Rozando el Paraíso 39

Ha llegado el úlitmo capítulo. Espero que os haya gustado. tanto si ha sido así, como si no tenéis la sección de comentarios.

39

Orlando estaba seguro de que Bris no sabía dónde se estaba metiendo, pero ya no era de su incumbencia. Bris se lo había buscado. A pesar de todo, no pudo evitar quedarse y vio como entraba con Kyril en el cubo. Enseguida le vio las intenciones. Bris no se quejó, pero la forma en que le estaba encastrando la polla en el fondo de la su garganta no auguraba nada bueno. Y pronto las cosas fueron a peor. En cuanto ella se despistó un instante Kyril le puso una mordaza y llamó a alguien de entre el público. Orlando vio a Javier y vio la reacción de su antigua pupila. Estaba tan aterrorizada que ni siquiera se dio cuenta de que aun tenía las manos libres para quitarse la mordaza y pedir ayuda. Kyril, entre tanto, ya se había abalanzado sobre ella y sin esperar a Javier la follaba con todas sus fuerzas.

Bris tensó todo su cuerpo intentando liberarse, pero Kyril la tenía fuertemente sujeta y la follaba con empujones tan duros que bastante tenía con mantenerse en pie. Chirriando los dientes observó como Javier entraba en la caja y susurraba algo al oído de Bris justo después de desnudarse. Sin prisa aquel gilipollas se giró y exhibió con orgullo su erección. Su polla grande y gruesa se balanceaba como un tiburón hambriento ansioso de carnada. La multitud rugió sin sospechar el drama que se estaba desarrollando. Solo Orlando era consciente de que aquello no era totalmente consentido, pero como no tenía pruebas, no podía intervenir.

Las reglas del cubo eran muy claras. Todo estaba permitido a menos que uno de los participantes demostrase su inconformidad y estaba claro que amordazada y dominada físicamente por dos hombres, Bris no tenía ninguna posibilidad. Y con la multitud rugiendo, Orlando tampoco. Nadie podía entrar en el cubo sin ser invitado y si intervenía sería expulsado del Club para siempre, tuviese o no tuviese razón.

Con la ira a flor de piel vio como Javier cogía a Bris por las manos y separándola del cristal la obligaba a mirarle a los ojos. Bris mordió la pelota enfrentándose a él, pero poco más podía hacer inmovilizada y con Kyril pegado a su espalda como una garrapata moviéndose dentro de ella como un conejo salido.

Algo frustrado por no poder besarla, Javier agarró a su prima por la melena y la obligó a levantar la cabeza hacia él. Le besó el cuello y la mandíbula, le metió la lengua en la oreja y bajo por su torso hasta agarrarse a sus pechos. Le chupó con fuerza y le mordisqueó los pezones, tirando de ellos hasta que Bris con un grito ahogado se libró de un fuerte tirón. Javier rio y le dijo algo que no se pudo oír mientras le dirigía las manos a la polla. Consciente de que Bris no haría nada la cogió por las muñecas y la obligó a masturbarle. Kyril tomándose un respiro se apartó un instante y Javier aprovechó para girarla y empujarla hacia su compañero. El cuerpo de Bris salió despedido y Kyril evitó que cayese al suelo. Fue entonces cuando Javier se acercó por detrás con la lanza en ristre.


El terror la había bloqueado y cuando Javier la empujó se estrello contra Kyril, que sonreía despectivo. Intentó preguntarle el por qué de aquella humillación, pero la mordaza se lo impedía y antes de que pudiera reaccionar notó como una polla la perforaba por detrás. Su ano no estaba preparado y el enorme miembro de su primo atravesó su esfínter sin contemplaciones provocándole un doloroso calambre que no remitió cuando aquella polla comenzó a sodomizarla con golpes duros y secos. Ni siquiera las manos de Kyril que la sujetaban para que no cayese y le acariciaban en pubis y el clítoris aliviaban aquella dolorosa situación. Y no fue lo peor. Exhibiendo su fuerza, con ella aun ensartada la levantó en vilo a la vez que separaba sus piernas para que Kyril pudiese penetrarla. Con un grito que el júbilo del público ahogó recibió aquellas dos pollas que competían por ser el más violento a la hora de penetrarla. Los dos cuerpos sudorosos la emparedaron y dos bocas y dos pares de manos lamían estrujaban, mordían y chupaban.

Bris se rindió. Ya no le quedaban fuerzas y como una muñeca se dejo machacar una y otra vez. El sudor se unió a las lágrimas que parecía que nadie podía o quería ver. Ya solo deseaba que aquella tortura acabase mientras Kyril se dejaba caer con suavidad en el suelo y la obligaba a hacer lo mismo con Javier encima. Su primo no tuvo misericordia y desde aquella posición de ventaja se dejaba caer con todo su cuerpo sobre su culo dolorido. Las lágrimas corrieron como un torrente por sus mejillas y apenas le permitieron vislumbrar una figura que se acercaba decidida al cubo.


Durante minutos estuvo repitiéndose a sí mismo que no era su problema, que ella se lo había buscado. Durante minutos observó a Bris, con todo sus cuerpo cubierto de sudor brillando esplendoroso bajo los focos mientras repetía una y otra vez obsesivamente su mantra, pero cuando Javier comenzó a dejarse caer sobre el cuerpo prácticamente exánime de la joven sodomizándola bestialmente, no pudo contenerse más. Apartando a empujones a aquella panda de borregos se acercó al cubo. La imagen de Bris era lastimosa, aprisionada entre aquellos dos cuerpos, empujada en todas direcciones, penetrada y sodomizada, lloraba sin fuerzas para resistirse. El rímel se había corrido y formaba un plastón que la impedía ver apenas nada y teñía de negro sus mejillas.

De dos saltos subió las escaleras y abrió la puerta de la caja. Afortunadamente pilló a todo el mundo desprevenido, porque si no, no hubiese tenido ninguna oportunidad. Aprovechando su impulsó cogió del pelo a Javier obligándole a separarse y antes de que estuviese totalmente incorporado le dio un puñetazo en la mandíbula con todas sus fuerzas. Javier no tuvo ninguna oportunidad y cayó como un saco sobre el suelo del cubo en medio de la sorpresa total del público.

Mientras tanto Kyril sin ser consciente de lo que pasaba tenía agarrado a Bris por el culo y seguía bombeando en su interior. Orlando lo aprovechó y levantó a Bris que tampoco parecía entender que estaba pasando.

Kyril por fin reaccionó y se levantó dispuesto a recuperar su presa, pero Orlando apartó un instante a su pupila y le dio dos derechazos antes de empujarlo contra la pared de cristal.

—¿Te gusta abusar de las mujeres indefensas, cabrón? Ella confiaba en ti, hijo de puta. No te mato porque no merece la pena mancharse las manos contigo, pedazo de mierda. —le gritó.

—¡Gilipollas! Haré que te echen del Club por esto. —dijo Kyril escupiendo un gargajo teñido de sangre por el agujero que había dejado uno de sus incisivos rotos.

—Cuento con ello. —replicó soltando de nuevo el puño con toda la rabia que sentía.

Kyril, atontado, sacudió la cabeza e intentó rehacerse, pero Orlando se separó lo justo para darle un rodillazo en los testículos. Con un grito ahogado aquel hijoputa se desplomó inerme, con las manos agarrándose las pelotas como si aquel vano gesto sirviese de alivio.

Orlando se dio la vuelta justo para sujetar a Bris por las axilas cuando ya se escurría hacia el suelo. Con un movimiento rápido le libro de la mordaza y la cogió en brazos. Bris se acurrucó y apoyó la cabeza en su pecho manchándole la camisa de rímel.

—Gracias. —dijo Bris con voz rasposa.

—No te preocupes, ya ha pasado todo. —dijo él mientras bajaba las escaleras y avanzaba por el pasillo que los presentes abrían a su paso.

—Lo siento, —dijo ella apenas en un hilo de voz— Yo... Debí haberte hecho caso... Soy un desastre.

—Ni se te ocurra decir eso. Los culpables son esos dos hijos de puta. Han abusado de tu confianza y te han violado en público. Y yo también tengo mi parte de culpa. Sabía que estaban haciendo esos miserables y lo he permitido durante demasiado tiempo. Sé que será casi imposible demostrarlo, pero si decides acusarles de violación te apoyaré.

Bris intentó decir algo, pero la voz le falló. Una vez fuera de la sala del cubo dudó un instante si llevar a Bris a una habitación para que se recuperara, pero finalmente se decantó por salir de allí lo antes posible. Cogiendo el abrigo de Bris, envolvió con él su cuerpo desnudo. El aire frio los asaltó y ella tembló un instante acurrucándose aun más entre sus brazos mientras se dirigía al coche.

Cinco minutos después estaban en la carretera. Bris cerró los ojos y a los cinco minutos dormía apaciblemente. Orlando bajó el volumen de la radio y se concentró en el volante. La miró un instante y se sintió culpable. Había reaccionado tarde y todo por temor a perder sus privilegios en el Club. Como si aquello fuese más importante que la vida de Bris. Un amargo resquemor le asaltó. Todo lo que la había pasado había sido por su culpa. Si no la hubiese conocido, si no se hubiese acercado aquella mañana a ella, nada de todo aquello hubiese pasado. Cuantas oportunidades perdidas y cuantas meteduras de pata. Ahora solo quería cuidar de ella y que se sintiese protegida.

Las luces y los sonidos de la ciudad la despertaron. Bris miró a su alrededor, tratando de enfocar.

—Lo siento. —dijo Orlando— Todo esto ha sido culpa mía. Siento no haber dominado mi ira y haber ignorado tu voluntad.

Bris se giró hacia él y tardó unos segundos en comprender. Le miró con aquello ojos violetas tan dulces como recordaba y le acarició la mejilla rasposa.

—Yo elegí mi camino. Soy tan culpable como tú. ¿Por qué no hacemos borrón y cuenta nueva? Empecemos de cero. Los dos como iguales... Los dos amos y los dos esclavos.

El semáforo se puso en rojo justo en el momento oportuno. Orlando no comprendía del todo, pero todo le dio igual cuando Bris le cogió por el cuello y le dio un beso.

Epílogo

Habían sido tres días de locura. Orlando cumplió su palabra y siguiendo sus deseos la llevó a una comisaría para denunciar a Kyril y a Javier. A pesar de estar exhausta cuando el oficial de guardia la guio hasta el agente que tramitaría su denuncia se irguió y caminó entre los cubículos, únicamente vestida con el abrigo y los tacones. Haciendo ostentación de una firmeza que no conocía, se sentó ante el agente y le contó todo lo ocurrido con pelos y señales, sin dudas ni llantos aunque no exenta de emoción. Él se mantuvo en segundo plano y luego respondió a algunas preguntas que le realizó el agente y cuando terminaron, ya rayando el alba, la llevó a su casa, la duchó y la llevó a la cama. Ella se derrumbó sobre las sábanas y quedó inconsciente casi inmediatamente, pero él no pudo pegar ojo durante varias horas por efecto de la adrenalina, emocionado con las últimas palabras que había pronunciado Bris. Tenía que reconocer que Bris no solo lo entretenía y lo excitaba. La amaba. Su mente no paró de hacer planes mientras se abrazaba a su cuerpo por fin relajado hasta que el efecto de la adrenalina se pasó y también se quedó dormido.

Cuando despertó a la mañana siguiente en la cama, solo quedaba su aroma y las sábanas tibias. Orlando no trató de contactar con ella. Sabía que debía darle espacio para que procesara todo lo que había ocurrido. En los días siguientes demostró lo fuerte que era cuando la historia se filtró a la prensa y se generó un escándalo mayúsculo del que no se libraron ni Kyril ni Javier y ni siquiera el Club, cuya privacidad voló en pedazos. De la noche a la mañana los medios habían montado una pequeña ciudad a las puertas de los jardines de la mansión obligando a los consejeros (reunidos en un hostal en el otro extremo de la ciudad) a tomar tres resoluciones; cerrar la mansión, trasladarse a un inmueble que les había cedido uno de los socios en la ciudad, muy cerca del río y por supuesto expulsar fulminantemente tanto a Orlando como a Briseida y sus agresores.

Y Bris no fue la excepción. Aquellos buitres no tardaron en identificarla como la víctima y aunque tuvieron la decencia de no mostrar imágenes suyas estaba seguro de que la habían acosado. Ella sin embargo no se escondió y siguió con su vida. Todos los días acudía puntualmente a la galería para verla sentarse en su banco, comerse el bocadillo y leer un rato. Orlando esperó. No dudó ni se preguntó qué era lo que ella quería, simplemente esperó.

Había llegado el invierno y con Kyril y Javier en prisión preventiva en espera de juicio, los medios perdieron interés y se ocuparon de derrumbes, incendios e inundaciones.

Aquel día amaneció frío y luminoso. Cuando se acercó a la galería vio en Bris algo diferente. Era el mismo uniforme, el mismo taconeo y la misma sonrisa en plan "sé que me estás observando" que tanto había echado de menos.

Tardo unos segundos más en darse cuenta, pero al final cayó en que aquella mañana no llevaba las gruesas medias que solía llevar aquellos días para combatir el frío. Orlando acercó el telescopio terrestre a la galería y observó emocionado. Bris aparentado no ser consciente de la atención que suscitaba continuó con su ritual, se comió el sándwich y bebió su zumo, pero cuando terminó no cogió el libro sino que giró su mirada hacia la galería y se humedeció los labios con la lengua. Aquel nimio gesto hizo que Orlando se empalmara.

Bris esperó unos instantes antes de deslizarse un poco sobre el respaldo del banco y abrir las piernas. Desde el ocular nada se le escapaba, ni los muslos firmes y lechosos de la joven, ni la flores bordadas en el tanga tapando su pubis, ni los dedos ligeros de Bris deslizándose por dentro de la prenda.

Orlando deseó ser el que acariciaba y excitaba el sexo de Bris, que sabiéndose observada miraba hacia él con los ojos entrecerrados y la boca abierta en un gesto anhelante. Se removió inquieto. Deseaba saltar y salir corriendo en su busca, pero sabía que en eso no consistía el juego. Cerró los puños y observó como ella se masturbaba con mayor intensidad.

De repente Bris se paró tan bruscamente como había empezado. Miró el reloj y comenzó a recoger. Se levantó del banco y antes de irse metió las manos bajo la falda y con un gesto rápido tiro de su tanga y se lo quitó. Orlando no se perdió ninguno de sus gestos, ni la sonrisa maliciosa, ni la forma elegante en que levantaba alternativamente las piernas para deshacerse de la prenda.

Bris se lo enseñó. Orlando lo vio tan de cerca que hasta le pareció oler el aroma de su sexo en la prenda. Una vez se convenció de que tenía toda la atención de Orlando arrugó la prenda y la tiró a la papelera que había al lado del banco. Justo después le lanzó una última mirada cargada de erotismo y le dio la espalda camino de la biblioteca.

Orlando no dudo de que era lo que ella deseaba. Se calzó unos zapatos apresuradamente y bajó al parque. Tres minutos después estaba al lado del banco. Cogió el tanga. Aun estaba húmedo y tibio en sus manos. Cuando lo acercó para observarlo con más atención vio que había enredado un trozo de papel. Estuvo a punto de tirarlo, pensando que alguien había pasado después y lo había tirado, pero llevado por la curiosidad vio que había algo escrito.

"Mañana a las nueve, en mi casa. ¡Si llegas dos minutos tarde no te dejaré entrar!"


No lo podía ver, pero no tenía ninguna duda de que la observaba todos los días y estaba segura de que había recibido el mensaje. A pesar de que intentaba convencerse de lo contrario estaba nerviosa. La excitación, el deseo y las expectativas la mantenían en vilo y ni siquiera una tila la ayudó a relajarse.

A pesar de que había tiempo de sobra comenzó a arreglarse en cuanto terminó de comer. Se duchó, se aplicó una crema hidratante por todo el cuerpo y se maquilló con detenimiento. Después de secarse la melena se hizo con ella un apretado moño. A continuación, tras pintarse la uñas de las manos y los pies se dirigió al dormitorio. No dudó. Se había pasado toda la noche pensando lo que se iba a poner. Sobre la cama había un conjunto de lencería negro que constaba de tanga, medias, un liguero y un sujetador que apenas tapaba los pezones y con los tirantes un poco largos para que cayesen ante el más ligero gesto. Se los puso apresuradamente y se giró hacia el armario, de dónde sacó una bata translúcida de encaje que se cerraba con dos pequeños corchetes a la altura de la cintura, produciendo un profundo escote en V que llegaba casi al ombligo.

Remató el conjunto con un collar formado por un par de docenas de finas cadenillas de plata con pequeñas piedras de azabache, una pulsera a juego y unas sandalias de tacón también plateadas.

Cuando terminó miró el reloj, consciente de que iba a pasar las dos siguientes horas paseando por su piso arriba y abajo como una leona enjaulada.

Al fin eran las nueve. Por enésima vez miró la esfera del reloj, pero al contrario que las veces anteriores observó avanzar el segundero preguntándose si sería capaz de rechazar a Orlando si llegaba pasados los dos minutos del ultimátum. Afortunadamente, aunque le hizo sufrir, Orlando tocó el timbre treinta segundos antes de que llegase el momento fatídico.

Abrió la puerta y se encontró a Orlando con un ramo de preciosas rosas rojas color melocotón cuyos pétalos se iban oscureciendo a medida que se alejaban del centro hasta adquirir un intenso color rojo.

—Hola, Orlando. Pasa por favor. —dijo dándole un suave beso en la mejilla.

Recordando lo que llevaba en la mano, su antiguo amo le alargó el ramo.

—Son para ti. Quizás sirvan para expresar lo que siento y no acierto a decir en palabras. —dijo él carraspeando.

—Gracias. Son muy bonitas. —dijo cogiéndolas de las manos de Orlando y enterrando el rostro entre ellas.

Bris aspiró con fuerza y el perfume especiado de las flores la envolvió produciéndole un leve mareo. Durante un instante se quedó quieta arrullada por el perfume hasta que se recobró y sonriendo se giró y avanzó por el pasillo seguida de Orlando.

—Hay una botella de champán y un par de copas en la cocina, ¿Puedes abrirla y traerla? —dijo mientras ella continuaba en dirección al dormitorio.

Mientras él trasteaba en la cocina ella tuvo el tiempo justo de deshacer alguna de las rosas haciendo que una lluvia de pétalos cayese sobre la cama. Colocó el resto en un jarrón que había sobre la cómoda.

En ese momento entró Orlando, le dio las copas y las llenó de champán antes de posar la botella al lado del jarrón. Brindaron y echó un trago. El champán estaba fresco y le hizo cosquillas en la garganta y la nariz. Sonrió nerviosa y miró a Orlando que se adelantó y enlazó a Bris por la cintura antes de besarla. Se sintió elevada en el aire. Había esperado tanto tiempo aquel momento que a punto estuvo de olvidar todos sus planes. Poco a poco, cuando se recuperó de aquella embriagante situación se colgó del cuello de su amante y le devolvió el beso cada vez con más fiereza.

Orlando le soltó los corchetes de la bata y deslizó las manos por debajo acariciando su piel a la vez que la arrinconaba contra la cómoda. Le dejó hacer. Con la bata totalmente abierta ella bajo las manos para agarrase al culo de su amante y a acercarlo a su cuerpo. Los tirantes del sujetador cayeron y se deslizaron llamando la atención de Orlando que besó y mordisqueó sus hombros y sus clavículas mientras tiraba de las copas del sostén para descubrir sus pechos y acariciarlos.

Recurriendo a toda la fuerza de voluntad que le quedaba, empujó con firmeza y apartó a Orlando un metro. Estaba caliente y sofocada. Respiró profundamente un par de veces para calmarse mientras Orlando la observaba expectante. Cogiendo una de las rosas del florero la acercó a su nariz. Sin apartar los ojos de su amante lo rodeó, se sentó sobre la cama y se puso a jugar con la rosa mientras se deshacía de la bata y el sujetador.

Su amante la observaba a la vez que se quitaba la ropa y quedaba totalmente desnudo de pie frente a ella. Sonrió. Nunca había tenido a Orlando así, esperando pacientemente sus órdenes y no pudo evitar dilatar aquella situación. Sin soltar la rosa se deslizó por la cama hasta estar tumbada boca arriba con las piernas ligeramente abiertas, pero indicando a Orlando con la mirada que debía seguir a sus pies.

El aroma de los pétalos dispuestos a su alrededor la envolvió dulce y especiado y cerrando los ojos se llevó la rosa a la boca, la besó e introdujo la lengua en el corazón de la flor recorriendo su aterciopelado interior. Poco a poco deslizó la flor por su barbilla, su cuello y sus pechos y se acarició los pezones mientras sentía como su sexo se hinchaba y se humedecía.

La flor se desplazó por su ombligo su vientre y se deslizó por su sexo provocando un destello de placer. Con la mano libre separó los labios de su vulva y se acaricio el clítoris con la rosa en medio de un largo suspiro.

De nuevo Orlando hizo el amago de acercarse y de nuevo ella lo paró con un gesto a la vez que revolvía bajo los cojines y sacaba un consolador similar al que había usado Lara para follarla, pero de dimensiones más reducidas. Con una sonrisa lamió uno de los extremos y una vez lubricado se lo llevó a las entrepierna. Se acarició la vulva unos instantes  y finalmente se lo metió hasta el fondo.

Bris no pudo evitar un largo gemido al sentir el consolador distendiendo su sexo. Ajena al par de ojos ansiosos que la observaban abrió y tensó las piernas arqueando los pies dentro de las sandalias mientras se apuñalaba con fuerza con el consolador.

Esta vez no le impidió acercarse. Orlando la cogió por los tobillos y besó y mordisqueó sus dedos intensificando su placer. Con lentitud avanzó por sus gemelos y el interior de sus muslos jugando con las trabillas del liguero y... de nuevo ella lo rechazó hasta tenerlo de pie al lado de la cama. Dejando el consolador a su lado se sentó y agarró la polla de Orlando entre sus manos y la masturbó con suavidad, estaba tan caliente que la deseó inmediatamente dentro de ella, pero resistió el impulso y acercando su boca le lamió el glande y el tallo antes de metérsela en la boca chupándola con fuerza, dejando que él creyese que recuperaba el control. Justo en ese momento se levantó y lo empujó sobre la cama. Orlando rebotó en el colchón y ella se colocó encima de él dejando que sus pechos golpearan pesadamente su polla. Con una sonrisa colocó la polla entre ellos y le masturbó mientras sus manos se acercaban hasta el cinturón consolador.

Cuando lo tuvo en la mano avanzó sobre el cuerpo de Orlando y le metió la parte interior del consolador en la boca antes de meterse el otro extremo. Bris se dejó llevar por el placer y comenzó  a saltar sobre Orlando. El placer se intensifico y Bris avanzó un poco más hasta quedar a gatas. Orlando se giró y con el consolador firmemente agarrado con los dientes la penetró de nuevo y usando todo el cuerpo para impulsarse empujó con todas sus fuerzas mientras acariciaba sus piernas a través del resbaladizo tejido de las medias.

Bris no aguantó mucho más y se corrió en medio de un grito estrangulado. Oleadas de placer la recorrieron mientras el consolador seguía penetrándola una y otra vez.

Tras unos segundos boqueando en busca de aire, se recuperó y le quitó el consolador. Ante la mirada confusa de su amante se insertó la parte interior en la vagina rebosante de flujos y se ajustó el cinturón.

A pesar de sus dudas se dejó llevar hasta le cómoda. Bris le besó y se apretó contra él mientras le meneaba la polla, hasta que sorpresivamente lo giró y lo puso de frente al mueble y le separó las piernas para poder llegar con comodidad. Bris acarició la espalda y mordisqueó los músculos delineados por el intenso ejercicio. Sabía a perfume y a sal. Poco a poco fue bajando hasta que llegó a las nalgas. Hincando las uñas en ellas las separó y lamió la abertura de su ano.


Orlando estaba excitado e incómodo a un tiempo mientras su antigua esclava, ahora su ama, lamía y dilataba su ano con la lengua y los dedos. Tras unos segundos se apartó y se levantó agarrándose a su pecho. Notó el roce del consolador contra su culo y no pudo evitar ponerse tenso.

—Tranquilo, si a mí me gusta, a ti también te gustará. —dijo ella mientras bajaba la mano y dirigía el dildo a su ano.

La primera sensación fue de incomodidad y escozor, pero duró poco porque Bris hábilmente adelantó las manos y comenzó a acariciar sus huevos y su verga sin dejar de moverse dentro de él.

Bris movía las caderas con ligereza a pesar de que tenía que mantenerse prácticamente de puntillas y pronto el placer sustituyó a cualquier sensación desagradable. Y lo más curioso era que era un placer distinto, no solo centrado en su miembro sino una sensación igualmente intensa justo alrededor del esfínter que se fue intensificando hasta que no aguantó más y varias oleadas de placer estallaron recorriendo su cuerpo y le hicieron convulsionarse mientras su polla se estremecía y se derramaba entre las manos de su amante.

Orlando se agarró sorprendido por la intensidad de las sensaciones antes de que Bris se separase y se librase del cinturón consolador. Dándose la vuelta abrazó a la mujer cubierta de sudor por el esfuerzo y la besó con ternura mientras la llevaba a la cama.

Se tumbaron sobre la cama frente a frente acariciándose. Bris le miró a los ojos y le besó. En aquellos ojos violeta volvía a ver amor, pero también seguridad y confianza. Fue entonces cuando ambos pronunciaron a la vez una frase que sería el nuevo principio que regiría su relación.

—Los dos amos, los dos esclavos.

FIN