Rozando el Paraíso 5

Bris dudó y miró a su alrededor, buscando cualquier persona que pudiese pasar por allí y sorprenderla, pero al final le hizo caso y separó las piernas ligeramente. —Un poco más, y tira de la falda un poco hacia arriba. Roja como un tomate, obedeció rezando para que ninguna persona acertase a pasar..

5

Se despertó con el sabor a sexo aun impregnando su boca. Orlando no estaba a su lado y tampoco estaba en la habitación. Aun un poco adormilada se levantó y lo encontró en el salón de pie, desnudo frente a la galería, mirando al exterior. En silencio se acercó a él y lo abrazó por la cintura mientras apoyaba la cara en su hombro.

—¿Qué haces? —preguntó ella mientras aspiraba el perfume que exhalaba su cuerpo.

—Estaba pensando. —respondió él lacónico.

La cabeza de Bris se llenó de dudas por un instante. Quizás no era lo que él se había imaginado. Quizás no era lo suficientemente hermosa o hábil en la cama...

—Pensando cómo explicarte que yo no entiendo las relaciones como otros hombres. —continuó— Yo doy, pero también exijo. Es complicado.

—Si te sirve de algo, jamás un hombre había logrado que me sintiese así. —se apresuró a decir ella— Siento que haría cualquier cosa por ti.

—Para empezar deberías cambiar radicalmente de imagen. Me gusta rodearme de belleza y me gusta que la belleza luzca. Al igual que yo, tú tendrás que estar siempre impecable.

—Pero tengo que ir a trabajar y tengo un uniforme...

—Y no te impediré que lo hagas, pero hay muchos detalles que sí debes cambiar. Si quieres continuar con esta relación deberás obedecerme y empezaremos ahora mismo. —dijo dándose finalmente la vuelta y mirándola a los ojos.

Aquella mirada intensa hizo que todo su cuerpo vibrase. Las imágenes de la noche anterior se le aparecieron en la mente. Las caricias, el calor de su polla abrasándole la vagina... el semen derramándose por su boca.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó sin dudar.

—Lo primero es lavarte.

Ella no se había dado cuenta, pero Orlando tenía razón. Su cuerpo estaba cubierto de una mezcla del sudor de ambos, saliva y jugos orgásmicos. Sin pensar a dónde podía llevarle aquella relación, siguió mansamente a aquel hombre atractivo y misterioso. No quería pensar en el futuro o las consecuencias, solo quería volver a sentir el placer de tener sus manos acariciando su cuerpo.

Entraron juntos en la ducha y Orlando, manteniéndose a sus espaldas, la guio al chorro de agua tibia. Bris cerró los ojos y dejó correr el agua por su cuerpo con un suspiro de placer. Casi inmediatamente, su amante cogió el gel de baño y lo extendió por todo su cuerpo. El solo contacto hizo que todo ella se estremeciese y sus pezones se erizasen. Estaba a punto de pedirle que la follase de nuevo, pero recordó que era él el que debía decidir cuándo y cómo y conteniéndose a duras penas le dejó hacer.

Una vez estuvo totalmente enjabonada se centro en su melena. Cogió una abundante cantidad de champú y lo extendió por su pelo mojado. No recordaba que nadie le hubiese lavado el pelo desde que era niña. Orlando era hábil con las manos y tras frotarle el pelo para hacer abundante espuma le masajeó el cuero cabelludo con suavidad. No sabía por qué, pero cada gesto que hacía aquel hombre le resultaba tremendamente sensual.

Excitada retrasó el culo, esperando que el contacto con su pene le incitara a hacerle el amor, pero él siguió aclarándole el pelo aparentemente ignorante del contacto. Cuando terminó el aclarado le aplicó suavizante por toda la melena. Incapaz de contenerse más, Bris se giró y colgándose de su cuello le besó. Sus cuerpos se tocaron y el agua corrió entre ellos mientras ella intentaba grabar en su mente el sabor del aliento de su amante. Convencida de que estaba a punto de penetrarla levantó una pierna y rodeó las caderas de Orlando justo por encima de su culo. Sus sexos entraron en contacto y la punta de su glande acarició su vulva, pero en ese momento él la apartó y se dedicó a aclarar el suavizante de su melena.

Aquel juego era enloquecedor y estaba claro que él lo dominaba a la perfección. Sabía que estaba tan excitado como ella, pero por su actitud se diría que era una estatua de hielo.

Cuando terminó con el pelo, enjabonó todo su cuerpo de nuevo. Los dedos de Orlando recorrieron toda su anatomía eliminando la suciedad de los sitios más recónditos, entreteniéndose especialmente en su vulva y su ano. Los dedos tibios y jabonosos se colaron en su coño con facilidad palpando y explorando, haciendo que todo su cuerpo temblase y arrancándole gemidos de placer.

Tras encontrar y acariciar sus zonas más sensibles, recorrió su periné y le acarició la entrada del ano. Estaba tan excitada que, cuando dos de los dedos de Orlando forzaron la entrada, no sintió más que una leve incomodidad. Bris giró de nuevo la cabeza y le miró a los ojos en una nueva y muda invitación para que lo penetrase, pero tampoco esta vez lo consiguió.

—Ahora te toca a ti. —dijo alargándole el gel.

Bris estaba tan excitada que sus manos le temblaban y sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. Cogiendo a su amante por el brazo le dirigió hacía el chorro y observó el agua correr por aquel cuerpo que había aprendido a amar en tan solo una noche.

Obligándole a ponerse de cara a los pequeños azulejos que recubrían la ducha, se puso de puntillas para llegar con comodidad y le lavó el pelo. Comparada con él, se sentía torpe y desmañada, pero él no pareció quejarse y ella lo compensaba haciendo que sus pechos golpeasen repetidamente su espalda. Cuando terminó con el pelo siguió con la espalda, se demoró un poco más de lo que debería con su culo y le dio la vuelta.  Le miró a los ojos mientras enjabonaba sus brazos y su pecho y no apartó la mirada cuando llegó a su pene. Estaba duro como una estaca. Lo enjabonó y jugó unos instantes con él, dejando que su glande chocara contra su vientre antes de arrodillarse para seguir enjabonando sus caderas y sus piernas.

La visión de aquel miembro balanceándose ante sus ojos era tan abrumadora que no podía evitarlo. Mirándole a los ojos, pendiente de un gesto que se lo impidiera, abrió la boca y poco a poco la acercó a su polla. Al ver el leve asentimiento no esperó más y se la metió entera. Estaba caliente y sabía a jabón. Excitada comenzó a chuparla con fuerza una y otra vez mientras se agarraba al culo de su amante.

La polla de Orlando saltaba y se estremecía dentro de su boca. Deseaba hacerle sentir como ninguna mujer lo había hecho. Durante un instante dudó. Jamás se lo había hecho a ningún hombre y aunque había leído que era muy placentero, sabía que algunos hombres no se sentían cómodos. De todas formas se arriesgó y colando una mano entre las piernas de Orlando le acarició un instante los huevos antes de acercar su dedo al ano y penetrarle buscando la próstata.

Orlando gimió, pero no se lo impidió y en cuanto la encontró comenzó a acariciarla mientras hacía sus chupadas más amplias. Con satisfacción vio como él perdía el control y doblándose por la cintura la agarraba la cabeza y atrayéndola hacía él eyaculaba en su boca.

El semen golpeó contra su paladar con fuerza, esta vez estaba preparada y se tragó toda la leche apurando hasta la última gota.

Tras unos segundos Orlando se recuperó y la ayudó a ponerse de pie:

—Vamos, aun no hemos terminado.

Cogiéndola por la mano, la sacó de la ducha y le secó todo el cuerpo excepto su pubis y su sexo y la obligó a sentarse en la taza con las piernas abiertas. Bris esperó sentada observando con curiosidad como él revolvía en un armarito. Cuando sacó el jabón de afeitar, lo mojó y empezó a hacer espuma con una brocha, no le quedó ninguna duda de qué era lo que quedaba por hacer.

Una vez estuvo satisfecho con la densidad de la espuma, empezó a extendérsela por el pubis. El contacto de las cerdas con su piel hacia que todo su cuerpo se contrajera con los chispazos de placer. Él, consciente de ello, se demoraba pasando y repasando cada zona hasta volverla loca de deseo.

Finalmente dejó la brocha y cogió una cuchilla desechable. Con suma delicadeza comenzó a afeitarle el pubis y la vulva hasta que solo quedó un pequeño triángulo de vello sobre el pubis que recortó con unas tijeras hasta dejarlo convertido en fina pelusilla.

Bris se miró y se sintió especialmente desnuda. Orlando podía ver su sexo hinchado y enrojecido contrastando vivamente con la palidez de su piel. Apartando brochas y cuchillas cogió una crema que desprendía una intensa fragancia a áloe y se la extendió por la zona recién afeitada. Ella respondió con un largo gemido. Tenía ganas de chillar y aplastar aquellos labios contra su pubis, obligándolos a comerle el coño, pero se contuvo y siguió con el juego.

Orlando la miró y se inclinó apoyando los labios contra el interior de sus muslos. Avanzó por ellos con torturante lentitud y cuando se le terminaron apartó de nuevo la boca. Bris estaba a punto de llorar de frustración cuando él separó los labios de su vulva y acercando la boca sopló ligeramente sobre su clítoris. Todo su cuerpo se incendió y ella soltó un grito. Estaba tan excitada que no podía más. Cuando finalmente la boca de Orlando se cerró entorno a su sexo y comenzó a lamer y chupar su coño, el placer fue tan intenso que apenas tardó unos segundos en correrse. Una oleada de sensaciones envolvió su cuerpo mientras su vagina se contraía furiosamente presa de un orgasmo que no parecía tener fin. Su amante, mientras tanto, seguía chupando y sorbiendo todos los jugos que escapaban de su sexo.

Cuando abrió finalmente los ojos, todo había pasado. Orlando se había puesto en pie  y le estaba indicando dónde estaba el secador para que terminase de arreglarse. Cuando Bris salió del baño se encontró el uniforme perfectamente planchado.

Se vistió apresuradamente y salió a la cocina.

—Perdona, ¿Has visto mis pantis?

—Sí, están en la basura con las zapatillas de tenis. —respondió él mientras servía dos tazas de café con leche.

Estuvo a punto de preguntarle como coños iba a ir a trabajar, pero su mirada no aceptaba replicas, así que siguió su invitación y se sentó a desayunar.

Tomo el café acompañado de una tostada de pan integral mientras él se levantaba y abandonaba la cocina. Cuando volvió llevaba una caja de zapatos en la mano.

—¿Has usado tacones alguna vez? —le preguntó.

—Hace tanto tiempo que dudo si no fue en otra vida. —comentó ella.

Orlando abrió la caja mostrándole el contenido. Eran unos zapatos negros y con un tacón de más de diez centímetros.

—No sé, mis pies...

—Tranquila, estos no te harán daño.

Sin poder ocultar sus dudas cogió uno y lo examinó. Reconocía que era muy bonitos, pero nunca se había puesto unos tacones tan altos. Consciente de que no se sentía capaz de negarle nada, se los calzó y se puso en pie.

Lo primero que sintió fue la tensión en sus piernas al adoptar una postura a la que no estaban acostumbradas, junto con una leve sensación de vértigo, pero su cuerpo se adaptó rápidamente irguiendo la cabeza y enderezando la espalda. Sintió que la camisa del uniforme se tensaba aun más en torno a sus pechos, pero finalmente la prenda resistió sin desintegrarse. Probó a dar un par de pasos vacilantes. Él tenía razón. Eran sorprendentemente cómodos. Dio un par de paseos por la cocina separando los brazos levemente para equilibrarse hasta que consiguió andar con relativa soltura. Tardaría un poco en acostumbrarse, pero por aquella mirada apreciativa de Orlando hubiese sido capaz de hacer la maratón de Nueva York allí encaramada.

Le hubiese gustado seguir desfilando un rato más ante él, probando a cruzar las piernas como las modelos de pasarela, pero si no se apresuraba llegaría tarde al trabajo.

—Me temo que se me hace tarde. —dijo disculpándose.

—De acuerdo, ve. Pero hoy quiero que termines pronto. Tenemos que ir de compras.

A pesar de que aun no había acabado con el códice se apresuró a asentir. Daría cualquier cosa por estar junto a él lo antes posible.

—¿Te reunirás conmigo en el parque? —le preguntó esperanzada.

—Me temo que yo también tengo que trabajar. Toma. —dijo alargándole una tarjeta— Te he pedido cita a las cuatro menos veinte para que te arreglen el pelo y te maquillen. Solo tienes que decir tu nombre y te atenderán. Ya está pagado. Pasaré por allí a recogerte a las cinco y media.

Bris asintió y se guardó la tarjeta en el bolso mientras se acercaba a la puerta. Antes de abrir se volvió, aun insegura de cómo comportarse, pero finalmente se acercó a Orlando y el dio un beso largo y húmedo antes de desaparecer.

Aquellos tacones no eran lo más adecuado para pasar por el camino de grava, pero no tenía tiempo de rodear el parque. Milagrosamente llegó a la biblioteca sin haberse roto los tobillos. En cuanto entró en el edificio, el ruido del taconeo sobre el suelo de mármol no pasó desapercibido. Por primera vez desde que trabajaba allí las cabezas de sus compañeros se volvían a su paso. Los hombres la miraban con los ojos muy abiertos, como si fuera la primera vez que la veían y las mujeres trataban de parecer indiferentes aunque a Bris no se le escapaban las miradas furtivas y ligeramente cargadas de envidia que le lanzaban a sus zapatos y sus piernas.

Mari sin embargo la conocía perfectamente y no tardó en darse cuenta de todo:

—Vaya, Creí que no lo verían mis ojos. Pero por fin llevas unos zapatos bonitos. —dijo su compañera a modo de saludo— Y esa manera de moverte... ¿Me estás ocultando algo?

Bris no respondió y bajó la cabeza tratando de ocultar el rubor que cubría sus mejillas, pero Mari era como un perro con un hueso y no dejo de insistir.

—Un momento... Esa forma de mover las caderas y esa sonrisa tonta... ¡Tú has echado un polvo esta noche, zorra! —le reprochó entre risas.

—Yo no...

—Nada de excusas y cuéntame todos los detalles. No intentarás escaquear una buena historia picante. Hija mía, soy una funcionaria a punto de jubilarme casada desde hace treinta y cinco años con el mismo botarate. Entre las pocas fuentes de satisfacción que me restan, están las de enterarme de las cosas emocionantes que les pasa a mis amigas. O me lo cuentas todo voluntariamente o te lo saco a la fuerza. Soy un hacha con todo tipo de torturas chinas.

Bris estaba acorralada. Sabía que Mari podía ponerse realmente pesada cuando se lo proponía, así que asintió levemente.

—¡Lo sabía! —dijo triunfal— ¿Al final te follaste al desconocido? Es una lástima, Domingo se va a llevar un disgusto cuando se entere.

—¡Qué manía con ese hombre! ¿Acaso eres su agente?

—Claro que no, pero siempre me ha parecido que haríais buena pareja. En fin, tendrá que conformarse con seguir adorándote en la distancia. —dijo Mari melodramática— Ahora cuéntame todos los sucios detalles.

Bris le contó lo que le había pasado tratando de obviar los detalles más truculentos. A pesar de que Mari era una buena amiga y podía contar con su discreción, nunca se había sentido cómoda contando sus intimidades. Afortunadamente la curiosidad de Mari se centró más en averiguar todo lo que pudiese sobre Orlando que en ella misma.

Tras casi veinte minutos de interrogatorio pudo ir a la sala de restauración y sentarse frente al códice. Aun así no pudo ponerse a trabajar inmediatamente. En su cabeza rebotaban las sensaciones de la noche anterior, excitándola y dificultando su concentración. Finalmente consiguió calmarse y se puso a trabajar. Lo hizo durante casi cuatro horas sin parar. El Códice consiguió absorber toda su atención al fin y solo el hambre la obligó a levantarse de la mesa de trabajo.

Por un momento se había olvidado de los tacones y se tuvo que apoyar en la mesa para no torcerse un tobillo. Recobrando el equilibrio, salió del archivo. Como no había salido de casa, no tenía nada preparado así que se dirigió a la cafetería para comprar algo de comer.

Aquella fue una sensación totalmente nueva. Notaba como a su paso las conversaciones se interrumpían y las cabezas calvas y los ojos miopes recorrían sus piernas y su culo con una insistencia que le hacía sentirse incómoda. Apresuradamente compró un bocadillo de jamón y un zumo de frutas y salió del edificio.

Solo cuando salió fuera se tranquilizó. El aire primaveral llenó sus pulmones con aromas de flores y hierba mojada. Evitando la luz del sol, se internó en el parque, refugiándose al abrigo de plátanos de sombra y castaños de indias. Con cuidado avanzó por el paseo de grava y se sentó en el banco de siempre. Mientras comía no podía evitar que los ojos se le escapasen hacía la casa de Orlando, justo frente a ella. Intentó vislumbrar su figura a través de los grandes ventanales, pero solo vio reflejos. Terminó el bocadillo y tras limpiarse iba a sacar un libro para leer cuando sonó el móvil.

—Hola, Bris. —la saludó Orlando haciendo que todo su cuerpo se estremeciese— ¿Qué tal el día?

—Bien, —dijo ella con una sonrisa resplandeciente— te echo de menos.

—¿Lo pasaste bien anoche? —preguntó.

—Realmente no era lo que me esperaba, pero nunca había sentido nada parecido en mi vida. —contestó intentando que no le temblase la voz— Solo pensar en ello hace que todo mi cuerpo se estremezca de deseo.

—Yo también lo pasé muy bien. Eres una mujer hermosa y una amante deliciosa.

—¿Estás trabajando?

—Me he tomado un descanso, estoy bebiendo un té. —respondió él.

—¿Estás en la galería? —preguntó ella sintiendo como todo su cuerpo se excitaba solo con pensar que estuviese observándola.

—Sí, estoy contemplándote en este mismo momento. —dijo él respondiendo a la pregunta que Bris había querido hacerle realmente— Los zapatos te quedan muy bien. Te hacen unas piernas perfectas.

—¿No crees que están demasiado pálidas? Bris sonrió y estiró nerviosamente el bajo de la falda. Todavía estaba un poco incómoda sin los pantis.

—Al contrario, no puedo dejar de recorrerlas de arriba abajo. En este momento me gustaría estar a tu lado acariciándolas y separándolas poco a poco. Quizás podrías abrirlas un poco para mí.

—Desde tan lejos no podrás ver nada... —argumentó ella.

—No te preocupes, lo veo. Abre las piernas para mí. —insistió.

Bris dudó y miró a su alrededor, buscando cualquier persona que pudiese pasar por allí y sorprenderla, pero al final le hizo caso y separó las piernas ligeramente.

—Un poco más, y tira de la falda un poco hacia arriba.

Roja como un tomate, obedeció rezando para que ninguna persona acertase a pasar por allí. No sabía cómo, pero estaba segura de que su amante estaba recorriendo el interior de sus muslos y sus bragas con la mirada y aquello la excitó. De habérselo pedido habría ido corriendo y habría dejado que la atase de nuevo.

—Eres muy hermosa... Ahora quítate las bragas. Quiero ver cómo ha quedado tu coño...

Aquellas palabras hicieron que se estremeciera. No sabía qué hacer. Por un lado se moría de vergüenza y por otro deseaba volver a Orlando loco de deseo. Finalmente intentó ir un poco más allá de lo que él le había pedido. Se levantó un instante con la falda aun remangada de manera que se veía el extremo de su pubis y le dio la espalda. Agarró el elástico de la braga y tiró hacia abajo. Durante un instante se quedó de pie, de espaldas a él, con las bragas en las rodillas, mientras intuía las miradas abrasadoras que Orlando le lanzaba.

A continuación, lentamente, se fue inclinando para terminar de bajarse la prenda y desenredarla de los tacones. Solo cuando estuvo segura de que había visto su sexo asomando levemente del extremo de la falda, volvió a sentarse con las piernas cruzadas y las bragas fuertemente aferradas en la mano. En el teléfono solo se escuchaba una respiración ligeramente acelerada.

—¿Quieres que me abra otra vez para ti? —le preguntó acercándose las bragas a los labios.

—Por favor.

Sin poder creerse del todo lo que estaba haciendo, Bris descruzó las piernas y las separó mostrándole a su espía el sexo recién rasurado, hinchado y ruborizado por la excitación.

—La última vez que estuvimos juntos ahí, estaba acariciando ese coño. Tú te estremecías y dudabas entre dejarme hacer y salir corriendo. —dijo Orlando.

—Parece que haya pasado una eternidad. —Bris abrió un poco más las piernas e hizo un mohín con sus labios— ¿Seguro que no quieres venir a repetirlo?

—No seas insolente o tendré que castigarte. —las palabras de Orlando estaban cargadas de lujuria.

Bris estaba tan excitada y deseaba tanto exhibirse ante él, que dejó que una de sus manos reposase sobre sus muslos. Mirando hacía el ventanal, comenzó a recorrer su interior, trazando arabescos con sus uñas, antes de acariciarse el fino triángulo de vello que Orlando había dejado en su pubis.

—Métete un dedo, quiero escuchar tus gemidos...

Mirando alrededor de nuevo, Bris separó los labios de la vulva y se introdujo un dedo a la vez que cerraba los ojos y se imaginaba que eran las manos de su amante las que la asaltaban. Su respiración se aceleró y continuó masturbándose hasta que el placer y la excitación la obligaron a soltar un gemido.

—Viene alguien. —le advirtió él.

Bris abrió los ojos inmediatamente y cerró automáticamente las piernas, tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de apartar la mano. A su derecha vio aparecer un anciano caminando lentamente, ayudado por un bastón.

Finalmente retiró la mano. El abuelete la miró de arriba abajo deteniéndose en sus piernas y reparando en la falda remangada.

—Hace buen día, ¿Verdad? Estoy aprovechando para ver si me pongo un poco morena. —dijo ella colorada con las bragas hechas un ovillo en el regazo.

El hombre la miró un instante por encima de sus gafas. Sus ojos destilaban lujuria y recriminación a un tiempo. Finalmente, apartó la mirada y masculló algo antes de continuar su camino.

—Has estado bien, pero la próxima vez deberías apartar las bragas de la vista.

Fue entonces cuando ella reparó en la prenda y se puso aun más colorada. Aquel episodio había terminado con el espectáculo y Orlando lo sabía, así que cuando le dijo que tenía que irse si quería llegar a tiempo a la peluquería, él no puso objeción, solo le pidió una cosa.

—Deja las bragas en el banco.

Bris sintió un escalofrío. Pasearse sin bragas por ahí le hacía sentirse tremendamente vulnerable. Pero la orden no admitía replica. Cogiendo la prenda entre sus manos la dejó en el banco y se levantó.

—El anciano se merece tener un recuerdo. ¿No te parece? —preguntó Orlando— Ahora vete y no te retrases. Nos vemos en unas pocas horas.

Bris colgó y se dirigió de vuelta al trabajo. Cuando pasó por recepción se sintió transparente. Se imaginaba que todos sabían que iba sin ropa interior. Sus pómulos ardían de vergüenza. Cuando intentó apurar el paso, los tacones resonaron más fuerte, llamando aun más la atención. Al final terminó entrando casi a la carrera en el ascensor. Al hacerlo tropezó con el raíl de las puertas y de no ser por Domingo  hubiese caído de bruces.

El funcionario la sujetó un instante e inmediatamente Bris se apartó y recuperó la verticalidad.

Con aquellos tacones le sacaba unos cinco centímetros así que el hombre levantó la cabeza para hablarle:

—Vaya, veo que todavía no dominas esos zapatos del todo.

—La verdad es que no están hechos para correr. —dijo ella intentando quitarle importancia.

—Tengo que reconocer que son muy bonitos...

Bris apretó el botón del semisótano imaginando lo que le habría costado decir aquella sencilla frase a un tipo tan tímido como él. Desde que lo conocía apenas habían intercambiando un par de frases.

El ascensor llegó a su destino antes de que se pudiese establecer un silencio demasiado incómodo y tras darle las gracias de nuevo por su ayuda, se despidió y se dirigió a los archivos. Cuando entró, Mari la miró y debió de notar algo, pero no dijo nada, así que se puso rápidamente a trabajar. Tenía que avanzar lo máximo posible antes de que la jornada acabase.

Jamás había entrado en una peluquería así. Ocupaba todo el bajo de uno de los edificios más céntricos de la ciudad. En cuanto mostró la tarjeta que Orlando le había dado, una joven la guio hacia el interior y la puso en manos de una esteticista. En cuestión de segundos, con el auxilio de un ejército de ayudantes comenzaron a lavarle el pelo a la vez que le hacían la manicura y le preparaban una mascarilla para el rostro. Al verse asaltada de aquella manera a punto estuvo de salir corriendo, pero finalmente se dejó hacer.

Cuando llegó Orlando, Bris era otra persona.


Orlando tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no expresar su satisfacción. Lo más divertido era que ella seguía mirándole con timidez, como si la imagen que le devolvían los espejos perteneciese a otra persona. Orlando esperó pacientemente de pie mientras le daban los últimos toques al maquillaje.

Cuando la maquilladora estuvo satisfecha dejó la brocha y tras darle una serie de instrucciones le apartó el guardapolvo que protegía su uniforme y le contó alguna especie de chiste. Bris le miró un instante y luego rio.

Aprovechó el momento en que se acercaba a él para echarle un largo vistazo. El cambio era radical. Su pelo, antes enredado, ahora brillaba a la luz de los fluorescentes, la peluquera le había cortado las puntas y le había dado un volumen increíble de manera que ahora era una oscura cascada ondulante que se derramaba por su espalda un palmo por debajo de sus hombros. El maquillaje en cambio era sutil, apenas una sombra de ojos que realzaba el color de aquellos iris azul índigo y un poco de rímel para las pestañas. El único toque fuerte se lo habían aplicado en los labios con un color rojo sangre de aspecto mojado.

El conjunto era espectacular. Bris parecía una diosa y su sonrisa tímida no hacía sino exacerbar el deseo que sentía por ella. Obligándose a apartar la mirada se reunió con ella en la caja donde le esperaba la encargada del salón de belleza con una bolsa llena de productos cosméticos.  Sin siquiera mirar la cuenta alargó una tarjeta a la encargada que la pasó por el lector con una sonrisa de satisfecha avaricia.

Bris se acercó y se puso a su lado. Orlando la cogió por el cuello y le dio un suave beso en la mejilla.

—No puedo creer que sea la misma persona. —dijo ella mirándose a uno de los múltiples espejos del local.

—Estás espléndida. Así es como te quiero ver siempre. No quiero que vuelvas a parecer desaliñada. —le susurró al oído— Si estás conmigo, eres parte de mi imagen y espero que estés a mi altura, sino mejor.

Bris asintió obedientemente mientras recogía la bolsa con todos los artículos. Orlando se apresuró a cogérsela mientras se dirigían a la salida.

A la puerta del salón de belleza les esperaba un coche alquilado. El conductor que esperaba al volante no pudo evitar echar un largo vistazo a Bris hasta el punto que se olvidó de salir del vehículo y él mismo tuvo que abrirle la puerta. Tras meter la compra en el maletero le lanzó una mirada asesina al chófer, que finalmente había reaccionado y le esperaba con la puerta abierta.

Tras disculparse, el hombre se puso al volante y arrancó en dirección al centro. Los dejó en la calle donde estaban los comercios más caros de la ciudad. Orlando le despidió y le dijo que estuviese pendiente de su llamada. El chófer asintió y desapareció calle abajo mientras  cogía a Bris por la mano y se metían en una tienda de ropa. Divertido observó los ojos que ponía la joven al ver las etiquetas de los precios. La dependienta, un rubia de mediana edad y bastante operada, miró el uniforme de su amante con desdén y se concentró en atender a una clienta ignorándoles.

Orlando se quedó quieto esperando mientras veía la confusión de Bris que no sabía ni por dónde empezar. Divertido, empezó a seleccionar prendas. Cosas discretas, pero elegantes. Tras seleccionar un par de vestidos, una blusa y unos vaqueros, cogió a Bris por el brazo y la guio a los probadores. La dependienta los siguió con la vista sin variar su gesto agrio, pero no dijo nada.

Bris le cogió la ropa y se disponía a entrar sola, pero Orlando la sorprendió entrando con ella. La joven estuvo a punto de decir algo, pero finalmente no se atrevió.

—Empecemos por los vaqueros —dijo cogiendo el resto de las prendas y colgándolas de un perchero.

Los probadores eran bastante amplios e incluso había una pequeña banqueta donde se sentó mientras observaba a Bris bajarse la falda. Hasta que no la tuvo hasta las rodillas no se acordó de que no llevaba bragas y un intenso rubor cubrió sus mejillas al darse cuenta. Él no dijo nada y se limitó observar el vello que cubría su pubis y la raja que separaba los labios de su vulva. Intentando ignorar su mirada, Bris se descalzó y se puso los pantalones. Tenía bastante buen ojo, eran unos vaqueros sencillos de un tejido ligeramente elástico que se adaptaba de forma primorosa a la figura de Bris y realzaba la esbeltez de sus piernas. Con los zapatos de tacón aun le quedaban mejor. A continuación le tendió la blusa. Bris se quitó la chaqueta y la camisa de su uniforme.

El sujetador blanco era sencillo pero le sentaba bien y elevaba ligeramente sus pechos formando un profundo canalillo entre ellos. Mientras ella peleaba con la blusa Orlando se levantó y acarició una de las copas con el dorso de su mano antes de apartarse y dejar que terminase de ponerse la prenda. Podía ver en sus ojos que el deseo la estaba dominando. Cuando se la ajustó la obligó a darse la vuelta y mirarse al espejo.

—¿Qué te parece? —preguntó.

—No sé, lo que tú quieras.

—No, dímelo tú. No te creas que siempre voy a ir contigo para decirte lo que te tienes que comprar. Si quisiera eso, te sustituiría por una muñeca.

Bris se miró en el espejo y se giró mordiéndose el labio dubitativa hasta que al fin tomó una decisión.

—Creo que el pantalón me queda bien, en cambio la blusa, no sé.

—¿Ves cómo no es tan difícil? Tienes razón, la blusa te queda floja por aquí y no se adapta bien a tu busto. Ahora pruébate el vestido azul.

A pesar de que era un color muy bonito la prenda tampoco convenció a ninguno de los dos y la desecharon rápidamente. Para el final había dejado un vestido corto de lana de color burdeos. Bris hizo el amago de cogerlo, pero él se adelantó.

Este quiero que te lo pruebes sin el sujetador. Bris sonrió y se quitó la prenda intima bajando ligeramente la vista. Estaba aprendiendo muy rápido y Orlando tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para contenerse mientras le alargaba el vestido.

Ella se lo puso. Se estiró el tejido hasta que la falda le quedó un poco por debajo de medio muslo y se colocó la melena. La prenda le quedaba espectacular y hasta ella pareció satisfecha con la imagen que le devolvía el espejo. Al girarse para ponerse de perfil, sus pechos se bambolearon exquisitamente. Tras observarse un poco más, iba a hacer el ademán de quitárselo, pero él se lo impidió.

—Déjatelo puesto. Cuando esté contigo no vuelvas a llevar ese horrible uniforme. —le ordenó.

Tras coger el uniforme y los vaqueros, salieron de los probadores. Fuera la dependienta se había quedado sola. Cuando vio a Bris con los pechos flotando sensualmente en aquel vestido de lana la mirada de desdén se transformó en una de abierta envidia.

—¡Te queda ideal! —exclamó la mujer con una sonrisa más falsa que una moneda de tres euros— Yo que tú no lo dejaría escapar...

—Nos lo llevamos —la interrumpió Orlando arrancando la etiqueta del vestido y tendiéndosela junto con los vaqueros.

La mujer no dijo nada más y en cuestión de dos minutos estaban en la calle con el uniforme y el sujetador en la bolsa de los vaqueros. Cogiendo a Bris por la mano la guio calle abajo. Podía sentir su incomodidad al ver como todas las miradas se desviaban atraídas por los movimientos de sus pechos dentro del ajustado vestido. Orlando sabía que se moría por suplicarle que le dejase ponerse el sujetador, pero la joven siguió caminando, procurando hacerlo con la mayor suavidad posible aunque sin poder evitar que su tetas siguiesen bailando deliciosamente.

Cuando paró frente a una zapatería, Bris se dio cuenta de lo que le esperaba y le apretó la mano en una muda súplica, pero él se mostró inflexible y tiró de ella al interior del local.

Aquella zapatería no armonizaba con el resto de los negocios de la calle. En vez de muebles claros y diseño minimalista, el local era uno de los más antiguos de la zona comercial de la ciudad y mantenía las maderas oscuras y los muebles de macizos y profusamente recargados de adornos.

A pesar de todo, su género no era para nada desfasado. Tenía un calzado bonito y de una calidad indudable. En cuanto traspasaron la puerta, el dependiente, un hombre que frisaba los cincuenta años, calvo, bajito, con un espeso mostacho y unos ojos pequeños y vivaces se acercó a ellos con una sonrisa un tanto servil.

—Bienvenidos, ¿En qué puedo ayudarles?

—Quiero unas botas y unas sandalias para ella.

—¿Alguna idea en concreto? —preguntó el hombre.

—Las quiero con un buen tacón. Las botas de cuero ajustadas y de color negro. No quiero apliques metálicos ni brillantes, en cuanto a las sandalias las quiero más bien para un vestido de noche o de coctel, quiero que se vea la mayor parte posible del pie.

—Entiendo. Les enseñaré varios modelos para ver más o menos en que están pensando. Un treinta y ocho si no me equivoco. ¿Verdad, señorita? —preguntó el dependiente mientras echaba un fugaz vistazo a los pies de Bris.

Mientras el hombre desaparecía en la trastienda, Bris se sentó nerviosamente en un pequeño canapé con las piernas muy juntas mientras él se sentaba cómodamente en un sillón de cuero justo frente a ella.

Dos minutos después el hombre apareció con media docena de cajas.

—Si les parece bien, empezaremos por las sandalias.

Con gesto profesional le quitó el zapato a Bris. Las esteticistas les habían dado un buen repaso dejándolos brillantes y suaves y con las uñas pintadas del mismo color que sus labios. Era evidente que el hombre era un entendido y se permitió un leve carraspeo mostrando su admiración antes de cogerle el pie con delicadeza y colocarle una sandalia dorada. Las tiras que se cerraban en los tobillos eran estrechas y un poco complicadas de colocar así que tiró de la pierna de Bris para poder colocar el pie sobre su muslo y así manipular la hebilla con más facilidad. Bris, que no se lo esperaba, no reaccionó con suficiente rapidez y sus piernas se separaron el tiempo suficiente para que el dependiente pudiese entrever su pubis desnudo.

El hombre se relamió el bigote como un gato observando un ratón y continuó fingiendo que no había visto nada. Bris se ruborizó y desvió su mirada suplicante hacia él, pero Orlando se limitó a sonreírle y permaneció sentado.

En el otro pie le colocó una sandalia de color negro un poco más cerrada en la zona del empeine pero que dejaba el resto del pie a la vista salvo en la zona del talón que se cerraba lo justo para que una fina tira de cuero fijase la sandalia al tobillo.

Cuando terminó, el dependiente la invitó a levantarse y dar unos pasos. Las negras le sentaban como un guante y Orlando asintió mientras ella se miraba al espejo.  Sin dejarla sentarse el hombre se arrodilló y cogiéndola por el gemelo la ayudó a quitarse la sandalia plateada y ponerle la pareja de la negra para que pudiese verse con las dos puestas. Las manos del dependiente eran un poco más solicitas de lo necesario. Se desplazaban por la pierna y le apretaban el gemelo un pelín más de la cuenta, todo casi imperceptible, pero Orlando podía sentir la incomodidad de ella al experimentar aquellas disimuladas caricias.

Tras dar un par de paseos seguida por las miradas de ambos hombres, Orlando asintió y le dijo al dependiente que se las quedaban.

Las botas fueron más difíciles. Bris tuvo que probarse varias y tuvo que aguantar las manos del desconocido que se volvían cada vez más audaces, además, debido a la longitud del calzado, al probarlas no pudo evitar separar en ocasiones sus piernas y mostrarle al hombre  más de lo que hubiese deseado.

—No sé. —dijo Orlando fingiendo dudar— Usted qué opina.

—Yo creo que todas le quedan muy bien.

—En eso tengo que darle toda la razón. ¿Verdad que es bella?

—Hacía tiempo que no veía una mujer tan hermosa atravesando la puerta de mi establecimiento.—respondió el dependiente.

—¿Usted cree? —dijo Orlando mientras le ordenaba a Bris con un gesto que separase las piernas.

Bris dudó, pero un nuevo gesto más imperioso aun, la decidió y bajando los ojos totalmente ruborizada separó las piernas. La suave lana del vestido se subió dejando aun más a la vista el sexo depilado de su amante que lo miraba suplicante mientras el dependiente hundía la vista en aquel delicado abismo.

—Ya lo creo —dijo el hombre mirando el coño de la joven.

Levantándose por fin, Orlando cogió una banqueta y la colocó al lado de ella. Mirando al dependiente posó la mano sobre el muslo de Bris y comenzó a acariciar su interior a la vez que avanzaba en dirección a sus ingles. La joven tragó saliva y cerró los ojos intentando aislarse de la mirada hambrienta del zapatero.

Cuando sus dedos contactaron con el sexo de Bris, ella se sobresaltó y cerró unos instantes las piernas antes de que la suave presión de él la obligase a volver a abrirlas.

Orlando comenzó a acariciar su sexo con movimientos circulares. Bris se estremeció y se mordió el labio inferior mientras el zapatero, que no se había quedado quieto, le había quitado la bota y estaba acariciando y besando sus piernas y sus tobillos.

En pocos segundos la joven estaba gimiendo quedamente, echando ligeramente el cuerpo hacia atrás para favorecer el acceso de los dedos de Orlando. Sus dedos entraron en su sexo profundamente y todo el cuerpo de Bris se estremeció. El zapatero agarró el delicado pie de la joven con más firmeza para evitar que se le escapase y continuó mordisqueando y chupando  los dedos de sus pies hasta que Orlando consideró que era suficiente.

—Está bien, nos quedamos esas botas. —dijo sacando los dedos del sexo de Bris.

El zapatero cogió la indirecta y se retiró de mala gana, dedicándose a colocar el calzado en las cajas, pero sin perder de vista como Orlando metía la mano impregnada de jugos orgásmicos en la boca de Bris.

Con los ojos aun cerrados ella lamió con detenimiento sus dedos hasta dejarlos totalmente limpios. En cuanto salieron a la calle vio cómo Bris respiraba profundamente el aire fresco del atardecer. La dejó unos instantes antes de cogerla de nuevo por la mano y guiarla a otra tienda de ropa.

Esta vez dejó que fuese ella la que seleccionase las prendas. Bris le precedió en el probador así que cuando la cogió por el cuello y la acorraló contra la pared no se lo esperaba. Inmediatamente se puso tensa. Utilizando su envergadura para acorralarla exploró su cuerpo a través del suave tejido del vestido.

—Has estado muy bien. —le dijo mientras deslizaba una de sus manos por debajo del vestido, pero la próxima vez quiero que tengas los ojos abiertos. ¿Me has entendido?

—Sí, señor. —respondió ella con la cara pegada a la pared.

Cogiéndola por el cuello la obligó  a girar la cabeza. En sus ojos podía ver cómo la lujuria la dominaba. Sin dejar de acariciar su cuerpo la besó. Ella respondió con entusiasmo, emitiendo un apagado gemido y frotando el culo contra su entrepierna.

Finalmente no se pudo aguantar más y abriéndose los pantalones se cogió la polla y penetró su sexo desnudo. Bris soltó un gemido y arañó el pladur mientras él la penetraba con golpes duros y secos.

Con un movimiento rápido envolvió su cintura con los brazos y levantándola un instante en el aire la puso de cara al espejo del probador. Cogiendo aquella hermosa melena comenzó a follarla con fuerza mientras ella se agarraba al espejo intentando apartar la mirada. Orlando tiró de la melena obligándola a verse sus pómulos arrebolados, sus ojos empañados por el placer y su boca abierta en un gemido que la joven se esforzaba en acallar.

Deslizó las manos por debajo del vestido y sopesó sus pechos mientras le daba unos instantes de tregua antes de comenzar el asalto final. Con fuertes embestidas reanudó las penetraciones. Bris aguantó en pie a duras penas mientras aquella polla la asaltaba una y otra vez sin descanso hasta que un intenso orgasmo la paralizó.

Orlando la golpeó con suavidad con las rodillas y ella se venció cayendo de hinojos sobre la moqueta justo antes de que él le metiese la polla en la boca. Obediente chupó y lamió su miembro mientras el mantenía apartada su melena. En poco tiempo la mujer había aprendido que era lo que más le gustaba y mirándole a los ojos se aplicó a conciencia de manera que en unos pocos segundos estaba corriéndose en su boca. Cuando terminó de tragar. Él la ayudó a levantarse y le dio un largo beso antes de salir del probador y dejar que ella eligiese la ropa.

Consiguieron terminar con las compras antes de que los comercios cerraran. Aun quedaba alguna cosa, pero Bris había demostrado ser una alumna aplicada y ya podía confiar en que ella pudiese hacerlo sola.

Cuando el conductor los dejó a la puerta de la casa de Bris, era casi de noche. Orlando sacó el montón de bolsas y la acompañó al interior.

La casa de Bris era un pequeño apartamento en un segundo piso de un edificio de finales de los ochenta a diez minutos a pie de la biblioteca. El interior estaba parcamente decorado con muebles baratos y laminas de paisajes. Lo único que denotaba la personalidad de su dueña eran los libros. Los había por todas partes, atestando las estanterías, esparcidos por encima de las mesas y las sillas y apilados contra la pared.

Orlando los observó con curiosidad mientras ella no paraba de excusarse por el desorden. Dejando las compras en el pasillo, lo guio hasta la cocina donde preparó un café.

Mientras la cafetera se calentaba y comenzaba a burbujear Bris se acercó y colgándose de su cuello le dio un largo beso. Orlando se lo devolvió recreándose en el sabor de su boca y el aroma que emanaba de su cuerpo, una mezcla de sexo y champú.

—Gracias. Es todo precioso. —dijo ella deshaciendo el beso pero no el abrazo.

Orlando sintió aquel cuerpo cálido y vibrante pegado a él y una oleada de deseo le envolvió incitándole a montarla en la mesa y follarla hasta dejarla seca, pero se controló. A pesar de que siempre había controlado ese tipo de instintos sin dificultad, reconocía que nunca ninguna mujer había puesto a prueba su autocontrol como Bris. Su belleza, su sensualidad y la manera que se abandonaba y cumplía todas sus órdenes amenazaba constantemente con llevarle al límite y eso era lo que más le gustaba.

Finalmente el silbido de la cafetera le dio una tregua. Bris se apresuró a hacer de buena anfitriona y le sirvió un café que no estaba nada mal. Lo bebieron sentados uno a cada lado de la pequeña mesa de la cocina, mirándose a los ojos sin decir una sola palabra.

—¿Te apetece un poco más? —preguntó ella.

—No, gracias. Tengo que irme, es tarde.

Con satisfacción vio como el rostro de la joven se entristecía. Sus labios temblaron y a pesar de que sabía que no debía insistir se puso en pie y apoyándose en la encimera levantó la falda del vestido mostrándole el sexo aun congestionado por el deseo.

—¿Seguro que no quieres quedarte esta noche?

Orlando se levantó y acarició su pelo un instante.

—No. Esta noche no. Pero tengo un último regalo —dijo él sacando una caja del bolsillo que ella miró con curiosidad.

La abrió y sacó un pequeño vibrador que insertó en la vagina de Bris casi antes de que ella se diese cuenta de lo que era. Había trabajado un par de meses en su diseño y se adaptó a la anatomía de la joven a la perfección.

—Quiero que lo lleves siempre puesto, solo puedes quitártelo cuando vayas al baño.

Bris asintió y suspiró al sentir aquel objeto extraño en su intimidad, pero no protestó. Como premio por su obediencia él le dio otro largo beso y acarició su cuerpo antes de separarse definitivamente y despedirse.

La joven trató de que no se notara demasiado su desilusión sin demasiado éxito y le acompañó hasta la puerta. En cuanto estuvo en el coche de nuevo, Orlando respiró profundamente y se obligó a dejar su mente en blanco. El deseo de volver con Bris era tan intenso que dolía, pero no podía dejarse llevar, tenía que mantener el control, no solo sobre ella, sino también sobre sus propio cuerpo.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.