Rozando el Paraíso 4

Siguió a Orlando con la mirada mientras este abría el cajón de la mesilla de noche y extraía un largo pañuelo de seda. —Dame tus manos. —¿Qué vas a hacerme? —preguntó ella temblando— Yo no... —Dame tus manos. —insistió.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis buscar el relato completo en amazon.

4

Al día siguiente se despertó con la ropa de la cama arrebujada en torno a su cuerpo como una especie de serpiente constrictora y una ardiente sensación de necesidad en sus ingles. Los recuerdos de la noche anterior la asaltaron y se mezclaron con los viejos recuerdos de la desagradables noches que había pasado con Javi, creando en ella un estado de excitación confuso y amedrentador. Deseaba acudir a Orlando con toda su alma, pero ir a su casa no era como quedar en un bar, exigía un tipo de confianza a la que no sabía si había llegado con aquel hombre. Después de todo, apenas sabía nada de él.

Se duchó y salió a la calle con la tarjeta de Orlando quemando en su bolsillo. Con los pies hechos unos zorros tuvo que optar por ponerse unos viejos tenis que usó una temporada que le dio por hacer algo de deporte. Estaban ajados y sucios, pero eran especialmente cómodos. Con aire distraído se incorporó al trabajo. Saludó a Mari y esta alabó con ironía el estilo con el que lucía las zapatillas.

Bris sonrió y le contó lo que le había pasado la noche anterior con los zapatos, omitiendo cualquier mención a su encuentro con Orlando y se sentó ante el códice. La jornada se le estaba haciendo eterna y apenas podía concentrase para trabajar. Cuando se inclinaba y comenzaba a retocar algo, el polvo o la luz intensa de la lupa le obligaba a cerrar los ojos unos instantes y entonces todos los recuerdos volvían. Su perfume, su sabor, sus caricias... A duras penas lograba deshacerse de aquella sensación y volver a intentar concentrarse en su trabajo. Finalmente se dio por vencida y se quedó allí sentada, sin hacer nada, mirando al vacío e intentando decidir qué haría aquella tarde cuando terminase de trabajar.

¿Por qué tenía que tener tanto miedo? Solo era un hombre. Montones de mujeres se relacionaban con hombres, se dejaban amar por ellos y no pasaba nada y ella apenas podía controlar el instinto de salir corriendo. Deseaba acudir a aquel hombre pero el miedo la atenazaba, a pesar de que se sentía intensamente atraída por él. La seguridad que mostraba y la forma en la que la había desarmado con un par de preguntas y unas caricias le hacían dudar. Por otra parte, Orlando parecía saber exactamente lo que ella deseaba y a pesar de que podía haber hecho con ella lo que hubiese querido en el parque, se controló sin aparente dificultad y le había dejado a ella la decisión de cortar aquella relación antes de que empezase o continuar con ella.

Suspiró y acercó de nuevo el pincel a una de las miniaturas retocando la imagen de una campesina en el códice, preguntándose si aquella mujer habría tenido los mismos problemas que ella...

—¡Mari llamando a tierra! ¡Mari llamando a tierra! Responda por favor. —le interrumpió su compañera imitando el ruido de estática de una radio.

—Oh, lo siento. Estaba distraída. ¿Necesitas algo?

—¿Me puedes traer estos libros? —le preguntó pasándole media docena de referencias.

—Sin problema.

Mientras Mari volvía a su puesto tras el ordenador se adentró en la sala de archivos, compuesta por docenas de estantes separados por estrechos pasillos. Recorrió las estanterías sin apresurarse, observando los lomos de los libros a medida que avanzaba por ellos hasta dar con el ejemplar que buscaba. Cuando terminó se dirigió al mostrador y los dejó ante su compañera.

—¿Te encuentras bien, cariño? Estos días pareces un poco ida.

—Oh, claro que sí.

—Vamos, no me mientas. Sé que algo te preocupa. ¿Es el desconocido? Soy más vieja y más sabia que tú, quizás pueda ayudarte.

—No creo que con esto puedas ayudarme. —dudó Bris.

—No seas idiota. Cuéntamelo. A veces una perspectiva diferente es necesaria para resolver un problema. —insistió Mari.

Bris dudó unos segundos más, pero finalmente terminó relatándole los sucesos de los días anteriores.

—¡Mira, tú, la mosquita muerta! Hay que ver lo engañada que me tenías. —dijo la mujer entre risas.

—Basta, esto no tiene gracia. —la interrumpió Bris— No sé qué hacer.

—¿Qué no sabes qué hacer? Yo te lo diré. Has encontrado un tío elegante y atractivo que se siente atraído por ti. Con dos caricias te ha puesto en órbita y además te ha demostrado que sabe contenerse. ¿Qué más quieres? Ve con él y haz que te folle hasta que tus agujeros echen humo, o si no pásame su número. —comentó Mari sarcástica.

—No lo entiendes. Es verdad que se contuvo y que no hizo nada que yo no desease con desesperación, pero hay algo en él que me perturba. Es como si además de poseer mi cuerpo, también desease poseer mi alma.

—Ahora resulta que te has ligado a Mefistófeles. Cariño, el truco con el sexo es no pensar tanto. Déjate llevar y disfruta. Si no termina de convencerte, te despides y listo.

—No sé. —dijo ella sacando la tarjeta del bolsillo y mirándola ahogada en un mar de dudas.


Aquella mañana no bajó al parque y se limitó a observarla por el telescopio. Bris no pareció sorprenderse de su ausencia y se limitó a comerse el bocadillo y beber el zumo. Cuando terminó hurgó en su bolso, pero esta vez no sacó un libro. Con gesto ausente sacó su tarjeta y la observó con atención unos minutos. Podía leer la duda en sus ojos. Quizás, después de todo, la noche anterior se había pasado.

A través de las lentes del telescopio terrestre la observó dejar la tarjeta en el bolso y mirar al vacío mientras se mordía el labio en un gesto que ya era característico en ella. La deseaba, deseaba protegerla y enseñarla lo que era el placer, pero para ello Bris tenía que ser la que diese el primer paso. Él había hecho lo que había podido para convencerla.

Repasó lo ocurrido la noche anterior con un escalofrío de placer. Como la había arrinconado y había acariciado su cuerpo. La forma en la que ella se había abandonado dejando que él la acariciara y la besara, le había excitado tanto que había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no follársela allí mismo. Y ahora estaba allí, frente a él, dudando, mientras él solo podía esperar. Se dijo a sí mismo que debía mantenerse frío y no perder el control. Pero no podía evitarlo. Le echó otra ojeada. Bris se quitó las gafas de sol que llevaba puestas y se las limpió. Orlando observó aquellos ojos índigo y los recordó anegados en lágrimas. No sabía lo que le había pasado a la joven, pero probablemente ese fuese el origen de todas sus dudas. Finalmente se apartó del telescopio, lo recogió y se obligó a ignorarla. Cuando se tranquilizó un poco, volvió al trabajo.

Se mantuvo lo más ocupado posible. Apenas paró a comer veinte minutos y siguió trabajando con intensidad hasta que a eso de las seis de la tarde alguien llamó a la puerta. Al abrirla se encontró con la mirada turbada de Bris. Una oleada de satisfacción le envolvió. No había estado seguro de que ella superase sus miedos y se presentase en su puerta. Ahora solo tenía que dar un paso más y sería suya.

Haciéndose a un lado la invitó a entrar. Ella dudó un instante, pero finalmente atravesó el umbral. Lo más curioso de todo era que no había hecho nada para mejorar su aspecto. Es más, había sustituido los zapatos bastante decentes del día anterior por unas zapatillas de deporte bastante ajadas. Eso solo quería decir que había dudado en acudir hasta el último segundo, así que se recordó a si mismo que su primer objetivo era hacerla sentirse cómoda.

Tras saludarla y darle dos inocentes besos en las mejillas, la guio por las escaleras a la planta superior donde tenía su vivienda. El edificio que ocupaba era una vieja casa del siglo dieciocho de techos altos y grandes ventanales. Lo había mandado rehabilitar y lo había dotado de todas las comodidades, y ahora era un dúplex no muy grande, pero cómodo y luminoso.

—Tienes una casa preciosa, —dijo ella quitándose las zapatillas sucias y paseando por la tarima tibia mientras admiraba el mobiliario cómodo y moderno y las espectaculares vistas del parque.

—¿Por qué no echas un vistazo mientras yo preparo algo de picar? Seguro que tienes algo de hambre.

Dándole la espalda se dirigió a la nevera y sacó una botella de vino blanco, un poco de queso y unos encurtidos, mientras que por el rabillo del ojo veía como ella repasaba los libros que había en las estanterías del salón y desaparecía por la puerta que llevaba al dormitorio.

Orlando abrió la botella y sirvió el vino en dos copas mientras se dirigía a la puerta del dormitorio. Tal como esperaba, Bris estaba mirando hipnotizada las dos pinturas de Yuji Moriguchi.

—¿Te gustan? —le preguntó mientras le pasaba una de la copas.

—Son... exóticas y perturbadoras, pero no llegan a ser vulgares. No conocía al autor.

—Los japoneses son un poco raritos, pero me encanta su sentido de la estética. ¿Cuál te gusta más?

La joven dudó y alternó la mirada entre la joven metida en una maleta que estaba colgado encima de la cama y uno más pequeño colocado en la pared derecha, cerca de la entrada al vestidor, que representaba a una mujer de rodillas cogiéndose un vientre hinchado mientras emergían múltiples tentáculos de debajo del fino vestido veraniego que llevaba puesto.

—La verdad es que no lo sé, nunca había visto nada parecido. Me gustan ambos aunque quizás el de la maleta me haya impactado más.

—¿Alguna vez te has sentido igual de aprisionada? —preguntó Orlando dando un trago a su copa.

Bris agitó la copa y aspiró el aroma del vino mientras observaba la imagen como si intentase descifrarla. Orlando contuvo el deseo de besar aquellos labios y esperó pacientemente la respuesta que se demoró un minuto en llegar.

—En realidad no. Es evidente que ella disfruta con la situación. Se diría que está deseando ser el centro de atención. La forma en la que desvía la mirada. Se sabe admirada... y disfruta.

Orlando observó los ojos de la joven de la maleta una vez más y finalmente condujo a su invitada a la cocina americana. Mientras ponía un poco de música se acercaron a la isla donde había preparado la tabla de quesos y los encurtidos

Bris comió unas cuantas cuñas de queso acompañándolas con algo de pan. Charlaron un rato y poco a poco percibió que la mujer se estaba relajando por fin.  Fingiendo  servirle otra copa, se acercó y la miró a los ojos. Bris le devolvió la mirada y se mordió el labio incapaz de decidir si besarle o escapar.

Orlando alzó la mano lentamente y le acarició la mejilla. Ella parpadeó como si intentase enfocar la vista tras verse momentáneamente deslumbrada. Sin romper el contacto visual deslizó los dedos hasta los labios de la joven y los rozó con suavidad. Bris dejó automáticamente de parpadear y abrió mucho los ojos. Había llegado el momento. Deslizando la mano hacia abajo por su mandíbula, hacía su nuca, la atrajo hacia él y la besó. A pesar de que lo esperaba, ella se puso rígida unos instantes antes de cerrar los ojos y devolverle el beso.

Empujándola con suavidad, la llevó hasta el sofá del salón. El cuero del mueble crujió acogedoramente mientras se sentaban uno al lado del otro sin dejar de besarse.

Las manos de Orlando se desplazaron por el cuerpo de Bris tanteándolo a través del basto tejido de su uniforme. Excitada, ella se deshizo de la chaqueta y arremangándose la falda se sentó en su regazo. Orlando se separo un instante y observó un momento las piernas de la joven, largas y esbeltas, reposando a ambos lados de su cuerpo y las acarició antes de subir poco a poco sus manos por su culo y sus caderas. Levantando la vista admiró como los pechos tensaban la camisa con cada inspiración de la joven. Bris percibió su mirada y arqueó un poco más su espalda sometiendo a los botones a una tensión casi insostenible.

Con un movimiento rápido Orlando soltó los tres primeros botones de la camisa dejando a la vista un sujetador sencillo pero bonito. Bris, con una sonrisa tímida, abrió un poco más su camisa y se bajó uno de los tirantes dejando uno de los pechos a la vista. La visión del pecho  turgente, rematado en un pezón grande y rosado, terminó de despertar su lujuria. Acercando la mano  acarició la areola y el pezón que no tardaron en  erizarse.

La joven se inclinó y volvió a besarle mientras él mantenía la mano cerrada en torno a su pecho izquierdo. Bris movió las caderas ansiosa por sentir el contacto con su polla erecta. Él la dejó hacer mientras captaba con su mano el latido apresurado de su corazón.

Solo se separaron obligados por la falta de aire. Apartando la melena oscura y enmarañada se sumergió en aquellos ojos azul oscuro y observó aquellos labios entreabiertos y anhelantes. Deseaba atraparlos entre los suyos explorarla de nuevo con su lengua y saborear su saliva, pero con un ligero empujón la obligó a levantarse.

Le satisfizo comprobar que no necesitaba decirle nada. Mientras se relajaba reposando los brazos sobre la parte superior del respaldo del sofá, observó como Bris se deshacía poco a poco de la camisa. Sin mover un músculo fijó la vista en su piel cremosa y en la forma en que sus pechos pugnaban por escapar a la presión del sujetador. Poniendo una mano sobre la prenda la joven soltó el cierre y dudó un instante antes de dejarla caer. Con las mejillas arreboladas dejó que observase su busto pálido y pesado. Orlando deseó abalanzarse sobre ella y estrujar aquellos senos, pero se quedó quieto, siguiendo con los ojos los tortuosos capilares que se adivinaban bajo la piel.

Bris vaciló un instante antes de seguir, pero su mirada la obligó a continuar. Ahora ya no se sentía tan cómoda. Mordiéndose el labio bajó la cremallera de la falda y dejó escurrir la prenda hasta la altura de los tobillos. Bajo los pantis se adivinaban unas bragas sencillas de algodón blanco. A continuación, con los labios temblando, se deshizo del los pantis y dio un par de pasos a un lado dejando las dos prendas en el suelo, intentando dar por terminado el estriptis.

—Continúa. Hasta el final. —le exigió satisfecho de imponer sobre ella su voluntad.

—¿No puedo hacerlo en la oscuridad? Me da un poco de... vergüenza.

—No seas tonta. Eres hermosa. No tienes de que avergonzarte. Vamos, hazlo.

Ella dudó, le encantaba cuando se debatían antes de aceptar sus órdenes, eso la hacía aun más irresistible. No tenía ninguna gracia que una mujer aceptase sus indicaciones si no tenía dudas a la hora de acatarlas.

—Adelante. Debes confiar en mí.

Finalmente cerró los ojos y se quitó las bragas revelando un triángulo de bello oscuro y espeso, apenas recortado, que cubría sus ingles. Orlando observó a la mujer  respirar agitadamente,  obstinada en mantener los ojos cerrados, disfrutando de su incomodidad. Intentó encontrar un defecto en aquel cuerpo voluptuoso de piel pálida y no lo encontró. Se la imaginó adecuadamente arreglada y no pudo evitar un escalofrío de placer. Cuando acabase con ella iba a ser la envidia del Club.

En silenció se levantó y la rodeó observando su cuerpo aun más de cerca. Bris se estremeció cuando rozó su culo con la punta de sus dedos, pero mantuvo los ojos cerrados. Satisfecho con su reacción la cogió por la mano y la guio fuera del salón. Ella abrió por fin los ojos y asustada, pero sumisa, la siguió hasta el dormitorio.

—Ahora desnúdame. —la ordenó— Y no dejes tirada la ropa. —añadió señalando el galán de noche que había justo al lado de donde se habían parado.

Con las manos temblorosas se puso a su espalda y le ayudó a sacar la chaqueta del traje. Cuando terminó de colocarla en el galán se giró de nuevo hacia  él y comenzó a desabotonarle la camisa. Mientras lo hacía, él acariciaba su melena admirando su brillantez a pesar de que era evidente lo poco cuidaba que estaba. Cuando hubo terminado de desabrochar la camisa, la joven se paró un instante, acarició su pecho con las manos y acercando sus labios le besó las tetillas.

—Vamos, no te pares. —Orlando estaba cada vez más excitado y no veía el momento en que ella acabase.

Bris pareció darse cuenta del apremio que él sentía y se apresuró a quitarle la camisa y desabrocharle el cinturón y los pantalones. Cuando finalmente se los quitó y Orlando se quedó en ropa interior, Bris se quedó un instante paralizada observando la prominencia que hacía en ella su erección.

Fue entonces cuando él la cogió por el hombro y la obligó a arrodillarse. Bris le miró desde abajo y a tientas cogió de la cinturilla de los bóxer y tiró hacia abajo. La polla de Orlando se balanceó y libre por fin golpeó la mejilla de la joven, que por instinto la agarró con sus manos.

El tacto tibio y suave de sus manos le excitó aun más y con un movimiento de la cadera le dirigió la punta hacia los labios. Obediente ella abrió la boca y dejó que le metiese la polla. Aquella lengua aterciopelada recibió su miembro y lo acarició con suavidad arrancándole un ronco gemido.

Cogiendo el tallo de la polla, Bris abrió un poco más la boca y comenzó a darle largas e intensas chupadas, acariciándole el glande con la lengua y mordisqueando con suavidad la punta antes de volver a metérsela de nuevo.

—Las manos a la espalda.

Bris obedeció sin preguntar y abrió aun más la boca mientras él la cogía por la cabeza y le follaba la boca incrustando la punta de su miembro en el fondo de la garganta. La joven se atragantaba y escupía saliva para poder coger aire entre penetraciones, pero no se quejó, dejando que la saliva escurriese por su boca y cayese entre sus pechos.

A punto de correrse, se separó y la obligó a levantarse. Cogiéndola por la nuca la besó de nuevo y la guio hasta dejarla tumbada en la cama. Bris se tumbó boca arriba dócilmente a pesar de que era patente su nerviosismo. Siguió a Orlando con la mirada mientras este abría el cajón de la mesilla de noche y extraía un largo pañuelo de seda.

—Dame tus manos.

—¿Qué vas a hacerme? —preguntó ella temblando— Yo no...

—Dame tus manos. —insistió.

Ella dudó, no sabía si era por miedo o por respeto, pero terminó por ofrecerle las muñecas. Orlando se las rodeó por separado con un extremo del pañuelo para atárselas a continuación y dejarlas firmemente fijadas mientras ataba el otro extremo a uno de los barrotes del cabezal de la cama dejando casi un metro de pañuelo para poder manipular el cuerpo de la joven con comodidad.

Bris tanteó el nudo y forcejeó con él. Orlando acercó los labios a su oído y le susurró:

—La confianza es la base de toda relación. No importa lo que te haga. Quiero que confíes en mí. Jamás te haría daño. ¿Me crees? —le preguntó mirándola a los ojos.

Bastó un leve asentimiento para que él se lanzase sobre ella. Le besó y le acarició todo el cuerpo, le lamió los pechos y le mordisqueó los pezones mientras ella se retorcía indefensa. Poco a poco fue bajando por su vientre y su ombligo hasta que finalmente enterró la cara entre sus piernas.


Bris no podía creer que hubiese dejado que un desconocido la atase a la cama, pero había algo en su voz y en sus gestos que no admitía réplica. Desnuda e indefensa estaba a su merced, igual que lo había estado con Javier, el único otro amante que había conocido. Pero la situación era muy distinta. Orlando no se había mostrado ansioso ni violento y sus caricias hacían que todo su cuerpo hirviese de deseo... Y confiaba ciegamente en él.

Cuando la boca de Orlando rodeó su pubis e introdujo su lengua en su sexo, todo su cuerpo se arqueó en un movimiento reflejo. Atrás quedaba la vergüenza de mostrarse totalmente desnuda ante él con el pubis sin arreglar. Solo sentía los chispazos de placer. No podía creer que se sintiese tan excitada. Deseaba que aquel hombre le clavase su miembro duro y caliente hasta el fondo con todas sus fuerzas. Deseaba abrazarle con sus brazos y clavarle las uñas en el pecho. Desesperada luchó contra sus ataduras, pero el nudo, a pesar de ser cómodo, estaba firmemente sujeto en torno a sus muñecas.

Cuando finalmente él apartó la boca de su coño tuvo que morderse la lengua. Quería pedirle a gritos que la follase, pero no quería parecer una puta, así que se limitó a separar las piernas para acoger su cuerpo entre ellas. Orlando se tumbó sobre ella y le acarició los muslos. Bris gimió al sentir su peso y una estaca dura y caliente reposando sobre su vientre. Lentamente él se incorporó y cogiéndose la polla la guio a su interior. La sensación de placer y plenitud fue grandiosa. Gimiendo abrió un poco más las piernas dejando que él la asaltase. Hubiese deseado poder abrazarlo mientras aquella polla entraba con golpes secos y demoledores, pero indefensa se limitaba a gemir y retorcerse mientras él la follaba y exploraba su cuerpo con su boca y con sus manos, haciendo el placer cada vez más intenso.

—¡Oh!  ¡Sí! ¡Dame más! —le suplicó entre gemidos.

Ella solo pretendía excitar a su amante aun más, pero en cambio él paró instantáneamente y se separó.

—Nunca me hables en ese tono.  —dijo él descolocándola totalmente— Si me pides algo, hazlo con respeto. ¿Entiendes? Sé perfectamente lo que necesitas y te lo daré.

Bris se quedó allí atada, observando aquella polla erecta que deseaba tener urgentemente entre sus piernas. Quería decirle que lo sentía, que solo quería expresar lo excitada que estaba y lo mucho que estaba disfrutando, pero de sus labios solo salió un tímido "sí señor·. Estaba tan asustada que creía que Orlando se iba a dar la vuelta y dejarla allí atada a la cama, incapaz siquiera de terminar con sus dedos lo que él había empezado, pero la respuesta pareció satisfacerle.

Cogiéndola por las caderas la obligó a darse la vuelta. Con la mirada fija en el cabecero de la cama sintió las manos de su amante acariciando su culo y su espalda mientras su pene rozaba con suavidad la entrada de su sexo. Desesperada intentó retrasar sus caderas, pero las ataduras se lo impedían. Orlando se agachó y le rodeó la cintura con los brazos besando su nuca justo antes de penetrarla de nuevo. Bris soltó un largo gemido de placer y se agarró a los barrotes para poder aguantar los empujones que se hacían cada vez más rápidos e intensos. Se sentía cada vez más excitada, el placer era tan intenso que su respiración se había convertido en un continuo gemido. Él lo percibió y de dos rápidos tirones le quitó el pañuelo que aprisionaba sus muñecas.

Libre por fin giró la cabeza y retrasó una mano para poder acariciar el cuerpo que la asaltaba sin descanso. En ese instante vio como el pañuelo se ceñía a su cuello. De un tirón Orlando la estranguló parcialmente. Con un gemido Bris intentó librase de aquella banda que le impedía respirar, pero él tiró más fuerte mientras la follaba con todas sus fuerzas. Bris solo pudo echar la cabeza atrás y dejarse hacer.

Estaba aterrorizada, pero aquellos escalofríos que recorrían su cuerpo no hicieron si no intensificar sus sensaciones, hasta el punto que en cuestión de segundos sintió como un orgasmo arrollador la paralizaba. El placer recorría su cuerpo como una tormenta que no cesaba.

Orlando tiró de ella hasta ponerla a cuatro patas frente a él y retiró la banda de seda de su cuello para colarla entre sus piernas. Mientras le metía la polla de nuevo en su boca, siguió acariciando su sexo con el pañuelo alargando aun más su orgasmo. Bastaron dos fuertes chupadas para que varios chorros de semen denso y cálido inundaran su boca.

Bris se atragantó, pero tragó aquel jugo excitante mientras lamía la polla de Orlando que aun se estremecía dentro de su boca. Entonces se dio cuenta de lo que había hecho y se sintió turbada. Jamás había imaginado que disfrutase comiéndole la polla y bebiendo el esperma de un desconocido.

—¿Te ha gustado? —preguntó a Orlando mientras se tumbaba a su lado y acariciaba su cuerpo sudoroso.

Bris se inclinó sobre él y le besó. Orlando le devolvió el beso saboreando el semen de su boca. Por fin con las manos libres le acarició el pecho y la cara. El intenso placer había dado paso a una sensación de laxitud. Apoyando la cabeza en su pecho bajó la mano y acarició aquel miembro que ahora yacía blando e inerme hasta que se quedó dormida.

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