Rozando el Paraíso 7

—Creo que tu chica aun no entiende lo que significa ser tu esclava. —dijo la intrusa al ver el gesto desconsolado de Bris.

7

Cada amanecer Bris se despertaba sola en su cama. Al principio no había entendido la actitud de Orlando acompañándola a su casa después de hacer el amor, pero en pocos días se dio cuenta de que todo formaba parte del juego. Se levantaba aun con la leve irritación de su sexo recordándole los excesos de la noche anterior y prometiéndole nuevas sensaciones para aquella misma noche. La espera, unida a la presencia del vibrador que de vez en cuando despertaba y le recordaba con sus chispazos que siempre estaba en la mente de su amo, hacía que el deseo aumentase poco a poco a lo largo del día hasta convertirla, al final de la jornada, en una fiera sedienta de sexo y dispuesta a cualquier cosa con tal de saciar esa sed.

A pesar de no tener una relación convencional, su vida había cambiado totalmente. Aun consideraba su trabajo interesante, pero ya no era el centro de su existencia. Todas las mañanas emprendía la jornada con energía, pero a medida que transcurría el día se mostraba cada vez más nerviosa y cuando se acercaba el final de la jornada de trabajo, se tenía que contener para no salir corriendo. Mari se había dado cuenta y se reía de ella mientras le hacía preguntas sobre su novio, a la mitad de ellas no se atrevía a responder y a la otra mitad no sabía que decir.

Cada vez que se paraba a pensar qué tipo de relación era la que tenía con Orlando su mente se llenaba de dudas. Ella estaba totalmente enamorada, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él y se lo demostraba todos los días, pero no sabía si Orlando sentía lo mismo por ella. Hablar de sentimientos estaba totalmente prohibido. Eso lo había aprendido instintivamente y la sensación de estar haciendo equilibrios sobre un delgado hilo era muy excitante, pero también le producía una fuerte sensación de inestabilidad. No sabía muy bien como clasificarlo cuando la preguntaban por él. No podía decir claramente que era su amo, porque sabía que sus conocidos no la entenderían, pero tampoco podía decir que era su novio, por temor a que Orlando se enterase y se enfadase con ella, así que había optado por lo de amigo muy especial que sonaba bastante repipi, pero no suponía ningún compromiso. Quizás aquel fin de semana en el que la había invitado a pasarlo fuera, la ayudase a aclarar todos aquellos aspectos dudosos de su relación.

La verdad era que la invitación le había pillado totalmente por sorpresa. Sin darle tiempo a reaccionar la había llamado al trabajo y le había dicho que tenía que estar preparada a las cuatro y media de la tarde con ropa para tres días a la puerta de su casa. El resto de la mañana la pasó haciendo planes mentales mientras procuraba no jorobar ninguna de las filigranas del libro en el que estaba trabajando. Emocionada repasó todo lo que tendría que llevar mientras se preguntaba qué le tendría preparado su amo. La perspectiva de pasar toda la noche acurrucada en sus brazos la hizo sentirse la mujer más afortunada del mundo.

Sin tener ni idea de lo que la esperaba le resultó especialmente difícil saber qué llevar para el fin de semana. Finalmente decidió llevar un poco de todo y casi toda la lencería que tenía, de forma que  tuvo que emplearse a fondo para poder cerrar la maleta.

Consciente de lo que su amo estimaba la puntualidad, se apresuró poniéndose un ligero vestido veraniego sin mangas y cerrado por delante y unas sandalias de cuña. Tras pensarlo mucho había optado por no ponerse ropa interior, de forma que mientras esperaba en la acera, a la puerta de su casa, la suave brisa de finales de primavera se colaba por las aberturas del vestido acariciando su piel desnuda y erizando el suave vello que la cubría.

Orlando llegó tan puntual como esperaba. Aparcó una berlina discreta pero lujosa y salió del coche. Tras darle un par de suaves besos en las mejillas, que hicieron que toda la sangre de Bris se agolpase en ellas, le abrió la puerta del acompañante y cogiéndola por la mano la ayudó a subir. A continuación metió su equipaje en el maletero y se sentó al volante. Bris se atrevió a mirarle a los ojos un instante antes de volver la vista al frente.

—La verdad es que me has pillado totalmente por sorpresa. —dijo Bris mientras se arrellanaba en el cómodo sillón y dejaba que el cinturón de seguridad ciñera su busto.

—Sé que exijo mucho de ti, pero debes saber que sé apreciar tus esfuerzos y me gusta premiarlos. Estos días has superado mis expectativas, atendiendo mis deseos e incluso anticipándote a algunos de ellos. —respondió él introduciendo las manos entre sus muslos, acariciando su sexo con suavidad y haciendo un gesto de satisfacción al encontrarlo desnudo.

Bris dejó que aquellas manos acariciasen y explorasen su entrepierna clavando las manos en la tapicería de cuero para evitar retorcer todo su cuerpo al sentir las oleadas de placer. Siempre que Orlando la acariciaba tenía que contenerse hasta que el la autorizase a dejarse llevar por la excitación. Al principio le había parecido imposible. Las manos de su amo eran tan hábiles que en apenas unos segundos todo su cuerpo estaba envuelto en una abrasadora marea de placer que iba y venía en oleadas, atenazándola unas veces y obligándola a retorcerse y estremecerse otras, pero con el tiempo había aprendido algunos trucos como clavar las uñas en cualquier objeto, morderse los labios o concentrarse en algún objeto que la rodeaba hasta convertir aquellas oleadas en sordos latidos, al menos por un tiempo.

Esta vez la tortura no duro mucho y tras un par de minutos Orlando se mostró satisfecho con su actitud y apartando los dedos de su pubis se los ofreció. Bris los cogió y los chupó con delicadeza hasta que no quedó ningún rastro de los jugos en que estaban impregnados y su amo pudo ponerse al volante del coche sin ensuciarlo.

En cuanto el coche arrancó, por fin pudo relajarse un poco y se distrajo viendo pasar el paisaje a través de la ventanilla. En cuestión de minutos las viviendas dieron paso a los polígonos industriales que rodeaban la ciudad como un cinturón de actividad y contaminación y tras dejarlos atrás, Orlando abandonó la autovía y comenzó a zigzaguear en estrechas carreteras de montaña, de manera que Bris pronto perdió el sentido de la orientación.

Tardaron un poco más de cuarenta minutos en llegar. La casa rural era una vieja casa solariega en lo alto de una pequeña colina con una aldea de unas veinte casas a sus pies. La casa había sido meticulosamente restaurada hasta el punto de que probablemente no distaba mucho de su aspecto original. La única licencia que se habían tomado era una antena de telefonía que habían instalado en el tejado del establo que ahora se usaba como garaje.

La dueña de la casa les esperaba a la puerta del recinto que rodeaba el establecimiento y se acercó al coche para darles las llaves y el mando del garaje. Se ofreció a hacerles una pequeña gira por la casa, pero Orlando recogió las llaves de las manos de la mujer, que no podía enmascarar sus miradas de curiosidad y replicó que ya se las arreglarían. La dueña estuvo a punto de decir algo, pero estaba claro que las miradas de su amo no solo tenían efecto sobre ella y tras un casi inaudible suspiro la mujer se despidió y les deseó una feliz estancia.

Orlando aparcó el coche delante de la puerta y sin apresurarse abrió la del acompañante y ayudó a salir a Bris del automóvil. Mientras ella admiraba las sombras cambiantes que el sol generaba sobre la centenaria fachada, al atravesar un enorme nogal que flanqueaba el camino de grava que daba acceso al edificio, él sacó el equipaje y la precedió por la corta escalera que llevaba a la puerta de entrada.

El interior había sido restaurado con tanto cuidado como el exterior. Las viejas vigas de madera de castaño que sobresalían del techo habían sido restauradas y barnizadas para resaltar la oscuridad que les habían proporcionados los años y en el mobiliario predominaban los tapices, los escudos de armas y los pesados muebles de madera.

Hasta la cocina y el salón, a pesar de estar dotados con todas las comodidades, habían sido diseñados de manera que no desencajasen en aquel ambiente señorial. Bris siguió a Orlando por las escaleras hasta llegar al dormitorio principal. Era una enorme estancia dominada por una cama con dosel de madera oscura y maciza, con un vestidor que llevaba a un baño y un enorme espejo de cuerpo entero a un lado y una ventana no muy grande y un tocador al otro. Frente a la cama, en la esquina opuesta a la puerta, había una chimenea que la dueña se había encargado de dejar encendida con dos sofás orejeros ante ella, colocados encima de una espesa alfombra de lana.

—Es un lugar impresionante. —dijo ella sentándose en la cama y acariciando al pulida superficie de una de las columnas que sustentaban el dosel.

—La verdad es que las fotos no le hacen justicia. Me la había recomendado un amigo, pero no sabía si fiarme. ¿Por qué no bajas a la cocina y haces un par de cafés mientras yo aparcó el coche?

Bris sabía que aquello no era una sugerencia y sin decir nada se dirigió escaleras abajo. Sin las indicaciones de la dueña de la casa le costó un poco, pero al final dio con todo lo necesario y cuando volvió Orlando ya estaba vigilando la cafetera, esperando que empezase a borbotear.

Se acercó por su espalda y ella se obligó a mantener la vista en el aparato, percibiendo su cercanía y esperando que él hiciese el primer movimiento que no se hizo esperar. Orlando acarició su culo y deslizó la mano por debajo de la fada del vestido, se demoró unos instantes antes de empezar a jugar con el vibrador. Bris jadeó y separó un poco las piernas manteniendo la mirada fija en la encimera mientras sentía que todo su cuerpo ardía de deseo. El aparato comenzó a estremecerse y las manos de su amo se deslizaron por el vestido desabrochando botones hasta que la prenda cayó a sus pies.

Cuando le quitó el vibrador un pequeño torrente de tibios líquidos escurrió de su vagina justo en el momento que la cafetera comenzaba a borbotear. Orlando se apartó inmediatamente y se sentó a la mesa mientras ella procurando no quemarse servía dos tazas de café y se sentaba frente a él. Su señor bebió con un gesto de aprobación, Bris no sabía si dirigido a la infusión o a su cuerpo.

Sin terminar de acostumbrarse a aquella mirada escrutadora, se centró en su brebaje procurando no parecer turbada. El café le quemó un poco la lengua, pero también la reconfortó.

—Ahora sube arriba. En mi maleta hay un regalo para ti. Quiero que te lo pongas y esperes a que suba.

Bris asintió y subió las escaleras, consciente de que el momento que anhelaba estaba cada vez más cerca. La maleta de Orlando reposaba sobre una banqueta. La abrió y encima de su ropa encontró un paquete. Lo puso con cuidado sobre la cama y antes de abrirlo deshizo las maletas de ambos y colocó la ropa con cuidado en el vestidor. El tacto de la seda de sus corbatas y el aroma que emanaba de sus camisas le recordaban la sensación inigualable de encontrarse entre los brazos de su amo, aumentando aun más su excitación.

Finalmente se acercó a la cama y abrió el paquete, en el interior había un conjunto de lencería de seda, oscuro y profusamente bordado, un liguero a juego, unas medías sin costura y unas sandalias. Consciente de que su amo podía aparecer en cualquier momento y debía estar preparada se puso las prendas íntimas rápidamente y esperó en la oscuridad, delante de la chimenea, dejando que el fulgor dorado del fuego perfilase su figura.

En el piso de abajo Bris oyó el ruido inconfundible de la pesada puerta de entrada al abrirse, seguida de una rápida conversación amortiguada por los gruesos muros de piedra. Pensando que probablemente fuese la dueña, que finalmente no había podido contenerse y había ido a curiosear, estuvo a punto de sentarse, pero su adiestramiento se impuso y se dispuso a aguantar una larga espera que finalmente no fue tal.

Un par de minutos después se abrió la puerta y la sorpresa que sintió al ver a una mujer acompañando a Orlando, se vio solo superada por una creciente sensación de inseguridad.

—Es tan hermosa como prometiste. —comentó la mujer entrando en la habitación con aire desenvuelto.

—Bris, esta es mi amiga Lara. Salúdala, por favor.

Bris se quedó congelada por un instante observando a la intrusa. A la tenue luz que surgía de la chimenea, distinguió a una mujer de edad indefinible, entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco, casi tan alta como ella y de pelo castaño y  ondulado. Su rostro era bello, pero sus labios finos y sus ojos rasgados color acero, le daban un aire cruel a su gesto. Una larga gabardina de color cámel le llegaba por debajo de las rodillas y solo dejaba ver unas piernas morenas enfundadas en unos zapatos con un tacón incluso más alto que el de sus sandalias.

Pasado el instante de vacilación, se acercó a la desconocida y le dio la mano, manteniendo baja la mirada, tal y como le había enseñado Orlando. La mujer se la estrechó con suavidad rozando la palma de Bris con sus largas uñas provocándole un ligero escalofrío al separarla.

En cuanto se separó, Bris observó con alivio como dejaba de ser el centro de atención. La mujer recorrió la estancia examinando los muebles y acariciando las pulidas superficies. Cuando hubo satisfecho su curiosidad se puso a su lado y abriéndose la gabardina la dejó caer a sus pies.

Por el rabillo del ojo Bris descubrió que la mujer iba desnuda bajo la prenda a excepción de un bustier color púrpura que terminaba justo por debajo de sus costillas y un tanga a juego. Con envidia observó la piel suave y bronceada de la mujer que aun destacaba más contra la intensa palidez de la suya y de nuevo se sintió insegura y un poco intimidada.

Mientras tanto, Orlando se había limitado a coger una silla y sentarse cómodamente al lado de la puerta observándolas con atención. Lara cogió a Bris por la mano y la llevó hacia él. Orlando las miró un largo rato sin decir nada antes de levantarse de nuevo. Cogiendo a Bris de la mano la llevó hasta la cama donde le ató las muñecas por encima de su cabeza, de espaldas a uno de los postes de la cama.

Bris sintió las molduras de la columna de madera clavándose en su espalda. Separó un poco las piernas para estar más cómoda y esperó el contacto de su amo, pero él se limitó a alejarse y ponerse al lado de la invitada. Con una oleada de celos que le costó un mundo no manifestar, observó como Orlando agarraba a Lara por la cintura y acercando los labios a su oreja le susurró con voz lo suficientemente alta para que Bris pudiera oírles:

—Es realmente hermosa, aunque aun tiene bastante que aprender y me parece que tú serías una buena profesora.

—Orlando, eres un demonio —replicó la mujer volviéndose y abrazándose a su cuello.

Bris sintió como un frío puñal de miedo y celos se clavaba en su corazón. Las miradas cómplices y las suaves caricias que se prodigaron, aparentemente ignorantes de su presencia eran demasiado para ella. Forcejeó con sus ataduras deseando arrancarlas y salir de allí antes de que las lágrimas rodasen por sus mejillas, haciendo completa su humillación.

Poco a poco se convenció de que no tenía nada que hacer contra aquella mujer. Ni siquiera su juventud era una ventaja contra aquella piel bronceada y aquella figura tonificada por el ejercicio, acompañada de ligeros pero favorecedores toques de cirugía estética.

En ese momento odió a Orlando. Lo deseaba solo para ella y nunca se le había pasado por la cabeza que su relación implicase tener que compartirlo. Mientras tanto Lara se dejaba acariciar y desnudar poco a poco.

—Creo que tu chica aun no entiende lo que significa ser tu esclava. —dijo la intrusa al ver el gesto desconsolado de Bris.

Orlando, asintió y cogiendo a Lara por la mano se acercaron a ella. Bris de nuevo intentó luchar con sus ataduras. Solo deseaba salir corriendo.

—Quieta, Bris. —le dijo con un tono relajado, pero que no admitía réplica— Tienes que entender que los celos no caben en esta relación. Tu eres mi esclava y estás para cumplir mis órdenes. Los celos son el cáncer que pudre una relación. No sirven para nada y solo provocan sufrimiento. ¿Tú deseas mi placer?

—Sí, mi señor. —dijo ella.

—Yo también deseo el tuyo y por eso está es una lección que tienes que aprender.

En ese momento se giró y le dio un largo beso a Lara que se colgó de su cuello y se lo devolvió con avidez. Bris, con las lágrimas recorriendo sus mejillas los observó. Vio como las lenguas luchaban haciendo prominencia en las mejillas de ambos y sintió como el dolor amenazaba con hacerle perder la razón.

Cuando estaba a punto de gritar llevada por la frustración, Orlando se apartó y volvió a sentarse, dejándolas a ellas dos cara a cara. Bris miró a Lara confusa, deseando deshacer ese gesto de condescendencia de un puñetazo, sin entender del todo lo que pasaba hasta que la mujer se acercó y le susurró al oído.

—A veces el placer consiste en observar el disfrute de otros. —le dijo Lara desviando un instante la mirada hacia Orlando que las miraba cómodamente arrellanado en su asiento— ¿Lo ves? ¿Te parece que esté incómodo con nuestra cercanía? —pregunto arañando con suavidad los muslos y el vientre de Bris.

A pesar de la levedad del toque, los arañazos dejaron tres rastros rojos en su delicada piel. Bris se sentía un poco incómoda, pero la mirada interesada de Orlando la excitó y la invitó a dejarse llevar. Lara no había perdido el tiempo y aprovechando su indefensión había comenzado a acariciar su cuerpo. Jamás una mujer la había tocado así. Las manos y los labios  eran tan hábiles o más que los de su amo y Bris no tardó en estar tan excitada que ni siquiera se dio cuenta cuando Lara le bajó las copas del sujetador y le quitó el tanga.

Cogiendo a Bris por la mandíbula, la desconocida la obligó a levantar la cabeza y le dio una serie de besos cortos y fugaces en su cuello, sus mejillas y sus labios hasta que se fusionaron en un beso largo y lúbrico. Sin dejar de acariciarla, Lara le introducía la lengua profundamente. De vez en cuando se separaba bruscamente dejando a Bris con el gesto anhelante y la boca abierta. Incitándola a continuar dejó que un hilo de saliva escapase por la comisura de sus labios y cayese sobre su busto. Lara se apresuró a recogerlo y aprovechó para besarle los pechos y lamerle los pezones arrancándole el primer suspiro de placer.

Lara trató sus pechos con rudeza estrujándolos y chupándolos con fuerza y mordiéndole los pezones hasta obligarla a gritar.

—Eres una zorra muy insolente. —dijo dándole un suave cachete al pecho de Bris y observando cómo su busto se bamboleaba hasta quedar de nuevo inmóvil.

—Sí, ama. Lo siento, ama. —respondió Bris bajando la cabeza y fingiendo sumisión, pero a la vez moviendo sus caderas ansiosa por contactar con el cuerpo de la mujer.

—Eso no basta. —dijo cogiéndola por el cuello— Tienes que aprender que no es lo que tú deseas, sino lo que tus amos desean.

Bris sintió como las manos de la mujer apretaban su cuello. Inerme intentó abrir la boca para aprovechar hasta la última gota de aire y Lara aprovechó  para besarla de nuevo con violencia mientras aflojaba la presa y desplazaba las manos por sus costados y sus axilas incendiándolos. Quería retorcer su cuerpo, gritar con fuerza y frotarse contra aquel cuerpo cálido y moreno, pero las manos atadas por encima de su cabeza impedían casi cualquier movimiento.

Finalmente Lara acercó las manos a sus ataduras. Por fin creyó que iba a liberarla, pero se limitó a aflojarlas un poco para permitir que corriesen a lo largo del poste. A continuación con un gesto suave, pero firme, posó la mano sobre sus hombros y la obligó a ponerse en cuclillas.

Cuando Lara abrió ligeramente las piernas y se acercó a ella, Bris supo cual era su deber. Acercando los labios al pubis de Lara se lo besó con suavidad. Recorrió con sus labios la  superficie de su vulva y penetró en su vagina con la lengua. Lara suspiró y moviéndose a un lado para que Orlando tuviese una buena vista, se separó los labios de la vulva con una mano mientras que con la otra tiraba del pelo de Bris para apretar la cabeza contra su sexo.

De nuevo asfixiada, Bris chupó con fuerza e introdujo la lengua todo lo que pudo en el interior de su ama. El sabor ligeramente ácido de los flujos de Lara la excitaron y cuando se dio cuenta  todo a su alrededor se diluyó.

—Así, buena chica. Tienes una lengua realmente sucia.

Bris, excitada por las palabras de la mujer, agitó su lengua y golpeó las zonas más sensibles de la mujer con fuerza. Lara respondió con un largo gemido y colocó la pierna sobre su hombro para facilitarle el acceso a su sexo.

La cercanía de aquellos muslos esbeltos y potentes intensificó su deseo de acariciar aquel cuerpo tan cercano y a la vez tan distante. Deseaba abrazar a aquella mujer, sopesar sus pechos, acariciar sus costados y clavar las uñas en sus muslos y su culo, pero tuvo que contentarse con mordisquear el interior de sus muslos antes de que la mujer la guiase de nuevo a su coño.

De nuevo hundió la cara entre sus piernas y obediente lamió y mordisqueó las hirvientes ingles de la mujer, hasta que un nuevo tirón de su melena la obligó a erguirse de nuevo. Ahora Lara había olvidado todo y solo estaba concentrada en su placer. Apoyando una pierna en sus caderas, frotó sus sexo contra los muslos de Bris emitiendo largos gemidos y cubriéndolos con los flujos que escurrían de su sexo.

En ese momento, por el rabillo del ojo, vio cómo Orlando se levantaba y acercándose a la cómoda sacaba una especie de cinturón. En la penumbra no pudo descubrir más detalles hasta que colocándose a la espalda de Lara la separó de Bris.

De pie observó como su amo abrazaba el cuerpo desnudo de Lara y la besaba manteniendo el objeto que llevaba en su mano fuera de la vista de Bris unos instantes más. Lara lo observó y lo cogió mostrándoselo por fin. Era un cinturón consolador con un enorme falo negro apuntando hacia ella y otro más pequeño que apuntaba hacia dentro.

—¿Te gusta? —le preguntó Lara mostrando el falo oscuro y brillante moldeado hasta el último detalle.

Bris  examinó unos instantes aquel objeto largo y grueso balanceándose ante sus ojos. El glande esculpido con precisión tenía todos los detalles y la base estaba llena de venas gruesas y tortuosas. Se lo imaginó dentro de ella, distendiendo su sexo hasta el límite y se sintió intimidada. A pesar de ello no pudo evitar complacer a su ama.

—Sí, ama.

—Entonces chupa.

La mujer ni siquiera le dio tiempo a pensárselo y presionando con insistencia le metió el consolador en la boca. Bris chupó y mordisqueó aquel enorme objeto que llenaba su boca. Su tacto era bastante más suave de lo que esperaba. Lara presionó un poco más de modo que el extremo se alojó en el fondo de su garganta cerrándole las vías respiratorias. Bris siguió chupando hasta que pensó que se iba a desmayar por la falta de aire. En ese momento la mujer lo retiró un par de segundos, los suficientes para que pudiese coger una corta bocanada de aire antes de volver a introducírselo de nuevo varias veces.

Tras un par de minutos Bris sentía la mandíbula entumecida y gruesos cordones de saliva colgaban de sus labios. Lara, satisfecha, apartó por fin el consolador y uso la saliva para lubricar los dos extremos del cinturón. Con la ayuda de Orlando, se insertó la parte que miraba hacia dentro del cinturón en su vagina y se ajustó el cinturón. Antes de apartarse, Orlando acarició los pechos de Lara y jugó unos instantes con el falo haciendo que la mujer soltase un largo gemido al sentir moverse el otro extremo del consolador dentro de su coño.

Cuando él se apartó al fin, Lara se acercó sin prisa, balanceando su polla postiza. La imagen de aquella mujer de pechos grandes y firmes y caderas rotundas con aquel enorme falo entre sus piernas le resultaba excitante y perturbadora.

—¿Has tenido algo tan grande dentro de ti alguna vez? —preguntó ella reposando el consolador sobre el vientre de Bris, de forma que viese que partiendo de su pubis el extremo superaba ampliamente la línea de su ombligo.

—No, ama. —respondió ella con un escalofrío.

Lara se demoró acariciando y besando la pálida piel de Bris, dejando que se fuese convenciendo poco a poco de la magnitud del desafío que le esperaba, antes de acercar las caderas de la joven y levantar una de sus piernas para poder penetrarla.

El enorme falo entró y se deslizó dentro de ella, distendiendo las paredes y tocando el fondo de su vagina. Bris no pudo evitar un grito. El placer era tan intenso que todo su cuerpo se estremeció y poniendo la pierna sobre la cadera de Lara, comenzó a mover su pubis al ritmo de su amante.

Lara gimió al sentir como su parte del dildo se clavaba a su vez en ella y se dio un respiró abrazándola. Bris se dejó hacer mansamente y apoyando la barbilla en el hombro de su ama miró a Orlando. A pesar de su aparente inmovilidad podía leer en sus ojos lo mucho que le complacía lo que estaba viendo. Sin apartar los ojos de su amo besó el cuello de Lara y  gimió a su oído.

—Soy tu esclava. —le susurró— Haz conmigo lo que quieras. Solo deseo tu placer.

Excitada por sus palabras Lara aflojó las ataduras lo suficiente para poder darle la vuelta. Bris, de espaldas a su amante, meneó las caderas y se puso de puntillas mientras lamía la bruñida superficie del poste de la cama.

Lara no pudo contenerse más y le metió la falsa polla de un solo golpe. Bris gritó con todos los nervios de punta y el placer irradiando de su vagina y envolviendo todo su cuerpo. Su ama comenzó a follarla con movimientos amplios y secos mientras le susurraba entre gemidos.

—¡Así, mi pequeña zorra!  Mueve ese culo y hazme disfrutar.

Obediente, Bris comenzó a realizar movimientos circulares con sus caderas haciendo que Lara se olvidase incluso de empujar. El consolador se movía dentro de ambos coños aumentando el placer  de ambas hasta que, a punto de correrse, Lara se apartó.

Bris ahogó un juramento. Deseaba que Lara acabase con ella, pero sabía que tenía... no, que debía esperar pacientemente con todo su cuerpo arrebolado y su coño palpitando dolorosamente.

Lara se acercó por detrás y la abrazó recorriendo su vientre y estrujando sus pechos y su cuello mientras deslizaba el consolador por la raja de su culo. Sus manos fueron avanzando poco apoco por sus axilas y sus brazos hasta que con un tirón deshizo las ataduras.

Con un suspiro Bris bajó las manos y se frotó las muñecas mientras veía como Lara se tumbaba en el lecho y se  acariciaba el falo. Bris se acercó y se lo llevó de nuevo a la boca intentando clavarle el otro extremo a su ama. Lara gimió y se dejó hacer unos instantes antes de coger su melena y tirar de ella.

Obedientemente se colocó a horcajadas sobre Lara y se clavó de nuevo el consolador. Ahora que tenía ella el control deseaba volver a la mujer loca de deseo. Irguiendo el tronco comenzó a mecerse lentamente mientras se acariciaba la melena y los pechos. Lara sonrió y con la mirada velada por el placer la dejó hacer unos instantes antes de que Orlando por detrás la empujase obligándola a tumbarse de nuevo sobre la mujer.


La noche había sido una deliciosa tortura. Ver a aquellas dos mujeres acariciarse y hacer el amor sin mover un músculo había sido una prueba. Además Bris había cumplido con sus expectativas y eso no hacía sino aumentar su excitación. Cuando su esclava se sentó sobre Lara y empezó a tomar el control supo que era el momento de intervenir. Quitándose los pantalones se acercó a las dos amantes e inclinando el torso de Bris separó sus cachetes y perforó su ano sin miramientos.

Bris asaltada por ambos lados pegó un grito y se estremeció. Él acarició el culo de la joven unos instantes antes de comenzar una salvaje cabalgada. Lara acomodándose a su ritmo había comenzado a mover las caderas de manera que Bris se viese invadida alternativamente. Orlando podía notar la dureza del consolador de Lara a través de la fina capa de tejidos que los separaba y podía imaginarse la sensación de placer y dolor fusionados, de ansia y de plenitud...

Los gemidos de su joven esclava se hicieron más rápidos y desmayados hasta que con una última andanada de empujones se corrió. Bris se encogió asaltada por sucesivas oleadas de placer mientras las lágrimas, el sudor y los flujos de su orgasmo cubrían su cuerpo.

Apartándola con suavidad se colocó sobre Lara que abrió las piernas y levantó las caderas mostrándole la abertura de su ano. Excitado como una bestia separó los cachetes de la mujer y la sodomizó mientras Bris agarrando el consolador con fuerza la masturbaba. Los gemidos de la mujer se convirtieron en gritos descontrolados. Desplazando las manos por las piernas se las separó aun más y siguió sodomizando a Lara sin compasión hasta provocarle un monumental orgasmo.

En cuanto se separó Bris se apresuró a coger su polla y chuparla con fuerza. Orlando ya no podía aguantar más y acariciando su cabello con suavidad eyaculó dentro de su boca uno, dos, tres largos choros de semen. Bris, agarrada a su polla, siguió chupando con fuerza y exprimiendo sus huevos con suavidad hasta extraer hasta la última lágrima de su leche. Agotado  se separó y se sentó en la cama.

Bris, con una mirada cómplice, se giró hacia Lara y esta le dio un largo beso. Su semen rebosó entre los labios de ambas y escurrió por aquellos cuerpos hermosos y satisfechos, produciéndole nuevos aguijonazos de placer y convenciéndole de que aquella noche sería larga.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.