Se sentaba en el mismo banco frente al gran ventanal de su salón. No lo veía pero sabía que Orlando la estaba observando. Mirando hacia el impenetrable reflejo del ventanal se subía ligeramente la falda y separaba las piernas, mostrándole su sexo en aquella ocasión aun enrojecido. Un estremecimiento del vibrador y el sonido del teléfono le confirmaba lo que ya sabía; Orlando estaba del otro lado del cristal. Se lo imaginó allí, de pie frente a ella, impecablemente vestido, siguiendo cada uno de sus movimientos.
—Estuviste realmente bien el fin de semana. —dijo cuando Bris atendió su llamada— Lara me dijo que te felicitase y que te trasmitiese que habías sido la esclava perfecta. Yo también estoy orgulloso de ti.
—Gracias, amo.
—Aun te resulta un poco raro decirlo. ¿Verdad?
—Sí, amo. —respondió Bris.
—Quizás te ayude pensar que la palabra amo no solo representa sumisión. ¿Hay alguna palabra que se parezca tanto a amor? Yo creo que no es una mera casualidad. En el amor también hay abandono y sumisión aunque estos estén más equilibrados. En realidad creo que la dominación es una relación paralela al amor, se basa en los mismos preceptos, pero se desarrolla de una manera diferente y en mi opinión puede llegar a ser más plena y placentera. El amor empieza intenso y lujurioso y con el tiempo se va moderando, sin embargo lo que tenemos nosotros se hace más íntimo, más fuerte y más hermoso con el paso del tiempo. Empieza con dudas, tú temiendo el daño físico y emocional y yo haber elegido la candidata equivocada y se va convirtiendo en una relación en la que te abandonas confiando en que yo sé lo que es mejor para ti y yo te demuestro con mis actos que no estabas equivocada al confiar en mí.
Bris asintió sin decir nada. La verdad era que no había pensado demasiado en ello, pero era verdad que aquella relación no era la que había imaginado que tendría desde niña cuando conociese al hombre de sus sueños. Y sin embargo ahora no podía imaginarse nada mejor. Para ella amor era sentir placer con el solo hecho de servir a su amo y demostrar que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Orlando, consciente de que él le demostraba su reciprocidad complaciendo y recompensando su obediencia con un intenso placer, en ocasiones llevándola al límite, pero sin llegar a traspasarlo nunca.
Tras unos instantes en los que Orlando la dejó reflexionar sobre sus palabras, quedó en que pasaría a recogerla a casa por la tarde y cortó la comunicación, dejando a Bris hundida en aquellas reflexiones.
Cuando Orlando pasó a recogerla, ella ya le estaba esperando al borde de la acera. El día había sido espléndido y solo con la caída del sol había empezado a correr una ligera brisa que se colaba por las rendijas de su vestido y levantaba de vez en cuando ligeramente el vuelo de su falda. Pasearon por la calle cogidos de la mano como una pareja normal, ocultando al resto del mundo su secreto. Al pasar sentía las miradas de la gente fijas en ellos y no podía sentirse más orgullosa de su amo.
Cuando entraron en una terraza para tomar algo que refrescase aquel día de finales de mayo, no pudo evitar las miradas de envidia de las mujeres al ver cómo Orlando la ayudaba a sentarse. Tras instalarse se colocó la falda de su vestido, le miró y sonrió. Siempre que estaba con él se encontraba envuelta en una nube de placer y seguridad.
Cuando llegó el camarero él pidió un vino blanco para ella y un Campari para él. El vino era fresco y tenía un toque ligeramente cítrico que le hacía especialmente adecuado para combatir el calor que ya declinaba.
Apenas charlaron. Ella se dedicó a mirarle con adoración mientras él parecía ligeramente abstraído en el paisaje urbano que le rodeaba. Tras pagar, estaban a punto de abandonar el local cuando un hombre tan impecablemente vestido como Orlando se les acercó.
—¡Vaya sorpresa! ¡Orlando! No esperaba encontrarte aquí. —el hombre alargó la mano mostrando una hilera de dientes blancos y de aspecto ligeramente afilado al sonreír— ¿Y quién es esta joven tan hermosa? —preguntó lanzando una mirada que él creía seductora pero que a Bris le hizo sentirse bastante incómoda.
—Hola, Kyril. —respondió Orlando intentando ocultar una leve tensión en su voz que a Bris no le pasó desapercibida— Te presento a Briseida.
El hombre se apresuró a soltar la mano de Orlando y coger la de Bris besándosela y dejando los labios en contacto con su manos unos instantes más de lo necesario mientras la escrutaba con unos intensos ojos de color ambarino. Ella le devolvió la mirada un instante antes de apartarla para poder estudiarlo con más atención.
Kyril era un hombre de unos cincuenta años de pelo gris, fuerte y espeso y rostro bronceado y anguloso que junto a su figura esbelta y su impecable traje oscuro le hacían pensar en un playboy francés de los años cincuenta.
—¿Te apetece tomar algo? —preguntó su amo mientras llamaba al camarero con un gesto.
—Tengo un poco de prisa, pero no tanta como para no charlar un rato con un viejo amigo. Hace tiempo que no vienes por el Club, espero que ahora que tienes una nueva pupila te dejes caer por allí. Echamos de menos tus artilugios y tus espectaculares apariciones.
—No temas, cuando Briseida esté preparada iremos. —replicó él con un tono un poco más seco de lo que requería el momento.
—Quiero que sepas que todos lamentamos lo que pasó con tu anterior pupila. Sabes que la política del club es la tolerancia cero con ese tipo de actitudes.
A Bris le carcomía la curiosidad, pero sabía que no era el momento de preguntar así que se limitó a beber su segunda copa de vino y a seguir educadamente la conversación mientras no paraba de hacerse preguntas. Hasta aquel momento nunca se había planteado que hubiese habido alguna mujer antes que ella, aunque ahora le parecía lógico. El leve fruncimiento de cejas en la cara de Orlando delataban su incomodidad a la hora de hablar del tema, lo que le daba una idea de lo mucho que le había marcado aquella relación. A pesar de que se moría de curiosidad decidió no preguntar. Esperaría a que él sacase el tema.
Kyril bebió su cerveza casi de dos tragos y se marchó apresuradamente, no sin despedirse echando una nueva mirada nada casta a su figura y alabando su belleza, invitando a ambos a venir al club tan pronto como se sintiesen preparados.
Esperó una oleada de preguntas, pero Bris le sorprendió con su tacto.
—Un hombre interesante. A pesar de que no os parecéis en nada, me recuerda bastante a ti.
—Es un viejo conocido.
—¿Os conocéis del Club? ¿Qué Club? —inquirió ella intentando saciar su curiosidad con astucia.
No había planeado hablarle todavía de la existencia del Club. Pero no siempre las cosas ocurrían como uno quería y aquel momento le parecía tan bueno como cualquier otro para explicarle una parte importante de su relación con ella.
—En efecto, Kyril es uno de los principales socios del Club Oscuro Paraíso. —contestó lacónico.
—Nunca he oído hablar de él.
—Es un lugar dónde nos reunimos y mostramos a nuestras pupilas, un lugar de intercambio de cuerpos e ideas. Sé que suena un poco intimidante, pero cuando estés preparada te lo mostraré y descubrirás que su nombre no es un capricho.
Bris lo miró y pareció a punto de hacer la pregunta que más temía. Sabía que tarde o temprano tendría que hablarle de Alba, pero aun no se sentía con fuerzas. Aquel capítulo de su vida, a pesar de estar cerrado, seguía escociéndole como un ácido hasta el punto de hacerle dudar e intentar no reconocer que Bris le había calado tan profundamente como ella. Si aceptaba que la amaba tanto como había amado a Alba, también tenía que aceptar que si la perdía sufriría tanto como lo había hecho en aquella ocasión.
Alba era totalmente diferente a Bris; era rubia, más baja y esbelta y tenía un temperamento más fuerte e independiente. Le gustaba experimentar y a pesar de que había aceptado someterse, siempre lo había hecho a regañadientes. El no había sabido o no había querido adaptarse a su temperamento y la había perdido. Esa herida que creía curada le atormentaba ahora cada vez que veía a Bris tan hermosa, tan sumisa y tan enamorada. Temía dar un paso en falso y perderla a ella también.
El ocaso teñía de una impresionante gama de colores que iban del dorado al violáceo, pero los recuerdos le habían puesto de un humor taciturno. Bris enseguida lo percibió e intentó cambiar de conversación, pero ya era tarde así que sugirió que volviesen a casa. Orlando bebió el Campari que le quedaba de un trago y se dirigieron andando a su casa. Durante el camino Bris intentó arrancarle un par de palabras, pero al no conseguirlo optó por cogerle de la mano y caminar a su lado en silencio.
Cuando llegaron a su casa ya casi era noche cerrada. El aire fresco le había despejado un tanto, pero seguía desanimado. Bris lo llevó hasta el sofá del salón y le hizo una tortilla sencilla pero sabrosa y se acurrucó a su lado mientras él la comía. En cuanto terminó, retiró el plato, apagó la luz y se tumbó a su lado depositando la cabeza en el regazo de Orlando. Él comenzó a acariciar su brillante melena distraídamente con su mente aun vagando muy lejos, pero poco a poco el suave contacto le devolvió a la realidad.
En su regazo, a su gata solo le faltaba ronronear. Su presencia cálida y sus atenciones le reconfortaban. Bris notó el cambió de actitud e irguió la cabeza para darle un beso suave. Sus lenguas se juntaron, la de la joven todavía sabía a vino. Sin dejar de besarle, la mano de su pupila, que había estado descansando sobre su muslo, comenzó a moverse en dirección a sus ingles y se cerró en torno a su pene que no tardó en reaccionar a sus caricias.
Con un suspiro Orlando notó como la mano deshacía botones y cremalleras y contactaba fresca y suave con su pene ya casi totalmente erecto.
Consciente de que su deber era atender y reconfortar a su amo en todo momento, Bris deshizo el beso y se inclinó sobre su regazo. Los labios de Bris acariciaron con levedad la punta de su glande provocando un incontrolado estremecimiento de su polla. La joven trató su pene como si fuese una deliciosa golosina recorriéndolo de arriba abajo con su lengua y acariciándole el glande con los dientes antes de meterse su miembro en la boca y chuparlo con suavidad hasta que golpeaba en el fondo de su garganta.
Orlando hundió las manos en la espesa melena de la joven y la apartó viendo con satisfacción como saboreaba su polla sin dejar un resquicio de su miembro sin explorar. Cerrando los ojos se dejó llevar solo concentrado en la sensación de la lengua de Bris recorrer su polla, sus labios golpear su glande y sus boca envolverla en un húmedo y cálido abrazo.
Cada vez que ella se retiraba con un chupetón un chispazo de placer recorría su pene y este se estremecía y palpitaba, dándole la sensación de que estaba a punto de reventar. No supo cuanto tiempo pasó, pero cuando abrió los ojos, fuera la oscuridad ya era total. En la penumbra la cabeza de Bris se movía con elegancia, cada vez más rápido hasta que Orlando no pudo aguantar más y se corrió en su boca. Su gata se agarró a su miembro y cerrando la boca entorno a la punta de su polla chupó con ansia apurando hasta su última gota. Bris terminó y se irguió a su lado. A pesar de la oscuridad pudo adivinar su gesto ansioso y deseoso de agradar y él la recompensó cogiéndola por la nuca y dándole un largo beso y compartiendo el sabor de su semen con ella mientras que con la mano libre le acariciaba suavemente los pechos por encima del fino tejido del vestido. Su joven esclava suspiró y pegó su cuerpo contra él. Cuando se separaron finalmente y Bris se levantó y se recolocó el vestido para irse a casa, Orlando se sentía totalmente en paz. Todos los malos recuerdos volvieron al oscuro rincón de dónde habían surgido.
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