Rozando el Paraíso 6
Orlando aprovechó para darle aun con más fuerza mientras la obligaba a mirarse. Bris se sentía a la vez sucia y excitada, mala e inocente, puta y obediente...
6
Bris se levantó cansada. Los sueños no le habían dado tregua en toda la noche. Sueños calientes y violentos que perturbaban su descanso. Se levantó, se duchó y dudó frente al espejo. No quería arreglarse y ser el centro de atención en el trabajo, pero no podía desobedecer a Orlando.
Mientras se arreglaba el pelo y se maquillaba, siguiendo las recomendaciones que le habían hecho en el salón de belleza, se preguntó cómo diablos había llegado a aquella situación. Toda su mente estaba centrada en cumplir los más mínimos deseos de aquel hombre que apenas conocía, pero no podía evitarlo. Su mirada, su actitud y sus atenciones la subyugaban. Muchas mujeres dirían que estaba dejándose dominar por un cerdo machista, pero ella no estaba convencida.
En tres días aquel hombre le había enseñado más sobre el poder que ejercía sobre los hombres de lo que había aprendido en toda su vida. Aun recordaba como el dependiente de la zapatería la miraba. Estaba segura de que se hubiese comido sus zapatos con tal de poder seguir besando sus pies. Cuando estaba con Orlando no pensaba que mostrarse sumisa fuese un gesto de debilidad, sino una forma de atraerle y conseguir lo que deseaba de él. ¿Pero qué era lo que deseaba? Ni ella misma lo sabía. Ahora, cada vez que se levantaba de la cama estaba dispuesta a afrontar el siguiente desafío que él le tuviese preparado.
El regalo de Orlando era tan cómodo que casi se olvidó de quitárselo cuando se sentó en la taza del váter. La noche anterior no había tenido tiempo de verlo y ahora lo observó con curiosidad; era un pequeño objeto plateado con forma de gota con un apéndice que se adaptaba a la curva de su pubis y se fijaba a él como si fuese un clip. La parte gruesa y redondeada quedaba fijada a la pared interior de su vagina, en su zona más sensible, mientras que la cola discurría entre los labios de la vulva y terminaba con una minúscula bolita a la altura de su clítoris. Cuando terminó se lo volvió a colocar y dio un par de pasos comprobando que apenas notaba nada más que una ligera y deliciosa caricia cada vez que se movía.
Acostumbrada a estar lista en apenas diez minutos se vio obligada a beber el café en dos minutos y salir corriendo, sin tiempo para prepararse el sándwich para no llegar tarde al trabajo. Justo antes de salir por la puerta, se miró al espejo y se preguntó como lograría atravesar el vestíbulo de la biblioteca sin morirse de vergüenza.
Era curioso, en cuanto entró en la recepción todos volvieron la cabeza, pero ella sintió que nada había cambiado. Aunque por circunstancias diferentes, se sentía igual de aislada. Antes era porque no llamaba la atención y ahora por el respeto que imponía con su nueva imagen. Podía sentir como los hombres la miraban a hurtadillas, intentado evitar que sus miradas se cruzasen con la suya, mientras que las mujeres la observaban convencidas de tener razón al desconfiar de aquella mosquita muerta desde el primer día que se presentó allí.
—¿Quién eres tú y que has hecho con mi Bris? —pregunto Mari medio muerta de asombro al verla aparecer por la puerta— Siempre me había preguntado cómo lucirías si te arreglases un poco, pero ahora me arrepiento. Estas que cortas el hipo, puta.
—Vamos, no exageres que no es para tanto. —replicó mientras fichaba— Solo he ido a la peluquería.
—O te han llevado por las orejas. ¿Todo esto es cosa de ese misterioso novio tuyo? —preguntó la mujer.
—Quizás tenga algo que ver. —respondió Bris evasiva.
—Pues bravo por él. Cada vez me cae mejor. Necesitabas un hombre en tu vida urgentemente. ¿Qué tal en la cama? ¿Sigue poniéndote en órbita?
Bris asintió con un poco de rabia al sentir como se ruborizaba. Estaba harta de de que sus mejillas ardiesen ante la más mínima insinuación. Con un gesto le dijo que se metiese en sus asuntos y se acercó al mostrador para recoger el listado de libros que había pendientes de enviar a la sala de lectura. No eran muchos. Con el papel en la mano se dirigió al archivo.
Acaba de encontrar el segundo libro cuando el consolador se retorció dentro de ella. El aparato vibró en el interior de su coño a la vez que se cerraba y golpeaba su clítoris. El latigazo de placer la obligó a doblarse con un gemido mientras los libros se le caían de la mano con estrépito.
—¿Bris, estás bien? —preguntó Mari preocupada al oír el ruido.
—¡Sí, no es nada! Solo he tropezado. Estos malditos tacones, aun no los controlo del todo. —contestó ella levantando la voz para que su compañera pudiera oírla desde el archivo.
Aquel infernal aparato continuó vibrando unos segundos. Bris solo pudo permanecer allí quieta, agarrada a la estantería mientras intentaba respirar profundamente. Cuando creyó que se iba a correr allí mismo el aparato se paró. Con precaución, esperando un nuevo latigazo en cualquier instante, se puso en pie. Un poco más segura, se apresuró a recoger el resto de los libros y los llevó a un pequeño carrito que había al lado del mostrador.
—¿Todo bien? —insistió su compañera.
—Sí, solo una pequeña torcedura en el tobillo.
—¿Quieres que lleve yo el carrito?
—No te preocupes, el carrito me servirá de andador —dijo mientras se frotaba el tobillo derecho y simulaba aceptablemente un gesto de dolor.
Estuvo a punto de entrar en el baño y quitarse el vibrador, pero no se atrevió a desobedecer a Orlando, así que se apresuró a hacer la entrega antes de que aquel aparato volviese a jugarle una mala pasada. Mientras recorría los pasillos empujando el carrito, no se le escapó el cambio de actitud de sus compañeros. Ahora su taconeo la precedía y al oírlo los hombres volvían la cabeza y le lanzaban miradas fugaces. Algunos incluso se atrevían a saludarla tímidamente antes de ajustarse las gafas y volver al trabajo. Eso le hizo sentirse distinta y consciente del poder que ejercía su presencia sobre los hombres. Al pensarlo no pudo evitar inclinarse un poco más al empujar el carrito, dejando que su culo tensase aun más la falda del uniforme y contoneando ligeramente las caderas, segura de que si se girase súbitamente se encontraría con las miradas de todos los hombres de la sala fijas en su espalda.
Cuando volvió al archivo de nuevo tuvo que obligarse a borrar la sonrisa de su cara y después de dejar el carrito vacío en su sitio, reanudó la restauración del códice. Afortunadamente, desde su cubículo Mari no podía verla así que su compañera no se dio cuenta cuando de vez en cuando el aparato despertaba y le obligaba a interrumpir su trabajo. Al llegar la hora del bocadillo su sexo chorreaba y estaba tan caliente que a punto estuvo de encerrarse en el baño para masturbarse.
Obligada a ir a la cafetería para comprar algo que comer, no podía evitar pensar que todos notaban lo excitada que estaba y que de un momento a otro se lanzarían sobre ella y la follarían. Aquello en vez de intimidarla le hizo sentirse aun más excitada. Mientras recogía el bocadillo y el zumo de manos del camarero podía sentir como pequeñas lágrimas de excitación resbalaban por el interior de sus muslos.
Una vez en el parque la brisa de la mañana, fresca y cargada de aromas primaverales, la alivió un tanto, pero aquello no duró mucho. En cuanto terminó el zumo el teléfono volvió a sonar.
—Hola, ¿Qué tal tu nuevo regalo? —preguntó Orlando.
—Podías venir aquí y comprobarlo. —respondió ella abriendo las piernas preguntándose si desde su ventana Orlando podría ver la mancha de humedad que cubría buena parte de sus bragas.
Orlando río quedamente y un instante después el aparato volvió a vibrar con violencia. Bris sentía como todo su sexo ardía enviando oleadas de placer que la obligaron a cerrar las piernas en un acto reflejo hasta que el vibrador finalmente se paró. Bris abrió los ojos y respiró profundamente intentando calmarse. El deseo la dominaba y solo quería tener a Orlando dentro de ella, lo necesitaba. Sabía que no serviría de nada, pero de todas formas se quitó los pantis, separó las piernas y apartando las bragas le mostró el pubis enrojecido y tumefacto.
—¿Seguro que no quieres venir?
—¿Me deseas? —preguntó él.
—Más que nada en el mundo. —contestó ella acariciándose el interior de los muslos.
—Quítate esas bragas y ábrete más, quiero ver bien.
Esta vez no se lo pensó ni miró a su alrededor. Simplemente junto las piernas un instante y se desprendió de la prenda antes de abrir las piernas de nuevo. Sintió el roce del vibrador en su interior y las gotas de jugos orgásmicos escurriendo fuera de su sexo y corriendo por el interior de sus muslos. Sin darse cuenta acercó las manos a su sexo y se lo acarició.
—Aparta las manos y no lo vuelvas a hacer. —le interrumpió Orlando.
—No... puedo. —replicó ella— Esto es demasiado... Es una tortura.
—Sí puedes. Si quieres venir esta tarde tendrás que hacerlo y espero que cuando aparezcas vengas con ropa interior adecuada. No quiero volver a ver esos harapos.
A regañadientes Bris apartó la mano de su sexo, pero no pudo evitar llevarse los dedos a la boca y degustar sus jugos orgásmicos mientras fijaba su mirada en el ventanal y cerraba poco a poco las piernas.
—Aprendes rápido. —dijo él con la voz ronca.
—Soy buena alumna. Estoy preparada para la siguiente lección. —replicó con voz insinuante.
—Ya lo veo y tengo algo especial preparado, así que no te retrases. —le exigió antes de colgar sin despedirse siquiera.
Bris esperó que el aparato que tenía insertado en su vagina volviese a martirizarla de nuevo en cuanto la comunicación se cortó, pero no lo hizo y pudo volver al archivo sin más incidentes. El resto de la mañana pasó rápidamente. El vibrador apenas se activó unos segundos un par de veces y eso le permitió concentrase su trabajo hasta el fin de la jornada. En cuanto salió, a pesar de que lo que quería era volver a casa para comer algo y cambiarse antes de ir a casa de Orlando, tuvo que ir al centro a comprar lencería.
Por primera vez iba a ser ella la que decidiese qué era lo que tenía que comprar sin la guía de Orlando y sabía que él no se conformaría con cualquier cosa. Cuando entró en la tienda sintió un escalofrío. Deseaba impresionarlo, necesitaba impresionarlo.
Finalmente, ayudada por la dependienta se compró cuatro conjuntos. Cuando llegó a casa se decantó por uno de sujetador y tanga negros. El sostén tenía las copas bajas de forma que apenas tapaba sus pezones mientras que el tanga era un triángulo de fina seda transparente del que partían tres tiras que rodeaban sus caderas a distintas alturas para terminar juntándose en un complicado nudo justo antes de colarse en la raja de su culo.
Terminaba de ajustárselo cuando el vibrador se activó poniéndola de nuevo tan cerca del orgasmo que no podía pensar en otra cosa que en acudir corriendo a su amante. Cuando la agobiante sensación de apremio se hubo transformado en un sordo latido se duchó, se puso el conjunto que había elegido y los vaqueros y la blusa que había comprado el día anterior y tras calzarse las sandalias nuevas salió a la calle.
Orlando la esperaba impecablemente vestido, como siempre. En cuanto traspasó el umbral la cogió por la cintura y le dio un beso. Halagada sintió como Orlando aspiraba profundamente el aroma que exhalaba su pelo y su piel.
—Me gustas así. —dijo él— El único perfume que quiero aspirar en ti es el de tu cuerpo, desnudo, sin aromas que lo enmascaren.
A continuación cerró los ojos mientras dejaba que el rostro de Orlando se hundiese en su cuello.
Tras aspirar el fragante aroma que exhalaba su piel y su pelo unos instantes, se apartó y con un movimiento rápido empujó a Bris aprovechando su mayor envergadura para acorralarla y aprisionarla de cara a la pared. La joven, totalmente indefensa no pudo hacer nada mientras él sacaba los bajos de la blusa de la cinturilla de los vaqueros y colaba sus manos por debajo de la prenda para acariciar su vientre y estrujar sus pechos.
Bris apoyó la frente en la pared y soltó un largo suspiro, dejándose hacer mansamente y frotando el culo contra la entrepierna de Orlando, mostrando su ansiedad y su deseo.
—¿Deseas algo? —preguntó él.
—Solo deseo lo que tú quieras. —le sorprendió Bris demostrando que empezaba a aprender que era lo que quería de ella— Soy tu esclava...
Con manos apresuradas, Orlando desabotonó los vaqueros y de un tirón le bajó los pantalones hasta que estuvieron a la altura de las rodillas. Por un instante se separó para ver el culo de la joven y admiró aquellos dos globos pálidos y redondos separados por la fina cinta oscura del tanga. Los acarició y estrujó unos instantes, los suficientes para que sus dedos quedasen marcados en cada uno de sus cachetes. Bris gimió y trató inútilmente de controlarse, pero sus caderas se movían incapaces de estarse quietas.
Acercándose de nuevo recorrió sus caderas con las manos siguiendo las tiras que sujetaban su tanga y deslizó la mano por dentro de la prenda intima hasta que sus dedos contactaron con su sexo. Bris se estremeció y dio un ligero saltito al sentir como él cogía el vibrador y tras dar un par de ligeros tirones se lo sacaba.
—¿Quieres probarlo? —preguntó él acercándole el aparato a los labios.
Bris abrió la boca mientras asentía con la cabeza. Orlando se lo metió en la boca y a continuación volvió a hundir los dedos en su sexo. Bris chupaba y gemía mientras los dedos de Orlando se movían dentro de su coño rebosante de flujos. La joven estaba al borde del orgasmo. Sus piernas temblaban y los sonidos húmedos que surgían de su sexo torturado se unían a sus gemidos. Cuando estaba a punto de correrse Orlando se apartó de nuevo. Pudo sentir el ansia de su amante y su desesperación al no verse satisfecho su deseo, pero ella se contuvo y no dijo nada.
Sonriendo acercó la cara a su oído y retirando su melena le susurró procurando que sus labios rozasen las orejas de la joven provocando estremecimientos con cada contacto.
—Se que estas deseando que termine de una vez, pero conseguir que te corras lo puede hacer cualquiera, yo quiero llevarte aun más allá. Para eso tendrás que confiar en mí y seguir siempre mis instrucciones. Cuando me has dicho que eras mi esclava ¿Eras sincera?
—Sí, soy tuya. Eres mí amo. —respondió ella sin apartar la mirada de la pared y con la voz deformada por el vibrador que aun estaba en su boca.
—Muy bien, a partir de ahora te tomaré bajo mi protección. —dijo acariciando su cuello y su mejilla— Te pediré cosas que al principio te parecerán locuras y si eres mi esclava tendrás que cumplir mis órdenes sin dudar. Si en algún momento decides que es demasiado podrás negarte. En ese momento entenderé que nuestra relación ha terminado. ¿Has entendido?
—Eso no pasará, mi señor. —replicó ella— Mí único deseo es cumplir tus órdenes.
—Muy bien, entonces ahora comienza tu adiestramiento.
Antes de que ella pudiese replicar cogió el pañuelo de seda del día anterior, pero esta vez lo ciño en torno a los ojos de Bris cegándola.
—En una relación convencional, la confianza es importante, pero entre un amo y su esclava lo es aun más. Tienes que aprender a confiar en mí, a saber por instinto que deseo tanto tú placer como el mío propio y que nada de lo que te haga es para hacerte daño, sino para disfrutar. Ahora quiero que me sigas.
Cuando terminó el corto discurso cogió a Bris por las muñecas, se las ató por delante y tiró de ella suavemente para que pudiese andar con cierta comodidad a pesar de los tacones y de llevar los vaqueros a la altura de las rodillas.
La visión de la joven inerme siguiéndolo mansamente con la blusa semiabierta y el tanga empapado lo excitó tanto como la expresión serena de sus rostro. Parecía que Bris había llegado a un punto en el que había desechado todos sus temores y vacilaciones y había optado por dejarse llevar. Ella era un lienzo en blanco que él tenía que convertir en una obra de arte. Por un instante sintió el peso de la responsabilidad. Lo que menos deseaba era que algo saliese mal y sabía por experiencia que aun había muchas cosas que podían salir mal.
Los tacones resonaron en el mármol del baño devolviéndole a la realidad. Bris acortó los pasos y se agarró a sus manos con más fuerza al sentir la resbaladiza superficie bajo sus pies. Finalmente se apartó y la dejó en pie en medio de la estancia. Con los pantalones bajados, la blusa abierta y los ojos tapados era la viva imagen de la fragilidad. Inmóvil, esperó pacientemente mientras Orlando abría un armario y rebuscaba en su contenido.
—Inclínate un poco hacía adelante y separa más las piernas. —le ordenó mientras cerraba la puerta del armario.
Bris obedeció sin decir nada, aunque los vaqueros apenas le impidieron separar las piernas unos centímetros. Orlando se acercó y no pudo evitar acariciar aquellas piernas deliciosamente torneadas antes de coger la tira del tanga y apartarla para poder insertar el aplicador en su ano con un gesto rápido. La joven gimió y tensó el culo al sentir como el laxante invadía sus entrañas.
Los espasmos del intestino de su pupila comenzaron casi inmediatamente y apenas tuvo tiempo de bajarle el tanga y sentarla en la taza antes de que comenzase a evacuar el intestino entre gemidos. Durante un minuto y medio solo se escuchó el ruido de las heces caer sobre el agua mientras Bris se agarraba el vientre con las manos atadas y la cara roja de vergüenza.
Cuando terminó la ayudó a levantarse y cogió una toallita.
—Siempre que vengas a verme te quiero tan limpia por dentro como por fuera. —dijo mientras la colocaba de nuevo en la misma posición en la que le había aplicado el laxante.
Acercando la toallita le limpio el exterior, recogiendo todos los restos y salpicaduras. Tras tirarla a la basura cogió otra toallita y envolviendo su dedo con ella entró en su ano. Bris gimió y tensó las piernas intentando mantener el equilibrio mientras él limpiaba detenidamente el interior de su ano. Cuando estuvo satisfecho retiró el dedo acompañado de un suspiro de alivio de la joven.
Ahora que ya estaba preparada, la cogió de nuevo de las manos y conteniendo la necesidad de follarla en ese mismo instante, la acompaño de nuevo al salón colocándola de cara al ventanal. Al sentir la fría y suave superficie, Bris intentó apartarse.
—Me verán desde fuera. —dijo con voz temerosa.
—Confía en mí y sigue mis órdenes. —le dijo mientras impedía que la joven pudiese retirarse— Ahora abre la boca.
Bris finalmente se rindió y obedeció. Orlando la cogió por el pelo y la obligó a levantar la cabeza mientras le metía un dilatador, y lo movía en su interior. Ella lo chupó tratando de respirar al mismo tiempo. Orlando empujó el aparato casi hasta el fondo de su garganta provocando en la joven arcadas. La saliva no tardó en rebosar de su boca y Orlando aprovechó para recogerla con su mano y lubricar con ella la entrada de su ano.
En ese momento, incapaz de contenerse más se agachó y separándole los cachetes acarició con su lengua la entrada del ano de Bris. El delicado esfínter se contrajo al sentir la lengua de Orlando atravesándolo. La joven gimió y se estremeció de arriba abajo al sentir la intrusión de aquel órgano tibio y suave. Tras retirar la lengua el ano estaba ligeramente dilatado. Aprovechando el momento, escupió en su interior y sin dar tiempo a Bris a reaccionar le sacó el dilatador de la boca y se lo introdujo en el culo.
El aparato grande y duro no entró con tanta facilidad como su lengua y la joven esclava, a pesar de que lo esperaba, no pudo evitar un grito de dolor. Solo cuando el juguete logró atravesar el esfínter logró relajarse.
Deseaba follarla y sodomizarla con todas sus fuerzas, pero Bris aun tenía que aprender a esperar, así que se sentó a sus espaldas y se dedicó a admirar a la joven semidesnuda.
Bris se sentía humillada y excitada al mismo tiempo. En el momento en el que le introdujo el laxante sabía lo que le esperaba a continuación, pero al contrario de lo que había imaginado en una situación así, estaba ansiosa y dispuesta a que Orlando hiciese con ella lo que quisiese. Lo que no esperaba era que aquello se hiciese esperar. Con el dilatador dentro, su culo le ardía y los vaqueros ceñidos a sus rodillas le impedían separarlas y adoptar una postura más cómoda.
Sin tener una referencia sobre el paso del tiempo aquellos minutos se le estaban haciendo eternos y con los ojos cegados lo único que podía hacer era aguzar el oído intentando detectar algún indicio de que Orlando se acercara y terminara con aquella tortura. La vergüenza por sentirse desnuda y expuesta contra el ventanal había sido sustituida por una intensa necesidad de sentir a su amo dentro de ella.
Cuando ya creía que se había olvidado de ella, él finalmente se acercó con pasos suaves y lentos. Estaba tan ansiosa que bastó una leve caricia en su culo para que todo su cuerpo se estremeciese y su sexo se encharcase de nuevo. Bris imaginó como Orlando la observaba y tensó sus piernas y su culo a la vez que los retrasaba para mostrar a su amo la visión de su sexo húmedo e hinchado por el deseo.
Las caricias terminaron y Bris pensó con desesperación que Orlando iba a apartarse de nuevo, pero en ese momento la polla entró en su coño violenta y sorpresiva. Bris gritó y se quedó rígida sintiendo aquella estaca ardiente alojada en el fondo de su sexo. En ese momento su amo se inclinó y acarició su espalda su vientre y sus pechos antes de empezar a moverse dentro de ella, a la vez que jugaba con el dilatador poniendo a prueba su esfínter.
Las sensaciones de placer y dolor, escozor y alivio, se mezclaban haciendo que todo su cuerpo se estremeciese incontrolablemente hasta llevarla al borde del orgasmo. De nuevo Orlando se retiró y cogiéndola por la mano la guio por el apartamento. Con pasos cortos, intentando mantener un equilibrio precario y con el dilatador entorpeciendo aun más sus movimientos, siguió a su amo hasta que la colocó de nuevo de cara a un cristal. Bris apoyó la frente en el con la esperanza de que el frescor de su superficie aplacase un tanto su fiebre, a pesar de que sabía que solo había una cosa que podía calmarla.
De nuevo sintió un tirón en el ano y el dilatador salió de su culo provocándole un calambre cuando atravesó su esfínter. Un segundo después sintió una leve presión y poco a poco la polla de Orlando comenzó a atravesar su culo. Bris la recibió con un largo gemido. El dolor era intenso, pero no duro mucho. Al contrario que el consolador el miembro de Orlando era cálido y suave. A pesar del escozor la sensación era deliciosa. Respirando superficialmente entre quejido y quejido, recibió los pollazos lentos y suaves de su amo. Poco a poco el dolor fue pasando y las hábiles caricias de Orlando hicieron que su cuerpo fuese inflamándose poco a poco hasta que solo sintió un intenso placer. Percibiéndolo, él empezó a darle con más intensidad mientras sus manos se cerraban en torno a sus pechos y los estrujaba con fuerza. Cuando se dio cuenta estaba recibiendo los empujones cada vez más fuertes de Orlando, gimiendo con fuerza en un desesperado intento porque la sodomizase aun con más intensidad. En ese momento él deslizó una mano por delante de sus caderas y comenzó a acariciar su clítoris mientras que con la otra tiraba del improvisado antifaz.
Su rostro arrebolado y cubierto de sudor y su gesto desencajado se reflejaron en el espejo en el que estaba apoyada sorprendiéndola. Orlando aprovechó para darle aun con más fuerza mientras la obligaba a mirarse. Bris se sentía a la vez sucia y excitada, mala e inocente, puta y obediente... Levantando la vista se cruzó con los ojos de Orlando. Su gesto era de intenso placer y eso la excitó aun más, sentía la inmensa satisfacción de cumplir con todas las expectativas de su amo.
Apenas un minuto después sintió como la leche de Orlando se derramaba en sus entrañas provocándole un brutal orgasmo. Aun estremecida se vio levantada en aire y con la polla aun dentro de su culo se tumbaron de lado en la cama.
—Lo has hecho muy bien. —dijo él moviéndose lentamente dentro de ella mientras el miembro de su amo se relajaba poco a poco.
Ella solo se atrevió a asentir mientras una oleada de gratitud y placer recorría su cuerpo. Orlando finalmente la desató, se separó y la cubrió de besos y caricias, haciéndola sentirse especial y única. Nunca había experimentado nada parecido y supo que a partir de ese momento haría cualquier cosa que Orlando le pidiera.
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