Rozando el Paraíso 36

Un soplo de aire frío le hizo levantarse las solapas de la chaqueta y desprendió un montón de hojas de un árbol cercano, envolviendo a Bris en un remolino de colores amarillos y tostados. Un hombre se acercó por el paseo y no pudo evitar quedarse parado mirándola con el pelo alborotado y una nube ocre envolviéndola.

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Lo peor fue la vuelta al trabajo tras aquel fin de semana. No tenía ningunas ganas de ir a la biblioteca, incluso se le pasó por la cabeza llamar para decir que estaba enferma, pero al final lo descartó. Sabía que con aquello solo lograría retrasar lo inevitable y es que sabía que en cuanto pisara el pie en la oficina, María la calaría al instante.

No se equivocó. A pesar de que trató de llegar sonriendo y taconeando con brío, María lo notó al instante y como se temía no se quedó callada.

—¿Qué pasa, cariño? —dijo sin molestarse en saludarla.

—¿Cómo que qué pasa? —intentó inútilmente hacerse la tonta.

—Vamos, Bris. Serás muchas cosas, pero nunca conseguirás ser una actriz decente, sobreactúas. Ven aquí y cuéntale a mamá que te pasa. —dijo su amiga pasándole el brazo por el hombro y sentándola en una silla.

—No pasa nada, solo que he dejado a León. Lo de ser ama no es lo mío. El otro día en el Club perdí los nervios y me pasé tres pueblos. —le contó sin querer entrar en detalles.

—Es una lástima. Me encantaba ese yogurín. Ahora que está libre. ¿Te importa si lo adopto para jugar con él? —preguntó su amiga medio en broma, medio en serio.

—No te pases. Sabía que esta relación no estaba destinada a durar, pero eso no quiere decir que no duela.

—Lo siento, cariño, pero no puedo evitarlo. Todavía siento esas manos amasando mi culo y mis tetas y no he podido evitarlo. ¿Cómo te encuentras?

—La verdad es que por un lado liberada. Me sentía demasiado responsable y en el momento que había tenido que controlarme fracasé y di rienda suelta a mi ira. León probablemente lo superará, pero yo tardaré en admitir que fui capaz de hacer lo que hice.

María tuvo el suficiente tacto para no intentar averiguar detalles más concretos y optó por estrechar los hombros de su amiga. Parecía una tontería pero aquel gesto hizo que Bris se sintiese confortada y a la vez un poco culpable por pensar que su amiga iba a hacérselo pasar mal por todo aquello.

—Tú tranquila. Eres una mujer hermosa y dulce y con tu nuevo look, estoy segura de que no te van a faltar los admiradores. —le consoló— Quizás deberías dejar ese Club por un tiempo y volver al mundo real.

Bris no lo había pensado. ¿Debería dejar el Club y buscar una relación más convencional? Trató de imaginarse paseando por el parque con un marido normal un carrito con un bebe y un perro y casi le dio la risa. Suponía que antes de conocer a Orlando era lo que deseaba, pero ahora, lo último que le apetecía era llegar a casa, ocuparse de los niños y a la hora de ir a la cama dejase que su marido la follase en la posición del misionero y en silencio para no despertar a los niños. Aun era demasiado joven y sospechaba que seguiría siendo demasiado joven para sentar la cabeza durante mucho, mucho tiempo.

A pesar de todo no lo había negado tajantemente, no quería que su amiga creyese que no se tomaba sus consejos en serio. Finalmente se levantó y se puso a trabajar. Como siempre, empezó por llevar los libros que habían solicitado desde la planta superior. Como a ella ya no le importaba casi siempre se encargaba de subir los libros a las salas de consulta, ya que María no le apetecía nada empujar aquel vetusto carrito cuyas ruedas eran cada vez más difíciles de hacer rodar.

Las cosas por la oficina estaban ahora más tranquilas. Apenas veía a su jefe y el resto de los compañeros parecían haber aceptado sus excusas y la trataban casi normalmente. Incluso alguno de los hombres intentaba algún que otro tímido acercamiento pensando que quizás la pillasen desprevenida y les diese una oportunidad. Así pasaban los días abriéndose paso con  el carrito entre las mesas, intercambiando un par de saludos mientras un par de compañeras fingían poner toda su atención en sus papeles para no devolverlos.

El paso del tiempo la devolvió a una rutina muy parecida a la que tenía establecida antes de conocer a Orlando. Salía poco y trabajaba mucho. Ni siquiera le apetecía demasiado pasarse por el Club y solo había ido un par de veces, visitas fugaces para desfogarse con algún miembro. Así que aquel día lo empezó como cualquier otro, con una ligera sensación de hastío y quizás por ello aquel encuentro, cuando salió a la hora del bocadillo, no le resultó del todo desagradable.

El otoño había tardado, pero al fin había llegado y se notaba en el ambiente. Un soplo de aire frío le hizo levantarse las solapas de la chaqueta y desprendió un montón de hojas de un árbol cercano, envolviendo a Bris en un remolino de colores amarillos y tostados. Un hombre se acercó por el paseo y no pudo evitar quedarse parado mirándola con el pelo alborotado y una nube ocre envolviéndola. Al principio no lo reconoció, parcialmente cegada por la lluvia de hojas, pero cuando estuvo más cerca se dio cuenta de que era Kyril.

A Bris nunca le había gustado demasiado aquel hombre, con aquel permanente bronceado y el pelo gris pegado al cráneo por una abundante capa de gomina, pero disimuló su disgusto y le recompensó con una espléndida sonrisa.

—Hola Kyril. ¡Qué sorpresa! —le saludó dándole un deje de incredulidad.

—Ya ves. Pasaba por aquí y no pude evitar desviarme para pasear un rato por el parque. Este parque es una verdadera joya y es una suerte que los turistas aun no lo hayan descubierto.

Bris inconscientemente miró a su alrededor dándole la razón. El lugar con sus árboles centenarios, los bancos y las farolas modernistas de hierro forjado y sus avenidas de grava crujiendo bajo sus pasos, invitaban a uno a olvidarse de todo y perderse en sus propias reflexiones.

—¿Y tú qué haces por aquí? —preguntó él.

—Trabajo aquí al lado y aprovecho el descanso para comer algo y disfrutar del aire libre.

—¡Ah! Ahora que lo dices ya recuerdo. Creo que Orlando me comentó alguna vez que trabajabas de restauradora en la biblioteca. —comentó Kyril sin convencerla demasiado— Te invitaría a algo en la cafetería de la esquina, —dijo señalando la terraza que estaba fuera del parque en la esquina este— pero no me gusta molestar...

La mirada esperanzada de Kyril era inequívoca. A Bris no le apetecía nada perder el tiempo con aquel hombre, pero tenía cierta curiosidad por saber qué demonios quería de ella, así que se lo pensó solo unos segundos antes de contestar:

—No pasa nada. Por una vez puedo hacer una excepción. —dijo poniendo especial énfasis en la última frase.

—Estupendo. Yo invito. Seguro que un pincho de tortilla caliente es mejor que cualquier bocadillo que lleves ahí dentro.

Avanzaron por el camino de grava sin prisas entre los comentarios de Kyril que no dejaba de señalar detalles y rincones que le parecían especialmente interesantes. No tardaron más que dos minutos en atravesar el parque. A aquellas horas de la mañana, apenas había movimiento por la plaza y la terraza estaba casi vacía. Eligieron una de las mesas al azar y Kyril se le adelantó y le ayudó a sentarse en un gesto, que más que galante le pareció anticuado, pero Bris se lo agradeció de todas formas. En cuanto él se acomodó, se acercó una camarera. Bris notó como se controlaba intentando no mirar a la joven alejarse en dirección a la barra con la comanda y fingió no darse cuenta.

—¿Qué tal todo entonces? —preguntó Kyril después de que estuvo seguro de que la camarera estaba suficientemente lejos para oír la conversación— La última noche en el Club fue realmente interesante. Me lo pasé realmente bien.

—No estuvo mal. —contestó ella poniendo cara de póquer— Ya te vi en la puerta de la mazmorra. ¿Esa chica es esclava tuya?

—¡Qué va! —se apresuró Kyril a corregirla— Solo estaba allí al lado, tan caliente como yo. Fue algo instintivo. Suelo producir esa reacción en las mujeres. —se vanaglorió.

—No lo dudo. —mintió ella pensando que aquella joven estaba más deslumbrada por ser objeto de las atenciones de uno de los miembros más conocidos del Club, que por su propio atractivo.

—La verdad es que tu actuación fue realmente espectacular. Si no hubiese estado June me hubiese dado de pollazos contra el marco de la puerta. Nunca había visto aplicarse de ese modo a nadie... y luego el sexo. Reconozco que envidio al alfeñique que te tiraste, aunque entiendo porque lo elegiste, tenía un cierto atractivo y parecía bastante obediente.

Aunque intentó disimularlo, Bris acusó el golpe. Aun se sentía culpable por cómo había tratado a su esclavo y Kyril, un tipo experimentado, no dejó de advertirlo y continuó hurgando en la herida sin misericordia.

—Creo que eres una domina con futuro. No hay muchas mujeres con la presencia de ánimo suficiente para aplicar un castigo duro aunque sea justo. El chico debería de estarte agradecido.

—La verdad es que no opino lo mismo. —Bris no quería desnudar su alma ante aquel depredador, pero no quería que nadie pensase de ella que había disfrutado con aquello— Desde mi punto de vista fue un error y León también opinaba lo mismo. Creo que no estoy hecha para ser una ama.

—¿Y entonces que vas a hacer con el esclavo? —pregunto Kyril justo antes de que llegase la camarera con las copas y las tapas de tortilla.

—La verdad es que ya no me apetece seguir siendo ama de nadie. Es más, estoy valorando dejar el Club. —dijo Bris sin pensar.

—¡Oh! No. Eso sería una catástrofe. En poco tiempo te has convertido en uno de los miembros más destacados. Si lo que pasa es que no quieres aparecer sola, no te preocupes, la oferta que te hice cuando rompiste con Orlando aun sigue en pie, puedes llamarme cuando quieras y yo te acompañaré. Sin compromiso. Solo dos amigos que van juntos a divertirse. Luego puedes hacer lo que quieras. —dijo él tendiéndole una de sus tarjetas.

—Gracias eres muy amable. —respondió ella aceptando la tarjeta y con una sonrisa juguetona la metió en el escote y la dejó reposar dentro del sujetador a pesar de que tenía el bolso a mano.— Quizás acepte tu sugerencia.

Kyril intentó disimularlo. Pero Bris observó divertida como él se retorcía incómodo en la silla. Satisfecho con el hueso que le había dado y como perro viejo que era, una vez conseguido su objetivo, cambió rápidamente de conversación y comenzó a hablar del tiempo y del fin del verano, según él, la mejor estación del año. Bris se imaginó el por qué al ver la mirada rápida, pero inequívoca que lanzaba a una joven, que aun ignorante de la llegada del otoño, pasaba con un casi transparente vestidito de algodón.

El tiempo había pasado rápidamente y cuando miró el reloj vio que llegaría tarde al trabajo así que engulló la tortilla sin ninguna elegancia ayudándose del refresco y se despidió apresuradamente de su interlocutor. De vuelta al trabajo reflexionó sobre aquel encuentro. Aquel hombre no le gustaba demasiado, pero tenía que reconocer que si no lo hacía acompañada, le iba a costar mucho volver al Club. Así que, aunque no le hacía demasiada gracia, no desechó la idea de llamarle la próxima vez que le apeteciese pasarse por allí.


Orlando nunca se había sentido tan incómodo ni desorientado. Y el paso de las semanas no había mejorado la situación. Dentro de casa echaba de menos alguien con quien compartir el día a día y su mejor alternativa, el Club, solo le interesaba cuando era el centro de atención en un evento. Había ido algún otro día, pero a pesar de que no había pasado un mal rato y no había tenido problema para conseguir mujeres hermosas y locas por complacerle, todas parecían tener algún problema que hacía que aquellas relaciones no fueran del todo satisfactorias para él. Cada vez que se vestía y dejaba a una mujer desnuda sobre la cama acariciándose para intentar prolongar la velada, sentía una especie de vacío. Una sensación de que el mundo se había vuelto vano e insulso. Solo su trabajo y la planificación de los eventos del Club le ayudaban a sobreponerse a un día a día aburrido y repetitivo.

Pensando en que quizás la solución fuese un viaje, unas largas vacaciones por el extranjero, se hizo un té y se acercó a la galería. A pesar de que constantemente se decía que debía dejar de espiar a Bris, no podía evitar dejarlo para el día siguiente. Dando un trago a la infusión cogió los prismáticos y los enfocó al banco de Bris. Lo que vio le hizo expulsar el té que tenía en la boca. El cabrón de Kyril estaba charlando amigablemente con Bris que le escuchaba interesada.

Sabía que le había permitido a su amigo intentar acercarse a Bris, pero lo que no esperaba era que lo hiciese delante de él. Una sensación de amargura, no precisamente producida por el té se apoderó de él. Apartando los prismáticos apoyó la frente sobre la ventana deseando que el frescor del cristal le ayudase a aclarar sus ideas. Sorprendido, sintió que aquella ira y aquella amargura no estaban enfocadas en Kyril, después de todo, probablemente ignoraba que les estaba observando. Todo su malestar se centraba en Bris. ¿Cómo era capaz aquella fulana de exhibirse así ante él sabiendo lo que pensaba de Kyril? A pesar de que no quería, una morbosa curiosidad se impuso y acercó de nuevo los gemelos a sus ojos. Los dos se habían puesto a caminar en dirección a la cafetería que había en la esquina a la derecha de la galería. Kyril caminaba al lado de Bris, lo más cerca posible de su cuerpo, pero sin llegar a tocarla y un paso por detrás para poder echar de vez en cuando una rápida mirada al cuerpo de la mujer. Bris avanzaba simulando no darse cuenta y jugaba con su melena mientras charlaba con el hombre.

Tras unos segundos desaparecieron de su ángulo visual. Eso no hizo sino aumentar su enfado. Su mente imaginó mil cosas y ninguna buena. Lo que más le dolía era que sin él, Bris seguiría siendo aquella joven esquiva y triste que había conocido. Él la había moldeado y la había convertido en una mujer bella, elegante y segura de sí misma. Y de entre todos los que podía haber elegido parecía realmente interesada en el único que no elegiría para ella. Por su bien, esperaba que su antigua pupila solo estuviese mostrándose amable con otro miembro del Club y no decidiese hacer de aquello algo más que una relación de amistad.

Finalmente se apartó del ventanal y dándole la espalda dejó los prismáticos sobre la mesa y terminó el té mientras intentaba borrar aquellas imágenes de su mente. Se sentó en el escritorio y se puso a trabajar. Su concentración no fue mucho más allá de tres minutos.

Ojalá no hubiese llevado a Bris jamás al Club. Debería haberla disciplinado con más energía y haberla atado más corto. Cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz con las manos mientras imaginaba a su antigua pupila atada de pies y manos colgando del techo de su nueva mazmorra mientras él la fustigaba. Dejó la tablet y se reclinó en la silla apoyando los pies en el escritorio mientras se imaginaba a Bris desnuda con las muñecas atadas a la espalda y su cuerpo colgando del techo.

Se vio a sí mismo como si fuese otra persona enarbolando una fusta y dándole un golpe con todas sus fuerzas. Bris gritaba y su cuerpo se balanceaba por el impulso del golpe mientras una marca del tamaño y la forma de la fusta se perfilaba en una de sus nalgas.

—¡Culpable! —exclamaba a la vez que le propinaba un nuevo fustazo— ¡Culpable!

—Sí, mi amo. Lo siento, mí amo. —respondía ella encogiendo su cuerpo todo lo que las ataduras le permitían cada vez que recibía un golpe.

—¡No mereces ni que te castigue! ¡Traidora!

—¡Lo siento, mi amo! —se disculpaba Bris  entre gritos de dolor— Yo no quería... No sabía lo que hacía. Hazme lo que quieras. Me lo merezco.

Esas palabras que la joven pronunciaba entre lágrimas le reconfortaban un tanto pero  no acababan con su enfado. Necesitaba vengarse. Necesitaba que ella sintiera el dolor que él sentía y la única manera era castigarla. Siguió pegándola metódicamente por todo el cuerpo, culo, muslos piernas, vientre, pechos... hasta que toda su piel estaba roja y cubierta de sudor. Empalmado se acercó a aquel cuerpo exuberante, ahora tembloroso y lo acarició. Bris colgaba de sus ataduras con la cabeza baja, sin fuerzas. Sabía que debería sentirse culpable pero solo siente una salvaje excitación.

Cogió a Bris por su brillante melena negra y la obligó a mantener la cabeza elevada y se regodeó en aquella cara perfecta, con los ojos violeta rebosando lagrimas que arrastraban el rímel formando gruesos churretones por sus mejillas. La esclava se sorbió los mocos e intentó componer una sonrisa. Le hubiese gustado meterle la polla en aquella boca perfecta, ahogarla con su erección y hacer que el semen rebosase de su boca...

—Haré lo que quieras, mi amo. Todo lo que desees con tal de que me perdones. —le suplicó ella interrumpiendo el hilo de sus pensamientos.

Él se apartó y se lo pensó. Tenía algo nuevo en mente. Nunca lo había probado porque podía ser peligroso si perdía el control, pero ella se lo ha pedido.

—Está bien. —le dijo soltando la cuerda que la mantenía suspendida al techo y acercándose a un armario— Pero te aviso de que no va a ser agradable.

—Da lo mismo, mi amo. Merezco un castigo, deseo que me castigues. Deseo purgar mis faltas.

Él ya no la escuchaba. Sacó una especie de mono hecho con tiras de un material parecido al neopreno, recorridos por nervaduras y con unos electrodos en la parte interior. Bris se puso en pie con dificultad y lo miró con curiosidad, pero no demostró ningún miedo y se dejó colocar las tiras en brazos, vientre y pechos antes de unirlas todas a una que recorría toda la espalda y se bifurcaba en el culo para fijarse a los muslos y a las tiras de las piernas. Solo la zona genital quedaba libre de la prenda. Se lo ajustó para que quedase bien ceñido. El sudor que cubría el cuerpo de Bris facilitaría el contacto.

A continuación se puso un guante del mismo material grueso y negro y unas gafas oscuras. Bris le lanzó una mirada interrogativa sin saber muy bien que pensar. Él la ignoró y activó las gafas. Inmediatamente, sobre el cuerpo de Bris aparecieron una serie de interruptores imaginarios.

Apretó uno en el codo. Bris inmediatamente soltó un grito al notar como se le agarrotaba el antebrazo por efecto de la descarga. Girando la mano con suavidad la obligó a rotar el miembro hasta que ella soltó un grito de dolor y confusión. Con una sonrisa comenzó a tocar interruptores y ajustar posiciones con el guante hasta que la joven adoptó un postura parecida al discóbolo, con todos sus músculos en tensión. Se acercó a ella y acarició sus muslos y su culo.

—¿Te gusta tu castigo? —le preguntó.

—Sí, mi amo.

Un nuevo giro de su mano obligó a su esclava  a sentarse en el suelo y poco a poco comenzó a  separar sus piernas poco a  poco, manteniendo su espalda recta y los brazos estirados. El sudor y las lágrimas se mezclan en el rostro de Bris hasta que la joven completó el espagat. Admirado contempló como todo el cuerpo de su esclava vibraba luchando inútilmente  contra la forzada postura.

—Gracias, amo. —jadeó la joven.

Él apenas la escuchó y cogiéndose la polla se la metió a Bris en la boca. Su calor y la lengua aterciopelada la envolvieron, provocando una oleada de placer. Su miembro se estremeció y con un gruñido bronco empujó con fuerza hasta encastrarlo en su garganta. Bris se atragantaba y se sofocaba, pero ni siquiera intentaba quejarse cuando finalmente se apartó dejando que Bris cogiese aire.

—Te lo mereces. Pero cuando acabe contigo estarás libre de toda mancha. —le dijo mientras le relajaba el cuello para que fuese ella la que hiciese el trabajo.

Bris con la cabeza libre lamió y saboreó su pene erecto, le chupó los testículos y recorrió la parte inferior de su polla antes de chuparle sonoramente el glande, cada vez más deprisa, hasta que tuvo que apartarse para no correrse demasiado rápido. Dando dos pasos hacia atrás volvió a activar el guante. El cuerpo de Bris se retorció como una marioneta y la obligó a tomar distintas posiciones hasta que adoptó una postura con manos y pies apoyados en el suelo y las piernas separadas. Lentamente y con pericia la obligó a levantar una de las piernas y cogiendo la otra la ayudó a hacer el pino. La joven, que nunca había adoptado aquella postura, soltó un corto grito, pero él la sujetó y la obligó a separar las piernas. Una vez colocada tensó todos sus músculos para que mantuviese aquella postura y así poder inclinarse sobre su sexo con comodidad. Le acarició los labios y el clítoris y le introdujo los dedos en el coño. Salieron totalmente empapados. Bris gimió y se excitó aun más mientras él acercaba la cara y le lamía el sexo, el periné y finalmente llegaba a su culo.

Con la lengua penetró en el delicado orificio, lamió con delicadeza el borde y tensó la lengua antes de penetrar en su interior. La esclava, petrificada, lo único que pudo hacer fue suspirar y gemir a medida que sus caricias comenzaban a hacer efecto.

Ya no pudo aguantar. La visión de aquel sexo enrojecido e hinchado y el ano abiertos anularon todos sus planes. Con un movimiento rápido retrasó las piernas de la esclava que gritó pensando que iba a caer, pero él la agarró por las piernas y la penetró. Su vagina suave y caliente era una delicia. Empujó con fuerza, sintiendo a la esclava en la punta de su pene. Bris gemía y gritaba dándole las gracias y prometiéndole que no volvería a portarse mal.

Disfrutaba como un loco, pero se apartó y dejó a Bris sobre el suelo. Él descansó, pero Bris seguía moviéndose a merced de su guante, buscando la postura más apetecible. Finalmente la obligó a colocase a gatas, de espaldas a él, con las nalgas separadas por las cintas para dejar a la vista su culo. Se acercó y se colocó sobre ella con las piernas a ambos lados de su culo y cogiendo su polla tanteó unos instantes antes de penetrar su ano de un solo golpe. Bris pegó un grito mientras el comenzaba a sodomizarla descargando todo el peso de su cuerpo sobre ella.

Los gritos se convertían en suspiros de la esclava cada vez que aguantaba su peso con todo los músculos de su cuerpo contraídos. El culo apretado de la joven estrujaba y exprimía su polla, excitándolo con cada embate, hasta que no pudo aguantar y eyaculó. Una eyaculación que no terminaba, llenó el culo de Bris  y rebosó como una fuente cuando finalmente se apartó...

Orlando abrió los ojos. Al principio no sabía dónde estaba, solo era consciente de la dolorosa erección que campaba entre sus piernas. Sacudió la cabeza para despejarse un instante  intentando volver al trabajo, lo consiguió a medias, con parte de su cerebro dándole vueltas a la posibilidad de construir aquel artefacto imposible.

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